Que los hace leer asi

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Acerca del autor Geneviève Patte se formó como bibliotecaria en Francia, Múnich y Nueva York; se especializó en literatura infantil y ha sido asesora de varios proyectos internacionales de fomento de la lectura, así como profesora invitada en la Universidad de California en Los Ángeles. Dirigió durante 35 años la asociación La Joie par les Livres, responsable de la creación de La Revue des Livres pour Enfants, que contribuyó al desarrollo de las bibliotecas para niños y jóvenes en Francia, y creó el Centro Nacional de Libros para Niños, que hoy es parte de la Biblioteca Nacional de Francia. A solicitud de algunos organismos internacionales (UNESCO, IFLA, IBBY), organizó los primeros seminarios internacionales sobre bibliotecas para niños y jóvenes en las regiones en desarrollo. Ha sido nominada al Premio Astrid Lindgren cada año desde que fue establecido en 2003.

¿Qué los hace leer así? Los niños, la lectura y las bibliotecas

ESPACIOS PARA LA LECTURA

Como fuente primaria de información, instrumento básico de comunica-ción y herramienta indispensable para participar socialmente o construir subjetividades, la palabra escrita ocupa un papel central en el mundo con-temporáneo. Sin embargo, la reĀ exión sobre la lectura y escritura general-mente está reservada al ámbito de la didáctica o de la investigación univer-sitaria. La colección Espacios para la Lectura quiere tender un puente entre el campo pedagógico y la investigación multidisciplinaria actual en materia de cultura escrita, para que maestros y otros profesionales dedicados a la formación de lectores perciban las imbricaciones de su tarea en el tejido social y, simultáneamente, para que los investigadores se acerquen a campos relacionados con el suyo desde otra perspectiva. Pero —en congruencia con el planteamiento de la centralidad que ocupa la palabra escrita en nuestra cultura— también pretende abrir un espacio en donde el público en general pueda acercarse a las cuestiones relaciona-das con la lectura, la escritura y la formación de usuarios activos de la len-gua escrita. Espacios para la Lectura es pues un lugar de confluencia —de distintos intereses y perspectivas— y un espacio para hacer públicas realidades que no deben permanecer sólo en el interés de unos cuantos. Es, también, una apuesta abierta en favor de la palabra.

¿Qué los hace leer así? Los niños, la lectura y las bibliotecas

Geneviève Patte Traducción de Lirio Garduño Buono

Primera edición, 2011 Primera edición electrónica, 2013 © 2011, Geneviève Patte D. R. © 2011, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F. Empresa certificada ISO 9001:2008 Traducción: Lirio Garduño Buono

Comentarios: [email protected] Tel. (55) 5227-4672 Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor. ISBN 978-607-16-1569-5 Hecho en México - Made in Mexico

A mi padre y a mi madre A Sarah Hirschman

Índice

1. Experiencias fundadoras 2. El corazón inteligente 3. Small is beautiful. Pioneros de nuestros tiempos 4. Los pequeños son grandes lectores 5. Lectores hábiles en el reino de los álbumes 6. Novelas y cuentos, los clásicos y los demás 7. La alegría de conocer 8. Como una segunda casa 9. La palabra viva en la biblioteca 10. La biblioteca y la escuela 11. La biblioteca en la era digital 12. A manera de conclusión Notas Bibliografía

1. Experiencias fundadoras

Algunos días de nuestra infancia, en la magia de nuestros juegos, para los más jóvenes de mis hermanos y hermanas nuestro jardín se transformaba en un pueblito. Un hermano atendía la tienda, otro la oficina de correos, la más pequeña atendía el café y yo la biblioteca. Ponía los libros en una banca de piedra. Cada libro llevaba un número y yo se los prestaba. Decenios más tarde, convertida en bibliotecaria en Clamart, volví a realizar los mismos gestos, que parecían olvidados. En un barrio difícil, todos los miércoles por la mañana instalábamos la biblioteca muy cerca del arenero infantil y yo ponía sobre un pequeño muro los libros que daríamos a conocer a los niños. Muchos años después de aquellos juegos, al final de mi preparatoria, descubrí por casualidad en París, en el corazón del barrio latino, la primera biblioteca pública para niños, L’Heure Joyeuse [la hora alegre]. Me maravilló. Mi decisión estaba tomada: sería bibliotecaria para niños. Nunca me he arrepentido. Durante toda mi vida no he dejado de aprender, en Francia o en otros lugares; en un multifamiliar de los suburbios parisinos, en Clamart; en el extranjero, mediante las experiencias de pioneros a quienes he podido acompañar de diversas maneras, particularmente en países en vías de desarrollo. La mayor parte de mi vida profesional la he consagrado a La Joie par les Livres [la alegría por los libros],[1] creada en Clamart.

EL RENACIMIENTO DE LAS BIBLIOTECAS PARA NIÑOS La historia de La Joie par les Livres la viví durante varios decenios, en equipo y en estrecha relación con la biblioteca para niños de Clamart, que constituyó su núcleo. A nuestra mecenas, Anne Gruner Schlumberger, debemos el hermoso destino de esta biblioteca y su influencia en Francia y en el mundo. La señora Gruner Schlumberger había recorrido el mundo entero. En los Estados Unidos, donde vivió durante mucho tiempo, pudo admirar el lugar que ocupan las bibliotecas públicas en la vida cotidiana de los niños y de las familias. Ella sabía que en Francia, a pesar de algunas excelentes iniciativas comenzadas cuarenta años antes, casi no existían las bibliotecas para niños, y tuvo la firme intención de apoyar su desarrollo en este país. Quiso iniciar un movimiento a su favor, construyendo, dando vida y visibilidad a una biblioteca que pudiera llegar a ser una referencia en ese campo, que atrajera la

atención tanto de los poderes públicos como de los bibliotecarios y que revelara al público en general la riqueza de una institución de este tipo. Así, decidió crear una biblioteca ejemplar para niños. Anne Gruner Schlumberger me pidió asociarme a su proyecto y dirigirlo. Me interesaba. Su propuesta era entusiasmante, audaz.[2] La biblioteca se instalaría en un suburbio que tenía reputación de ser difícil, la Cité de la Plaine, en Clamart. Algunos de sus habitantes nos predijeron las peores catástrofes: “¡Ah! Ya verán cómo son las cosas en los suburbios, van a sufrir destrucciones sistemáticas, robos y agresiones. ¿Vienen de París? Sepan que todos los días encontrarán reventados lo neumáticos de sus autos”. Los ministerios no nos dieron mejores ánimos. Para ellos, una biblioteca creada y administrada por una asociación civil no tenía garantía profesional. “En la era audiovisual, proponer a los niños la lectura… ustedes no están en nuestro tiempo. Lo que les interesa a ellos es la televisión.” ¿Acaso necesitábamos una valentía a toda prueba o un candor increíble para lanzarnos en una aventura como ésta? Lo que nos ofrecía Anne Gruner Schlumberger ciertamente era único: libertad para innovar y la oportunidad de poner en práctica lo aprendido durante mi largo periodo de formación en la Biblioteca Pública de Nueva York y que se sumaba a lo que había descubierto con entusiasmo en L’Heure Joyeuse de París.[3] Las tres jóvenes bibliotecarias[4] asumimos plenamente y con entusiasmo la orientación definida por la fundadora. Nos unía una convicción común. Anne Gruner Schlumberger confió en nosotras, nos dio la libertad para inventar. De esta manera, la historia de la biblioteca de Clamart —y de La Joie par les livres— podía comenzar.

UN ACONTECIMIENTO EN EL CORAZÓN DE UNA UNIDAD HABITACIONAL HLM[5]

A pesar de las reticencias expresadas aquí y allá, la apertura de la biblioteca, el 1 de octubre de 1965, es todo un acontecimiento para el público. La prensa nacional e internacional, la radio y la televisión lo difunden ampliamente y de inmediato. La revista Life, el Boletín de la UNESCO, Reader’s Digest, por mencionar sólo algunos de los grandes nombres de la prensa internacional, le consagran importantes artículos. Pero, ¿qué hace tan particular a esta biblioteca? En primer lugar, su arquitectura. Es la primera vez que en Francia se construye una biblioteca para niños. El concepto arquitectónico está basado en un análisis preciso de la manera en que los niños de todas las edades se apropian de los espacios, conviven y circulan en total libertad.

La arquitectura es bella y sencilla a la vez que audaz. Actualmente, el edificio es considerado un monumento histórico. Los niños del barrio se muestran sensibles a su belleza y a veces nos lo dicen: “¡Qué hermoso, y es para nosotros!” Implantar esta bella biblioteca en el centro de una unidad habitacional suburbana —que, además, se encuentra junto a un barrio de tránsito,[6] destinado a alojar a familias en dificultades— es algo que en ese entonces sorprende.[7] Más tarde, el conjunto será declarado zona de educación prioritaria (ZEP ).[8] Esto hace que nuestra experiencia sea particularmente interesante y necesaria. En esa época, esos nuevos territorios, a pesar de la creciente importancia que tomaban, se encuentran generalmente olvidados por las instituciones culturales y por los planes de desarrollo. A mediados de los años sesenta no existe aún, que yo sepa, ninguna biblioteca en los barrios HLM. Únicamente se conoce la experiencia de Sarcelles, barrio emblemático, símbolo en Francia de un nuevo tipo de hábitat: en ese lugar, una pareja de empleados de correo ofrece gratuitamente un servicio de biblioteca en su departamento. Allí, los niños son bienvenidos. La vida que se desarrolla en la biblioteca sorprende a los muy numerosos visitantes. Es cierto que en ese entonces en Francia aún se ignora el concepto mismo de las bibliotecas públicas para niños, tal y como existen desde hace decenios en los países nórdicos y anglosajones. Pero la biblioteca de Clamart ofrece más. Fortalecidos por la confianza que se les muestra, los niños asumen responsabilidades de manera espontánea. Algunos piden ser “asistentes de bibliotecario”, para participar, entre otras cosas, en las tareas del mostrador de préstamo. Hacen sugerencias sobre la adquisición de libros y la organización de programas. En ocasiones, reciben y guían a los visitantes, a los recién inscritos. Tienen también a su disposición una verdadera imprenta para imprimir sus textos, como en las escuelas Freinet. Se les abre un taller bajo la responsabilidad de un artista. En este lugar de lectura, la expresión, la creación y la palabra viva tienen importancia. Desde la apertura de la biblioteca, el soporte audiovisual encuentra un lugar en ella. Todo esto asombra a nuestros visitantes. Los niños descubren un modo original de convivencia, fundado en la confianza; un lugar donde pueden aprender sobre la libertad, la autonomía y el encuentro con el otro, sea niño o adulto. Los lectores de ese entonces nos lo dicen: la biblioteca transformó profundamente la vida del barrio.

CREAR UN MOVIMIENTO Nunca quisimos encerrarnos en el estatus de una biblioteca excepcional, que desde la altura de su saber dictara al resto de los profesionales una manera de actuar. Lo

esencial era mostrar lo que puede ser una biblioteca. Asimismo, nos pareció importante iniciar un movimiento nacional en torno a tareas a la vez concretas y fundamentales que invitaran a la reflexión. Aun antes de que la biblioteca abriera, invitamos a todas las buenas voluntades a reunirse a propósito del análisis y la selección de los libros. Qué obras proponer a los niños, cómo tomar en cuenta sus aspiraciones: esto era el centro de nuestras responsabilidades. Había que leer, leer mucho, volver a leer, comparar, revisar lo nuevo, lo original, lo que no merece quedarse, lo que se puede hacer a un lado. En lo referente a lo que conocíamos de los niños, había que buscar las pepitas de oro, sus aptitudes, sus curiosidades, lo que los puede mover; es decir, participar en la construcción de su psique, en el enriquecimiento de su vida interior. La tarea de la selección nos incitaba a la escucha, a la observación de los niños, lo cual iluminaba nuestra reflexión que, compartida, se hacía más profunda. Por ello, en el análisis crítico de los libros dimos prioridad a la participación de los bibliotecarios que tenían contacto cotidiano con niños. Su experiencia era rica en enseñanzas. Bibliotecarios de toda Francia decidieron entonces reunirse cada mes en Clamart. Valoraban salir de su aislamiento para compartir sus análisis críticos y reflexionar juntos. Eran muy pocos, apenas una decena; pero el movimiento estaba en marcha. Una cosa llevó a la otra: la riqueza de ese análisis crítico nos incitó a publicarlo. Así nació lo que más tarde sería La Revue des Livres pour Enfants [revista de libros para niños], que a la fecha continúa vigente.[9] Unánimemente, los bibliotecarios que participaban en ese trabajo de lectura crítica pidieron una capacitación sobre literatura infantil. “Clamart” respondió, organizando programas de capacitación y, más tarde, de formación de capacitadores. Nuestros ciclos de conferencias multidisciplinarias interesaron a un gran público: periodistas, directores de colecciones, libreros, psicólogos y médicos, padres, trabajadores sociales, maestros de todos los niveles; todos descubrieron el interés de este dominio editorial. Se volvió necesario un centro de documentación, constituido esencialmente por un área de publicaciones y consulta de obras de referencia, a los que después se añadió un ejemplar del catálogo de la Biblioteca Nacional de Francia (el Dépôt Légal). Se instaló primero en un pequeño departamento del barrio de Montparnasse, en París, para convertirse luego en el Centro Nacional de Literatura Juvenil, hoy parte integrante de la Biblioteca Nacional de Francia (BNF). De esta manera, para crear, para avanzar, partimos de las experiencias cotidianas con los niños en torno a los libros. En cuanto la biblioteca abre, todo se organiza; los bibliotecarios para niños tienen en Clamart un centro de encuentros y de discusiones donde se confrontan y se someten a reflexión todo tipo de temas emanados de la práctica, como el lugar que se

debe dar a la animación, las relaciones con la escuela, los medios audiovisuales y los medios escritos, entre otros. Se trata de “un verdadero laboratorio donde se exploran las múltiples estrategias de acceso a la lectura”.[10] Durante más de treinta años, en Francia, prácticamente todos los bibliotecarios interesados en la lectura en los niños se habrán capacitado en Clamart. También vienen muchos del extranjero, para observar. Muchos son, en efecto, los bibliotecarios extranjeros que vienen a Clamart para efectuar sus prácticas. Durante los primeros años vienen por lo general de los países nórdicos, allá donde las bibliotecas públicas gozan de un gran desarrollo. Algunos deciden quedarse todo un año, a veces más tiempo. ¿Por qué manifiestan tanto interés en nuestra biblioteca? Cuando se les pregunta, responden que les gusta el entusiasmo que une al pequeño equipo y le permite proponer un servicio de calidad. Aprecian también el interés que se da a la relación individual con los niños, la importancia brindada a la calidad de los contenidos y de los encuentros; el lugar reservado a los talleres, al arte y a la expresión artística; las responsabilidades que asumen los jóvenes lectores en el seno de una casa-biblioteca. Aprecian la bienvenida que se da a las iniciativas y sugerencias de los niños, así como la flexibilidad de la organización administrativa de la institución, que les parece se ciñe a lo estrictamente necesario y da prioridad a lo que constituye el núcleo de nuestra profesión. Les gusta también la libertad de la cual gozamos, que nos ayuda a adaptarnos a las realidades y necesidades de la biblioteca y de sus diversos públicos. Los programas no se dictan autoritariamente desde arriba, sino que se conciben de acuerdo a las personas, el ambiente y el terreno, a la vez que se basan en una estricta reflexión. Esto fue lo que despertó el gran interés de nuestros colegas extranjeros. Consideraban nuestra pequeña biblioteca como una pionera de nuestro tiempo, en la medida en que tomaba en cuenta las realidades vividas por los niños y sus familias en ese momento, para inventar y proponer nuevas formas de encuentro.

PARA LOS NIÑOS EL MUNDO Muchos de nuestros visitantes manifiestaban un vivo interés por el acervo que ofrecíamos a los niños, a través del cual descubrían la asombrosa diversidad de sus gustos e intereses. Sin embargo, la biblioteca no se limitó a la literatura francófona; proponía también una hermosa y única colección de álbumes extranjeros en sus versiones originales. Anne Gruner Schlumberger, una artista, tuvo la idea de abrir su biblioteca a lo mejor de la producción editorial internacional, no sólo para el gran placer de los

niños del barrio, sino también para revelar a los creadores y a los editores las obras maestras del mundo entero. La primera tarea que se me confió fue la de constituir un importante acervo de álbumes extranjeros. A principios de los años sesenta, y después del periodo floreciente de los años treinta, la producción editorial en Francia estaba un poco marchita. En los Estados Unidos, por el contrario, se vivía la edad dorada del libro para niños, la de gente como Sendak, Lobel, Ungerer, Charlip, Lionni. En otras regiones del mundo Munari, Mitsumasa Anno, Trinka y muchos más revelaban maneras originales de dirigirse a los niños. ¿Cómo constituir correctamente este acervo internacional? ¿Me bastarían los catálogos de las casas editoriales y mis ocasionales visitas a las ferias del libro de Fráncfort, Leipzig y Bolonia? Eso no era suficiente. Me interesaba la recepción que los niños daban a los libros de calidad. Por ello, necesitaba los sabios consejos de bibliotecarios japoneses, suecos, italianos, checos, ingleses y muchos otros. Pedí su ayuda. Ellos tenían contacto cotidiano con los niños y eran verdaderos conocedores del arte del libro infantil. A cada uno le pedí que me diera a conocer sus diez mejores álbumes, clásicos o nuevos, dando prioridad a los preferidos de los niños. Me pareció interesante que los niños del barrio conocieran algunos de esos álbumes y cuentos que marcaban la vida de los pequeños y de sus familias más allá de nuestras fronteras. En aquel tiempo, esos libros aún no estaban traducidos, pero recibíamos la traducción en inglés, el resumen o las ideas principales, para poder acompañar a los niños en sus descubrimientos. “¿Me lees un libro en extranjero?” Junto a ellos, viéndolos escoger ciertos álbumes y leerlos una y otra vez incansablemente, descubrimos maravillas y quisimos darlas a conocer ampliamente. Este acervo de álbumes tan originales y los testimonios de los niños atrajeron a los visitantes. Editores, artistas, educadores de todo tipo venían a ver. Como algunos de sus colegas, el fundador de L’École des Loisirs[11] vino a consultarnos. Deseaba conocer los álbumes extranjeros particularmente preferidos por los niños. Años más tarde, el responsable de las ediciones Circonflexe decidió, por consejo nuestro, traducir un gran número de obras maestras. También los editores de novelas nos consultaban: “Mumin, nacido en las tierras nevadas y rudas de Finlandia, ¿podría conmover con sus aventuras a los niños de Francia?” ¿Iba a ser la biblioteca, a su manera, un tipo de observatorio vivo? Sin duda. Cuando me llaman para dar seguimiento a proyectos de servicios de lectura en países en vías de desarrollo, donde la producción editorial es irregular, propongo a mis interlocutores y a los niños con los que trabajan, algunos de estos álbumes que, aunque nacidos y editados en otras latitudes, representan bellas experiencias para los niños, cualquiera que sea su cultura. Es una manera de mostrar a los adultos la capacidad de los niños para saborear lo nuevo, lo original, lo que escapa a la mediocridad repetitiva, lo que se sale de los caminos trillados. Como he podido

constatar con frecuencia, lo nuevo despierta también la atención de artistas que descubren lo interesante que es dirigirse a los niños. Así, las ediciones locales resultan estimuladas y enriquecidas.

UN TERRENO FÉRTIL A lo largo de sus primeros años de existencia, la biblioteca de La Joie par les Livres se vio beneficiada por circunstancias favorables. Simultáneamente, nacieron L’École des Loisirs, que infundió un nuevo aliento a la edición infantil, y el importante grupo Bayard, que desarrolló una prensa para niños y jóvenes de una calidad excepcional. En ese momento, Francia salía de la urgencia económica de la posguerra y la reconstrucción. Había fuertes mutaciones sociales y culturales. Se empezaba a hablar de la civilización del tiempo libre. La gente se interesaba por algo diferente de las necesidades inmediatas. Se daba importancia también al psicoanálisis y, de manera más general, había un nuevo interés por la infancia. La pedagogía no directiva despertaba un verdadero interés, con figuras como Carl Rogers, Ivan Illich, A. S. Neill. Se apreciaba la destacada pedagogía iniciada y desarrollada por Célestin Freinet, quien, en la escuela, concedía todo su valor a los cuestionamientos de los niños. Las obras de Janusz Korczak evocaban el principio y la realidad de las comunidades infantiles. La biblioteca no podía sino beneficiarse de estas corrientes que valoraban la curiosidad, los deseos de los niños y sus ganas de participar de manera responsable. El terreno era de lo más fértil. Lo que me parecía importante en los inicios de la historia de Clamart es lo mismo que me guiaría en todos los proyectos a los que posteriormente daría seguimiento y apoyo, sobre todo en los países en vías de desarrollo que me lo han solicitado. Primeramente, la preocupación por estar allí donde la lectura no es algo común; preocupación aunada a la de siempre proponer lecturas y encuentros de la mejor calidad. Asimismo, la voluntad de dar prioridad a la esencia de la lectura al proponer ciertas condiciones como la libertad, la sencillez y hasta la intimidad en la relación con el libro. Se trata de dar toda su importancia a la mediación humana y de dar a conocer a públicos muy amplios el fruto de nuestras experiencias. La apertura al mundo siempre me ha parecido necesaria para los niños y sus familias, pero también para nuestra propia reflexión. Ya he hablado de nuestros intercambios con bibliotecarios escandinavos y estadunidenses durante sus largas estancias en Clamart. Personalmente, he participado activamente en dos organizaciones internacionales, IBBY e IFLA,[12] en las que he tenido responsabilidades durante muchos años. Fue así como puse mi atención en algunas experiencias nacidas en los países en vías de desarrollo.

ENFOQUES MILITANTES EN TODO EL MUNDO Experimenté un momento crucial en mi vida profesional al participar en un encuentro internacional (IFLA/UNESCO), que tuve la oportunidad de organizar. Por vez primera, se proponía un seminario de una semana sobre los servicios de lectura para niños y jóvenes en países en vías de desarrollo. Fue en Leipzig, en la República Democrática Alemana, en 1981.[13] Allí se pudo escuchar la palabra auténtica de quienes trabajaban en el seno de comunidades olvidadas. Aprendí mucho de sus iniciativas, nacidas de fuertes convicciones y de rigurosas reflexiones. Procedentes de países lejanos, éstas iniciativas me ayudaron considerablemente en mi práctica y en mi reflexión de bibliotecaria en Francia. A mi juicio, algunas de ellas tienen un carácter verdaderamente pionero. Todos los participantes y los ponentes invitados a ese seminario provenían de países en vías de desarrollo. Así lo habíamos decidido. En aquella época, se trataba de una gran primicia. Con demasiada frecuencia, los ponentes en este tipo de seminarios provenían de países desarrollados, en los cuales las bibliotecas existían desde hacía mucho tiempo y, de alguna manera, dictaban un modo de proceder. En Leipzig, aquellos que por su pensamiento y su experiencia marcaron profundamente el encuentro daban testimonio de una verdadera y sólida práctica de campo. En su mayoría, tenían la preocupación de llegar sin demora a comunidades que por diferentes razones no eran tomadas en cuenta o no obtenían recursos de las instituciones públicas. En lugar de seguir modelos prefabricados, apresuradamente considerados como universales, ellos decidían acercarse a la gente, tomando en cuenta las realidades de su medio, sus condiciones de vida, sus culturas, sus expectativas. En tales situaciones, se escucha, se intercambia, se dialoga, se solicita la participación de las personas. Esto presupone salirse de las costumbres, de la rutina, y exige el compromiso personal de los bibliotecarios. Apasionados por la justicia, esos bibliotecarios eran militantes. ¿La lectura no debería ser accesible para todos? Lectores convencidos, sabían por experiencia que la lectura puede constituir una apertura y un factor de liberación que ofrece la distancia necesaria para un mejor control de la propia vida. Rechazando todo dominio ideológico, estos bibliotecarios manifestaban un respeto infinito por las personas y por su libertad. Deseaban compartir lo mejor. El núcleo de su labor se centraba en la indispensable mediación humana entre las personas y las obras. Sus prácticas alimentaban una reflexión en perpetuo movimiento. Las acciones que descubrí solían llevarse a cabo con recursos muy modestos, pero siempre con una gran exigencia en cuanto a calidad, y con mucha inteligencia. El sentimiento de urgencia los incitaba a actuar sin esperar hipotéticos fondos. “La biblioteconomía puede esperar. Los niños no.” Es lo que nos decían estos militantes

de la lectura. Además, esa forma de trabajo a pequeña escala permite infiltrarse dondequiera.[14] Así, las proposiciones no intimidan y cada uno puede sentirse invitado a participar. En estos encuentros, estas voces nuevas se expresan y me complace que sean escuchadas por los responsables de las redes de bibliotecas de sus países, por los encargados de la capacitación y los responsables de las escuelas de bibliotecarios, pues es necesario reconocer y adoptar estos enfoques en cualquier red de bibliotecas. Fue notable la diversidad de las acciones reveladas durante este seminario, porque en lugar de corresponder a un modelo uniforme, se inspiraban en las realidades locales, en las personas allí conocidas. Se trataba, pues, de un verdadero caleidoscopio de iniciativas y realizaciones. Estaban, por ejemplo, las pequeñas bibliotecas portátiles instaladas en los mercados y en otros lugares de encuentro; o las bibliotecas a domicilio en Zimbabue, abiertas por las madres de familia, hábiles contadoras de historias que invitaban a los niños del barrio al gozo de escuchar cuentos y de descubrir álbumes. También estaban los estudiantes bibliotecarios que, como los hombres-libros de Fahrenheit 451,[15] recorrían las regiones rurales de Tailandia, narrando las más bellas historias, presentando los más bellos álbumes a todos aquellos que estuvieran privados de libros y de bibliotecas. Somboon Singkamanan, profesor de biblioteconomía en una universidad de Bangkok, propuso así a sus estudiantes experiencias de campo inéditas. He aquí algo para reflexionar. Les recomendaba: “don’t stick to the theory, let the theory stick to you” [no se aferren a las teorías, dejen que las teorías lleguen a ustedes]. Estos pequeños logros pueden fácilmente multiplicarse. Se basan más en las convicciones que en grandes medios financieros. Lo importante es avanzar juntos y reflexionar siempre sobre estas acciones. Lo importante también es encontrar sitio para ellas en el seno de las bibliotecas públicas, lograr su reconocimiento. Porque la atención que se pone en las acciones marginales es lo que permite que la institución avance en su totalidad. Todos tienen la necesidad de conocer y reconocer al otro para caminar juntos, en beneficio de todos sin excepción. Cuando estos programas nacen fuera de la biblioteca como institución, ¿cómo puede ésta integrarlos? ¿Cómo darles la solidez necesaria? ¿Cómo hacer que la biblioteca pública, que se dirige a todos y dispone de acervos más amplios, los reconozca? Éstas son las verdaderas interrogantes. Los militantes de la lectura no pueden sino desear esa integración. Sus experiencias, en apariencia modestas, les permiten imaginar el formidable potencial de una institución como la biblioteca cuando ésta se vuelve acogedora, cuando busca la calidad en los acervos y en las relaciones. Ellos esperan mucho de la biblioteca. No cabe duda de que esas acciones permiten abrir ampliamente la biblioteca a nuevos públicos, a nuevas

estrategias, a nuevas experiencias. Es muy importante dar seguimiento en el tiempo a la evolución de ese tipo de acciones nuevas. Con frecuencia son frágiles. ¿Cómo darles perennidad? Se debe seguir reflexionando sobre ellas. Algunos de los participantes en el seminario de Leipzig me manifestaron su deseo de reunirse de vez en cuando para continuar esa reflexión común. En consecuencia, a este primer encuentro siguieron algunos otros en Caen, Francia, y en Bangkok, Tailandia. Ciertamente nos parecía esencial permanecer en contacto. Esto da ánimos para continuar, para dar seguimiento a la evolución de los programas, tanto de sus triunfos como de sus fracasos, y profundizar así en la reflexión necesaria para, en la medida de lo posible, extenderlos. También está la necesidad de intercambio sobre cuestiones que emergen a lo largo de los años; por ejemplo, ¿no habría que suscitar nuevas fórmulas, como la de agentes de lectura —siguiendo el modelo de los agentes de salud comunitarios que existen en algunos países en desarrollo—, a quienes se debería dar la capacitación mínima necesaria? ¿Cómo imaginar tales módulos de capacitación? Ésta fue una de las cuestiones planteadas en Leipzig y que requería experimentarse en diferentes regiones en vías de desarrollo. Los colombianos y los senegaleses se propusieron entonces experimentar e intercambiar experiencias sobre este tema. La fuerza de estas iniciativas desarrolladas en el terreno proviene de la convicción y la reflexión exigente. Éstas son las cualidades que permiten su extensión y su difusión. Su bajo costo y su modesto formato facilitan la adopción de estas acciones en muy variados contextos, incluyendo los países desarrollados, como mi propia experiencia en Clamart lo demuestra.

EN CLAMART, LA BIBLIOTECA AL AIRE LIBRE Si nuestro trabajo en Clamart tiene alguna credibilidad en el mundo es porque nosotros mismos somos actores en nuestro propio país y no simples expertos asesores. Tenemos la responsabilidad de una biblioteca en un barrio donde la lectura no es cosa común, donde la vida es difícil. Hay también un constante vaivén entre la experiencia en nuestro espacio y aquellas experiencias que descubrimos y seguimos en otros lugares, sobre todo en el extranjero; más particularmente, en los países en vías de desarrollo. Esto nos da la oportunidad de reflexionar juntos e intercambiar puntos de vista. Ya he contado innumerables veces nuestra experiencia de la biblioteca al aire libre en Clamart. Esta experiencia puso los espíritus en movimiento en muchos lugares. El resultado fue una nueva imagen de la biblioteca, entusiasmante, al alcance de todos y con la posibilidad de ser propuesta en cualquier lugar.

Esta práctica se ajusta exactamente a la línea que siempre nos guio: hacer ver y vivir lo más sencillamente posible la realidad de la lectura, tal como se puede experimentar en concreto y cotidianamente. No se trata en absoluto de acciones mediáticas; puesto que nuestro enfoque es sencillo, es universalmente válido. Puede adoptarse del mismo modo en cualquier lugar, al interior de cuatro paredes o en el exterior, en pequeñas estructuras o en grandes mediatecas. Es una manera de estar con los niños, rodeados de los libros. ¿En qué consisten estas acciones? En Clamart, los niños y las familias con grandes dificultades que habitaban el vecino barrio de tránsito batallaban con frecuencia para encontrar su lugar en la biblioteca. La convivencia siempre es tan difícil: los grupos pueden tender a excluirse. Estos niños con frecuencia perturbaban el orden o simplemente no venían. En esos casos, nosotros debíamos ir hacia ellos, adaptándonos a su modo de vida. Como vivían en la calle, nosotros debíamos instalarnos en la calle. Cuando empezamos a “sacar la biblioteca”, la directora de la escuela maternal nos ofreció amablemente su hospitalidad, pero la rechazamos. Era importante para nosotros que la biblioteca estuviera al aire libre para ser vista fácilmente y accesible. Como siempre, sólo si toma en cuenta a quienes viven marginados, a aquellos a quienes nuestras sociedades dejan injustamente a un lado, una institución puede actuar y liberarse de la rutina y de los dogmas que impiden la reflexión y el pensamiento. Para ir hacia ese público, es necesario salirse de las costumbres y de las propias paredes. Para llegar a ellos hace falta darse tiempo para la escucha, para el diálogo, para el acercamiento necesario que hace que el otro exista en toda su singularidad y riqueza y que suscita en unos y otros el deseo de avanzar en el conocimiento. Durante todo ese año, ofrecimos en un barrio difícil de Clamart lo mejor de nuestros servicios, los libros más conmovedores, los más apasionantes. Ofrecimos a los niños la lectura y el préstamo de libros, como en la biblioteca. Todo se hacía al aire libre, donde los niños jugaban, en los lugares de paso de los habitantes, bajo sus miradas interesadas y sorprendidas. Realmente era importante actuar en presencia de todos. Esta insólita biblioteca se instalaba todos los miércoles por la mañana, día libre en la escuela, siempre a la misma hora, en el mismo lugar, cerca del arenero infantil. Allí, sobre una pequeña barda, poníamos nuestras dos cestas con libros. En esas cestas de panadero, en lugar de croissants y pan de dulce, pusimos unos 50 libros, los más bonitos, los más queridos. Como los habitantes de este barrio eran extranjeros en su mayoría, también pusimos magníficos álbumes de fotos de sus países de origen, libros que no hubieran podido comprar debido a su precio, pero que a nosotros nos complacía dar a conocer y prestar. Las familias vieron en esto una expresión de nuestra confianza.

Y no se podía llegar tarde a esa cita semanal: los niños estaban al acecho. En cuanto nos veían, dejaban sus juegos y la biblioteca se organizaba naturalmente: algunos pasaban un largo rato escogiendo, otros se aislaban para leer, otros le pedían a un niño más grande o a un bibliotecario que les leyera un álbum. Se contaban historias, se intercambiaban impresiones sobre los libros, lo que les gustaba, lo que no; lo que los hizo llorar o reír o, simplemente, lo que les dio un poco de miedo. Todo era libre y natural: las relaciones se establecían alrededor de los libros y de las historias. Aquí nos encontramos frente a lo esencial, el placer de la comunicación, del intercambio, de la palabra, de la lectura de un cuento contado y escuchado; en suma, de un encuentro verdadero. Los niños se unían a esta escena de calle como transeúntes curiosos, se agrupaban alrededor de una historia, echaban un ojo a un libro o se iban si preferían seguir jugando. Los adolescentes, los hermanos grandes en sus motonetas, pasaban, volvían a pasar, miraban, se detenían y a veces se unían a nosotros y no dudaban en ayudarnos y les mostraban los álbumes a los más pequeños. Los padres observaban desde lo alto de sus ventanas. Veían a sus hijos esperar nuestra llegada, abrazarnos cuando llegábamos. ¡Y ellos que los pensaban destinados al fracaso! “¡Resulta que a nuestros hijos les gustan los libros!” De pronto, es una mirada nueva la que les dirigen y, sin duda, una mirada nueva la que también dirigen a la lectura. Además, les prestábamos los libros. Qué importante, el préstamo a domicilio; era una especie de puente entre lo que el niño vivía con nosotros y lo que sin duda tendría ganas de compartir con su familia. No había ninguna formalidad administrativa. Anotábamos rápidamente el nombre de cada niño que se llevaba un libro. Desde el principio les tuvimos mucha confianza y nunca nos decepcionaron. En los primeros tiempos, en el momento de partir a mediodía, una jovencita gitana ponía mucho empeño en ayudarnos a juntar los libros. La regularidad es una regla de oro que nos impusimos. ¿Acaso no éramos un servicio público? Esto constituía un símbolo de respeto para una población marginada con frecuencia. Resultaba reconfortante para aquellos que vivían el drama del desarraigo y sufrían la precariedad. Sin embargo, ¿qué hacer cuando llovía o nevaba? En esos casos, decidimos pasar de puerta en puerta; una práctica común en esos barrios. ¿Será una regla de la tradicional hospitalidad de los países en vías de desarrollo? Quizá por eso siempre fuimos cálidamente recibidos. Los padres sabían que nuestra actividad era completamente desinteresada. Prestábamos los libros que nos gustaban y que seguramente agradarían a los niños y a sus padres. Al principio, se necesitaba cierto tiempo para encontrar los libros extraviados en los departamentos. Rápidamente se hizo costumbre que los libros nos esperaran, listos sobre la mesa. La conversación surgió con los padres de manera natural. Algunos de

ellos se ponían a leer regularmente a sus hijos o a hojear los libros con ellos si tenían dificultades para dominar la lectura. Todos sabían que los esperábamos en la Pequeña Biblioteca Redonda y, muy pronto, vimos llegar niños a la biblioteca; cualquier temor y agresividad habían desaparecido: allí se sentían conocidos y reconocidos. Vivimos esta experiencia feliz cada miércoles por la mañana, sin excepción, durante casi veinte años, hasta 2001. Después, el barrio fue destruido por considerarse insalubre. Nunca fuimos objeto de mala voluntad o de agresión. Los niños y sus familias siempre respetaron sus compromisos; por ejemplo, los relativos al préstamo de libros. En cuanto a nosotros, dadas nuestra regularidad y nuestra fidelidad, nunca faltamos a los nuestros. Nos inspiramos en ATD Quart Monde[16]. Sin embargo, nuestra posición era diferente, dado que éramos una biblioteca de barrio. Nuestra biblioteca callejera era en cierto modo una antena de la biblioteca principal. Lo que proponíamos regularmente al aire libre era un servicio normal para nosotros, pero permitía alcanzar a ese público en dificultad, que concentraba toda nuestra atención, e integrarlo de manera digna y responsable a la biblioteca pública del barrio, ésa que para los niños puede volverse su casa, parte de su mundo. Ese lazo es vital. Sería una lástima limitar a la calle esas actividades simples, familiares, incluso íntimas. En cualquier lugar, tanto en las pequeñas bibliotecas como en las grandes mediatecas, dentro de cuatro paredes, estas actividades encuentran perfectamente su justificación; hasta son absolutamente necesarias. Para florecer, la lectura necesita sencillez, confianza e intimidad. He dado a conocer ampliamente en los países en desarrollo esta modesta experiencia llevada a cabo en Clamart, así como el pensamiento que la fundamenta. Ciertamente es modesta por su formato y por los medios materiales necesarios para su desarrollo; sin embargo, es rica por todo lo que puede poner en movimiento en las familias, pero también entre los bibliotecarios en la concepción misma de su rol de mediadores. Adoptadas a partir de entonces en numerosos proyectos en América Latina y a veces en Europa del Este, estas propuestas se iluminan con el pensamiento y la acción de personas que tuve la suerte de encontrar en mi camino. Sus experiencias, su reflexión y su entusiasmo me ilustran y me ayudan a avanzar. Esos hombres y mujeres de convicción que trabajan en lugares poco habituales y precarios esperan mucho de la biblioteca pública. Todos la tienen en un alto concepto. La biblioteca debe estar a la altura de esta imagen positiva y de las expectativas que suscita. ¿Cómo pensarla en profundidad? ¿Cómo darla a conocer y reconocer más ampliamente? He aquí la invitación.

LA VOZ DE HOMBRES Y MUJERES “DE CAMPO” Entre las experiencias que más me han impresionado, las que he podido seguir en los países en vías de desarrollo son para mí particularmente significativas. Aunque minoritarias, están en el origen de cambios cualitativos y de desarrollos amplios que me maravillan. Pienso, por ejemplo, en la experiencia que tuve la suerte de iniciar en África.[17] Lleva el nombre de Takam Tikou, que significa en wolof: “qué rico está, quiero más”. Sí, la lectura puede ser una verdadera golosina para los niños; ése es el objetivo de este programa y está bien que así sea. Realmente se trata del gozo de leer. En los años ochenta fui invitada a animar un curso en Bamako, Mali, para los bibliotecarios de ese país. Visité entonces algunas bibliotecas públicas. Al principio, me sorprendió constatar que en las mejores de ellas los libros se quedaban bien quietos sobre los estantes. Aparentemente, nadie se los llevaba en préstamo. Sin embargo, las dotaciones del Ministerio de Cooperación francés estaban muy bien pensadas. Ofrecían libros escogidos cuidadosamente por los responsables de La Revue des Livres pour Enfants, publicada por La Joie par les Livres. Los bibliotecarios y los maestros a quienes se destinaban estas obras las recibían y las ponían con todo cuidado en los libreros. De regreso en París, propuse un proyecto a la oficina correspondiente del ministerio, que lo aceptó con entusiasmo y lo apoyó por completo. Se trataba de movilizar a los bibliotecarios africanos en torno a la selección de libros. ¿Pero cómo, si en sus países no pueden tener un panorama de la amplitud de las producciones editoriales francesa y africana? Entonces, varias veces al año, cincuenta obras representativas de lo mejor de la industria editorial se mandarían a noventa bibliotecas del África francófona. Por cada obra se pediría a los responsables que enviaran a La Joie par les Livres, para su publicación, sus comentarios críticos y las reacciones de los niños, quienes también estarían invitados a expresarse. Esto bastaría para movilizarlos a todos. Las observaciones recogidas en el terreno permitirían constantes ajustes en la composición de las dotaciones de libros. Esos comentarios nutrieron la sección “Red Crítica” de la revista Takam Tikou, creada en 1989 por La Joie par les Livres. Esta publicación circula en el África francófona y en Francia. Otra sección ofrece selecciones bibliográficas de libros editados en África, en el mundo árabe y en el Caribe. Los da a conocer ampliamente. De este modo nació una revista anual y, para coordinar y sostener este trabajo, se puso en marcha un servicio especial de documentación en La Joie par les Livres.[18] Este proyecto, en su fundamento, venía a unirse al que a mediados de los años

sesenta había nacido en Clamart, en Francia, cuando movilizamos a bibliotecarios de todas las regiones francesas en torno a la selección de libros. Los análisis críticos confiados a los bibliotecarios “de campo” habían provocado poco a poco un vasto movimiento sostenido por acciones de capacitación y publicación. Todo esto se desarrolló en Francia para el gran beneficio de las bibliotecas, de los lectores y de la edición. El mismo proceso tuvo lugar en África. El libro tomaba vida en las manos de los bibliotecarios de campo que amaban transmitirlo. Entonces, se desarrolló una industria editorial africana de calidad. Tenía los medios para darse a conocer y para ser reconocida; ahora, grandes artistas africanos enriquecían el mundo del libro para niños. En Francia se seguía también con admiración la producción africana. Ésta, durante mucho tiempo ignorada, tomaba su lugar en nuestras bibliotecas. Reconocida en la Feria Internacional del Libro para Niños de Bolonia, África fue en 1999 la invitada de honor. Organizada con el apoyo del sector africano de la JPL, la feria sería inaugurada por Alpha Konaré, entonces presidente de Mali. Pero, ¿qué cambios en el terreno produjo este trabajo compartido? En las bibliotecas, el cambio fue radical. Los bibliotecarios nos lo decían. Descubrieron un nuevo oficio que no tenía nada que ver con el simple rol de distribuidor. Leyeron mucho, se acercaron a los niños, profundamente interesados por la manera que ellos tienen de apropiarse los libros. Los niños también se entregaron a las lecturas con entusiasmo por el gozo de comunicar sus impresiones. Desde entonces todo fue movimiento en las bibliotecas. Pienso en las palabras de esa joven malí que nos escribió: “La biblioteca ha hecho más por sacarnos del aislamiento que la carretera que va de nuestro pueblo a Gao, la ciudad vecina”. O ese conmovedor correo de un bibliotecario del Congo, miembro de la red Takam Tikou, quien nos escribía a finales de los años noventa, en pleno conflicto: Deploro la desaparición de tres miembros del club de lectura; uno fue ejecutado fríamente y los otros dos murieron por enfermedad, sin cuidados médicos, situación agravada por la desnutrición y las condiciones de vida en la selva […]. Vivimos, pues, la desolación total, la gran miseria. En estos momentos hay como una calma que nos da esperanzas […] Esperanzas para reconstruir nuestras bibliotecas. Muchos niños del club de lectura de la biblioteca regional que están refugiados en Brazzaville me preguntan si no sería posible ver libros […]. Los niños parecen haber olvidado ya todos los sufrimientos que han pasado […]. Su preocupación es regresar a la exploración de los libros […]. Por otro lado, quieren que nos tomemos una foto para mandarla a la JPL […] De ellos vino la idea de ponerse a dibujar, mientras encuentran otra cosa qué hacer. Estamos dispuestos a hacer otra cosa, pero siempre será bajo el sello de la biblioteca regional.[19]

También me impresionaron mis experiencias latinoamericanas, que comenzaron en Brasil, a mediados de los años setenta. Jean Roze, director de la Alianza Francesa de ese inmenso país, me había invitado a dar, de norte a sur, de Belén a Porto Alegre, pasando por Recife, Salvador de Bahía, Río y muchas otras ciudades, cursos y conferencias sobre mi concepto del oficio de bibliotecario, la lectura para

niños y la selección de libros infantiles. Desde entonces, he tenido contactos frecuentes con ese continente tan querido, donde siempre he tenido la oportunidad de aprender. Salvo algunas excepciones, las bibliotecas públicas que descubrí en esta época no eran muy dinámicas. Las estanterías estaban llenas de obras que parecían dormidas. En el mejor de los casos, los escolares copiaban artículos de enciclopedias para la escuela. La profesión, de hecho, era poco reconocida: la catalogación y las tareas tradicionales de biblioteconomía parecían constituir lo esencial del oficio de bibliotecario. Algunos años más tarde, pude conocer en esos países algunas de las más bellas iniciativas que jamás haya visto, gracias a personas sensibles a la urgencia y la necesidad de transformación, convencidas del rol excepcional que pueden tener, en ciertas condiciones, la biblioteca y la lectura. Todo esto fue puesto en marcha y desarrollado en el entusiasmo de los descubrimientos y los encuentros. Pienso, por ejemplo, en ese joven indio de Colombia que vino de sus lejanas montañas para asistir a un curso de algunos días que impartí en Bogotá. Había decidido convertirse en bibliotecario. No cesaba de decir: “La biblioteca es mágica. Es un milagro”. Estas personas se ponen a trabajar sin esperar recibir apoyo financiero importante o indicaciones venidas desde arriba. Sus empresas, generalmente de apariencia modesta, con frecuencia nacidas al margen de las bibliotecas tradicionales, dan fe de una creatividad notable. Son asimismo testimonio de la confianza otorgada a los niños y a sus familiares que, sean quienes sean, pueden vivir encuentros sensibles con textos literarios y obras de calidad. Pero para actuar así hay que vencer muchos a priori: recuerdo al director de una Alianza Francesa en el nordeste brasileño, quien me reprochó amablemente que fuera a hablar de libros, de cuentos y de bibliotecas para niños en regiones de extrema pobreza. ¿No había cosas más urgentes? ¿No era casi una provocación indecente de mi parte? Subestimaba la fuerza de apertura y de liberación que pueden representar las acciones culturales y en especial la lectura, la narración, el cuento; olvidaba que ellas responden a una necesidad vital, precisamente allí donde la vida es inhumana. Pero hay otro gran obstáculo que vencer. Dados los frecuentes cambios de los políticos responsables, éstos tienen la tentación de dar prioridad exclusivamente a empresas prestigiosas y caras, en detrimento de las pequeñas estructuras suburbanas y rurales adaptadas a la diversidad de los públicos reales y potenciales. En América Latina y en otros lugares, hago un trabajo de mensajera, dando a conocer experiencias entusiastas recolectadas aquí y allá y siempre respaldadas por reflexiones exigentes. También relato la “experiencia Clamart” y sobre todo las acciones que pueden encontrar lugar en cualquier sitio, en cualquier contexto económico y social. Relato la historia de la biblioteca al aire libre, insisto en lo que

le ha dado su riqueza; en particular, la sencillez de los encuentros, la calidad de los libros, la observación y la reflexión. Evoco también el singular papel que desempeña el adulto en los actos de mediación entre el niño y el libro. Hablo de lo que aprendí junto con René Diatkine y la asociación ACCES, Actions Culturelles contre les Exclusions et les Ségrégations [acciones culturales contra las exclusiones y las segregaciones], que concede un lugar particular a la observación minuciosa y a su redacción. Las experiencias simples y fecundas vividas en Clamart al aire libre y las profundas reflexiones que provocan fueron fuente de inspiración, en el año 2000, para los creadores de un trabajo muy original en América Latina; trabajo con el cual tuve el privilegio de asociarme de cerca en el curso de sus cuatro años de lanzamiento. Este proyecto dio lugar a diferentes espacios de lectura de una gran variedad, desarrollados simultáneamente en varios países.[20] Lleva el nombre de Leamos de la Mano de Papá y Mamá. La iniciativa de este proyecto fue de María Elvira Charria, de Colombia, directora del importante programa de promoción de la lectura del Cerlalc.[21] Para ello recibió el apoyo del consejo de cultura de México, Conaculta, y de la embajada de Francia en México. En sus inicios participaron nueve países del continente.[22] ¿De qué se trató? Tomando en cuenta las dificultades de las bibliotecas públicas y de sus secciones para niños y jóvenes, los iniciadores del proyecto decidieron hacer un llamado a personas dispuestas a probar nuevas prácticas para llegar de manera prioritaria a las poblaciones que normalmente no tienen acceso a la lectura y a las bibliotecas. Se trataba de crear y desarrollar pequeñas células de lectura, particularmente vivaces. Estos espacios de lectura, que el ministerio mexicano denominó Salas de Lectura[23] se alojaron en cualquier lugar, frecuentemente en lugares poco acostumbrados, en la calle, en las salas de espera de los hospitales, en los centros de entretenimiento, en los jardines públicos, en casas privadas abiertas al público por los miembros de esta red. Detrás de todo estuvo la preocupación de llegar a niños y a padres, así como a las personas en contacto con ellos en el ejercicio de su profesión. El nombre dado a la red, Leamos de la Mano de Papá y Mamá, expresa claramente el deseo de integrar a los padres en esos momentos de intercambio con los niños. Es necesario que la lectura se convierta en un asunto familiar. Uno de los elementos esenciales fue el registro regular de observaciones sobre las experiencias de lectura compartidas y las reflexiones que ellas provocaron. Se dio la mayor importancia a los detalles mínimos, que son los que nos dan qué pensar. Estos preciados “cuadernos de campaña”,[24] circulan vía internet a través de los países. Cada uno se compromete. El hecho de poner por escrito esas observaciones minuciosas se inspiró en las prácticas iniciadas por Diatkine[25] y la asociación

ACCES.

Por esta razón, durante los cuatro años de lanzamiento, sugerí que bibliotecarios en contacto con este movimiento me acompañaran en cada misión. Durante todo el año, gracias al correo electrónico, los miembros de la red intercambian sus observaciones, sus ideas, sus interrogantes. Esta manera de relacionarse tan simple es fundamental. Mantiene permanentemente la reflexión en movimiento. En estas “bibliotecas improvisadas”, inspiradas en nuestras bibliotecas callejeras, se ofrecen obras maestras de la edición para niños. Es una cuestión de principios; estas obras merecen ser conocidas por todos. Uno se sienta en medio de los libros y de los niños como en familia, con la misma sencillez, con la misma naturalidad. Se comienza a leer a un niño y los demás se acercan, si quieren. Los padres y algunos adolescentes pasan; a veces toman el relevo. Así se viven muchas cosas felices en companía. Ésta es, en efecto, una de las características de estas nuevas prácticas. Provocan en el mediador, así como en los niños y sus familias, una verdadera felicidad, un verdadero entusiasmo. Admiro a esos jóvenes militantes de la lectura que con tan buen ánimo se apegan a un exigente trabajo de observación y redacción, y que no dudan en desplazarse para asistir a las frecuentes reuniones de discusión. Algunas universidades[26] se interesan en estos nuevos enfoques, en las actitudes de los niños alcanzados por ellos, en la recepción literaria, en el juicio que se hace sobre los libros. Proponen su ayuda a los miembros de la red para extraer con ellos, a partir de sus prácticas, los principios teóricos y facilitar también su circulación. La crítica del libro para niños suele tener dificultades para apoyarse en la realidad de las relaciones entre tal o cual título y los niños. La observación de lo que se vive en esos momentos de lectura puede arrojar luz a este respecto. Se pueden iniciar entonces diálogos fructíferos con los investigadores. Es importante dar a conocer, dar a ver. Al final de cada seminario anual, quisimos organizar encuentros para recibir a un amplio público —padres, maestros, educadores, bibliotecarios— y compartir las maravillas que descubrimos juntos, así como las audaces acciones de promoción que se pusieron en marcha. Por otro lado, los poderes públicos se interesan y nos tienen confianza. Así, el ministerio mexicano de educación (Secretaría de Educación Pública) invitó a los miembros de la asociación Leamos de la Mano de Papá y Mamá a participar en la selección de libros para las escuelas primarias y preescolares del país. Se trató de un inmenso proyecto que tuvo repercusiones en el mundo de la edición, sobre todo al reconocer el valor de algunos pequeños editores destacados. Ciertamente, los miembros de la red habían adquirido una verdadera competencia para juzgar la calidad de los libros. Los álbumes que dimos a conocer en el curso de los seminarios pertenecen a lo mejor de la producción mundial. Son el deleite de niños y

adultos que comparten momentos de lectura. He aquí una incitación a los artistas y a los editores locales para que emprendan nuevos caminos en la creación. Y para la vida escolar esto constituye un verdadero enriquecimiento. Se dio un impulso. Este trabajo en redes continúa con nombres diferentes según los países, las regiones, las afinidades; ha provocado en sus actores un entusiasmo y una seriedad que están lejos de apagarse. A mi parecer, estas empresas son ejemplares; se desarrollan prioritariamente en los lugares alejados de las instituciones culturales habituales; pero, ¿por qué deberíamos reservar estos acercamientos a ciertos espacios, a ciertos públicos? Por doquier, tanto en el norte como en el sur, en el occidente como en el oriente, en países ricos como en países pobres, esta forma de trabajar está plenamente justificada. Nuestro trabajo, concebido de esta manera, es tan apasionante como necesario. Todos aquellos que quieren comprometerse con nuestra profesión deberían pasar por esta etapa que, en la cercanía de la gente, conjuga su tarea de mediación con la de la observación y la reflexión. La simple biblioteconomía encuentra así su lugar justo, al olvidarse definitivamente de las tentaciones burocráticas y tecnocráticas. Así se está entonces en el centro de nuestro oficio. Pude proponer en Armenia[27] una red parecida, que desde 2002 se implantó en cinco ciudades de ese país y que ha establecido contactos con los miembros de América Latina. Esta red, denominada La Joie de Lire, provoca en los jóvenes estudiantes que se consagran a ella el mismo entusiasmo, la misma pasión por dar a conocer el gozo de leer juntos. Una de las preguntas que nos podemos hacer hoy es la siguiente: las bibliotecas para niños[28] —que en Francia ya poseen cierta estabilidad—, la lectura y la vida en la biblioteca ¿aún pueden proponer experiencias nuevas y jubilosas tanto para niños como para profesionales de la lectura o para nosotros? “Queremos sorpresas”, nos dicen los niños. “Gracias, niños, por sorprendernos siempre”, respondemos nosotros los adultos que rechazamos la rutina, la repetición, los automatismos. “La calidad y la diversidad de los libros y de otros documentos propuestos y la posibilidad de intercambio provocan, tanto en ustedes como en nosotros, sorpresa y entusiasmo. Están también los intercambios con las personas que invitamos a la biblioteca para hablar, escuchar y construir proyectos con ustedes”. Todo eso se vive en la sencillez y la confianza. Nada más ajeno a nosotros que proponer actividades demasiado complicadas, que suelen alejar e intimidar más que acercar y estimular. Qué dicha para nosotros el poder asistir al despertar de su sensibilidad, de su entendimiento del mundo. Cada día es nuevo porque cada uno de ustedes es único y la lectura nos revela su singularidad.

LA PEQUEÑA BIBLIOTECA REDONDA EN LA ACTUALIDAD Después de cuarenta años de existencia, con convicción, la biblioteca para niños de Clamart vive hoy, en la Cité de la Plaine, un retorno a sus fuentes. Sus aguas vivas irrigan una tierra que ha cambiado a lo largo de los años. Primeramente en su composición. Como en muchos barrios difíciles, la integración casi no existe. Se pueden percibir múltiples fracturas sociales, culturales y a veces familiares. La población empobreció mucho. Es una población mayoritariamente inmigrante que tiene la tentación constante de vivir replegada sobre sí misma. La clase media prefirió otros parajes y se fue. Esto tiene consecuencias sobre el nivel escolar. La tasa de desempleo también es particularmente elevada; como muchos barrios de los suburbios, éste sufre de cierto aislamiento y de una reputación poco halagadora. Esto es lo que impulsa a la biblioteca a actuar. El estatus asociativo de esta biblioteca[29] le da toda la libertad para experimentar, para innovar y para adaptarse a un mundo en plena mutación; ésta es la esencia de su misión. Después de sufrir la amenaza de una clausura definitiva, la biblioteca de Clamart vuelve a adquirir color. Además, el Ministerio de Cultura le asignó formalmente nuevas misiones,[30] como la de luchar contra las fracturas sociales y contribuir a la investigación de formas nuevas para la biblioteca infantil de hoy. [31] Ciertamente sus contactos, nacionales e internacionales, le otorgan los medios para ponerse en relación con bibliotecas y otras instituciones que comparten preocupaciones similares, en Francia y en el extranjero. La biblioteca se llama a partir de ahora la Petite Bibliothèque Ronde [Pequeña Biblioteca Redonda].[32] Los servicios que inició durante los años sesenta se integraron desde el 2008 a la BNF, con del nombre de Centre National de la Littérature de Jeunesse. La Joie par les Livres.[33] Misión cumplida: la perennidad y el desarrollo pleno de sus servicios están asegurados. El nuevo nombre de la biblioteca es significativo. Redonda como el mundo, como la rueda que viaja, como la espiral que se levanta, como el círculo de aquellos que gustan de encontrarse. Pequeña porque small is beautiful, porque la lectura no es asunto de masas y muchedumbres, porque se vive mejor en la intimidad y en la confianza de la relación, en pequeños grupos informales o a solas con alguien, y porque este enfoque es deseable y posible en cualquier lugar, incluso en una gran mediateca. Hoy en día, hay que inventar sin cesar, sin que esto signifique renegar de las valiosas herencias que hemos recibido de aquellos que nos precedieron; herencias que adquieren un nuevo sentido al responder a los desafíos de nuestro tiempo. La biblioteca no puede sobrevivir si no toma en cuenta las grandes mutaciones del mundo que nos rodea, sus riquezas y sus debilidades; de este mundo en el cual

nuestros niños tienen que crecer. Libre en sus movimientos, la Pequeña Biblioteca Redonda puede encontrar su lugar en cualquier parte. Sale de su casa. Recorre todos los caminos. Se detiene aquí y allá y propone entonces momentos de lectura. Se instala cerca de las escuelas, de los mercados, de los espacios públicos, al pie de los edificios y también allí donde se dispone de tiempo: en las salas de espera, en las guarderías, en los servicios de salud, en los centres de loisirs.[34] Lo que ella ofrece de esta manera, durante todo el año, son encuentros. Encuentros con libros cuidadosamente seleccionados; encuentros con personas, puesto que todos se reúnen espontáneamente alrededor del bibliotecario y de sus canastas con libros. También podemos aislarnos para leer a gusto el libro que escogimos; tomarnos el tiempo para eso. Los curiosos se detienen y, si quieren, se unen al grupo. Esa biblioteca que está en los caminos nos hace desear la otra, la pequeña biblioteca redonda, una casa abierta, cálida, dispuesta para la convivencia, en la cual se puede recibir, permanecer, conversar, actuar juntos.

DAR ESPACIO A LOS PADRES, A LAS FAMILIAS Usted que pasa por aquí, poco importa su edad; usted vino a reunirse con esos niños que se entretienen alrededor de los libros; se detuvo como ellos, para saborear este momento. Usted tiene también un lugar en la biblioteca. En su barrio, donde la vida es difícil, donde los habitantes viven diversas formas de soledad y de aislamiento, la biblioteca se abre ampliamente a todas las generaciones. Se convierte en la biblioteca de la familia. Está abierta el domingo, precisamente para que todos puedan venir juntos. Los más pequeños son los responsables de esta transformación que hoy llega a todas las edades de la infancia. Hace varios decenios tomaron a sus padres de la mano. Los trajeron a este espacio y ellos, a su lado, encontraron plena y discretamente su lugar. Los hijos crecen. Muchos de esos padres no dejan de venir a la biblioteca por eso. En este lugar de pequeñas dimensiones, las personas de origen modesto ganan confianza en sí mismas; pisan firme de alguna manera. Después, pueden, si quieren, entrar en las grandes mediatecas, en otras instituciones culturales. Estas personas aprecian esta manera de vivir libremente en presencia de los niños, fuera del hogar y de las obligaciones familiares. Les permite evitar las dolorosas fracturas que ocurren en el interior de la familia. Estas fracturas se producen cuando los niños acceden a un medio enriquecedor que los hace disfrutar y progresar, mientras que los padres, por diversas razones, no tienen acceso a esas oportunidades. Los adultos del barrio finalmente encuentran en la biblioteca su lugar y eso es afortunado. Participan en la vida misma de la casa-biblioteca. Por ejemplo,

junto a los narradores profesionales los padres a menudo son invitados para contar historias de su propia tradición, relatos de su vida o cuentos que les gustan. De esta manera los niños toman conciencia de que sus padres tienen algo qué decir, que son escuchados, que su historia personal o familiar, sus experiencias y sus culturas son dignas de interés. La biblioteca se convierte entonces en un lugar ineludible en el corazón del barrio, un lugar de palabras y de encuentros. Pero el niño ocupa allí el lugar más importante, ya sea en los acervos, en las múltiples opciones o en los talleres que se ofrecen. Desde muy pequeño ya puede vivir hermosas experiencias, y sabemos cuán importantes son esos primeros encuentros con el libro. ¿Y qué decir de los niños de siete a 12 años, edad de apertura y de curiosidad? La Pequeña Biblioteca Redonda le concede toda su importancia a la etapa entre los primeros años de la infancia y la preadolescencia, etapa a la que hoy se brinda tanta atención. ¿Qué pasa con esos relatos, con esa literatura maravillosamente infantil que hace vivir a los niños experiencias literarias incomparables? Ya en los años setenta, Isabelle Jan[35] se preocupaba por esto. La literatura propiamente infantil no es una literatura menor. Ella nos recordaba que “el individuo que lee por primera vez Babar vive una experiencia tan cautivadora y única como aquel que lee por vez primera Los hermanos Karamázov. Lo importante en la literatura infantil no es que sea o no literatura, sino que sea infantil; es su carácter específico lo que le confiere todo su interés y su dignidad”. La Pequeña Biblioteca Redonda toma esto en cuenta al hacer sus selecciones. La literatura que ofrece se inscribe en una doble línea: la de los clásicos, siempre nuevos para el niño, y la de las obras contemporáneas, que hablan la lengua del presente. Por su belleza, su humanidad, su originalidad, esas obras propiamente infantiles pueden llegar profundamente a todos los lectores, cualquiera que sea su edad.

CON LOS NIÑOS QUE “SE DESCONECTAN” Pero, ¿cómo llegar a esas obras de calidad cuando uno ha fracasado gravemente en los aprendizajes de la lectura? Ésta es la pregunta que se nos hace. Todos conocemos a esos niños grandes y a esos preadolescentes que dolorosamente “se desconectan”, a veces brutalmente. En nuestros barrios son comunes. ¿Cómo dirigirnos a ellos? ¿Qué proponerles? Inspirada en Serge Boimare, investigador y piscoterapeuta, la Pequeña Biblioteca Redonda imparte desde hace varios años algunos talleres que han revelado su gran riqueza. Boimare[36] apoya experiencias llevadas a cabo en medios escolares de Francia y del extranjero. ¿Estas experiencias son posibles en la

biblioteca? A diferencia de la escuela, los niños vienen aquí sólo si lo desean. Un taller así, que requiere de una asiduidad regular, ¿será posible en estas condiciones? Probamos la experiencia. Algunos de esos niños en situación precaria deciden venir regularmente, cada semana, a este taller. Los ha invitado su maestro. Es importante que las sesiones tengan lugar en la biblioteca, que propone un medio particularmente rico en documentos y en encuentros. A lo largo de los talleres, esos niños y preadolescentes tienen contacto con obras auténticas, que les son leídas en voz alta. Así, descubren durante las sesiones a Jack London, los hermanos Grimm, Jules Verne, Selma Lagerlof; escuchan relatos sacados de la Odisea, de la Biblia; narraciones sobre el origen del mundo, tanto de los antiguos griegos como de los indios hopi de hoy. Estos textos hablan de los orígenes, de la muerte, a veces de miedos muy antiguos. El aspecto técnico del aprendizaje de la lectura, que bloquea a estos niños desde hace años, se ve desbordado por el sentido de esos mensajes. Una vez terminada la lectura, hablan juntos de los héroes de estas historias. La bibliotecaria que imparte el taller los invita a hablar. Así aprenden poco a poco a discutir, a escucharse unos a otros. Conforme pasan las semanas, el progreso es impresionante. La biblioteca, el libro, la narración se convierten en espacios de encuentro donde el intercambio de palabras se hace posible. Luego escriben o dibujan, según su inspiración. De este modo pueden conservar un testimonio de esos momentos. Estos niños en situación de fracaso llegan a decir, después de algunas semanas de taller: “ahora nos gustan los libros”. Aprendieron también a amar lo que es bello, grande, divertido, fino y sutil. ¿Cómo se escogen los textos? La respuesta del adulto responsable es clara: “Ofrezco los textos que me gustan, que me conmueven personalmente”. Aquí hay una verdadera obra de transmisión. Niños y adultos se interesan en algo juntos. Entre ellos hay intercambio y reciprocidad. Todo esto ayuda a los niños a dejarse impregnar por esos textos. ¿Se volverán lectores entusiastas? No lo sabemos. Al menos tendrán un recuerdo feliz de esos encuentros. Éstos son objeto de precisas observaciones escritas. La Pequeña Biblioteca Redonda desea dar a conocer ampliamente estas experiencias tan fecundas y difundirlas entre otros bibliotecarios, aun cuando incluyan a un número muy limitado de chicos. Mediante tales experiencias, esos niños con problemas pueden saborear lo que la biblioteca les ofrece a todos: obras que les hablan a su sensibilidad; la compañía de un adulto mediador atento, dispuesto a transmitir y a facilitar el despertar; la compañía de sus pares, con quienes pueden interactuar. Encuentran así la oportunidad para expresarse de diferentes maneras, en especial en los talleres.

LA BIBLIOTECA ABIERTA A TODAS LAS ARTES Estar en contacto con todas las formas del saber, de las habilidades, de las expresiones y creaciones artísticas, de las distracciones y juegos: todo esto es lo que propone la biblioteca. ¿No es también lo que propone Internet? El mundo digital es inmenso; nos pone en contacto con todos los dominios del conocimiento, en todas sus formas. Se pueden ver películas y videos. Se pueden escuchar todas las músicas del mundo. Se puede también jugar. Todos los temas se abordan. Pero hay que saber escoger, no conformarse con saltar de una cosa a otra indiscriminadamente. Esta formidable abundancia que aborda todos los temas provoca que la biblioteca, en la medida de sus posibilidades, se abra también ampliamente a una gran variedad de cuestiones y de modos de comunicación y expresión; por eso se afirma hoy más que nunca como la casa de todas las artes, de todos los saberes, de todas las expresiones culturales, de todos los entretenimientos sin excepción. Con la diferencia de que la biblioteca selecciona, crea lazos con personas y documentos, orienta, responde a las curiosidades, ayuda al niño a formular sus preguntas. La biblioteca trata de responder a las múltiples curiosidades que furtivamente despierta el Internet. La Pequeña Biblioteca Redonda ha tenido que diseñar de nueva cuenta la organización de sus acervos con el fin de que corresponda a las nuevas formas que tienen los niños de procesar la información. Para ello, se inspira en prácticas de librería particularmente eficaces y en las de bibliotecas innovadoras en la materia.[37] La variedad de los acervos es por fuerza limitada y por eso se escogen con gran cuidado. El libro sigue teniendo un lugar privilegiado. En el torbellino de información que llega de todos lados, el libro ofrece espacio y tiempo para profundizar, para abrirse, para compartir. Siempre al alcance de la mano, inalterable, nos permite regresar a lo que nos conmovió, ir más allá de una emoción pasajera. Por eso está presente en todos los programas de la biblioteca. ¿Cómo encontrar nuestros puntos de referencia? ¿Cómo tomar conciencia de nuestros intereses personales? ¿Cómo hacer que nuestras propias preguntas emerjan? Sólo preguntándonos esto podemos hacer buen uso de esta abundancia de información. A todas esas preguntas, la biblioteca responde proponiendo encuentros y talleres. Para la Pequeña Biblioteca Redonda es una larga tradición; pero todo esto reviste una importancia particular en el presente. Hay que tomarse el tiempo para detenerse y encontrar a personas ricas en saber y en habilidades, personas llenas de entusiasmo y deseosas de compartir lo que fundamenta su vida, de intercambiar con los niños. Entonces nos dejamos conmover, y eso es lo importante. La emoción es lo primero. Ella nos pone en movimiento, nos invita a ir más lejos. Ciertamente esto es lo que ofrecen esos encuentros genuinos. Hacen surgir los deseos y las preguntas. La Pequeña Biblioteca Redonda da prioridad a las estancias de artistas. Su

lenguaje se parece profundamente al lenguaje del niño. Uno y otro se responden naturalmente en un diálogo en el que cada uno da y recibe con generosidad. Es por eso que les gusta tanto encontrarse. Sensibles y preocupados por compartir con los niños, esos artistas saben escuchar y se enriquecen con esos intercambios que los maravillan. Lejos de pretender adoctrinarlos sobre su arte, simplemente trabajan con ellos. En esos talleres se habla, se narra mucho. Una gran fotógrafa que ha recorrido el mundo, Caroline Halley des Fontaines, permaneció en la Pequeña Biblioteca Redonda durante varias semanas para impartir un taller de fotografía y trabajar y organizar con los niños una exposición que agrupaba a la vez sus propias obras y las creaciones personales y colectivas de los niños. Ella se puso a relatar, naturalmente, durante esas sesiones de trabajo; igual que esa otra artista, ilustradora, amiga de la biblioteca, Teryl Euvremer, quien durante semanas hizo vivir a los niños en torno a la noción de lo grande y lo pequeño y que con ellos introdujo en el espacio de la biblioteca a los seres minúsculos y a los gigantes presentes en la literatura y en los cuentos populares; o como esa vestuarista de la Ópera de París que, interesada por el programa “cuentos y vestuarios”, vino a contarnos cómo imagina y escoge colores, materias y formas y cómo diseña el vestuario; en una palabra, cómo vive su oficio. Nos gusta invitar a personas apasionadas, que aman su oficio y que nos dicen cómo llegaron a él. En este universo oscurecido por las crecientes dificultades de la vida, por las perspectivas de futuro poco halagadoras, es bueno conocer a personas llenas de proyectos a la vez estimulantes y posibles. Se preparan los espíritus para esos encuentros; así, cuando vino la fotógrafa, los bibliotecarios habían ofrecido a los niños todo tipo de libros, documentos y juegos sobre las luces y las sombras, y habían montado con ellos un espectáculo de sombras chinas. En la Pequeña Biblioteca Redonda, no nos sorprende ver a niños con cámaras en la mano. Filman las actividades que se desarrollan, algunas sesiones de los talleres, algunas animaciones, el recibimiento de los visitantes que vienen o que se quedan algún tiempo, las pequeñas fiestas. Es su casa. Es bueno poder así volver a esos momentos felices, guardar una huella. Esto supone un montaje en el taller multimedia, para poder cargar el video en el sitio web de la biblioteca. También hay niños que son “enviados especiales”, invitados a dar su opinión sobre los libros, la música, las películas, los espectáculos, los sitios web y el software o los video juegos que han detectado y que suponen que pueden interesar a la comunidad. Todos pueden ser reporteros o enviados especiales si así lo quieren. El sitio web se enriquece con sus colaboraciones. Así se perfila una vida común particularmente preciada hoy en día, cuando el consumo, la dispersión y el individualismo parecen ser las reglas de nuestras sociedades. Aquí, uno se declara miembro de la biblioteca. Ésta es como una segunda casa. Muchos barrios de los suburbios que, como el nuestro han sido designados zona

de educación prioritaria, sufren de encierro, de aislamiento, de pobreza. Por medio de sus programas y de sus encuentros, la biblioteca enriquece la vida de todo el barrio. Para ella es muy importante invitar a artistas, artesanos, viajeros y científicos de la más alta calidad. Es así como establece lazos con L’Orchestre des Siècles [la orquesta de los siglos] y con La Cité de la Musique [la ciudad de la música] o, más simplemente, con pequeños ensambles musicales cercanos. También organiza talleres musicales en el local de la biblioteca, seguidos de salidas a conciertos en París, en la Salle Pleyel. No es extraño escuchar música en el lugar. Son los niños quienes la tocan. Es encantador. La Pequeña Biblioteca Redonda se define así en el barrio como un espacio cultural abierto a todos los vientos de la creación y del conocimiento. La Pequeña Biblioteca Redonda está efectivamente en todos los caminos. Encuentra su lugar en los senderos digitales recorridos por los niños y los adultos. El sitio web de la biblioteca está abierto para todos.[38] Contribuyen a alimentarlo. Gracias a ellos se descubre la abundancia de lo vivido en la biblioteca, como en el “salón de ensayo de poesía” donde, siguiendo los pasos de Paul Fort o de Jacques Roubaud, unos y otros ensayaron sus palabras, rimas y ritmos. El taller “Pero, ¿y qué hace la policía?”,[39] juega con diferentes escrituras y caligrafías y nos lleva a descifrar códigos secretos y enigmas. También están los juegos de la red internet en la biblioteca. Nos enteramos de lo que les gusta a unos y a otros. Al recibir sus colaboraciones, se discuten en el sitio de Internet temas de actualidad, de los cuales todos hablan. Las cenizas de los volcanes islandeses llevan a su vez a libros y videos sobre el tema. Descubrimos, a través del video igualmente, a grandes artistas como Maurice Sendak o Elzbieta; algunos fueron entrevistados por la biblioteca, como Svjetlan Junakovic y su Gran libro de los retratos de animales. Se tiene acceso también a manuscritos originales de Alicia en el país de las maravillas prestados por la British Library. Se puede ver también a Barack Obama leyendo Donde viven los monstruos[40] en medio de un grupo de niños instalados en un jardín de la Casa Blanca. Se vive la lectura en las bibliotecas chinas, de arquitecturas innovadoras. Encontramos también a Biblioburro, que recorre las montañas agrestes de Colombia o las selvas amazónicas, entre niños absortos en la lectura de obras maestras universales bien conocidas por los niños de Clamart. Pero sobre todo, estos niños están felices de poder contribuir al sitio de Internet. Gracias a ellos, las actividades del barrio y de la biblioteca encuentran un espacio. Son los reporteros, los enviados especiales. Felices de encontrar allí lo que constituye su vida, vienen a explorarlo con gran interés. En el taller multimedia preparan videos sobre toda clase de temas, redactan blogs sobre lo que más les gusta en todos los ámbitos: libros, música, cine, etc. Es así como llegan a consultar con interés lo que podemos llamar el gran libro de la biblioteca.

El sitio www.enfance-lecture.com se abre a todos aquellos que se interesan en la lectura para niños. La biblioteca se afirma, progresivamente, como un observatorio permanente de prácticas lectoras. Desde su reapertura, realiza sistemáticamente un importante trabajo de observaciones escritas. Se enriquece con su asociación con movimientos como ACCES, creado por René Diatkine, en torno de las experiencias de lectura de los niños más pequeños, o a investigadores como Serge Boimare. Establece contacto con bibliotecas del mundo entero, para intercambios de experiencias y de reflexiones. Es importante que todos juntos podamos pensar la biblioteca del presente.

2. El corazón inteligente[41]

Entre las personas que han enriquecido profundamente mi vida profesional, hay algunos que no son bibliotecarios. Vienen de otros horizontes. Estos investigadores, estos pensadores comprometidos, estos militantes tienen en común una profunda preocupación por la justicia: rechazan el hecho de que partes importantes de la población vivan lejos del mundo de lo escrito, con todo lo bueno que éste tiene para ofrecerles. Ellos ven a la biblioteca con ojos muy optimistas, cuando ésta no se limita a ser un simple distribuidor de documentos. Comparten una misma confianza: los encuentros que la biblioteca ofrece pueden contribuir a transformar incluso las vidas más difíciles, abriendo nuevas vías por medio de la lectura. Están convencidos de que la lectura, con su diversidad, su profundidad y su alegría, permite aligerar los determinismos aplastantes. Por la toma de consciencia de uno mismo, por el conocimiento del otro, por la palabra singular que provoca, por el imaginario que nutre libremente, la lectura nos permite vivir mejor. Mis encuentros con René Diatkine, Sarah Hirschman y Serge Boimare me marcaron profundamente. Todos ellos coinciden con nosotros en las cuestiones fundamentales de mediación cultural que son el meollo de nuestro oficio. Lectores convencidos, abren nuevas fronteras y nos llevan por caminos que se adentran en un mundo literario de excelencia, un mundo que ellos saben volver accesible a todos. Confían en las personas, sin importar su edad, su cultura y sus condiciones de vida. Las reflexiones y experiencias que estos tres investigadores comprometidos han llevado a cabo durante varios decenios nos reconfortan en nuestra misión y nos incitan a seguir adelante; fueron de gran inspiración, no sólo para el trabajo en Clamart, sino también para todo aquello en lo que tuve la oportunidad de participar después en los países en vías de desarrollo.

CON RENÉ DIATKINE, TOMAR CAMINOS TRANSVERSALES A René Diatkine le gustaba hablar de la importancia de los encuentros genuinos. Éstos son la riqueza de la vida y pueden orientar o reorientar un destino. Mi encuentro con él fue determinante. Para mí, hay un antes y un después de Diatkine, no sólo respecto a Clamart sino a muchas bibliotecas en Francia y, actualmente, en el extranjero. En los proyectos que he apoyado en diferentes regiones del mundo, nunca dejo de evocarlo. Enriqueció nuestras prácticas con su reflexión, y sugirió prácticas

nuevas. Agudizó nuestra mirada. Nuestros intereses convergieron en torno de una misma preocupación: crear en cualquier lugar condiciones que favorecieran el acceso de todos a la lectura, dando prioridad a aquellos que habitualmente están alejados del mundo de lo escrito. Nos conocimos en 1979, durante un importante coloquio organizado por el Ministerio de la Educación Nacional sobre la lectura y sus condiciones de aprendizaje. Diatkine quiso, desde un principio, que nuestras acciones y reflexiones convergieran; lo que a mí, bibliotecaria, no dejó de alegrarme. No me era desconocida su labor de paidopsiquiatra en el distrito 13 de París, y sabía también que se interesaba particularmente en el mundo del libro y de la narración, en el placer de la lectura, “actividad psíquica esencial, que le permite al sujeto convertirse en narrador de su propia historia y le brinda así una gran libertad interior”.[42] René Diatkine forma parte, en efecto, de las grandes figuras de la salud mental en Francia, especialmente en el ámbito de la psiquiatría infantil, en la corriente de Freud y de Winnicott. En el Centro Alfred Binet, situado en el corazón de un barrio parisino que entonces era habitado por un gran número de inmigrantes, Diatkine, con su práctica, está en contacto directo con los problemas de integración y exclusión. Conoce a “padres desfavorecidos, a adolescentes que no saben de qué está hecha su historia, a niños pequeños que aún no llegan a construirla”.[43] Lo que él nos dice es determinante: antes de los cinco años, durante su periodo de estructuración del lenguaje, todos los niños tienen un mismo apetito, un mismo interés por las narraciones, un mismo gusto por los libros, cualquiera que sea su medio. Estas constataciones emanan de sus propias experiencias e investigaciones como paidopsiquiatra y psicoanalista, así como de las de Emilia Ferreiro, discípula de Piaget. Así, cuando el acceso a los libros se abre a todos desde muy temprana edad, con el acompañamiento atento y discreto que se requiere, las desigualdades frente a la cultura, frente a la lectura, pueden ya no ser una fatalidad. Esto fue lo que nos movilizó. Investigador y terapeuta comprometido, Diatkine se interesa desde un principio en la biblioteca de Clamart. Varias veces me invita a intervenir en seminarios dirigidos esencialmente a médicos, paidopsiquiatras, psicoanalistas, psicoterapeutas, psicolingüistas y profesionales de la salud. Yo simplemente hablo de la vida en la biblioteca, del lugar que ocupan la narración y las historias compartidas en esa casa donde los niños pueden vivir de manera personal la dicha de leer, al mismo tiempo que descubren una forma de vida común particularmente rica. Menciono el lugar discreto y atento de los adultos, su manera de ayudar a los niños a orientarse en el vasto mundo del libro, su papel de mediadores y testigos

cercanos a los niños. Digo cómo todo lo que hacemos es simple y natural, libre y alegre. De este modo, cuando nos sentamos en medio de los niños que circulan a su gusto entre los libros, es como estar en familia, de manera informal, en una especie de intimidad. La lectura se vive en compañía, en la libertad y la confianza. Gestos simples y ricos que se pueden vivir en cualquier lugar; en la biblioteca pero también al pie de los edificios, como hacemos cada semana en un barrio particularmente maltratado.[44] Allí los padres pasan, se detienen, se sorprenden, admiran. Todo lo que constituye la esencia misma del libro se puede vivir allí también, con espontaneidad, libre y alegremente. Todo esto interesa mucho a Diatkine: “No sólo los niños más desfavorecidos están listos para descubrir el placer de leer, sino que los padres que sufren más dificultades también se conmueven por este inesperado interés y, a su vez, toman los libros. Lo que parecía irreversible cambia: ¿no es una razón de peso para abandonar las ideas preconcebidas?”[45]

LECTURA POR SORPRESA René Diatkine es un investigador comprometido y nos incita a seguirlo. Es importante que nadie sea excluido del placer de la lectura. Cueste lo que cueste, hay que salir de la biblioteca para reunirnos con padres y niños que viven diferentes formas de exclusión y que corren el riesgo de pasar de largo frente a esas riquezas. Es preciso movilizar las fuerzas vivas allí donde se encuentren y crear un movimiento. Es lo que hace René Diatkine junto a dos psicoanalistas, Tony Lainé y Marie Bonnafé. De este modo, se constituye una asociación que agrupa a bibliotecarios y a personalidades del mundo de la salud. Su nombre es ACCES y es todo un programa: Acciones Culturales Contra las Exclusiones y las Segregaciones. René Diatkine nos aconseja: vayan adonde no son esperados, adonde nadie espera encontrar libros. Con sabiduría y humor insiste: escojan lugares poco usuales, lugares que a priori no convienen. Aquellos a quienes quieren conocer no vienen a la biblioteca. Aún no. Tales instituciones los intimidan. Estas personas suelen tener malos recuerdos de la lectura. Hay que ir a su encuentro en otros lugares, sorprenderlos; así descubrirán que los libros pueden hablarles. Busquen los sitios donde la gente tiene tiempo, donde se aburre, porque es allí donde está disponible y dispuesta a los descubrimientos. Hay lugares que se imponen, porque la gente está obligada a ir allí, como los servicios de salud PMI.[46] Las salas de espera los pueden acoger, entonces ustedes toman el tiempo de instalarse allí con sus cestas de libros, en medio de padres y niños pequeños. Lo mismo en los lugares relacionados con la infancia temprana, como las guarderías, sin olvidar los centros de asistencia

social. Al abrirnos el mundo de las instituciones de salud, Diatkine nos invita a estar presentes en esos lugares para encontrarnos con los más pequeños en compañía de sus padres. Es muy importante que el encuentro se dé con padres e hijos juntos. La lectura es algo que se comparte y se puede vivir plenamente en familia. Por eso, los padres deben encontrar su lugar en estos intercambios. Ofrezcan libros de gran calidad, nos dice Diatkine, de este modo llegarán también a los padres, quienes saborearán por sí mismos la belleza y la fantasía de las obras así descubiertas. Muestren a los padres que sus hijos son lectores refinados. Se maravillarán. Para ellos es una nueva manera de conocer a sus hijos, de establecer relación con ellos, de introducirse discretamente en su mundo imaginario, a su altura. Hagan ver; esto es importante y permite evitar muchos malentendidos. Es también la mejor forma de despertar el interés de todos los que se encuentran cerca de los niños, las puericultoras, el personal de los servicios médicos y de los centros infantiles y, por supuesto, los padres. El libro no es un objeto sin importancia, destinado simplemente a mantener ocupados a los niños. Es un lugar de intercambio abierto a todos. ¿Los adultos sabrán vivir estos momentos compartidos con la delicadeza y la discreción necesarias? Ciertamente, si los ven a ustedes en acción. Es importante que puedan ser testigos de esos momentos felices que se viven en compañía. Entonces tomarán el relevo con sencillez y respeto al niño. Diatkine prefirió siempre el término “sensibilización” al de “capacitación”. En efecto, todo es un asunto de sensibilidad. Lo importante no es ajustarse a un modelo más o menos limitante, sino sentirse a gusto. Es así como se establece la comunicación y uno está dispuesto a recibir consejos. Pero, ¿cómo estar presentes en todos lados? ¿Tienen los bibliotecarios tiempo para eso? Multipliquen la forma de trabajo en colaboración, dice Diatkine. Propongan su ayuda en todos los lugares posibles. Estén listos para escuchar y colaborar con quienes conocen a los niños en ambientes diferentes al de ustedes. Ellos tienen mucho qué decir y les pueden aclarar cosas. Pueden tomar el relevo. Se reunirán, reflexionarán juntos, y en todos los barrios tendrán lugar momentos de lectura con los pequeños y sus padres. Reflexionar juntos, eso es lo que propone René Diatkine. Ustedes, bibliotecarios, nos dice, ustedes tienen un lugar privilegiado junto a los niños. Ellos vienen a ustedes libremente. Piden estar junto a ustedes para vivir mejor esos momentos compartidos. Realmente necesitan su presencia atenta y tranquilizadora mientras están siendo tocados por nuevas experiencias. Pero también son ustedes quienes les leen la historia. Ustedes están muy cerca y en posibilidad de observarlos, cuando toman posesión de un libro, de una historia con sus palabras y sus imágenes. Ustedes entran en el ritmo del niño. Toman su tiempo. Concuerdan con él. Lo ven leer y eso les interesa profundamente. Llegan a saber cuáles son los elementos que le brindan

placer, en la calidad del relato y de la imagen. Como investigador y terapeuta, René Diatkine enriqueció considerablemente nuestra práctica, porque los seminarios que impartió para nosotros nos dieron el gusto por la observación.[47] Nos transmitió el deseo de anotar minuciosamente lo que viven los niños y sus padres y los lazos que establecen con su medio inmediato. Observemos, escribamos. No descuidemos los detalles; son importantes, nos permiten repasar profundamente los momentos compartidos con ellos y nos hacen reflexionar. La observación enriquece nuestra manera de estar con los niños. Ilumina nuestra práctica. Pone en el centro de nuestra práctica lo que es fundamental: la mediación. El niño es feliz de ser el centro de nuestra discreta atención, que lo reconforta. A su lado, observamos con simpatía, sin emitir juicios, sin voluntad de control. Le dejamos al niño lector sus múltiples interpretaciones, aun cuando nos desconcierten, aun cuando no parezcan ir “conforme a la intención del autor”. Esto es precisamente lo que nos interesa. El niño que lee o escucha una historia es sujeto; es, a su modo, autor. Dejémosle la libertad de vivir el relato como él lo desee, como él lo necesite. “No es la intención del autor lo que cuenta, sino lo que los lectores leen”, nos recuerda Paul Ricœur.[48] Con todo su cuerpo, el niño pequeño lee y se expresa. Así podemos ver cómo recibe espontáneamente el libro, cómo lo vive. Podemos notar cómo recorre el libro, se detiene en una imagen, regresa a ella. Lo vemos tomar y retomar siempre el mismo libro y esto nos incita a ver más de cerca. ¿Qué es lo que lo cautiva así? La palabra del niño brota libremente, cuestiona y nosotros nos maravillamos. El niño es decididamente un lector refinado. Gracias a las enseñanzas de Diatkine y de sus sucesores, aprendemos a descifrar los comportamientos de los niños y a tratar de comprenderlos. Los detalles más ínfimos nos ayudan a captar lo que vive el niño, que es del orden de lo íntimo, de la interioridad, de la libertad. Expresan la vida del niño en toda su dimensión sorprendente, inesperada y profunda. Nos informan sobre esas experiencias interiores generadas por una lectura que lo conmueve, que son como pequeñas semillas que germinarán y se desarrollarán en su espíritu, como una savia que sube y que puede alimentar toda una vida espiritual, intelectual y cultural. Todo esto puede echar raíces muy temprano, muy modestamente… el libro es un lugar de encuentros personales. Hagamos a un lado las tentaciones de querer inculcarle a cualquier precio ciertas nociones. Nos encontramos en el territorio de la experiencia íntima. Aunque no hacemos un trabajo de psicólogos expertos, nuestra atención es grande. Las notas que tomamos nos dan la posibilidad de seguir la evolución del niño, y también nos permiten compartir nuestras experiencias, intercambiar nuestras observaciones y de esa manera profundizar en nuestro conocimiento del niño de cara

a sus lecturas y encontrar nuestro justo lugar como mediadores. Nuestra actividad de reflexión se funda pues sobre la realidad pura y no sobre la teoría. El punto de partida es “el terreno”, su realidad cotidiana, el niño y sus descubrimientos y emociones. Por mi parte, he dado a conocer ampliamente en América Latina y en Europa del Este lo que Diatkine nos hizo descubrir, el interés por multiplicar los puntos de lectura, llegar prioritariamente a las personas que viven situaciones de exclusión, anotar con precisión nuestras observaciones, reflexionar juntos. Así nos apartamos de las prácticas rutinarias y las obsesiones por la estadística. Estamos, con los niños y con sus padres, en el meollo de lo humano. Entonces, nos embarga el gusto por el encuentro, la reflexión y el intercambio. De esta manera, la biblioteca está siempre en movimiento, porque las personas son su fundamento. Por todas partes, mediadores y bibliotecarios reconocen que esta nueva práctica ha cambiado profundamente su mirada, tanto sobre los niños y los libros como sobre la manera de ejercer su profesión… es maravilloso escuchar hoy a padres atentos y a bibliotecarios amables decirnos que ahora tienen una mirada nueva de los niños, gracias a las lecturas compartidas, gracias a esos encuentros de calidad. Junto a ellos, presenciamos algo grande y gozoso. Estamos en el centro de la vida. Lo que cuenta en esas acciones y encuentros no es “fabricar lectores” y nutrir así las estadísticas de la biblioteca. El proyecto es mucho más amplio. Durante mucho tiempo, para justificar la importancia de las bibliotecas para niños, el argumento esgrimido era que ahí se preparaba a los lectores del mañana. Eso significaba darle poca importancia a la infancia. Las lecturas auténticas ponen en movimiento la psique y nutren la vida interior del niño. Eso es lo que importa. Lo ayudan a vivir mejor su infancia hoy. ¿De adulto, será un lector convencido? No lo sabemos. Lo importante es el presente que vive y que compartimos con él. Diatkine, con humor y razón, siempre nos recordó que lo que realmente cuenta en la vida es lo que no sirve para nada, lo que en apariencia es gratuito, lo que se hace por simple placer. Esto aligera considerablemente el peso de lo “pedagógico”, que con frecuencia obstaculiza el descubrimiento del placer de leer. La asociación ACCES enfoca su atención esencialmente en el mundo de los más pequeños. En la biblioteca, nuestro trabajo de mediación y observación no se limita a esta etapa de la infancia. Se abre a todas las edades, de forma diferente, por supuesto. Con los más grandes, se vive según las conversaciones en torno a lecturas amadas, a temas que apasionan y que a menudo vuelven a abordarse con insistencia. Si prefieren el silencio, la calidad de nuestra observación y nuestra actitud respetuosa los acompañan de otra manera. Siempre hay algo para anotar, para intercambiar, para reflexionar. Es importante que la biblioteca sepa salir de sus cuatro paredes y que esté presente allí donde se juntan y viven niños y adolescentes, brindando pequeños

acervos de libros cuidadosamente seleccionados y un mediador dispuesto a darles vida. Estas intuiciones e iniciativas se propagan hoy entre personas que a su vez se vuelven pioneras.[49] Se inscriben dentro de un vasto movimiento que invita a los bibliotecarios y a otros mediadores a dirigirse a públicos cada vez más variados en espacios totalmente nuevos. Así, la asociación Quand les Livres Relient[50] [cuando los libros enlazan] agrupa a personas y agrupaciones de toda Francia que permanentemente comparan sus experiencias y sus iniciativas en favor de niños de todas las edades y de sus familias.

CON SARAH HIRSCHMAN, LA BELLEZA DE LOS GRANDES TEXTOS ES PARA TODOS

En la época en que me encontré por vez primera con René Diatkine, también conocí a Sarah Hirschman. Fue un encuentro que también me marcó profundamente. En muchos puntos sus caminos convergen, aun cuando uno y otro se dirigen a poblaciones diferentes. ACCES pone su atención en los bebés y en los niños más pequeños, menores de cinco años, y en sus padres. Sarah se dirige a los adultos y a veces a los adolescentes. Uno y otra dan prioridad a poblaciones que, por razones diversas, están alejadas habitualmente del mundo de lo escrito y de la literatura. Uno y otra se preocupan por dar a conocer obras de gran calidad. Manifiestan así su confianza en las personas y en las obras. Ambos conceden la mayor importancia a la calidad de la mediación. En 1972, Sarah creaba en los Estados Unidos el programa People and Stories / Gente y Cuentos.[51] Comenzó de manera simple y rica a la vez, algo típico de este original programa. Sarah Hirschman se acerca a una mujer que está sentada en la escalera frontal de un edificio, en un barrio puertorriqueño de Boston. Con un libro en la mano, le pregunta si quiere escuchar la lectura de un cuento, en compañía de otros habitantes del barrio, y hablar sobre eso. La mujer, sorprendida pero vislumbrando la oportunidad para una pausa en su aburrimiento cotidiano le dice que sí y va a buscar a cinco o seis personas para formar un pequeño grupo. La primera sesión tiene lugar con la lectura de La siesta del martes, de García Márquez. Las participantes tienen poca educación formal, pero conocen la vida, con todos sus problemas y sus alegrías. Vibran a través de las palabras, las emociones de la madre y de la hija de la historia, y de pronto descubren no sólo el placer de escuchar la lectura de este complejo texto, sino su propia capacidad para hablar sobre él. Su entusiasmo es tan grande que tienen lugar una segunda y una tercera sesión, con otros relatos.[52]

Este breve relato de Katia Salomon traduce a la perfección el carácter espontáneo y simple del encuentro, la sorpresa que provoca, la singularidad de las palabras que suscita, la riqueza y la complejidad de la obra propuesta. El subtítulo del libro publicado por Sarah enuncia claramente el fundamento de People and Stories: Who Owns Literature? Communities Find Their Voice Through Short

Stories. La idea original se conservó intacta a través de los años. Sarah Hirschman no ha dejado de luchar por hacer escuchar la belleza de los grandes textos a personas que normalmente no tienen acceso a ellos. Nunca ha cedido a la tentación de desviar esos grupos para realizar sesiones de inserción social, que es la moda. También ha mantenido siempre criterios de excelencia en la selección de los textos. Sarah ha tenido que vencer muchos obstáculos, porque no es común pensar que la literatura de la más alta calidad se pueda dirigir a todos, en particular a esos adultos mal escolarizados, marcados por una vida particularmente difícil que los suele mantener alejados del placer de leer. Muy pocos creían en su proyecto. ¿No era un proceso elitista? ¿No sería pretencioso proponer obras complejas? Actualmente, esos encuentros literarios dirigidos por People and Stories encuentran naturalmente un lugar en las bibliotecas públicas estadunidenses. El pensamiento de Sarah Hirschman se apoya en sus estudios literarios, especialmente en lo que se refiere a la recepción de las obras. Tuvo contacto cercano con Paulo Freire, educador y filósofo brasileño que inventó el término concientización. Paulo Freire se inscribe en una óptica de lucha por la liberación de las poblaciones oprimidas. Su práctica de la alfabetización lo lleva a entender el papel primordial de la concientización como algo previo a cualquier acción transformadora. “Nadie educa a nadie; nadie se educa solo; los hombres se educan juntos con el mundo como intermediario.”[53] La acción de Sarah se inserta, a su manera, en este movimiento. Se apoya en la literatura, lo que resulta totalmente nuevo, incluso revolucionario. Ella agrupa y dirige círculos literarios en torno a obras particularmente sutiles, bellas y profundas. Durante esos encuentros, los participantes, en presencia de auténticas obras maestras, descubren su propia capacidad para vibrar frente a un texto literario. Al igual que Katia Salomon, ofrece, por ejemplo, cuentos de García Márquez, Hemingway, Juan Rulfo, Borges, Maupassant, Selma Lagerlof, Alice Walker, Naguib Mahfouz, John Updike, Raymond Queneau y muchos otros, siempre seleccionados con el mayor cuidado. Los participantes toman conciencia de que sus experiencias de vida les ayudan a apreciar esas obras y de que gracias a ellas sus vidas toman un nuevo sentido. Cada uno de estos encuentros, organizados en ciclos, se vive alrededor de un cuento.

LA INDISPENSABLE MEDIACIÓN Durante esta experiencia, después de la lectura de un gran autor, de un texto complejo, los participantes comparten con placer sus emociones y sus ideas. Le

toman gusto al análisis literario. Adquieren seguridad en cuanto a su capacidad para abordar estos textos con espíritu crítico, en una especie de diálogo sensible. Cada quien toma conciencia de que el manejo de ideas le es accesible, cada quien puede descubrir su vida como única y a la vez como parte de una amplia corriente que le concede todo su lugar. Puede extraer de esto fuerza y dignidad. Realmente los participantes descubren que tienen cosas qué decir. Durante la discusión que sigue al descubrimiento del texto, el animador abre el debate. Las reacciones nunca se juzgan. No hay buenas o malas respuestas. Lo importante es “crear una situación en la que los lectores que son a la vez oyentes puedan sentirse en confianza, sentirse libres de expresar sus ideas, de compartir las imágenes evocadas por las palabras, las descripciones, la historia misma”. Katia Salomon nos hace notar que “se desarrolla cierta alegría en el transcurso de la discusión. Unos y otros descubren la riqueza de un intercambio animado, en el cual las opiniones y las experiencias permiten la percepción particular de una palabra, de una frase, de una emoción descrita. De pronto, todos son iguales frente al texto literario”. Una vez terminada la sesión, muchos experimentan la necesidad de seguir hablando sobre diversos temas, pero con frecuencia, seguir hablando sobre el texto. Sarah elaboró un método para transmitir su pensamiento y su técnica a otros animadores —cómo escoger los relatos, cómo preparar una sesión, cómo dirigirla —. Es importante que esos procesos puedan encontrar un lugar entre todo tipo de público y en diversos sitios. En las secciones infantiles de nuestras bibliotecas, esos encuentros literarios pueden darse de manera perfecta. Las secciones infantiles son frecuentadas por adolescentes y también por adultos. Como tienen que ir acompañados, con frecuencia los más pequeños muestran a sus padres o a las trabajadoras sociales el camino a la biblioteca. Algunos de esos adultos tuvieron poca o muy mala escolarización. Estos talleres se dirigen prioritariamente a ellos. A veces experimentan una especie de frustración: “aquí, en esta biblioteca, todo está hecho para que nuestros hijos entren con placer en el mundo de la narración. Pero nosotros, los adultos, ¿por qué no tendríamos también un lugar en este mismo sitio que nos gusta?” Algunos, después de estas sesiones, nos dice Sarah, deciden inscribirse en programas de alfabetización. Como nos recuerda René Diatkine, la música debe venir antes del solfeo. Como esos textos son leídos en voz alta, todos pueden perfectamente descubrir las magníficas obras literarias para niños, pero también cuentos como los que propone People and Stories / Gente y Cuentos / Gens et Récits.

LA CALIDAD ES PARA TODOS, SIN EXCEPCIÓN

¿Por qué atribuyo tanta importancia a las propuestas de Sarah Hirschman? Desde luego, porque se inscriben perfectamente en la misión principal de nuestras bibliotecas: la transmisión cultural. Además, porque es en torno a textos muy bellos como uno se encuentra. Es importante compartirlos. La calidad es para todos. Para ello, muchos de nosotros necesitamos mediación; una mediación respetuosa de cada uno, de su individualidad; que haga hincapié en la literatura y en su relación con la vida. Hoy en día, en un mundo demasiado rápido, en el que el zapping[54] y la precipitación invaden nuestro tiempo, es importante que la biblioteca proponga otra cosa: una pausa, en cierto modo un silencio, para encontrarse con uno mismo y para los intercambios con los demás; para descubrir que lo más íntimo puede ser reconocido en su dimensión universal. Si nosotros no les proponemos obras bellas a los niños, corren el riesgo de no conocerlas nunca. La biblioteca no puede conformarse sólo con el registro de peticiones y el préstamo de documentos. Su misión es mucho más amplia. Los bibliotecarios son mediadores y testigos. Como testigos, están en posibilidad de descubrir los recursos insospechados de las personas, recursos develados por esos encuentros que, como mediadores, ellos proponen. La mediación es esencial. Está en el centro de nuestro oficio. Algunos investigadores y algunos terapeutas han aportado mucho estos últimos años a mi reflexión. Michèle Petit, antropóloga, observa, toma nota, analiza. Serge Boimare, psicoterapeuta, nos aporta sus reflexiones, que parten de su trabajo de campo como maestro de escuela. Una y otro, en el marco de sus investigaciones o de sus prácticas, han podido dar seguimiento a niños o adolescentes considerados en nuestras sociedades como “personas problema”; por ejemplo, los chicos en pleno “desapego” que se encuentran en grave situación de fracaso escolar, en situación de ruptura social. Esos estudios precisos, a largo plazo, con personas y no con grupos, sobre los itinerarios de lectores más o menos caóticos, ponen rádicalmente en tela de juicio las generalizaciones pesimistas, sobre todo en lo relativo a sus gustos y apreciaciones. El estudio de Michèle Petit sobre las lecturas de jóvenes magrebíes que frecuentan una biblioteca de los suburbios de París, muestra las exigencias de una gran parte de ellos en sus elecciones de lecturas, en su manera de leer. Petit constata así la maravillosa libertad de estos jóvenes lectores provenientes de la inmigración, que saben conjugar en sus elecciones, de una manera particularmente rica y con frecuencia inesperada, universos culturales tanto cercanos como lejanos; muestra cómo algunas lecturas hicieron que sus vidas se sacudieran por completo, pues les permitieron imaginar un futuro diferente al que su medio parecía imponerles. Entre esos ejemplos, a la vez convincentes y sorprendentes, está el de “esa chica turca que vivía en un barrio pobre de una ciudad francesa, y que después de leer El discurso

del método tuvo la idea de que un argumento bien construido podría ayudarla a rechazar un matrimonio forzado”. Esto echa por tierra la idea demasiado difundida de que los libros podrían tener una acción casi automática, determinada, inmediata y previsible. Esta idea algo simplista explica la moda de ciertas novelas que, con las mejores intenciones del mundo, se conforman con ofrecer un condensado de temas sociales, drogas, incesto, violencia, a través de textos calibrados. Algunos de estos libros estorban en las bibliotecas y librerías, y con frecuencia son rechazados por aquellos a quienes supuestamente se dirigen. Con ideas generalizantes sobre la adolescencia, sus autores y promotores olvidan que esos libros-espejo[55] a veces pueden encerrar en lugar de liberar y que con frecuencia, prisioneros de los estereotipos, expresan a su pesar una forma de incomprensión de la experiencia a la vez personal y universal del individuo. Olvidan asimismo que la verdadera obra literaria, en su ambigüedad, deja al lector la libertad de inventar sus propios caminos. Ya hemos observado que los más pequeños lo presienten de forma instintiva. Gracias a sorprendentes identificaciones, conocen el placer —yo diría la necesidad— del viaje, de los caminos transversales, para descubrirse y encontrarse. Michèle Petit nos lo recuerda: “Tenemos necesidad de lejanía. Cuando crecemos en un universo confinado, esas fugas pueden incluso revelarse vitales”. Las experiencias y reflexiones de Serge Boimare convergen en muchos puntos con las de Michèle Petit.[56] Sus libros El niño y el miedo de aprender y Ces enfants empêchés de penser, [57] nos obligan a revisar nuestros prejuicios sobre los posibles —o imposibles— itinerarios de esos jóvenes que rechazan violentamente todo aprendizaje, sobre todo el de la lectura, y que suelen estár condenados a permanecer al margen de experiencias literarias verdaderas. Lo que él nos dice no se refiere únicamente a los chicos con graves problemas. Mediante esas situaciones extremas, ilumina nuestra reflexión sobre la lectura en general y nos ayuda a escoger los libros que ponemos a disposición de los niños, de todos los niños.

CON SERGE BOIMARE, TEXTOS BELLOS Y FUERTES PARA ADOLESCENTES QUE “SE DESCONECTAN” Como maestro especializado y psicoterapeuta, Serge Boimare tiene a su cargo la enseñanza de adolescentes que “se desconectaron”: aquellos que rechazan violentamente toda regla, todo aprendizaje, en particular el de la lectura. Él nos cuenta: La mayoría de los chicos a los que tenía que enseñar habían sido expulsados de varias escuelas del barrio por violencia e indisciplina […]. Después de 15 días de clase, ya no tenía alumnos; la mayoría estaban afuera,

jugando o provocándome cuando tenía el atrevimiento de intentar hacerlos entrar. En cuanto a los demás, los que se quedaban conmigo, no se podía siquiera hablar de aprendizaje. Tenía que conformarme con distraerlos o mantenerlos ocupados para que no fueran a unirse a los que me provocaban desde afuera. Habría cambiado de profesión si no hubiera encontrado un libro de cuentos (de los hermanos Grimm) olvidado sobre un estante […]. Un día, empecé a leerles cuentos a los tres o cuatro chicos que todavía estaban conmigo, y como por encanto vi regresar a mis alumnos, unos tras otros, para escuchar las historias. Vi, contra todo lo que podía esperarse, a esos grandes preadolescentes cuya violencia estallaba a cada instante, acurrucarse en su banca chupándose el pulgar para escuchar relatos que me parecían de un nivel de preescolar. […] Al cabo de seis semanas más o menos, comencé a ver signos positivos. Vi primeramente que el grupo tenía más cohesión, que se había vuelto un lugar donde era posible el intercambio de palabras que no fueran insultos y provocaciones verbales. Los chicos empezaban a hablar sobre los héroes de las historias que yo les contaba y ya no se echaban en cara sus historias familiares.

Serge Boimare nos relata en sus libros cómo esos chicos que rechazan el aprendizaje escolar son capaces de apasionarse por los grandes títulos del patrimonio literario: la Biblia, La Odisea, los grandes mitos clásicos, los cuentos de los hermanos Grimm o las obras de Jack London y Julio Verne. “No hay que cometer el error de pensar que los temas culturales son fastidiosos para los más desfavorecidos. Con frecuencia esas historias que han atravesado las edades son las que más se aproximan a las preocupaciones interiores de esos niños tan desvalidos en el plano cultural”. Como constata Serge Boimare, muy al contrario de esas obras fuertes, los textos insípidos y pobres escritos especialmente “para lectores en dificultad” son rechazados con vehemencia.[58] Es como si, mientras más se encuentren en dificultad, más amaran los textos fuertes e intensos y más los necesitaran, aun cuando al principio le teman a su encuentro. A diferencia de los temas de actualidad integrados de manera insulsa en ciertas obras de ficción, son esas travesías por la metáfora, por lo literario, esas peregrinaciones extremas y esos rodeos a los que invitan los textos estructurados y universales los que les permiten pensar mejor. Esas representaciones, esas imágenes que los cuentos transportan, los mitos, la poesía, se enuncian con genuino arte y se ofrecen con la distancia necesaria. Boimare nos ilustra mediante el análisis cuidadoso de múltiples ejemplos. Estos alumnos que se le encargan, catalogados como “grandes no lectores”, “no entienden lo que leen, no logran construir imágenes y armar hipótesis a partir de sonidos”. Entonces, les propone abordar la lectura a partir de representaciones provenientes del ámbito cultural, de esos miedos que habitualmente los orillan a replegarse o a volverse disfuncionales.

UNA PEDAGOGÍA AUDAZ FRENTE AL MIEDO A LEER Él cuenta lo que sucede cuando pone, por ejemplo, a estos chicos frente a una narración sacada de la Biblia, un relato fuerte sobre la sanción divina reservada al

arrogante Baltazar. Sus alumnos entran por completo en el palacio del rey de Babilonia, Baltazar, en el momento en el que éste se halla en plena orgía, sirviéndose en los utensilios sagrados que su padre, el célebre Nabucodonosor, robó del templo de Jerusalén. “Bajo los efectos del alcohol, Baltazar ordenó que le llevaran las vasijas de oro y plata que su padre había robado del templo de Jerusalén, para que él, sus ministros, sus esposas y sus concubinas pudieran utilizarlos para beber. […] Una mano ensangrentada que se desplazaba sobre el muro sumergió a la alegre asamblea, bruscamente sobria gracias a esta visión de pesadilla, en el horror y el terror… Entonces el rey mudó sus colores, fulminado su espíritu por el miedo”. Si a los chicos les atrae este texto, “es esencialmente debido a que ese rey Baltazar… es presa de emociones cercanas a las que ellos conocen o pudieron haber conocido. […] No hay que fiarse de las apariencias […] —nos dice Boimare—, hay muchos puntos en común entre lo que se vive en una clase de chicos difíciles y lo que pasó en el gran palacio de Babilonia. La excitación, los sentimientos de omnipotencia, de triunfo, la avidez, la envidia, el desprecio a las reglas, también son en nuestro grupo medios para desconocer el apego a la ley, para rehusar la dependencia, para alejar la duda y la interrogación”. Curiosamente, estos niños que rechazan las reglas y la disciplina se muestran espontáneamente incómodos ante las profanaciones y juzgan que éstas merecen castigos a la altura de la gravedad del delito. “Esta historia, complicada y anacrónica en apariencia, retiene su atención porque les habla de sentimientos que los preocupan, sentimientos ciertamente comparables a los que los perturban y les impiden pensar.” Se adentran en esta narración porque les ofrece mucho más que un reflejo de sus problemas familiares y de sus fantasías, tal como los viven cotidianamente. Es importante que “el tema que sirve de soporte al trabajo intelectual guarde necesariamente cierta distancia en el tiempo y en el espacio, si deseamos que la representación que ofrece de la inquietud sea negociable por medio del pensamiento”. Con esos textos poderosos, “lo que desde hace años bloquea a esos niños se desborda y es arrastrado por el sentido del mensaje”. Lo que nos proponen los mejores textos clásicos o contemporáneos es algo diferente a un itinerario prefabricado, diferente a un reflejo llano y fiel de las preocupaciones del posible lector. Se entra en una obra literaria no de manera frontal, sino por el sesgo que abren la ficción y las imágenes que ella provoca. Éstas nos llevan, por medio de rodeos, a vivir nuestras preocupaciones en toda su fuerza, su sutileza y su profundidad. Sin saberlo, sin tener conciencia de ello, uno se encuentra ahí a sí mismo, lo cual “da vitalidad al deseo de conocer, que se vuelve más fuerte que el miedo de aprender”. Desde luego, el trabajo de un maestro como Boimare es excepcional —la magnitud de las dificultades que enfrenta con sus alumnos lo es también—, así como

su formación y sobre todo su paciencia: estos acercamientos requieren tiempo. ¿Será un trabajo reservado solamente a los psicólogos y a los psicoterapeutas? No, para él “la mediación cultural, sea literaria, científica o artística […] debe desempeñar su papel. Debe ser capaz de permitirnos dar una forma negociable, mediante el pensamiento, a las inquietudes que le impiden florecer”. Las miradas que esos investigadores dedican a la lectura, a nuestro oficio, me ayudan a pensar en nuestros acercamientos como mediadores. Siguiendo su ejemplo y escapando a generalizaciones perezosas, debemos darnos tiempo para escuchar lo que los niños tienen que decirnos, muchas veces de manera implícita, indirecta; observar minuciosamente y con simpatía sus maneras de leer, sus elecciones y sus rechazos, sus comportamientos; anotarlos para poder reflexionar con otras personas, en equipo —esto es esencial— y, de ser posible, con profesionales procedentes de otros horizontes. Las observaciones de Boimare y Petit, al ilustrarnos sobre las lecturas de aquellos que han sido clasificados como no lectores, o lectores en dificultad, no pueden sino animarnos a proponer a todos, sin excepción, obras de calidad, grandes textos; a tomar el tiempo para leer o releer las obras que llevan mar adentro, que plantean las preguntas universales mediante los grandes mitos de la antigüedad, las cosmogonías. También nos invitan a tomar el tiempo para redescubrir personalmente obras que la incomprensión ha relegado por llevar la etiqueta de clásicas, cuando en realidad conservan toda su fuerza. Todo esto nos da el discernimiento para elegir los textos actuales que de ninguna manera podemos dejar de lado o ignorar. Necesitamos, como los niños, escuchar esos textos. Esa relación con el relato, a cualquier edad, es valiosísima. Tanto para el que lee como para el que escucha, la lectura en voz alta, esa lectura sensible y sensual, puede ser una verdadera delicia.[59] Siguiendo a Boimare, nos sentimos invitados a llevar a los niños en un viaje a “veinte mil leguas bajo el mar” o “hasta el centro de la tierra”, o más allá, en una travesía por las tierras salvajes del Gran Norte. Estos libros nos hablan de los orígenes, de la muerte, a veces de miedos muy antiguos. Con ellos experimentamos también un gran placer. Los niños, los investigadores y los terapeutas nos dan una imagen entusiasta de la lectura y de nuestro oficio. Ciertamente esto implica un trabajo mucho más exigente que las habituales tareas biblioteconómicas, pero mucho más interesante. A propósito de uno de esos niños que tienen miedo de aprender, Serge Boimare habla sobre el congelamiento de las ideas. Me parece que si vivimos nuestro oficio de bibliotecarios de una nueva manera, preocupándonos por aquellos que se encuentran en los márgenes y que nos obligan a cuestionarnos sin cesar, deberíamos ser capaces de escapar a la auténtica discapacidad que representa el congelamiento de las ideas.

Quart Monde[60] también nos iluminó. Desde fines de los años cincuenta, este movimiento se encarga del mundo de la extrema pobreza, dándole a la acción cultural y en particular a las bibliotecas todo el espacio que merecen. Su labor militante nos guía. Su fundador, Joseph Wresinski, se interesó en Clamart desde la apertura de la biblioteca en 1965. Nos pidió hacer lo necesario para que las poblaciones más pobres fueran plenamente reconocidas en las bibliotecas públicas. Se dijo conmovido porque Clamart, un barrio en el que la vida es difícil, cercano a una zona de tránsito, dispusiera de un aparato cultural de tal calidad y belleza. Inmediatamente pusimos en marcha una colaboración. Él nos pidió que le diéramos a conocer lo mejor de la edición. Yo, a mi vez, descubrí a través de él ciertas acciones originales que nuestra profesión puede adoptar, como las bibliotecas callejeras.[61] Nuestros encuentros generalmente produjeron observaciones escrupulosamente anotadas con el fin de alimentar permanentemente el conocimiento de esos medios sociales. Es por eso que ese movimiento lleva el nombre de ATD Ciencia y Servicio. Particularmente pude apreciar su rigor casi científico, un rigor que en ocasiones está ausente en las acciones humanitarias. ATD

3. Small is beautiful. Pioneros de nuestros tiempos

Basta con un tapete y algunas canastas de libros escogidos cuidadosamente. Lo esencial de la biblioteca está ahí. Éste es el equipaje de estos pioneros de hoy que recorren tierras olvidadas para compartir eso que los embarga personalmente, el amor a la literatura en todas sus formas, el amor a la palabra que aquélla libera. Para proponer la excelencia, van al encuentro de los que viven en los márgenes de nuestras sociedades, aquellos que se encuentran alejados de los organismos culturales habituales.

LLEGAR A LOS MÁRGENES Florecen por doquier estas pequeñas bibliotecas. Llevan todo tipo de nombres. Toman formas diferentes. En una ciudad perdida de Nueva Dehli son de lona; suspendidas de las ramas presentan en sus bolsillos algunas obras bien seleccionadas. En Tailandia son bibliotecas portátiles, las portable libraries, que se transportan cómodamente en una moto; tienen la forma de un tríptico que se despliega para ofrecer álbumes y pequeños libros a la mirada de los transeúntes. Se pueden instalar en cualquier lugar, en la calle, en los mercados, en las pagodas, en las escuelas, en todos los lugares de paso y de vida. La idea de las bibliotecas portátiles ha viajado: las encontramos en Egipto, en el Líbano, así como en los campos de refugiados. En Zimbabue, se trata de bibliotecas a domicilio, home libraries; algunas madres de familia abren su hogar una vez por semana para los niños del barrio. Allí, se lee y se narra mucho. Esto no puede dejar de recordarnos el principio de los bunko, tan presentes en Japón.[62] Para todos aquellos, grandes y pequeños, que las encuentran en su camino y para quienes las dirigen, estas minúsculas unidades de lectura son portadoras de esperanza. Aunque de tamaño reducido, poseen las principales características de una biblioteca: la oferta de libros de calidad, la presencia atenta de un adulto que los anima, la libertad ofrecida a los niños. Estas tres características son esenciales. La iniciativa de estas acciones procede de personas con convicción y de asociaciones conscientes de que existe una carencia que ha de repararse.[63] Todos ellos tienen el deseo de compartir un tesoro que no tiene por qué estar reservado a unos pocos.

Saben que la lectura, al abrir caminos, ayuda a luchar contra los determinismos y da también una mirada nueva sobre la vida y los mundos próximos y lejanos. Por ello, es necesaria en los lugares donde la vida es particularmente difícil, incluso a veces alienante. Es inútil esperar grandes recursos para comenzar. Hay que ponerse en acción sin demora e ir hacia las personas allí donde viven, para que los libros estén a su alcance, en el centro de lo que fundamenta su vida. Esa proximidad es esencial.

LAS BUENAS IDEAS SON SIMPLES He visto en acción a muchos de estos modestos pioneros. He admirado la sencillez de sus propuestas. Me ha gustado su alegría. He seguido durante años sus programas, algunos de los cuales se desarrollaron en redes. Leamos de la Mano de Papá y Mamá, un programa del que ya hemos hablado,[64] se implantó en América Latina, esencialmente en México,[65] Colombia, Nicaragua, Panamá, Venezuela y Ecuador. Ha tomado todas las formas posibles, según los lugares, las personalidades, la imaginación y las convicciones de cada uno. En Guanajuato, México, Lirio Garduño anima una pequeña biblioteca dentro de lo que ahí se conoce como una prisión para menores; es decir, un centro de rehabilitación. Pintora, música y poeta, ella les ofrece con éxito a esos jóvenes delincuentes libros de arte, antologías de poemas cuidadosamente seleccionados, e interesantes libros de imágenes. Esto propicia intensos momentos de lectura, creación literaria, intercambios y reflexión. Dirige también una pequeña biblioteca en la escuela del barrio donde vive, en la periferia de la ciudad. Actualmente, fortalecida por esas experiencias, capacita a los bibliotecarios de su región. Aurea, en San Luis Potosí, también en México, es actriz ocasional. Ella está presente entre los niños de la calle. No sólo les hace descubrir el placer de los libros, sino que ha llegado a publicar con ellos, echando mano de los medios disponibles, pequeños cuadernos con sus textos. Nos cuenta cómo esos niños, de los que la gente suele huir porque “piden limosna”, se ven positivamente afectados por los momentos que les consagra en un ambiente de confianza y cercanía. En la ciudad de México, una o dos tardes por semana, Néstor, quien trabaja en un comercio de ropa, recibe en su casa a padres, jóvenes y niños del barrio. Toda su familia participa en “su biblioteca”, desde el abuelo hasta el hermano adolescente. El espacio de lectura, acondicionado en una habitación de la casa que da a la calle, es muy frecuentado. Admiro los libros que propone; provienen de editores que se los envían para que él, a su vez, les haga llegar su análisis de las reacciones de los niños. En el transcurso de esas sesiones, todo el mundo se convierte en narrador, los adultos y los niños. El ambiente es muy alegre.

En cuanto a Odilia, ella es indígena purépecha. Es una militante. En la región de Pátzcuaro, en México, se preocupa por los jóvenes que sólo piensan en dejar su país para emigrar a los Estados Unidos. Por eso es importante que en esos pueblos lejanos la vida sea interesante. La pequeña biblioteca de esta comunidad indígena ofrece, en medio de las plantas medicinales y cerca de talleres relacionados con la riqueza de su tradición, libros leídos y releídos con gozo, que abren el mundo a sus lectores. Los niños se encargan del préstamo. De nuevo en la ciudad de México, Sandra, historiadora, dirige todas las semanas momentos de lectura para niños en un hospital diurno que atiende a personas discapacitadas. Los padres, testigos de esos encuentros que tienen lugar en torno a lecturas compartidas, se maravillan. Se asocian al círculo y se ponen a leer y a narrar para sus hijos. En Nicaragua, en la pequeña ciudad de Jinotepe, la asociación Libros para Niños no tiene local para la biblioteca, pero ésta, a su manera, está presente en todos lados: en los jardines públicos, en las plazas y también en las pequeñas escuelas. Allí se narra, se lee, se prestan libros, maestros y padres se asocian para descubrir libros de calidad. Chema, ex niño de la calle convertido en bibliotecario, es uno de los principales animadores. En un parque público, entre columpios y resbaladillas, hay una pequeña biblioteca improvisada en la que padres e hijos se detienen para pasar largos momentos de lectura. La selección de libros es impresionante, como lo es la concentración de los niños en medio de la agitación que los rodea. Grandes pancartas ilustradas señalan a los transeúntes la existencia de esta pequeña biblioteca tan vivaz; muestran a ciertos héroes infantiles cuyas imágenes salen de libros muy queridos como los de Anthony Browne o Maurice Sendak. Reconocemos igualmente a algunos personajes salidos de álbumes latinoamericanos familiares, como Rosaura en bicicleta[66] y La peor señora del mundo.[67] Estamos muy lejos del ámbito de Walt Disney, con frecuencia tan asociado al mundo infantil. En Guanajuato, Liliana hace gala de mucha imaginación para acercarse a los niños. Para ofrecer el placer de la narración oral o de los álbumes, no duda en aprovechar los largos momentos que se viven en los destartalados autobuses que forman parte del paisaje latinoamericano. Su trabajo se lleva a cabo sobre todo en una comunidad de familias chichimecas víctimas de la segregación y el rechazo. Allí, en una choza prestada, ella da vida a una biblioteca. Todo esto nada tiene que ver con esas bibliotecas todavía tan comunes, llenas de libros viejos, inadaptados, feos y mediocres, entre paredes poco acogedoras, donde los bibliotecarios, guardianes del lugar y de los libros, mantienen su distancia con los niños y se contentan con vigilarlos y prestar los libros. Un trabajo muy aburrido, en resumen. Y el aburrimiento es contagioso, así como puede serlo el entusiasmo. Por el contrario, algo que caracteriza a estas pequeñas unidades de lectura

informales que nos ocupan, es precisamente el entusiasmo que generan. Se trata de encuentros con los niños en torno a álbumes cuidadosamente elegidos por su calidad artística y humana, obras maestras de la edición para niños. Uno se sienta en medio de los niños y saca los álbumes de la cesta. Se asiste entonces a la alegría de los niños que descubren esos libros con nosotros, al placer de los padres que se regocijan con ellos. Nos maravilla ver, tanto en los niños como en los adultos, la sensibilidad e inteligencia que se expresan a través de los gestos, a través de las palabras intercambiadas en total libertad. Se viven encuentros valiosos, profundamente originales porque el libro está allí, presente. Ya sean adultos o niños, todos toman su tiempo para vivir esos momentos felices. El trabajo en redes da la prioridad a esas pequeñas actividades de cercanía. Éstas pueden sembrarse en cualquier lugar. Son ricas en enseñanzas. El “bibliotecario” acompaña, propone, toma su tiempo para vivir esos momentos. Contempla a los niños que descubren los libros. No piensa en corregir alguna “mala interpretación”. No juzga. Cada niño tiene su lectura, la que necesita y desea. El bibliotecario presta atención y escribe lo que observa con gran precisión.[68] En efecto, todos los miembros de la red se comprometen a poner por escrito sus observaciones y hacerlas circular. El más pequeño detalle, el menor gesto, la palabra que brota, todo puede ser portador de sentido. He aquí lo que ayuda a seguir los sutiles movimientos del alma infantil, de su psique en construcción. Durante todo el año, por correo electrónico, intercambiamos lo que aprendemos de esos momentos compartidos. De esta manera, el concepto de red es esencial para estas pequeñas unidades de lectura. Hay que poder intercambiar, compartir con los demás tanto los éxitos como las dificultades. Esta manera de relacionarse, hoy tan fácil gracias a Internet, resulta fundamental en este proyecto. Ya sabemos que las más bellas innovaciones corren el riesgo de volverse frágiles y apagarse si sus actores están aislados. Actualmente es posible seguir paso a paso la evolución de las iniciativas de unos y otros, reflexionar juntos, ayudarse y capacitarse mutuamente. “Participar en esta red, intercambiar las observaciones que apoyan nuestra reflexión, todo esto ha cambiado radicalmente nuestra mirada sobre los niños, los libros y la lectura.” Es lo que nos confían algunos de los miembros de la red. La infancia es el centro de estos encuentros.

EXPERIENCIAS QUE SE PROPAGAN Estas iniciativas viajan fácilmente. A su paso van dejando semillas listas para germinar. En la ciudad de México, por ejemplo, alrededor de Carola, un pequeño equipo propone cada semana un momento de lectura en las salas de espera de los

servicios pediátricos de un gran hospital. Ahí donde el tiempo acostumbra hacerse largo, donde la gente se aburre, se preocupa. Como siempre, basta con algunos pocos cojines y cestas de libros para que todo cambie. Se lee, se narra, se olvidan los problemas, la gente se divierte. También los familiares la pasan muy bien allí. Esta primera iniciativa se propaga rápidamente a otros hospitales y otros países. En un hospital de Bogotá, este tipo de iniciativas impresionan mucho al personal médico. Las enfermeras y los doctores se dan cuenta de que la ansiedad de los niños y los padres se transforma, se calma, gracias a esos momentos de placer, confianza e intimidad. Desean que acciones así tengan lugar en otros hospitales de la ciudad; los más desamparados son prioridad. Un gran laboratorio farmacéutico, convencido de la importancia de esa iniciativa, decide entonces financiar esos programas en Colombia. Esto permite comprar libros de calidad y remunerar a los lectores y lectoras para que puedan acompañar a niños y padres en esos momentos de intimidad, tan valiosos durante sus estancias en el hospital. Patricia, miembro de la red Leamos, es responsable del proyecto, que también se implantó en el Perú. Ella se encarga de la capacitación en todos los lugares. Todo ello propicia detalladas observaciones que circulan a través de la red y nutren la reflexión de cada uno de los participantes: se distribuye ampliamente un boletín. Así nace una nueva concepción de la lectura para niños en el hospital, basada en una relación personal e íntima entre el niño y la palabra del libro, estimulada por un adulto sensible que se toma el tiempo para acompañarla. Algunos miembros de esta red ocupan puestos de responsabilidad en el mundo de las bibliotecas públicas de sus países. Es cierto que los encuentros informales que se ofrecen en pequeños espacios de lectura pueden encontrar perfectamente su lugar en cualquier biblioteca, sin importar su tamaño. De hecho, esto constituye uno de los objetivos fundamentales del proyecto de Leamos, lograr que toda biblioteca pública ofrezca a los niños esos momentos de confianza compartida, íntimos e informales. De esta manera, en Bogotá, dentro de la dinámica biblioteca El Parque, dirigida por Graciela, padres y niños muy pequeños pasan largos ratos en compañía de los libros, como en familia. Se siguen ciertas rutinas. Se establece contacto con los jóvenes lectores, que participan seriamente en la vida de la biblioteca y asumen verdaderas responsabilidades. Cada uno vive a su manera la biblioteca y sus propuestas. Así, presencié un domingo festivo en el que varias familias se reunieron para celebrar a Harry Potter. Todos los puestos de la loca kermés fueron imaginados, preparados y animados por los jóvenes lectores, con ayuda de los bibliotecarios.[69] Al igual que Graciela, Olga, directora de las bibliotecas públicas de Panamá, es miembro de la red. Mientras que los otros participantes trabajan sobre nuevos terrenos, Olga debe transformar la pesada realidad rutinaria de las bibliotecas para convertirlas en lugares vivos. Ella adoptó las nuevas prácticas, por lo que en las

bibliotecas de su país se recibe más cálidamente a los niños. La lectura es una fiesta, como lo anuncian algunos eventos que organiza regularmente. A veces, como se mencionó antes, estas actividades encuentran eco en las autoridades. De esta manera, el ministerio de educación de México (la Secretaría de Educación Pública) invitó a miembros de la asociación Leamos de la Mano de Papá y Mamá a participar activamente en la selección de libros infantiles para todas las escuelas primarias y preescolares del país. Las cosas se han puesto en movimiento. El trabajo de la red continúa bajo diferentes denominaciones, según los países, las regiones, las afinidades. Ha provocado en algunos de sus actores un entusiasmo que no está cerca de apagarse. Graciela fue la responsable de esa biblioteca tan activa de Bogotá de la que hemos hablado antes. Pero la biblioteca tuvo que cerrar sus puertas. Entonces, Graciela decidió proseguir su trabajo de sensibilización en lo más profundo de la selva amazónica, donde hoy es consejera de bibliotecas públicas que se están desarrollando de manera excepcional. Allí, los niños, encantados, descubren con emoción álbumes y obras excelentes, como los que habíamos dado a conocer a los miembros de la red, en el momento de nuestras primeras intervenciones. En Armenia, en 2002, bajo ese mismo principio, el proyecto La Joie de Lire se estableció en cinco ciudades del país. Está dirigido esencialmente por estudiantes entusiastas a quienes damos a conocer lo mejor de la edición para niños. Con gran seriedad, ellos escriben sus observaciones. Ocasionalmente se establecen algunos intercambios con la red latinoamericana. Así, en torno de algunos libros preferidos por los niños, se crearon lazos entre el Alto Karabagh, región montañosa cercana a Azerbayán, y Guanajuato, ciudad colonial de México. El proyecto nació cuando se estaba elaborando el programa latinoamericano. Esto nos hace soñar con una red que cubra toda la Tierra. Gracias a Internet, no cabe duda de que esto debería ser posible. Estas pequeñas unidades de lectura pueden tener lugar tanto en África como en Asia, tanto en Europa como en América Latina. Constituyen valiosos observatorios. Tienen la ventaja de incluir a muy diversas personalidades de los servicios infantiles, lo que supone cierta confianza en las aptitudes de estos “aficionados” para desarrollar pequeñas estructuras e incluso para administrar una pequeña biblioteca. El encuentro con los niños es para ellos fuente de asombro. Con frecuencia se vuelven apasionados de los libros para niños y no desean más que profundizar su conocimiento de la literatura y la lectura. Hay mil maneras positivas e irremplazables de utilizar esas energías y penetrar en medios diversos para multiplicar las posibilidades de difusión. Para ello, es necesario que la biblioteca pública esté abierta a la diversidad de experiencias de lectura que los niños y los jóvenes pueden vivir aquí y allá; que a quienes los acompañan les sean proporcionadas la capacitación y la información que a su vez

podrán transmitir a su alrededor; que les sean aconsejados y prestados los álbumes que requieren, que se preste atención a sus reflexiones. Esto supone, de uno y otro lado, una cierta aptitud para recibir aquello que viene de fuera.

CREAR LAZOS Crear lazos, buscar el reconocimiento de las bibliotecas públicas, esto es lo importante. Pienso en la experiencia emblemática[70] que tuve la oportunidad de conocer en Venezuela, en uno de esos barrios deteriorados, como existen tantos en las afueras de las metrópolis latinoamericanas. Un asistente social, Bruno Renaud, me cuenta cómo nació su biblioteca. Comenzó con lo que tenía a la mano: dos libros para dos niños; luego, poco a poco, llegaron otros niños; poco a poco consiguió otros libros. Gracias al espíritu innovador y al dinamismo de lo que en ese entonces era una nueva institución, el Banco del Libro,[71] el proyecto que no tenía antecedente alguno localmente, fue reconocido, tomó mayores dimensiones y adquirió mejor organización. Así, nació una verdadera biblioteca, La Urbina, y otros servicios de lectura con el mismo espíritu, gracias a ese esfuerzo pionero. Bruno estaba consciente de que la lectura y la biblioteca eran indispensables para brindar nuevas esperanzas y orgullo a esas poblaciones olvidadas, para crear un tejido social en esos barrios desgarrados. Es por eso que decidió crear, con los medios disponibles, una “minibiblioteca”. Sin embargo, su proyecto no era tanto el de cultivar el amor al libro y la lectura, como el de hacer que éstos constituyeran palancas para tratar de poner en movimiento a todo un barrio, con toda la diversidad de sus componentes y en todos los ámbitos, cultural, social, organizativo. El método no era complicado: se aprovechaba la capacidad de entusiasmo de jóvenes adolescentes dispuestos a ponerse al servicio de los niños. Poco a poco, éstos no tardaban en interesarse para luego a invitar a sus padres a la biblioteca. ¡Así se atraía a toda una comunidad en un mismo movimiento alrededor de la biblioteca! Este tipo de esfuerzo era nuevo, sobre todo para una América Latina que tenía entonces poca conciencia del potencial social y cultural de la biblioteca pública. En una época en la que en todo el mundo los padres no tenían derecho de entrar a las bibliotecas para niños, la biblioteca La Urbina se preocupaba por vincular a las familias en sus acciones. De esta manera, en lugar de quedarse en la puerta, los padres, según sus saberes y sus habilidades, eran invitados a participar de una u otra manera en la vida y en la riqueza de la biblioteca. La inquietud de este bibliotecario “militante de la lectura” era la de tejer lazos, dar la palabra a esa “mayoría silenciosa” constituida por los excluidos y los pobres; quitar el peso de los determinismos. La biblioteca representaba un lugar diferente y respetado. Por ser

portadora de esperanza en ese barrio tan violento, nadie la tocaba, estaba protegida por la población. La acción de este militante fue reconocida. La socióloga que constituyó el alma del Banco del Libro en sus principios, Virginia Betancourt, fue nombrada directora de la Biblioteca Nacional de Venezuela. Ella había admirado la eficacia y el nivel de reflexión de la pequeña biblioteca La Urbina, y decidió aportar todo su apoyo incluyéndola en la red nacional de bibliotecas públicas, aunque respetando por completo su manera de funcionar. A cambio se le pedía a Bruno ayudar a crear bibliotecas parecidas en otros barrios particularmente desvalidos. Así nacieron las minibibliotecas populares. La biblioteca nacional fue consciente de que las grandes instituciones necesitan antenas, como las antenas de un insecto dotado de fina sensibilidad para el sutil conocimiento del otro, de un grupo nuevo, de un medio desconocido. Es así como se pueden recolectar informaciones de gran utilidad y se puede estar realmente al servicio de todos. Cualquiera que sea el grado de desarrollo de las bibliotecas, la acción de estos pioneros de nuestro tiempo se revela siempre necesaria para ir al encuentro de todos los públicos, sin excepción. Pero la idea del trabajo en redes es esencial.

4. Los pequeños son grandes lectores

¿Qué lugar puede ocupar la lectura en la vida de un niño y, más aún, en la vida de un ser humano? Antes de reflexionar sobre la selección de los libros, sobre la vida de la biblioteca, sobre nuestro papel como adultos, ésta es la pregunta primordial que hay que hacerse. De manera paradójica, una respuesta clara y fuerte proviene de los más pequeños. Como no saben todavía leer en el sentido habitual de la palabra, nos obligan a acercarnos a ellos. Tomamos el tiempo de proponerles libros, de leérselos, de escucharlos, de observarlos. Su actitud nos ilumina, a nosotros, padres, maestros o bibliotecarios. Nos hacen entender que la lectura descubierta de esta manera enriquece su vida íntima, su vida con los demás y su conocimiento del mundo. Desde principios de la década de los ochenta los más pequeños ganaron, por fortuna, reconocimiento en el seno de nuestro universo cultural; hasta ese momento, habían estado condenados a quedarse en el umbral de las bibliotecas, porque, se pensaba, no sabían leer. Hoy, ellos mismos nos ayudan a cambiar nuestra perspectiva sobre la realidad de su lectura y, en cierto modo, también sobre la la lectura en general. Hoy, nos ayudan a pensar en las condiciones que debemos propiciar para que la lectura profundice y florezca a lo largo de toda la vida. ¿Por qué proponerles libros y cuentos en una etapa tan temprana? ¿Es realmente urgente? Nada más lejos de nosotros que el querer “forzar” a cualquier precio un desarrollo precoz. Por el contrario, se trata de tomar el tiempo para estar junto al niño pequeño y darle a probar, relajadamente, antes del estrés de los primeros aprendizajes, el placer maravillosamente gratuito de esos primeros encuentros con los libros y los relatos. Lejos de nosotros también la preocupación paralizante y llena de aburrimiento de “hacer que los niños lean”.[72] Lejos de nosotros los acercamientos únicamente escolares, utilitarios, rentables. Lejos de nosotros las ganas de controlar y la búsqueda de una eficacia programada y fuertemente marcada de antemano. Éstas son expresiones de nuestras ansiedades como padres y maestros, reforzadas hoy en día por las crecientes dificultades sociales. Desde muy pequeño, el niño sabe distinguir perfectamente entre ficción y realidad. Pero su imaginario, que se nutre de imágenes y palabras, colorea la realidad circundante. La transforma y le brinda un interés nuevo. En los más pequeños, el placer del texto provoca un verdadero trabajo mental. Les da material para pensar. Asistimos así al nacimiento espontáneo de algo vital, sensible, feliz, que

constituye la esencia misma de una vida cultural en su ingenua pureza, en su riqueza y en su complejidad. Al ver el júbilo que provoca en ellos la lectura de un álbum, la escucha de una historia, nos conmovemos y maravillamos y nos sentimos llenos de respeto por eso que existe ya en ellos, la fuerza de los deseos expresados vigorosamente y sin ambages y ese potencial que va a desplegarse a lo largo de toda su vida, una vida en la cual la cultura del libro y la lectura tendrá su justo sitio. De hecho, nuestra emoción frente a esos pequeñísimos lectores es la misma que sentimos cuando contemplamos, en un bebé, lo que ya es su vida y el misterio de la promesa por venir. Su confianza y su fragilidad apelan a nuestra responsabilidad y nos asignan un lugar único junto a él. Para saborear “la lectura” el pequeño necesita de nuestra presencia, de nuestra voz, de nuestros gestos, de nuestro afecto y, en una palabra, de nuestro tiempo. Como en el momento de los primeros pasos, le gusta tenernos junto a él, acechando el menor de sus progresos, que nosotros contemplamos con dicha. “Mira lo que sé hacer.” Nuestra presencia puede ser muda. Basta con que sea atenta e interesada. Hemos dejado nuestras ocupaciones para estar con él durante el tiempo de un álbum. Así, comprende que él es importante, que existe para nosotros, que nos interesa. Respetamos su lectura, su manera de entenderla, de interpretarla. Esto también es importante. Qué bella invitación a vivir plenamente sus lecturas. Lo que él nos muestra gracias al libro hecho de palabras, de imágenes, de ritmos, es su descubrimiento del mundo y la emoción que este descubrimiento provoca en él. Contenido en un simple objeto al alcance de su mano, a lo largo de las páginas todo un mundo se abre y se despliega frente a él. Espontáneamente interesado, el niño toma entonces el tiempo para explorar. Con cariño, acaricia el libro, lo besa. Regresa a él incansablemente. Saluda cada detalle, lo nombra. Señala algún elemento de la imagen que nosotros apenas habíamos notado, como para mostrarnos el interés que le provoca. Emocionado, corre hacia sus padres para enseñarles lo que lo conmueve, lo que lo hace vibrar. Desde muy pequeñito, el niño crea lazos con otras lecturas o con otras experiencias personales: “¡Es como yo!” Muy pronto puede reconocer el estilo de un ilustrador que le gusta ir encontrando de libro en libro. Su curiosidad y sus gustos no conocen límites. A decir verdad, sus gustos ya son muy refinados. Tiene sus libros preferidos y también sabe cerrar con autoridad aquellos que no le gustan. Pero si algo le gusta, lo leerá y lo releerá hasta el hartazgo. Es su elección. ¡Cuánta personalidad tiene ya! Ciertamente, estas lecturas representan para él auténticas experiencias, vivas emociones; como el libro está allí, accesible, las tiene al alcance de la mano y puede volver a vivirlas. Puede encontrarlas cuando quiera, impregnarse de ellas. Es maravilloso saber que ese simple objeto está allí, inmutable, y que, sin embargo, en cada lectura y relectura, con cada experiencia revisitada, es un poco diferente.

El niño crece, sus lecturas toman otras formas, así como nuestra relación con él; pero durante mucho tiempo más seguirá apreciando nuestra presencia atenta e interesada junto a él. Por mucho que domine la lectura, sabe qué bueno es vivir acompañado ese tipo de experiencia. También nosotros somos felices de aprovechar esas ocasiones de encuentro que nos ofrecen los mejores libros. Durante el tiempo de lectura de un álbum o de un relato, dejamos nuestras ocupaciones y preocupaciones del momento para encontrarnos con él, a su altura de niño.

POR PLACER Y NADA MÁS Y es porque nos conmovemos juntos que esos momentos tienen una calidad insólita. Hay, entre risas y lágrimas, pasando por emociones más sutiles, una manera única de conocerse y de apreciarse mutuamente. Sin remilgos ni condescendencia de nuestra parte, nuestras experiencias convergen y se enriquecen. Es la experiencia de ese recién llegado al mundo que nos dice, a su manera, con ingenuidad e intensidad, cómo saborea las más pequeñas cosas. Del mundo que descubre, quiere saborear todos los detalles, así sean los más ínfimos a nuestros ojos. Nuestra experiencia de adulto animador y mediador encuentra al lado de este pequeñito la frescura y la fuerza de los sentimientos de la infancia y las preguntas esenciales que se plantea, sus sorpresas y sus asombros. Presenciamos un encuentro a la vez íntimo y honesto, porque se vive a través de la historia del otro, ese otro que es como un hermano para el joven lector, aun cuando se esconda bajo la apariencia de un oso, un gorila, una rana o una simple mancha de color. Seguramente el pequeño no lee como nosotros, pero sí que lee. Basta con ver cómo se manifiesta en su rostro esa concentración extrema para descifrar las imágenes: se inclina sobre la página para ver muy de cerca el detalle que le interesa y que lo intriga. Así, en lugar de los caracteres tipográficos, encuentra orgullosamente los indicios que dan sentido a la historia. Por su parte, el adulto parece más sensible a la arquitectura del relato. Tanto para uno como para el otro, esta lectura así compartida no puede sino ser más rica. E n Historias de ratones, Arnold Lobel nos ofrece una bella metáfora de lo anterior, con el paseo de Ratón Muy Alto y Ratón Muy Bajo. Al compartir la lectura de un libro, ¿no nos encontramos él y yo, niño y adulto, como esos dos ratones que se toman el tiempo de caminar juntos?[73] Mientras caminan, se comunican mutuamente sus descubrimientos, grandes y altos por los aires, en el caso de Ratón Muy Alto; minúsculos y al ras del piso, para Ratón Muy Bajo. “Ratón Muy Alto decía: hola, pájaros. Ratón Muy Bajo decía: hola escarabajos. Cuando pasaban por un jardín, Ratón Muy Alto decía: mira las grandes flores. Y Ratón Muy Bajo decía: ¡hola

raíces! ”[Después de la tormenta] Ratón Muy Alto vio un arco iris. Llevó a Ratón Muy Bajo hacia la ventana y lo cargó para que pudiera ver. Entonces, por primera vez, los dos vieron juntos lo mismo.” Me gusta la idea del camino que toman juntos estos dos compañeros de ruta, cada uno de ellos sensible a lo que lo rodea, atento a la palabra y a la mirada del otro, y maravillados ante la ventana abierta a un amplio horizonte, ambos contemplando juntos el mundo. ¡Bella metáfora de la lectura compartida! Le otorga toda su importancia a los intercambios que se viven entre el niño que escucha y el adulto junto a él, que lo acompaña, le presta atención y lo ayuda así a elevarse, a crecer para conocer el mundo. Maravilloso encuentro de dos miradas que se intercambian alrededor de una realidad cuya riqueza conmueve. ¿No es está la expresión de una vida cultural auténtica? Momentos así son frecuentes para algunas familias. ¿Es un libro de calidad?, entonces grandes y pequeños, niños y adultos, entran en él con dicha. Con verdadero arte capaz de conmovernos, sin remilgos ni nostalgia pero con refinamiento, algunos autores saben poner en escena, en la página, las emociones de los niños y nos ayudan a comprenderlas, a rememorarlas. Esos artistas poseen realmente la memoria viva de sus años jóvenes, que aún permanece en ellos. Ellos saben que la incomprensión de quienes lo rodean constituye el mayor sufrimiento para el niño. Es por eso que se vuelve tan placentero vivir juntos esas experiencias en las cuales cada uno reconoce al otro. La biblioteca, consciente de la calidad de esos instantes y consciente también de que muchos niños no tienen esta suerte, se organiza para que todos tengan acceso a este tipo de experiencias, auténticamente literarias, que le dan verdadero sabor a la vida cotidiana y abren las vías del imaginario y del juego, fuentes de crecimiento. Desde no hace mucho tiempo, pero con paso seguro, los más pequeños hicieron su entrada en las bibliotecas. Entraron con la fuerza de su vitalidad, su apetito de conocer, de nombrar, y su deseo de conmoverse. Esta entrada en la cultura, en la literatura, no la hacen solos; llevan con ellos a quienes tienen más cerca, sus padres en primer lugar; los obligan a acompañarlos, a darles tiempo para compartir este encuentro. A cambio, les ofrecen insospechados momentos de felicidad. Todos los días después de clases, los asiduos, que suelen ser los más pequeños, están impacientes por venir a la biblioteca. En un instante nos encontramos en medio de todos ellos, como en familia, en la sencillez y en la espontaneidad. “¿Me lees un cuento?” es una pregunta casi ritual dirigida a los adultos presentes, sean bibliotecarios, jóvenes en servicio, hermanos o hermanas mayores o padres que los acompañan. El niño escoge, según sus propios criterios, el formato del libro, un color de portada, una imagen que lo impresiona. Y también tiene que reencontrarse con sus álbumes amados, que hay que leerle y releerle incansablemente. Con frecuencia, cuando empezamos a leer un cuento a un solo niño, los demás se acercan,

interesados. Es su decisión y son sus ganas de escuchar una historia. Magnífica libertad del lector, la lectura no le es impuesta. Él decide libremente. Entonces se inicia la competencia para saber quién estará más cerca de la persona que lee. Hay que poder acurrucarse en sus rodillas o muy cerca, para ver mejor las imágenes y también para dar vuelta a las páginas, hacer un comentario, señalar ocasionalmente un elemento que sorprende, divierte o evoca alguna cosa de la vida. Esta intimidad confiada y serena es parte del placer. Los niños no se sientan ordenadamente en fila. No estamos en la escuela. Es importante poder instalarse cómodamente para dejarse llenar por el relato, dejarse acariciar por la voz sensible del adulto que narra. Somos para los niños como intérpretes de una nueva lengua, como músicos que interpretan una partitura musical con sensibilidad. Muchos escuchan con un álbum bajo el brazo: esperan el momento en que les toque proponer su elección. Temen que ese momento llegue a su fin demasiado rápido. Otros, fuertemente seducidos por un álbum, se aislan para leerlo hasta el hartazgo. “¡Yo solo!” A algunas niñas les gusta jugar a la bibliotecaria: rodeadas de niños más pequeños que se beben sus palabras, ellas eligen los álbumes que les gustan particularmente. No siempre pueden descifrar el texto, pero lo “leen” con autoridad, poniéndole la entonación necesaria. Los adultos proponen. Los niños escogen. Hay libros, poco importa su edad, antiguos o nuevos, libros clásicos de alguna manera, que nos gusta dar a conocer por la experiencia única, comprobada y deliciosa que son capaces de provocar. Los bibliotecarios los conocen y saben hasta qué punto esos libros, de autores e ilustradores como Arnold Lobel, Maurice Sendak, Gerda Muller, Bruno Munari, Max Velthuijs, Claude Ponti, Tomi Ungerer, Anthony Browne, Mario Ramos y muchos otros, pueden ser importantes en la vida de un niño. Son libros de siempre. Los más asiduos a estos momentos de lectura suelen ser los más pequeños, pero no sólo ellos. A cualquier edad nos gusta que nos lean historias. Con frecuencia los más grandes toman su distancia, están como si nada, pero no se pierden ni una migaja. O bien, como hermanos mayores, les leen a los más pequeños: una manera de complacerse con esos álbumes sin perder la compostura. En cuanto a los padres que se unen a nosotros, muchas veces son sensibles a esos álbumes de calidad y están felices de ver que a sus niños les gustan tanto. Padres e hijos pueden pedirlos prestados para saborearlos en familia, en casa. Algunos libros se disfrutan mejor de esta manera. Es la suerte que tenemos todos nosotros, los bibliotecarios, padres y maestros, de convivir cotidianamente con niños que están en el albor de sus vidas, de ser testigos de sus descubrimientos en libertad, de su ingenua sensibilidad, de sus asombros. Con ellos, y gracias a los libros, revivimos las emociones que los mejores autores conservaron de su infancia y se complacen en transmitir. Así, el viejo Tío elefante,[74] de Arnold Lobel, cada mañana viene a saludar con su trompa

al día que se anuncia y a todo aquello que la naturaleza ofrece generosamente, las flores, los insectos, los pájaros, el sol y las nubes. Margaret Wise Brown, autora del clásico Buenas noches, Luna,[75] antes de entrar en el mundo de la noche y de los sueños, invita al niño a despedirse del día que termina, de las cosas y de las personas: “buenas noches sillón, buenas noches reloj, buenas noches a las personas”, con ese gusto por la sensualidad del detalle propio del niño, que no deja pasar nada porque cada cosa tiene una existencia particular y debe ser nombrada. Sabemos hasta qué punto el hecho de nombrar las cosas que vivimos y compartirlas llega a calmar la angustia. ¡Y cuán benéfico es para el niño tener junto a él a un adulto que toma el tiempo de participar con seriedad y una pizca de humor en este ceremonial! Como a Sepo,[76] por la mañana, le gusta establecer la lista de las cosas lindas que lo esperan. Todo esto con nuestra complicidad gozosa. ¡Qué buena manera de comenzar un día juntos! Para nosotros los adultos, se trata de avivar nuestra conciencia de lo que nos es otorgado y que en nuestra complicada vida adulta ya no sabemos apreciar. Los descubrimientos que hacemos juntos, en el curso de nuestras lecturas compartidas, irrigan la vida cotidiana, la hacen más interesante y digna de ser narrada. El niño se complace en contar, en observar, en escuchar. Al presenciar sus emociones, al compartir sus lecturas y relecturas, que tienen tanta importancia para ellos, aprendemos también cómo dirigirnos a los niños. Osito dice: “cuéntame una historia de mamá Osa cuando era pequeña. La historia de mamá Osa y el petirrojo. Me gusta esa historia”; “Muy bien”, dice la abuela Osa y comienza a contar: “Un día de primavera, cuando mamá Osa era pequeña…”[77] Tenemos, en efecto, muchas cosas que contarles a nuestros hijos. Los pequeños eventos cotidianos son dignos de contarse y hacerlo da sabor a la vida. Es agradable tomarse el tiempo para platicar.

LA LECTURA ES RELACIÓN De entrada, los pequeños descubren que la lectura es relación, relación en los dos sentidos de la palabra: como “relato” y como “lazo con el otro”. Encuentro con los personajes del libro, encuentro con el que transmite, felicidad de conmoverse junto con otros niños que alrededor nuestro escuchan y viven, cada uno, su experiencia personal a partir de una misma historia. En nuestro caso también, adultos mediadores, animadores, vivimos la belleza de una relación genuina con los niños. Al estar en contacto con esos seres a la vez frágiles y misteriosos, nos maravillamos, admiramos su manera de sentir, de comprender y de descubrir el mundo. La mirada de los niños enriquece la nuestra, despierta nuestra infancia olvidada y, en el encuentro, nos pone a su altura, en concordancia con ellos.

Es maravilloso para nosotros acompañar al niño en su descubrimiento, fresco e ingenuo, de lo que lo rodea, sus asombros, sus risas y sus lágrimas. Maravilloso para el niño sentirse comprendido y escuchado por un adulto cercano, que durante el tiempo que dura una historia decide vivir con él algo de su mundo infantil. Es una relación particular que se establece naturalmente, porque cada uno a su manera, adulto o niño, está interesado y conmovido: el adulto porque asiste al despertar de la sensibilidad y de la inteligencia del niño y éste porque se siente objeto de la atención simpática de una persona cercana y la descubre capaz de conmoverse por cosas de niños. En el transcurso de las lecturas, encontramos a personajes vivos que casi forman parte de la familia. A fuerza de leer y releer esas historias tan amadas, terminamos por conocerlas muy bien. Se les invita a entrar en la familia, como a ese cocodrilo imaginado por André François en Lágrimas de cocodrilo,[78] feliz de ser el invitado y de encontrarse sentado a la mesa familiar para compartir una comida y relatar sus viajes exóticos. Los Mumin,[79] Winny de Puh,[80] Willy el chimpancé,[81] el rey Babar[82], son huéspedes particularmente bienvenidos. Con ellos, descubrimos y practicamos el humor, cualidad indispensable para toda la vida, que le da a relatividad a los dramas y pone las experiencias en su justo sitio. Es así como se construye una cultura común en familia, pero también en la escuela y en la biblioteca. También hay libros serios sobre cuestiones tan esenciales como la muerte. Muy jóvenes, los niños se plantean esas preguntas. Algunos libros saben dar forma a sus interrogaciones y nos ayudan a responderlas, no con palabras generales y abstractas, sino con la serena belleza de un relato que podemos seguir juntos, emocionados, paso a paso, a lo largo de las páginas. A este respecto, Gracias, Tejón[83] es una obra maestra sobre la muerte, la separación, el recuerdo, la generosidad. Un libro que debemos, sin duda alguna, a una gran artista que recuerda su infancia y sabe lo que es bueno y justo compartir con el niño sobre una cuestión tan grave; es un libro capaz de reunir a grandes y pequeños, a niños y adultos. Pienso en ese padre de familia que me contó cómo un libro en particular lo sacó de apuros para abordar con sus hijos ciertas realidades insoportables. Estaban viendo en familia las noticias de la noche. Era el triste aniversario de la liberación de los campos de concentración; se podían ver imágenes terribles. ¿Cómo afrontar lo insostenible y hablarlo de una manera justa con los niños? Me dijo que el hermoso álbum La historia de Erika,[84] escrito por Ruth Vander Zee e ilustrado por Roberto Innocenti, lo ayudó mucho. Esta obra de gran calidad cuenta con seriedad la historia extraordinaria y verdadera de una mujer y de su bebé, que van a bordo de un tren hacia los campos de concentración; nos cuenta que esta madre se atreve a algo inaudito: aprovecha que el tren se detiene en medio del campo, para lanzar a su bebé

fuera del vagón. De esta manera tiene la esperanza de evitarle la muerte. Esa bebé, convertida en adulta, cuenta su increíble historia: fue rescatada por campesinos que le dieron la vida por segunda vez. Gracias a libros así, niños y adultos tienen en verdad cosas qué contarse. ¿Cómo vivir sin esas relaciones? Esos encuentros dan sabor a la vida. De esta manera, la lectura, acto eminentemente interior, nos ayuda a vivir mejor juntos, porque nos proporciona las palabras para expresar las emociones y compartir los descubrimientos y experiencias de todo tipo. El dominio de la expresión y la precisión de los sentimientos permiten escapar a los comportamientos violentos. En una época en la que tantos niños y jóvenes se aíslan largas horas frente a la pantalla de la computadora, en una época en la que tantos padres tienen horarios muy pesados fuera de la casa, esas oportunidades para encontrarse, a veces breves pero cargadas de sentido, adquieren un sabor particular. Esas experiencias se viven fácilmente con los pequeños; pero la confianza así instaurada puede continuarse después, bajo otras formas, claro, según las edades y las personalidades. En las etapas más difíciles, en el momento de la adolescencia, de las oposiciones y los rechazos, algo permanece: se aprendió a hablar en confianza. Eso no se olvida. La lectura en compañía no se limita a la ficción. Durante muchos años, en Clamart, cada semana una señora jubilada venía a pasar el día con los niños. Apasionada de las ciencias, la historia y muchos otros temas, le gustaba hacer descubrir a los niños algunos álbumes documentales. Tenía a sus fieles, que la rodeaban desde su llegada. Instalada en una mesa en medio de los niños, les leía, interrumpiéndose sin cesar para escuchar sus observaciones, sus preguntas o sus comentarios. También compartía con ellos sus sorpresas, sus experiencias, sus lecturas. Eran conversaciones animadísimas.

HACER VER, HACER PENSAR La biblioteca es el lugar donde el niño puede probarlo todo, degustar como si se degustara un plato; donde el lector aprendiz toma poco a poco conciencia de lo que le gusta o no. En este lugar de total libertad hay mucho para ver, para observar y para escuchar. Los niños muy pequeños nos enseñan mucho sobre sus maneras de leer, sus preferencias, cómo y por qué una historia los conmueve, cómo pone en movimiento su inteligencia, su sensibilidad, su psique. Nos ofrecen posibilidades poco frecuentes para observar con precisión lo que pasa en ellos, aun cuando se reserven siempre una parte de misterio. Junto a ellos encontramos nuestro justo sitio de mediadores y testigos. Debemos tratar de entender lo que se esconde tras la

insistencia de regresar siempre a ciertos libros, o quedarse mucho tiempo en ciertas páginas. Los comentarios espontáneos de los niños son rápidos, pero iluminadores. Nos interesa mucho saber si algo les gustó un poco, mucho, apasionadamente, con locura o nada. A esa edad, no se busca complacer a los demás: las respuestas son sinceras. Con niños mayores no siempre es así. A preguntas demasiado directas sobre sus gustos, sus respuestas suelen ser fórmulas corteses. Cuando dicen “está bien escrito” quieren decir, en general, “no me llamó la atención, me aburrió”. En la biblioteca, espacio abierto a todos, podemos ver cómo ciertos libros pasan de mano en mano y cómo otros permanecen desesperadamente en los estantes. Pero sobre todo aprendemos si nos tomamos el tiempo de acercarnos a los niños con discreción. Pero… ¿qué los hace leer así? He aquí una pregunta apasionante que nos hacemos siempre que somos testigos de esos apegos entusiastas de los jóvenes lectores. En la era de Internet y de la tecnología digital, en la que la cantidad de propuestas es inmensa, ¿por qué siguen dando al libro un lugar especial? ¿Por qué, cualesquiera que sean sus culturas, siempre regresan a Anthony Browne, Claude Ponti, Remy Charlip o Mario Ramos, como pude observar en diferentes regiones del mundo? ¿Por qué en lo más recóndito del Cáucaso estos álbumes provocan verdaderas pasiones? ¿Por qué en las montañas cercanas a Azerbayán los niños se sumergen encantados en Una granja de otra época,[85] a pesar de ser la descripción de una granja inglesa en la que se trabaja a la antigua? Los detalles colman su deseo de vagabundear a través de esos grandes frescos, de conocer y reconocer lo que es la vida misma; poco importa la época. Su curiosidad no conoce límites. ¿Por qué, en la ciudad de México una pequeña biblioteca se puso el nombre de Chien Bleu, título de un álbum adoptado tiernamente por nuestros niños?[86] ¿Por qué en el Karabagh otra biblioteca escogió espontáneamente llamarse así? ¿Por qué un niño regresa sin cesar a Roule galette[87] y a su carrera desenfrenada? ¡Qué movimiento y qué ritmo! ¿Qué es lo que emociona tanto a los niños del norte al sur, del este al oeste, en este viejo álbum con ilustraciones anticuadas en sepia, Abran paso a los patitos,[88] la historia muy bostoniana de una familia de patos que deambula en el bullicio de una ciudad de Nueva Inglaterra? ¿Por qué los niños rechazan de inmediato tal o cual álbum que tuvo el visto bueno unánime de los eruditos seleccionadores? ¿Por qué esos mismos seleccionadores rechazan ciertos libros que juzgan poco originales y que, sin embargo, se vuelven para los jóvenes lectores una experiencia nueva y deliciosa? Todo ello nos hace reflexionar. Para empezar, vemos cuán abiertos están los niños a una verdadera diversidad, cómo espontáneamente aprecian en su justo valor la calidad de los relatos. Nosotros, que nos complacemos leyendo con ellos, somos testigos de esto. Desde muy pequeño, el niño nos muestra lo que lo conmueve; realmente vive sus

lecturas con todo su ser. Leyendo El cochecito,[89] veo a un niño que se pone a imitar al pequeño del álbum. Llevado por la historia, espontáneamente se acurruca como el personaje. Marie Hall Ets,[90] autora de álbumes clásicos, intuía sin duda ese modo particular de lectura que incluye al cuerpo en su totalidad; historias suyas como Just Me provocan casi inevitablemente en el niño las ganas de reproducir el movimiento de los animales representados. En In the Forest, de la misma autora, la contemplación fascinada de una procesión de animales a través de la selva, llevada a ritmo de tambor por un niño triunfante, provoca, de la manera más natural, el mismo deseo de seguir la fanfarria y de participar así, en cuerpo y alma, en esta historia bulliciosa y llena de movimiento. Tocar el libro, acariciarlo, besarlo, es algo común en el niño. Recuerdo a una mamá que me contaba que su hijo quiso dormirse con el libro de la biblioteca en compañía de su oso de peluche. ¡Es difícil imaginar un cariño parecido por una pantalla de computadora o incluso por un libro digital! Investigadores provenientes de diferentes disciplinas[91] nos invitan a dirigir una mirada atenta hacia el pequeño niño “lector”; hacia lo que el encuentro con el libro y el relato puede poner en movimiento en su interior. Estos investigadores abren su campo de reflexión a todos los bibliotecarios que lo deseen. Están a la escucha de lo que nosotros podemos enseñarles a partir de nuestro simple trabajo de campo, tal y como lo vivimos día con día. A su vez, ellos nos ayudan a reflexionar sobre lo que la lectura puede significar en la vida íntima y en la vida relacional de cada uno, a cualquier edad; a revisar el lugar del adulto en ese recorrido, para que la lectura tome un sentido, cualesquiera que sean las condiciones de vida, la cultura o el medio social; cómo la biblioteca se sitúa en un tejido de relaciones y de encuentros; cuál es el compromiso del bibliotecario y cuál es el aporte de los padres. Actualmente, las pantallas y los juegos de video invaden el mundo del niño. Cada quien en casa se aísla frente a su pantalla, la de la computadora, la de la consola de juegos, la de la televisión… ¿Por qué entonces, a pesar de esas numerosas invitaciones, el libro sigue teniendo un lugar privilegiado? Nunca la edición para niños tuvo tal florecimiento. ¿Por qué, en nuestras vidas apresuradas donde todo nos incita a apurarnos, a ir más y más rápido, nos tomamos el tiempo para detenernos a leer o a que nos lean álbumes? ¿Qué es este objeto extraordinario que, en la era de las grandes mutaciones de nuestras sociedades continúa ejerciendo una fuerte atracción sobre los jóvenes espíritus? El libro es un objeto. La lectura es experiencia. El álbum se entrega al lector con palabras e imágenes y, en la confusión y violencia de los sentimientos que lo embargan, el ritmo del libro a lo largo de sus páginas, le brinda cierto orden. La obra se ofrece para ser compartida y transmitida. Reconoce y, de esta manera, tranquiliza.

La lectura es un encuentro con el otro, que se vive mejor con un adulto cercano interesado en la vida del niño, en su despertar al mundo. La lectura es tiempo, tiempo del relato, tiempo del encuentro con esa persona cercana, que es a la vez mediador y testigo. Por la magia de una obra de calidad, el álbum conmueve, en un mismo movimiento, al adulto y al niño. El adulto se maravilla; admira al niño, admira su profundidad y su sutileza. El niño se siente existir porque comprende y porque se siente comprendido. El libro es permanencia. El objeto está allí, siempre disponible. De esta manera, el lector puede revivir según sus ganas y sus deseos los relatos, las experiencias, las emociones. Al niño, lo sabemos, le gusta leer y releer. Para él, la lectura forma parte del dominio del ser y no del tener. Apartado del tumulto cotidiano, en el umbral de la noche, ese simple objeto le ofrece un momento de excepción, en un diálogo singular con el adulto amado que le brinda todo su tiempo para esos momentos de interioridad. Entonces el niño es plenamente un sujeto. La historia se termina, el libro se cierra. Pero queda algo de él en la vida compartida en familia, en la escuela o en las bibliotecas. Es así como se construye una cultura común.

5. Lectores hábiles en el reino de los álbumes

Mientras que todo lo demás es tan rápido, tan grande, tan confuso, el libro alberga un mundo organizado que uno tiene el tiempo de explorar a su gusto, a su ritmo, en compañía. Tomamos nuestro tiempo porque estamos felices de estar juntos. Cerca del niño, admiramos la amplitud de sus gustos. Desde muy pequeño ya está abierto a una extraordinaria diversidad.

CÓMO LEEN. LA PERCEPCIÓN DE LOS NIÑOS Todo comienza con el álbum ilustrado, que propone una sucesión ordenada de estampas.[92] Para el niño, representa el placer de identificar y de nombrar. Existe en el niño pequeño una pasión por conocer y por poseer. Nombrar es una manera de tomar posesión del mundo y de sus diferentes elementos, de integrarlos en su vida. Se necesitan palabras e imágenes para decir el mundo, conocerlo y compartirlo. Reconocer, nombrar, todo eso se vive mejor cuando el adulto está allí para acompañar y repite lo que dice el niño, como un eco; lo aprueba, lo anima. Algunos de estos libros son verdaderas obras de arte, de magnífica fantasía. Encantan a los niños de todas las edades. Todo un mundo, de Katy Couprie y Antonin Louchard,[93] al ofrecer a los bebés una gran diversidad de expresiones, toma en cuenta su percepción fina de la imagen, su apertura espontánea a múltiples lenguajes gráficos. Los niños más pequeños lo descubren con nosotros. Los vemos luego aislarse para hojear a su antojo esta obra divertida, poética, inventiva. Aprecian este “libro para grandes”, un libro que pueden sostener bien en sus manos. Diferente de un álbum ordinario, este pequeño libro cuadrado y de buen espesor, deja adivinar lo que van a encontrar dentro de él… todo un mundo. Este libro divierte la mirada del niño, la intriga, la provoca; y esto, a cualquier edad. Estas pequeñas obras plantean en términos nuevos la cuestión de la percepción de los más pequeños y de la calidad de su lectura. Éstos se revelan de entrada como excelentes lectores, capaces de encontrar, de seleccionar lo que en el libro es importante para ellos. Como ese bebé de siete meses en un hospital de Erevan, Armenia, que quiere quedarse viendo únicamente las imágenes de rostros, sea el rostro de una anciana o el de una muñeca; ya sean bosquejos o fotos, imágenes en

color o en blanco y negro. Lo vemos luego observar con atención la cara del adulto que está a su lado, como si el libro lo invitara a dirigir una mirada más atenta sobre lo que lo rodea. En los niños más pequeños, notamos hoy un verdadero interés por la fotografía en blanco y negro, cuya refinada sensibilidad parecen apreciar. Beaucoup de beaux bebés[94] tiene un gran éxito entre los nenes, pero no sólo entre ellos. En las páginas de este hermoso libro el niño descubre sobre un fondo claro y uniforme, tanto caras de bebés a tamaño casi natural, que expresan toda clase de emociones, como simples y bellas fotos de bebés en diversas actitudes. Al final del álbum, una hoja de papel aluminio ofrece una especie de espejo y le permite al pequeño lector mirar su propia cara. Blanco en negro y Negro en blanco[95] son el inicio de esos primeros libros de imágenes, verdaderas obras de arte que Tana Hoban ofrece a los bebés más pequeños. Juega con los contrastes: blanco y negro, mate y brillante, a los que los bebés de pocos meses de edad ya son sensibles. Junto al niño, el adulto llega a compartir y a comprender las sensaciones simples y llenas de sabor que animan el mundo de la infancia y que nosotros hemos olvidado. Con Rain, de Peter Spier,[96] nos encontramos con el placer de brincar los charcos e ir luego a una casa calentita y cómoda. Con La alacena,[97] de John Burningham, se trata simplemente de la bulliciosa alegría de sacar de una alacena las cacerolas y otros utensilios de cocina. Desde muy temprana edad, los niños son sensibles al humor. Burningham no teme introducirlo en sus obras; en ¿Qué prefieres…,[98] propone la irrupción de todo tipo de elementos perturbadores e inesperados en la vida cotidiana. Los niños se deleitan también con obras como Los animales no se visten,[99] en la cual descubrimos los problemas de una gallina que pone un huevo vestida con un overol. Los niños juegan con las palabras como con un juego de cubos; dan vuelta a las piezas para conocerlas bajo todos sus ángulos. La belle lisse poire du Prince de Motordu[100] lo invita a hacerlo, con mucho humor. Este pequeño libro juega con las homonimias y las sonoridades parecidas, fuente de maliciosos malentendidos. Chapeau [sombrero] se vuelve château [castillo] y así, el héroe resulta coronado con este pesado edificio. Al juego de palabras se añade la traducción en imágenes de esas “palabras torcidas”. Es tan divertido que se vuelve un juego sin fin, que continúa más allá del libro, en la vida cotidiana. Sorprenderse con las palabras y con sus dobles sentidos es lo que propone Alain Le Saux, un verdadero maestro en el género. Escribe Maman dit que son amie était vraiment chouette,[101] y he aquí que en la imagen la amiga se vuelve búho, y cuando dice “el maestro me dijo que yo tenía que repasar mis lecciones”, el niño, armado con una plancha, lo obedece al pie de la letra.[102]

Estos malentendidos, tratados con humor, corresponden a experiencias propiamente infantiles. Kornei Chukovski,[103] fino conocedor del imaginario infantil, nos cuenta la emoción de un niño cuando escucha decir que otro niño tiene los ojos de su papá. “¿Entonces su papá le dio sus ojos? ¿Entonces su papá está ciego?” Los mejores autores, como A. A. Milne, que escribió Winny de Puh, saben reconocer el espíritu lógico de los niños en sus creaciones lingüística. Así, Christopher Robin desea “des-saltarizar” al tigre que salta, uno de los juguetes que más quiere, pero que considera demasiado agitado. Como pregunta el poeta humorista Raymond Devos: “¿Si el mar está revuelto, cuando lo volverán a acomodar?”[104]

EL LIBRO ES ESPACIO Y RITMO A lo largo del relato, de página en página, de imagen en imagen, el álbum es a la vez espacio y ritmo. Esto estructura una experiencia del mundo. Se dice que el primero de todos los libros son los dedos de la mano, con los cuales, desde los tiempos más remotos, se cantan los arrullos. Acompañado por la suavidad de una voz, el bebé, ese recién llegado a nuestro mundo, viene a reunirse con esa tradición inmemorial. “Este dedito va de cacería, este dedito atrapa una perdiz…” Con Jeanne Ashbé, en el ritmo de un balanceo acompañado de una cantinela, el bebé vuelve a vivir los pequeños eventos y los gestos cotidianos. La vida de todos los días adquiere así relieve y sabor. En el álbum Ca va mieux!,[105] la página de la izquierda evoca, en colores oscuros, la tristeza: “Oh, el bebé está llorando. Tiene sed”. En la página derecha, más colorida, está el consuelo: “¡Ah!, ya está mejor. Qué rico es tomar agua”. Ritmo de la frase, ritmo de las páginas a las que damos vuelta, todo está en orden: los pequeños sufrimientos se reconocen y el consuelo está allí. Dar vuelta a las páginas nos da el placer de anticipar. Con humor y como en un juego, Fortunately, de Remy Charlip,[106] presenta en colores vivos la suerte y la felicidad, y en colores grises la mala suerte, la decepción. Alegremente, página tras página, esos momentos se alternan, coloridos y grises. Adivinar, sorprender, provocar el asombro, es lo que proponen muchos de estos álbumes. ¿Con qué sueñan los animales?, pregunta Bruno Munari en Mai contenti.[107] La vaca sueña con ser pez. ¿Y con qué sueña el pez? El lector debe adivinarlo. La solución se encuentra en la página siguiente, que a su vez plantea una nueva adivinanza, y así hasta la última página, que se enlaza con la primera. Les flaçons magiques (Los frascos mágicos), de Goh Gyong-Sook, nos reservan mil sorpresas. ¿Qué animal se esconde tras la botella de Coca-Cola y en un frasco de perfume? ¿Un cocodrilo? ¿Un koala? Basta con levantar las lengüetas en forma de

botellas para saberlo. En todos estos álbumes, el tacto es un placer; la participación del niño es imprescindible. Dar vuelta a las páginas es dominar el ritmo para seguir de cerca a un personaje muy apurado o para tomarse el tiempo de contemplar. Dr. Seuss lleva a sus lectores a un ritmo endiablado para seguir las excentricidades del El gato garabato,[108] quien, durante un día lluvioso, les da a los niños aburridos la ocasión de divertirse en grande. Con él, “¡el día no está desperdiciado! ¡Déjenme decirles que conmigo se van a reír mucho!” En ¿Dónde está el pastel?,[109] del artista indonesio The Tjong-Khing, se circula mucho. La vida en ese libro es trepidante. Dos ratas roban el pastel del señor y la señora Perro. Dos monos roban el sombrero de la señora Gata, persecuciones desenfrenadas, múltiples historias que recorren en todos los sentidos dos grandes páginas dobles, a lo largo de senderos que dan vueltas y ondulan de página en página. No hay texto ni márgenes: la vida se desborda por doquier. El álbum ofrece gran cantidad de detalles rocambolescos que nos complacemos en descubrir cuando leemos y releemos, pues ¡realmente hay mucho qué ver en él! Algo similar nos propone un artista como Claude Ponti. En todos sus álbumes, la imagen predomina; se ofrece a la investigación; hay que buscar objetos y personajes escondidos. Las referencias culturales son numerosas, como en los álbumes de Mitsumasa Anno, en particular All in a Day.[110] En los libros de Ponti, las referencias provienen del mundo de la infancia y a veces son propias de su literatura, como en algunas páginas dobles de Blas y el castillo de Ani Versario.[111] El niño busca en este universo imaginario sus propios territorios. Es un mundo profuso, admirablemente plasmado gracias a un elaborado despliegue escénico. Algunos álbumes se contemplan en armonía con el propósito del libro, como se comparten las ensoñaciones y sensaciones del niño de Natsu no asa.[112] Las imágenes que se extienden en las páginas dobles de Donde viven los monstruos[113] nos proponen compartir con Max la voluptuosidad de contemplar a nuestro antojo las figuras terroríficas de los monstruos. El niño se detiene en ellas con gusto. Los niños pueden ser muy sensibles al arte del libro, a la composición, al enfoque, a la disposición de las imágenes; y así nos lo hacen saber. Cuando la pequeña Marlaguette y el lobo, aunque son amigos, deben separarse porque decididamente ya no pueden vivir juntos,[114] los pequeños lectores se detienen y nos hacen notar la disposición gráfica: cómo el álbum manifiesta la dura separación colocando a los amigos en los dos extremos de la doble página. ¡El mundo es grande! Los cuentos ayudan a ponerlo en orden. La sucesión de las páginas de un álbum subraya el orden de las búsquedas en esos relatos que llamamos excursiones y que, al irse abriendo el camino, nos brindan tan bien la idea del sentido del tiempo. Marie Louise,[115] la niña mangosta, enojada por haber recibido

unas nalgadas memorables, abandona su casa en busca de una nueva mamá. A las familias de animales que va encontrando página tras página, les pregunta con ansiedad: “¿puedo ser su hija? Mi mamá ya no me quiere”. Esta larga búsqueda recorre el álbum integralmente. Acumular, llenar, vaciar, son juegos naturales para los niños; juegos que pueden encontrar en los cuentos y otros relatos, a los cuales se prestan tan bien los álbumes. Para arrancar el enorme rábano de Quel radis, dis donc!,[116] a lo largo de las páginas de este cuento tradicional, el abuelo llama a la abuela, que llama a la nieta, que llama al gato, que llama al ratón. De lo más grande a lo más pequeño, de lo más pequeño a lo más grande, de lo vacío a lo lleno, esto es lo que el álbum, a lo largo de sus páginas, nos narra particularmente bien. Así pasa en el sorprendente relato del viaje del ratoncito, que nos cuenta Arnold Lobel.[117] Habiendo salido en coche a visitar a su mamá, se enfrenta a una serie de problemas. Llegará a tiempo después de haber probado todo tipo de soluciones para superar las diversas descomposturas; soluciones que van desde los patines de ruedas hasta la compra de unos pies nuevos. Los niños no se cansan tampoco de este libro loco, Mother Mother I Feel Sick Send for the Doctor Quick Quick Quick.[118] Es la historia delirante de la operación quirúrgica que se le practica a un niño demasiado glotón, con un médico prestidigitador y una mamá despistada como testigos. ¿Y que encontramos en el vientre del niño? Los objetos más diversos están allí acumulados. Al ritmo de las páginas, Charlip juega con la alternancia de negros y colores, de lo escondido y lo descubierto. El final de la historia nos invita a retomar el libro desde el principio. “¡Otra vez!”, dice el niño cuando el libro está a punto de cerrarse. “¡Otra vez!” Los niños aman darse el tiempo para sumergirse en ilustraciones en las que hay mucho qué ver. Con toda naturalidad, entran plenamente en la locura, en lo excepcional, en lo lejano. Los pequeños se apasionan por los animales familiares o extraños. Así, se dejan seducir por el gran libro de Joëlle Jolivet, Zoo lógico,[119]que presenta una colección de cuatrocientos animales clasificados no por especie, sino como lo hacen espontáneamente los niños: por colores, tamaños o modos de vida. Clasificar es, en efecto, uno de sus placeres, como lo es también enumerar y dejarse invadir por la abundancia. En este hermoso álbum, cada animal tiene un nombre y el niño es feliz de mostrar que puede recordarlos; feliz también de pronunciarlos. Mientras más complicada es la palabra, mayor es el placer. En el admirable libro El arca de Noé, de Peter Spier,[120] nos complacemos en permanecer dentro del arca durante el diluvio y conocer a todos los animales que allí se refugiaron. Las ilustraciones de Ungerer están llenas de detalles sabrosos y a veces crueles. La mirada se pasea entonces por la página, al acecho del menor detalle divertido,

inesperado, que invita al lector a buscar otros. El mago de los colores, de Arnold Lobel,[121] nos ofrece, como en una pintura de Brueghel, un montón de escenas y detalles vivos para buscar. Los niños regresan a ellos incansablemente. La exploración de la imagen se hace activa en esta obra tan querida. Aquí no hay una historia narrada; es el lector quien tiene que inventarla. Los niños se reúnen alrededor de estos álbumes y compiten para ver quién encontrará y nombrará. Es tan grato meterse de lleno en esos libros que proponen la abundancia. Mitsumasa Anno domina esto de maravilla. Sus imágenes rebosan de escenas múltiples, de objetos insólitos, como en Anno’s Flea Market,[122] donde, viendo de cerca, se descubre toda clase de detalles picarescos. Lo mismo pasa en otro álbum del mismo artista, Anno´s Animals;[123] para encontrar animales escondidos entre el follaje, hay que dar vuelta al libro, en todos los sentidos. Todos los artistas que hemos mencionado utilizan a fondo lo que el objeto libro ofrece de manera única. Ningún otro soporte es capaz de narrar, de exponer, de esta manera. Es un objeto que se puede hojear a voluntad, según el ritmo que cada quien escoja. Tiene todos los formatos posibles, desde el libro más pequeño, que cabe en una mano, hasta el gran álbum que sólo puede verse extendido sobre el piso. Esto se agradece en una época en la que todas las informaciones se nos dan en el cuadro uniforme de las pantallas. Dar la vuelta al mundo en todos los sentidos, eso es lo que realmente podemos hacer con el libro. Anno le saca gran partido a esta idea en muchos de sus álbumes, como en Topsy-Turvies,[124] en el que perspectivas contrarias se conjugan para formar un mundo que parece real y sin embargo es concretamente imposible. Esto nos pone a pensar. El niño nos pregunta. “¿Cómo es posible?” ¿Este juego entre lo real y lo imaginario no es lo propio de la ficción, de la fantasía en particular? Pensemos en los Cuentos del gato encaramado, de Marcel Aymé,[125] y en Las crónicas de Narnia, de C. S. Lewis.[126] A partir de un mundo muy real, conocido y reconocible, nos embarcamos de la manera más natural en un mundo imaginario que nos hace pensar de una nueva manera.

METAMORFÓSIS Y ETERNOS RECOMIENZOS Algunos álbumes nos presentan el eterno recomienzo, sobre todo en la representación de los ciclos naturales. Utilizan a fondo las posibilidades del libro como tal: la sucesión de las páginas, el retorno al punto de partida, posibilidades que otros medios no pueden ofrecer de la misma manera. Esto es lo que proponen grandes artistas como Remy Charlip y Bruno Munari. Los libros de Iela Mari juegan con sobriedad y eficacia con los ciclos de la

naturaleza y las metamorfosis. Con Las estaciones,[127] el niño se complace observando minuciosamente un mismo árbol y a sus habitantes a lo largo de un año, con el ritmo de las estaciones en sus páginas. Observa los brotes que crecen en la primavera, los pájaros que hacen su nido para poner sus huevos, el verano y sus colores brillantes, el otoño que desnuda al roble, los pájaros que emigran y el lirón que hace provisiones para el invierno. Los álbumes, a cada página, se prestan de maravilla al juego de las metamorfosis, de los ciclos que podemos vivir una y otra vez a voluntad. Estas nociones son familiares al niño. “Cuando seas grande”, le decimos. Y el niño nos pregunta: “cuéntame de cuando eras pequeño”. Cambios, todo cambia, y eso puede ser maravilloso; ése es el sueño del niño de este álbum de Anthony Browne.[128] La tetera se vuelve gato, el sillón se convierte en un gorila… un juego propiamente infantil que el artista propone al niño,[129] de qué manera un objeto duro y frío, un puro producto manufacturado, puede convertise en su contrario, un animal tierno, tibio y dulce. El mundo toma entonces una dimensión completamente distinta. Estas metamorfosis también pueden ser muy arriesgadas, cuando tienen que ver con las personas. ¿Y si no me reconocieran? Es un tema que encontramos en los mejores libros, álbumes o novelas; también en el álbum clásico Pequeño azul y pequeño amarillo, de Leo Lionni.[130] Qué tristeza para los dos amigos, que se acercan tanto que se vuelven verde. Podrían no ser reconocidos por sus padres Amarillo y Azul, y eso los hace llorar. El sufrimiento de la incomunicación, el drama de ser incomprendido, de no ser reconocido por lo que uno es realmente son sentimientos dolorosos que el niño vive desde muy pequeño. Algunos autores, como William Steig, lo manejan maravillosamente. Pensemos en Silvestre y la piedrecita mágica,[131] o en Caleb & Kate.[132] Por arte de magia, los héroes de estas historias son transformados el uno en roca, el otro en perro. Viven uno y otro a su manera el drama de no ser reconocidos por lo que realmente son y de no poder comunicarse con los seres amados. Afortunadamente, después viene la dicha de los reencuentros y del amor magnificado por esta prueba. Para jugar a tomar distancia con un ser querido, para esconderse y asegurarse de que alguien los ama, algunos personajes adoptan también el juego de las metamorfosis. De esta manera, la historia del conejito de El conejito andarín[133] se vive en un diálogo con ritmo, como una canción; un diálogo entre la madre y el niño en la alternancia de páginas dobles en color y en blanco y negro. “Si te vuelves pez, me haré pescador”, dice la madre. “Si te haces pescador, yo me convertiré en roca”, dice el niño. “Entonces yo escalaré esa montaña para llegar a ti”, dice la madre. Lo que seríamos, lo que haríamos… esto es lo que nos proponen tales historias.

Los niños tienen esa extraordinaria capacidad de proyectarse en el otro; no importa si es un oso, un liliputense, un caballo, un caracol o un juguete de peluche. Descubren así la diversidad de nuestro mundo, de lo más pequeño a lo más grande, de lo cercano a lo lejano; hasta son capaces de identificarse con simpatía en el Snail Trail,[134] donde un caracol escala laboriosamente el guante del jardinero, que cayó al piso.

FINALES ENIGMÁTICOS Y ABIERTOS Algunos álbumes y relatos sorprenden a los niños por su final enigmático, que les da mucho en qué pensar, en qué meditar. Como ese bello cuento de la tradición judía que el gran ilustrador estadunidense Uri Shulevitz relata con seriedad. El tesoro[135] es la historia de un viejo que se va muy lejos en busca de un tesoro que, según soñó, está enterrado bajo el puente del palacio real. Durante el largo viaje narrado en estas páginas, se entera de que el tesoro está en su propia casa, al alcance de la mano. Regresa para buscarlo y encuentra un hermoso rubí bajo la estufa de su pobre hogar. La lectura compartida de este cuento a veces provoca un silencio en el niño o interrogantes que invitan a reflexiones de gran profundidad. Porque el misterio habita este cuento, lo recordamos. Al principio no entendemos todo, pero la historia nos embarga. Un álbum como El túnel,[136] de Anthony Browne, también deja perplejo al pequeño lector. Tanto así lo conmueve. A diferencia de otras obras de este artista, aquí se trata de un cuento. Comienza con la mala relación entre un hermano y su hermana, cuya madre, harta, los manda afuera. Se encuentran en un terreno baldío. El niño se mete en un túnel y desaparece. La niña, preocupada, va a buscarlo. Vive entonces el miedo de haberlo perdido. Atraviesa el túnel y descubre a su hermano solo, petrificado en un bosque. Entonces lo toma cariñosamente entre sus brazos y así lo vuelve a la vida. Es preciso atravesar el túnel para pasar de lo real a lo imaginario, para vivir la pérdida y el afecto recuperado. La acción transcurre hoy. No hay un “Érase una vez…” que sitúe esta historia en un pasado lejano e indefinido. Esto es desconcertante.

ENTRAR EN LITERATURA Al evocar los primeros contactos de los más pequeños con el libro, René Diatkine afirma maravillosamente que el niño “entra en literatura”. ¿Pero cómo se entra en un libro? ¿Cómo puede una obra existir de tal manera que nos provoque el deseo de

penetrar en ella? En los buenos álbumes, hechos de palabras, imágenes y ritmos, la vida circula. Ella nos invita a entrar. Habitamos ciertos libros como habitaríamos una casa. Entonces, se necesita espacio para poder movernos libremente, como nos plazca. Mister Magnolia[137] saluda al lector desde la primera página. Lo acoge cálidamente, con los brazos abiertos. El lector sólo tiene un deseo, el de responder a su invitación. La portada del primer libro de Claude Ponti, L’album d’Adèle,[138] es en sí misma una metáfora. Un gran libro simula un techo sobre la cabeza de la niña. Al abrirlo, hay toda una escritura que el niño descifra a su antojo; hecha de pollitos y otros animales y humanos imaginarios. El niño se encuentra a gusto en su compañía. Con ellos inventa sus propias historias. Ésta es, de hecho, una característica de la mayoría de los libros de este gran artista, conocedor refinado del imaginario infantil. Sus álbumes barrocos y alocados son profusos en descubrimientos extravagantes, más gozosos unos que los otros. Entramos en ellos y jugamos el juego. El artista está presente, invitándonos a entrar en ese mundo imaginario. “¿Puedo ir con ustedes?”, parece preguntar el niño cuando contempla la vida que se desarrolla en las mejores obras. Con la anciana junto a Babar, en la pastelería, saborea los postres de chocolate. Participa en los juegos de esos niños ingleses de la época posvictoriana que juegan muy serios a la comidita,[139] y más tarde estará con los niños de la condesa de Ségur en su castillo. Junto al gigante, se detiene durante un tiempo para contemplar el muy apetitoso refrigerio preparado por Zeralda. Esos mundos existen plenamente por la gracia de la narración. Nos podríamos creer dentro de ellos, no importa que algunos pertenezcan a un tiempo pasado; poco importa que sean elefantes o ratones, el niño busca su compañía. Quiere jugar, vivir con ellos. Se reúne con ellos en aquello que es más importante a sus ojos; entra en aquello que necesita para vivir y emocionarse. Todos esos personajes literarios existen de verdad. Los sentimos tan absortos en sus interesantes preocupaciones, que tenemos el deseo de reunirnos con ellos. No son únicamente representaciones, pálidas y planas siluetas sin consistencia. Seamos testigos de las miradas que intercambian. En medio de personas que tienen lazos tan estrechos, ocupadas en algo común, se abre un espacio en el que el lector tiene ganas de entrar. ¡Feliz invitación! Ciertamente la vida está ahí. Dándonos la espalda, algunos personajes nos invitan a seguirles el paso. Como están ocupados en lo suyo, nuestro deseo de ir tras ellos crece. Los álbumes del artista japonés Kota Taniuchi son como poemas; lentos, meditativos, en torno a sensaciones simples. El niño de Natsu no asa[140] se presenta siempre de espaldas. Lo encontramos a lo largo de las páginas, bajo su gran sombrero amarillo que lo hace destacar en medio del verde de la pradera. Lo adivinamos atento, silencioso, con un cierto recogimiento. Hay allí una especie de invitación discreta para estar a

su lado. Con él, en silencio, subimos la colina en la blancura del alba. Llegados a la cima, nos sentamos y desde allí nos ponemos a esperar el sonido entrecortado del tren que viene de lejos, pasa y desaparece. El niño se sienta también al lado de la pequeña de Marie Hall Ets,[141] que al borde del estanque se queda quieta y silenciosa para no asustar a los animales, o junto a la pequeña imaginada por la artista japonesa Komako Sakai[142] en Korya mate mate y Cuando deje de nevar. En tales compañías, es placentero saborear el tiempo de otra manera. En el relato lleno de sorpresas de Guri to Gura,[143] todo pasa de manera diferente. El niño desea seguir con paso alerta a dos simpáticas ratas que van a un día de campo en el bosque. Llevan su canasta de provisiones y, cantando, marchan a buen paso. Entonces nos dan ganas de seguirlos y cantar con ellos. “Somos nosotros, Guri y Gura; de todas las ratas de campo, somos las más golosas. Atención, aquí estamos, somos Guri y Gura.” Igualmente, el hermoso álbum de tonalidades nocturnas, Las lechucitas,[144] nos comparte la angustia del búho más pequeño, que se encuentra alejado de su mamá. “Quiero a mi mamá”, reitera el relato de página en página, como en el coro de una tragedia griega, y todos juntos, adultos y niños, se unen a esta queja. En estas obras de ficción, el niño penetra sin dificultad porque se halla desde el principio en terrenos familiares, en torno de emociones que ya ha sentido y de experiencias que ya ha vivido. Para atreverse a la aventura, primero se tienen que asegurar los propios pasos sobre tierras conocidas. Hay que haber sido para ser de nuevo. Sólo entonces podemos emprender el vuelo en un mundo imaginario. El joven lector de El Expreso Polar[145] se siente invitado a seguir los pasos de un niño en piyama que sale de noche. Se reconoce en este niño. Mediante el pensamiento, se encuentra naturalmente a su lado, saboreando un gran tazón de chocolate caliente, en la comodidad del vagón restaurante de un tren “a la antigua”, con sus adornos de cobre y sus muebles de madera barnizada, a bordo de un tren que atraviesa paisajes brumosos para luego alzar el vuelo. Descubre un universo de sueño: la reunión de todos los Papá Noel. Al final del libro, ¿qué le queda al niño que acaba de compartir esta experiencia tras los pasos de otro niño? La ambigua certidumbre de haber vivido una emoción indecible. Esto es lo que expresa en un suspiro, como en un sueño, el niño al que le acabo de leer esta obra maestra en el ámbito austero de un gran museo parisino. Gracias a este magnífico álbum, descubierto junto con un grupo de niños, acaba de vivir la cercanía inmediata de un Papá Noel extraordinario. “Quisiera que Papá Noel me tocara”, me susurra al regresar a la tierra. Papa est un ogre[146] comienza con algunos retratos de padres que el niño puede reconocer con facilidad. Ya los conoció “en la vida”. Está el que juega a los caballitos con sus hijos, o el que juega solo con un tren eléctrico. Al dar vuelta a la

página, todo cambia. Con la fuerza del texto y la imagen, vivimos la irrupción brutal del Papá Ogro en el mundo cotidiano. Es un ogro al que “le encantan los niños”. Bruscamente, el delirio. Todos los hijos tragados golosamente se encuentran finalmente en el vientre de ese padre tan voraz, lo que no deja de recordarnos el vientre de la ballena de Pinocho y algunos cuentos populares como Le chat trop gourmand et le perroquet.[147] Los niños se divierten y a veces encuentran lazos entre esos relatos. Son felices al comprobar esos vínculos. Es la oportunidad para regresar juntos a esos libros, ya sea el cuento ilustrado por Henri Galeron, o el Pinocho maravillosamente ilustrado por Roberto Innocenti.[148] Desde muy pequeños, los niños ya poseen una verdadera cultura del libro infantil. Con frecuencia lo he observado al organizar la biblioteca al aire libre, con canastas llenas de libros sobre un pequeño muro cercano a las áreas de juego. Los niños llegan y comienzan a revisar los libros que se exponen para ellos. “Éste ya lo conozco, éste también…” Les gusta atraer nuestra atención sobre lo que ya conocen. Y son felices de recorrer los álbumes de nuevo. Desde temprana edad, dan testimonio de una verdadera cultura literaria. Los divierten las variaciones sobre un tema, se sienten orgullosos de reconocer en “The Gingerbread Man”, narrado por Franciszka Themerson,[149] el tan conocido cuento de Roule Galette, contado por Natha Caputo e ilustrado por Pierre Belvès.[150] En uno y otro libro se corre mucho; el triste final es el mismo, pero los caminos y los encuentros son diferentes. Ricitos de Oro se presta muy bien al juego de comparaciones y de interpretaciones gráficas, serias o traviesas, la de Gerda o la de Paul Galdone, o incluso la versión de los mil detalles contada por Jean-Louis Le Craver e ilustrada por Irène Bonacina.[151] El niño está orgulloso de dominar, a su manera, los diferentes relatos. Estaríamos condicionando y encogiendo el gusto y las experiencias de los niños si les impusiéramos ideas preconcebidas sobre lo bello, en esa etapa tan importante del descubrimiento del álbum. Sería también lastimoso y empobrecedor encerrarlos únicamente en imágenes de nuestro tiempo. Para el niño todo es nuevo, tanto las obras antiguas como las contemporáneas. Cuentos clásicos como La gallinita roja, ilustrada por Paul Galdone,[152] figuran entre los preferidos de los niños. Aunque su grafismo es algo antiguo, las expresiones de los personajes, sus actitudes y la composición de las páginas siguen siendo irresistibles. En los álbumes, las imágenes nos ayudan a seguir la historia. Al mirarlas en presencia de un adulto, el pequeño se da el tiempo de leerlas. Le gusta descubrirlas con el adulto como en un juego y advertir a lo largo de las páginas una sucesión lógica. Muy pequeños, incluso bebés, los niños conocen bien la diferencia entre una historia que “se cuenta con la boca” y un texto escrito. Tienen la justa intuición de que lo escrito es inmutable: cuando les leemos, les molestan las modificaciones, aun las más pequeñas. Esto nos aconseja escoger los álbumes cuya lectura en voz alta se

puede realizar fácilmente, sin tener que adaptar el texto. Esto constituye, en general, una prueba de calidad. Pero, ¿qué decir de las travesuras de un ilustrador como Remy Charlip? Su álbum, publicado en francés por Les Trois Ourses,[153] It Looks Like Snow,[154] es una sucesión de páginas en blanco… como la nieve. Una sola línea de texto recorre discretamente la parte baja de las páginas. Este libro satisface el gusto de los niños por el absurdo y la broma, al tiempo que reconoce la fuerza de las palabras para fabricar imágenes. ¡Es un hermoso homenaje a la palabra escrita!

6. Novelas y cuentos, los clásicos y los demás

AYÚDAME A ENCONTRAR UN LIBRO QUE ME GUSTE “Ayúdame a encontrar un libro como éste.” “Ayúdame a encontrar un libro que me conmueva tanto como el que acabo de leer y que me encantó”, me pide el niño. ¿Cómo estar a la altura de su confianza? Es una petición que nos sitúa frente a nuestras responsabilidades. Los niños de la biblioteca nos ayudan a responder, si sabemos escucharlos y si tomamos el tiempo de leer en abundancia para buscar las pepitas de oro que los van a encantar. Sólo entonces estaremos en posibilidad de ayudarlos a introducirse en el mundo de los “libros de verdad”, como ellos les dicen; esos libros posteriores al álbum, en los cuales la palabra escrita toma posesión de casi todo; libros que ya tienen, para el placer de los lectores principiantes, capítulos e índice.[155] No es mi intención aquí proponer un panorama de la literatura infantil o contar su historia. No se trata tampoco de evocar todas las lecturas que forman parte de la cultura infantil, como esas pequeñas revistas baratas que los niños compran gustosos en los quioscos, con su propio dinero. En cuanto al cómic y el manga, los niños suelen detectar la calidad sin ayuda. Se comunican sus hallazgos. Sabemos también del lugar que ocupa la prensa para niños, particularmente presente en los hogares. Elegí hablar en estas páginas de obras que marcaron a los lectores que he conocido; obras infantiles que nos ha complacido dar a conocer. Son libros too good to miss, como dicen los anglosajones [demasiado buenos para perdérselos]. Son libros tan bonitos que sería una lástima no encontrarlos en nuestro camino. Los niños nos necesitan para eso; necesitan de nuestra mediación. Hablamos entonces de los libros que nos gustan y que a los niños les encantan, libros nuevos y también algunos grandes libros desaparecidos, porque se agotaron o simplemente cayeron en el olvido. A veces dedico tiempo para leer libros completos a los más jóvenes. Así he podido interactuar con niños de todas las edades y puedo dar testimonio en estas páginas de la acogida entusiasta que reservan a estas obras extraordinarias. A su manera, unos y otros me hacen saber cuánto los han conmovido estos libros.

MAGIA DE LAS PALABRAS, PLACER DEL TEXTO Desde muy pequeños, los niños saborean el placer del texto. Les gusta jugar con las palabras por las palabras mismas. Se deleitan en ese juego. Hagamos a un lado la tentación de simplificar demasiado el lenguaje que les ofrecemos. Pero todo es cuestión de medida. Me gusta citar el lenguaje magnífico de Breatrix Potter; esta autora clásica, que escribió a principios del siglo XX para niños realmente pequeños, no ignoraba el placer que éstos pueden experimentar al descubrir palabras inusuales. El cuento de los conejitos Pelusa,[156] uno de sus pequeños libros, comienza así: “se dice que la lechuga tiene virtudes soporíferas”. Soporífero, una palabra para saborear, una palabra de gente grande, una palabra exótica y musical… Algunas palabras pueden estar tan cargadas afectivamente que a veces parecen constituir por sí solas toda la historia. Así, un niño de cinco años me pedía leerle el libro de las “sombras de las barcas”. Tuve que buscar durante mucho tiempo para encontrar el libro que contenía la frase “las sombras desembarcan”, escondida en algún lugar de Laura et les bandits,[157] un álbum de Philippe Dumas. Esta expresión, misteriosa en sí misma, resumía para él todo el relato. Sí, el niño come palabras. Se nutre de ellas, las hace suyas, casi siempre con gran pertinencia. Puedo escuchar aún a una pequeña de cinco años abriendo la puerta del jardín y anunciando de la manera más natural que va a dar su paseo matinal. ¡Qué manera tan elegante de expresarse! Encuentro más tarde esa frase en la boca de Sapo[158] cuando al empezar su día: “abre la puerta y sale a dar su paseo matinal”. Paseo matinal, ¡qué bien suena! ¡Qué bien sabe en la boca! Esta nena hablaba espontáneamente como Lobel, gran poeta y refinado conocedor del alma infantil. Comer palabras, un acto casi bíblico.[159] Hacer nuestra la palabra, digerirla. Es un acto que puede tomarse en ocasiones al pie de la letra. Como lo que me contó Maurice Sendak de ese niño estadunidense, quien, según una práctica común en su país, le escribió a él, autor de sus álbumes preferidos; Sendak, a pesar del abundante correo que recibía cotidianamente, se tomó el tiempo para contestarle y el niño, extasiado al recibir una carta personal de su autor tan querido, literalmente se la comió. ¡Bella imagen del acto de leer! Nombrar el mundo que nos rodea es un medio de crearlo, de reconocerlo, de apropiarnos de él en cierto modo. Está, por ejemplo, el placer de las listas que se encuentran en muchos de los clásicos de la infancia. Contar, clasificar, ordenar, poseer, esto corresponde por completo al gusto del niño. Es el placer de saborear las palabras y descripciones cuando se dicen con sensibilidad y hasta con voluptuosidad. “Un sombrero redondo de paja con una plumita blanca y listones de terciopelo negro; una sombrilla verde con mango de marfil, cuatro pares de borceguíes, un vestido de tafetán negro.” He aquí algunas piezas del abundante ajuar

de la muñeca de Margarita, una de las Las niñas modelo[160] de la Condesa de Ségur. Esas palabras nos ponen a soñar. Todo esto puede pertenecer al pasado, a culturas lejanas, y hoy podemos, sin embargo, compartir el goce de su lectura. Poco importan el escenario y la época, el niño ve más allá de las apariencias. Lo constato, cada semana, cuando nos instalamos con nuestras cestas en la biblioteca al aire libre, cerca del arenero infantil, en un barrio habitado en su mayoría por familias de inmigrantes. Hay entre ellos algunos niños fuertemente atraídos por la Condesa de Ségur y sus relatos llenos de vida. El detalle unifica; llega a ser universal. Pienso en los recuerdos de Albert Camus en sus tiempos de escolar en Argelia, como los relata en El primer hombre:[161] Los libros de texto eran siempre los mismos que se usaban en la metrópoli. Y esos niños que sólo conocían el siroco, el polvo, las tormentas breves y prodigiosas, la arena de las playas y el mar en llamas bajo el sol, leían con aplicación […] relatos para ellos míticos, en los cuales niños con gorros y bufandas de lana, calzados con suecos, regresaban a sus hogares en medio del frío, arrastrando gavillas sobre los caminos cubiertos de nieve, hasta que vislumbraban el techo nevado de su casa donde el humo de la chimenea les indicaba que la sopa de chícharos se estaba cocinando en el hogar. Para Jacques, esos relatos eran el exotismo personificado […]. Esos relatos formaban parte de la poderosa poesía de la escuela.

Por eso, a los pequeños lectores de la biblioteca les gusta tanto un librito muy sencillo, una “primera lectura”. Desde el otro lado del mundo, hoy, un niño guatemalteco de nombre Juan narra El lugar más bonito del mundo.[162] “Me llamo Juan y vivo en Guatemala, en las montañas. No muy lejos de tres inmensos volcanes está mi ciudad, San Pablo.” Este niño de siete años debe ganarse la vida. Vive con su abuela, lejos de sus padres, quienes no pueden educarlo. Juan se dedica a lustrar zapatos y sólo tiene un sueño: ir a la escuela. Su vida cotidiana es dura, pero él la relata como algo normal. Es un encuentro ingenuo y sensible que sobriamente se propone al joven lector. Éste descubre con naturalidad una realidad distinta a la suya, en la que se regocija y se interesa. Es un bello relato muy sencillo y muy querido. Apropiarse de un texto es vivir la experiencia del otro. Entonces el pasado se vuelve presente, lo lejano se acerca. Debido a su capacidad innata de identificarse con el otro, el niño lector es múltiple: es a la vez el príncipe y el mendigo.

RELATOS QUE CONMUEVEN TANTO A NIÑOS COMO A ADULTOS

Las buenas obras literarias reúnen a niños y a adultos alrededor de experiencias íntimas que cada uno vive a su manera. Pocos objetos culturales destinados a los niños se pueden compartir así

La telaraña de Carlota,[163] simplemente una obra maestra, es un libro particularmente amado tanto por niños como por adultos. Recuerdo las palabras de un padre universitario que devolvía este libro a la biblioteca. Me decía cómo había estado personalmente conmovido al leérselo a sus hijos. Reconocía no haber podido esconder su emoción. Este libro cuenta la historia sorprendente de una amistad generosa que se teje a lo largo de las páginas entre una araña y un puerquito. “¿Adónde va papá con esa hacha?, preguntó Fern a su madre, mientras ponían la mesa para el desayuno. A la porqueriza, respondió la señora Arable. Esta noche nacieron algunos puerquitos.” Rudo principio para La telaraña de Carlota.[164] En la felicidad apacible de la vida cotidiana de pronto irrumpe el drama, una amenaza de muerte que ensombrece la dicha del nacimiento. La pequeña Fern y la sorprendente araña van a tratar de salvar al puerco. Aquella va a movilizar su inteligencia y su energía para salvarlo de un destino tan funesto. En compañía de los animales, en el mundo tan rico de la granja, se habla de nacimiento y de muerte, de amistad y de generosidad, de fiestas y de competencias, de lucha por la vida, de solidaridad genuina. Qué bueno es poder vivir este relato con un adulto comprensivo y capaz de emocionarse. La ilustración en blanco y negro de Garth Williams está a la altura del texto. Discreta y tierna, acompaña la lectura con extrema sensibilidad. Este clásico destinado a niños pequeños habla sobre eventos esenciales de la vida, mezclándolos con magia de la manera más natural. Cada uno, adulto o niño, con su experiencia y con la riqueza de su vida interior, puede encontrar en esta novela una forma de sabiduría, un cierto conocimiento del alma humana. Expresada de manera simbólica, la historia llega profundamente a cada persona. Este tipo de lecturas compartidas en familia permiten una convivencia original. En múltiples circunstancias de la vida, nos complacerá referirnos a esta experiencia en común. El patio de una granja es un microcosmos sumamente interesante. Toda una vida social original se despliega entre los animales. Esto les encanta a Delphine y Marinette, las dos niñas de Los cuentos del gato encaramado,[165] un clásico de la literatura infantil en Francia. Con naturalidad, ellas otorgan sentimientos humanos a los animales de la granja; les dan vida con una profunda simpatía, a veces mezclada con compasión. Todo comienza como un juego. “Si yo fuera… nosotros seríamos…” Este sencillo juego puede contener verdades esenciales, como en el cuento titulado “El asno y el caballo”. Una noche de luna llena, las niñas piden el deseo imprudente de convertirse en caballo y en burro. En la madrugada, Marinette entreabrió los ojos y le pareció ver a través de sus pestañas, en la cama de su hermana, dos orejas peludas que se movían en la almohada. Ella misma se sentía incómoda con su cuerpo, atorada entre sábanas y mantas. Sin embargo, el sueño pudo más que la curiosidad y sus párpados se volvieron a cerrar. Delphine, somnolienta también, echó un vistazo a la cama de su hermana y ella le pareció muy voluminosa, extrañamente hinchada; no obstante, se volvió a dormir. […] Con dificultad bajaron de sus camas

y se colocaron sobre sus cuatro patas […]. Pero el pobre caballo no pensaba en correr; miraba su vestido de niña pequeña, colocado el día anterior sobre una silla cerca de la cabecera de la cama, y ante la idea de que nunca volvería a entrar en él, se sentía desdichado.

Los padres, al principio un poco sorprendidos y molestos, se resignan y empiezan a utilizar estos animales para los trabajos de la granja. Se muestran malos, violentos, avaros. Delphine y Marinette deben ser útiles, rentables. Las pequeñas poco a poco se olvidan de su origen humano, de su calidad de niñas. Como asno y caballo, durante un tiempo se someterán a las miradas y deseos crueles de sus padres. Bajo la apariencia de un simple juego de niños, el cuento nos invita a una profunda reflexión filosófica, a la vez que nos acerca a los niños gracias a las emociones compartidas. Se habla mucho de libros y lecturas en la granja de Delphine y de Marinette. Los bueyes quieren aprender a leer. En la granja no hay elefante para jugar al Arca de Noé en la cocinan durante un día de lluvia. No importa, una gallinita blanca hará el trabajo; será el elefante. ¿Pero cómo es un elefante? Delphine se acordó de un libro de imágenes a color que su tío Alfredo le había dado […]. Llevó la gallina blanca a la recámara, abrió frente a ella el libro en la página donde estaba el elefante y le dio más explicaciones. La gallina blanca observó con atención y con muy buena voluntad la imagen, porque tenía muchos deseos de hacer bien el papel del elefante. […] La pequeña gallina blanca tomó tan en serio su papel que en verdad se convirtió en elefante, algo que ella no esperaba.

A decir verdad, le tomó cierto tiempo volver a su naturaleza de gallinita. Sin duda, le gustaba mucho vivir esta ficción. Los niños prestan, con naturalidad, sentimientos a los objetos o a los animales. Dar vida a los animales de peluche es lo que hace Christopher Robin con Winny de Puh.[166] El niño no puede leer solo estas historias. Necesita que se las lean. Los adultos se adaptan con gracia al diapasón de este humor infantil. Qué bueno es para el niño ver a sus padres entrar así en el mundo de la infancia, sus alegrías y sus absurdos. “Mientras Winny de Puh tarareaba tarareando y se paseaba alegremente, se preguntaba lo que hacían todos los demás y cómo se sentiría ser alguien más.” Compartir con los padres el humor tan infantil y la filosofía de la obra maestra de Milne es una auténtica dicha. Sentimos ternura por ese amable Winny, osito palurdo y muy goloso. “A Winny le gustaba comer alguna cosita a las once de la mañana.” Esa “cosita” regresa como cantinela en esas historias. Es tan goloso que un día se queda atorado y no puede salir de la madriguera de Conejo, quien generosamente le había dado miel y leche condensada. Atorado con medio cuerpo afuera. Debe adelgazar. Eso lleva tiempo. Conejo propone entonces leerle algo. También tiene cierto sentido práctico: “¿Te importaría si uso tus patas traseras como toallero? Porque pienso yo que, ya que están ahí sin hacer nada, serían muy prácticas para colgar las toallas”.

Los niños conocen el placer de una identificación total y casi en estado bruto. El conmovedor personaje Willy, creado por Anthony Browne, a pesar de ser un chimpancé, es reconocido como un hermano por sus entusiastas lectores. Conocí a un niño que quería vestir igual que el personaje. Desde muy pequeño el niño sabe “leer entre las líneas”, lo cual es propio de los verdaderos lectores. A la obra propuesta le comunica la vida, su propia vida. Para retomar las bellas comparaciones de Emmanuel Levinas citadas por Marc-Alain Ouaknin y Simon Hazan, el libro es como un pájaro con las alas replegadas, que espera el aliento del lector para desplegarlas y alzar el vuelo. También es como las brasas; hay que soplarles para “hacer aparecer su incandescencia, su brillo”.[167] “Sea un periódico o sea Proust, el texto sólo tiene significado por medio de sus lectores. Se convierte en texto sólo en la relación con la exterioridad del lector.”[168] El milagro de la ficción, de la obra de arte en general, permite a cada uno, según su personalidad y su experiencia, vivir destinos imprevisibles y ricos, dar sentido a eventos que surgen en nuestra vida gracias a esos creadores de genio, abrirse caminos nuevos en el mundo confuso que nos rodea, aprender a conocerse y a reconocerse a través de los encuentros con el otro. “En ese dominio ambiguo entre posesión y reconocimiento, entre la identidad impuesta por otros y la identidad descubierta por sí mismo, allí se sitúa el hecho de leer.”[169] La ficción nos abre el mundo de la magia, un mundo que les es familiar a los niños. Todos los sueños son posibles, pero siempre con cierta lógica. Es lo que vive la familia Mumin y sus amigos cuando los cascarones de huevo caídos en el sombrero del mago se transforman en nubes como pequeños y cómodos cojines que permiten viajar. “Las pequeñas nubes volaron como grandes conejos obedientes. Fue el Snorque quien descubrió cómo dirigirlas: una ligera presión del pie y la nube daba la vuelta.”[170]

PEQUEÑAS DICHAS, PEQUEÑAS DESDICHAS Asimismo, grandes artistas como Tove Jansson, la creadora de los Mumin, o como Arnold Lobel, saben reconocer muy bien las pequeñas dichas de la vida cotidiana. Después de la tempestad en el país de Mumin, “veamos lo que el mar habrá dejado en la playa”. Entre los trozos de corteza, los flotadores y las algas, encontró un cinturón de corcho, un tapete de rafia, una vieja bota de montaña sin tacón y un achicador casi completo. Encontró también “un objeto extraño de vidrio hueco y lo sacudió. Una nube de copos de nieve se elevó en torbellino para volver a bajar suavemente sobre una casita con ventanas de papel aluminio. ‘Oh’, dijo Snif. ‘No sé qué me gusta más, si el cinturón de corcho o el talismán de invierno’”. ¡Maravillosos

tesoros robados al mar! “He aquí los despojos extraordinarios encontrados en la isla solitaria.” Es el placer de recolectar que todos los niños conocen. Pensemos en todos esos tesoros que los niños guardan en el fondo de sus bolsillos. En cuanto a la bolsa de la que mamá Mumin nunca se separa, contiene “sólo cosas que se podrían necesitar de repente. Calcetines de repuesto, dulces, alambre, analgésicos y cosas por el estilo”. Aquí encontramos el placer tranquillizador de enumerar esas pequeñas cosas que nos hacen pensar que mamá Mumin tiene realmente la respuesta a todo, que puede resolver las más pequeñas dificultades. Lobel evoca las pequeñas tristezas que hacen llorar a Búho.[171] “Se puso a pensar en cosas tristes. Hay lápices demasiado cortos para poder escribir, libros que ya no se pueden leer porque varias páginas les fueron arrancadas, canciones que ya no pueden cantarse porque olvidamos la letra y relojes parados porque no hay nadie para darles cuerda.” Cómo estar a la vez en el primer piso y en el segundo, arriba y abajo. Por más que bajemos y subamos la escalera a toda velocidad, no funciona. Hay decepción también cuando la lista de las cosas por hacer se va volando. Nada va como queremos. Pero conocemos también el gozo de estar entre amigos, de compartir. “Sapo le dijo: ‘éstas son semillas de flores, siémbralas en la tierra y pronto tendrás un jardín’. ‘¿Pronto es en cuánto tiempo?’ ‘Oh, muy poco tiempo’, respondió Sapo.’”

CUANDO EL NIÑO SE NARRA A SÍ MISMO Los primeros encuentros con los libros pueden ser decisivos. Leer a solas una novela puede asustar a los niños que no se sienten seguros de sí mismos. Los bibliotecarios conocen bien los libros que consiguen de inmediato la aceptación de los niños. Son los relatos contados en primera persona. Las aventuras de El pequeño Nicolás[172] forman parte de esas obras tan amadas. “Todos los años, es decir, el último y el otro, porque antes es demasiado viejo y no me acuerdo, papá y mamá pelean mucho para saber adónde ir de vacaciones, y luego mamá se pone a llorar y dice que va a marcharse con su mamá y yo también lloro porque me cae bien la abuela, pero en su casa no hay playa y al final vamos adonde quiere mamá y no a casa de la abuela.” El que habla es el pequeño Nicolás. Casi podríamos creer que lo conocemos. Es un niño de verdad que se expresa como los niños de su edad cuando se ponen a contar lo que acaban de vivir, con frases que se estiran y saltan de un tema a otro; las digresiones nunca terminan. Las vacaciones del pequeño Nicolás tienen a veces puntos comunes con Las vacaciones del señor Hulot.[173] El pequeño Nicolás encuentra que el mundo de los adultos es bien desconcertante. El relato se desarrolla

finamente; suena verdadero. Casi se puede creer que se trata de la transcripción de una grabación. El lenguaje oral se vuelve aquí lenguaje literario. Es un arte difícil que Goscinny domina a la perfección. Saboreamos el ritmo y las palabras. Como en las series tan queridas de los niños, encontramos aquí, a lo largo de las aventuras, personajes bien caracterizados. Como “Geoffroy, que tiene un papá muy rico” o “Agnan, quien es el primero de la clase y el consentido de la maestra”. Es un libro que nos gusta proponer a los niños que encuentran dificultades para leer, a aquellos que tienen miedo de lanzarse en la lectura. Es irresistible. En la biblioteca, todos lo saben, libros como éste no se quedan inertes en los estantes. Se llevan constantemente en préstamo. Los relatos en primera persona suelen invitarnos a visitar lo cotidiano, los pequeños eventos, y nos encontramos a gusto entre ellos. La escritora Colette Vivier nos ofrece de esta manera el diario de una niña. Se trata de La Maison des petits bonheurs,[174] un clásico de la literatura infantil aparecido en 1939. “Me llamo Aline Dupin; el 16 de agosto cumplí 11 años […]. Vivimos en el 13 bis de la calle Jacquemont, la casa justo enfrente del patio del carbonero.” Esta pequeña cuenta, en la forma de un diario, su vida cotidiana. Vive pequeñas alegrías y pequeñas penas, como todos los niños. “¡Qué día! Primero, para empezar, he de decir que tuve esta noche un sueño muy hermoso. Se lo quise contar a Estelle pero se puso las manos sobre los oídos para no escuchar nada.” En este libro, nada suena falso. Por eso, con frecuencia aconsejo a los padres su lectura. Es una invitación para entrar en el mundo de la infancia, con finura y sutileza; una invitación para prestar atención a esos pequeños eventos tan importantes en la vida de un niño. Poco importa que sucedan en el mundo popular del París de fines de los años treinta; ese universo sutilmente descrito llega a los niños de hoy porque su vida cotidiana está evocada con sensibilidad. Actualmente, en un contexto social completamente diferente, Geneiève Brissac cuenta finamente y con aparente ligereza, los pequeños eventos que llenan la vida de una niña, la vida de Olga.[175] En la novela de Marie Desplechin, publicada en 1995, Une vague d’amour sur un lac d’amitié,[176] Suzanne tiene 11 años. Lo que le preocupa son los sentimientos que los demás le profesan. “‘¿Me quieres?’ ‘Claro que sí’, responde el adulto en turno. No se avanza mucho con esto […] Todo el mundo responde mecánicamente a los niños. Igual podrían poner una moneda de cinco francos en una máquina. ‘Pero claro querida, evidentemente que te quiero’ […]. Los adultos no hacen ningún esfuerzo por dar verdaderas respuestas a las verdaderas preguntas de los niños.” “¿Me quieres de verdad?” Este diálogo ideal, que ella desea tanto, lo tendrá con Tim, en el transcurso de intercambios ligeros, sutiles y profundos. A lo largo de los diálogos, Suzanne nos cuenta con ligereza su descubrimiento de la amistad tal y como la vive con un joven estudiante inglés que usa el humor con elegancia y utiliza

su maravillosa torpeza lingüística para seducir. “De inmediato, Tim se convirtió en una persona importante en mi vida… ¿Habrá algo de un gran sentimiento en el sentimiento ligero de la amistad? La amistad es la felicidad de ‘charlar alegremente…’” “Me gustó mucho esa novela —me dice un niño que acaba de leerla—, porque habla de amor y de amistad. Es un libro que cuenta cosas de todos los días y que es realmente interesante. Cuando comienzas el libro, ya no puedes detenerte. Me gustó tanto que lo leí varias veces.” Encontrar libros que nos arrastran irresistiblemente, eso es lo que nos ofrecen ciertas novelas policiacas. Emilio y los detectives,[177] escrito en 1931 por el autor alemán Erich Kaestner, es un clásico todavía muy apreciado por generaciones de niños. No importa la fecha de su primera edición: la forma de abordar la historia los ayuda a situarse sin problemas. Gracias a una serie de cuadros llenos de humor, el lector puede conocer a la señora Tischbein, peinadora, mamá de Émile; descubrir un compartimento de tren muy importante, conocer al hombre del bombín con el que hay que ser prudente y al chico de la trompa de bicicleta, etc. “Y ahora, podemos por fin comenzar.” El lector está listo entonces para vivir en Berlín la aventura de Émile, víctima de un ladrón, un horrible individuo que conoció en el tren. Lo perseguirá a través de la capital, con la ayuda eficaz de algunos chicos obstinados, solidarios, maravillosamente organizados y con más de un truco en sus bolsillos.

LA GUERRA Y LA PAZ Un periodista, de paso por la biblioteca, preguntaba a una de nuestras jóvenes lectoras cuáles libros la habían conmovido más. Su respuesta fue inmediata: “El Diario de Anne Frank.[178] Me conmocionó; yo no sabía”. “¿Por qué? No sabías nada de la persecución de los judíos durante la segunda Guerra Mundial?” “Sí, claro, nuestros libros de historia hablan de eso. Lo hablamos en la clase. Pero no es lo mismo. En el libro viví junto a Anne Frank todos los instantes, en su intimidad. La admiré, sufrí con ella. Descubrí esa horrible realidad desde el interior.” “La mañana en que pasó eso —el fin de mi mundo maravilloso— yo no había regado el arbusto de lilas frente al gabinete de trabajo de mi padre. Esto sucedía en 1941 en Wilno, ciudad al noreste de Polonia. Yo tenía 10 años y consideraba normal que, en el mundo entero, la gente se ocupara de sus jardines en una mañana como ésa.” Así comienza el bello relato autobiográfico de Esther Hautzig, La estepa infinita.[179] Todo se derrumba ese día; tiene que abandonar su linda recámara, sus muñecas y la casa que abriga toda la seguridad y la felicidad familiares. Esther es enviada a Siberia, con su familia. Allí va a vivir deportada de 1941 a 1945. Allí

debe sobrevivir. Cada día es una lucha contra el hambre, el frío o el calor intensos. Pero existe en el seno de esa familia tal ternura, tal valentía para conservar su dignidad, que Esther hace frente a esas dificultades con confianza. La estepa infinita es uno de los libros preferidos de los niños de la biblioteca. Me gusta evocar con ellos ciertos pasajes que nos impresionan. Como la llegada de Vania, un vagabundo con el que deben compartir el exiguo espacio de su cabaña destartalada. “Era el mendigo del pueblo y la gente decía que era un ladrón. Iba a vivir con nosotros.” “Quizá este hombre tuvo una razón válida para robar”, sugiere la madre. “Vania el vagabundo apareció en nuestro umbral. ‘¿Puedo pasar?’ ‘Desde luego’, dijo mi madre, poniéndose de pie.” ¿Cómo no soñar con un mundo de paz en el que fuera posible vivir mejor juntos? Es uno de los temas favoritos de Michael Morpurgo, ese gran escritor tan querido por niños y adultos. A veces hace el simple relato de un suceso auténtico. The Best Christmas Present in the World[180] es una obra maestra, para cualquier público. Es una historia verdadera que tiene lugar en las trincheras la víspera de la Navidad de 1914, cuando, espontáneamente, soldados ingleses y alemanes deciden fraternizar, hablarse, celebrar esta fiesta a su manera. He aquí un hermoso himno a la paz, sin grandilocuencia, tomado de la realidad más concreta. La brevedad del relato invita a una lectura en voz alta, por su gran sobriedad y su ternura contenida. El lenguaje de Morpurgo es bello, simple, digno, a la altura del evento. Leemos este libro lentamente, meditándolo, en medio del silencio. Es muy hermoso. En un mundo de violencia, es un libro necesario. “Desaparecí en la víspera de mi cumpleaños número doce. El 28 de julio de 1988. Sólo hoy puedo por fin contar toda esa historia extraordinaria, la verdadera historia de mi desaparición. Kensuke me había hecho prometer no decir nada, nada de nada, hasta que hubieran pasado por lo menos 10 años. Fue casi lo último que me dijo.” La historia del El reino de Kensuké[181] tiene como trasfondo la guerra atómica. Michael Morpurgo, de nuevo, afirma que un mundo diferente es posible hoy. ¿Ficción o historia verdadera? ¿No lleva el héroe el mismo nombre que el autor? Maravillosa ambigüedad: todo se mezcla a discreción en este pequeño libro que tiene todos los elementos de un gran relato, discretamente ilustrado por un artista extraordinario, Francois Place. Es una bella historia de amistad entre un pequeño niño inglés, náufrago en una isla, y un anciano japonés que está allí porque escogió estar solo, después de la catástrofe de Nagasaki. El lenguaje es sencillo, soberbio. El relato se desarrolla magistralmente. Ciertos detalles parecen indicarnos que se trata de una aventura reciente: ¿no se emprende esa expedición familiar gracias al seguro de desempleo del padre? Todo está dicho con minuciosidad y total verosimilitud. El anciano japonés confía su historia en el transcurso de las sesiones de pesca.

Enuncia su filosofía, que condena la locura y el furor de los hombres guerreros. En filigrana aparece una reflexión profunda sobre la desaparición y la memoria. El niño y el viejo comparten el arte y el juego, que a ambos los embargan. El viejo es un artista que pinta durante horas sobre las conchas planas, con tinta de pulpo. No duda en jugar futbol con el niño. Protege a los animales cuando llegan los cazadores, acompaña a las tortugas bebés al mar la noche en que los huevos se abren. El amor por la naturaleza une al maestro y al discípulo.

RESISTIR PARA SER RECONOCIDO ¿Cómo me percibe el otro? El sufrimiento de la incomunicación, el drama de ser incomprendidos, de no ser reconocidos como realmente somos, son sentimientos que el niño vive dolorosamente y que le son familiares desde muy temprana edad. Algunos autores los expresan maravillosamente bien, como William Steig.[182] ¿Cómo resistir a los deseos del grupo, del otro, de los que quieren imponernos una manera de ser? ¿Cómo existir cuando uno no se ajusta a los deseos de los adultos y de la sociedad? Ser un niño modelo, tal es el destino de Konrad o el niño que salió de una lata de conservas, de Chstistine Nöstlinger,[183] quien lo expresa con humor. La señora Bartolotti es una mujer anticonformista. Tiene una pasión, comprar por correspondencia. Por error recibe en una gran lata un niño programado, perfecto. En lo que la fábrica se da cuenta de su error, el niño perfecto ya hizo sus desaprendizajes. La pareja que lo había encargado no quiere a este niño grosero y desobediente. Finalmente, ¿cómo debe ser? El deber, la necesidad de resistir, de esto hablan con humor muchas historias de algunos autores muy queridos por los niños, como Quentin Blake, Tomi Ungerer o Roald Dahl. A veces se trata simplemente de resistir a personas demasiado solícitas, a afectos excesivos por parte de adultos de ternura invasora. Es el caso del gato de Tomi Ungerer, quien sobre todo no quiere Ningún beso para mamá,[184] o de las cacatúas de Quentin Blake,[185] que de manera pícara quieren escapar a la mirada del señor Dupont y a sus cuidados excesivos, escondiéndose en los lugares más extraños. Roald Dahl, en El superzorro,[186] nos habla de la revancha de los pequeños contra la arrogancia, la prepotencia y la estupidez de aquellos que quieren impedirles vivir. “En el valle había tres granjas. Los propietarios de esas granjas eran muy exitosos. Eran ricos y también malos.” En una madriguera vivía la familia Zorro. Cuando la señora Zorro decía lo que quería para la cena, pollo, pato o ganso, el señor Zorro se deslizaba hacia el valle en la negra noche y tomaba lo que quería.” Los zorros tienen que vivir y, para ello, nutrirse de pollos bien gordos y hacer frente a tres granjeros corpulentos, estúpidos y arrogantes. Hay aquí un deber de

resistencia para poder sobrevivir. Toda la familia participa, guiada por el señor Zorro, maravillosamente astuto, divertido, inventivo. Todo parece un juego, gracias al extraordinario arte del relato que nos hace ver simultáneamente los esfuerzos desmesurados e inútiles de los ricos granjeros y la astucia ligera y eficaz de la familia Zorro. El señor Zorro actúa con audacia. Además, tiene un sentido admirable de la fraternidad; invita a su mesa a todo tipo de animales peludos: tejones, garduñas, topos y conejos. Y nosotros nos encontramos felices junto a ellos. Con humor y gravedad a la vez, Dahl nos cuenta la historia de Matilda,[187] una niña tan sensible como genial. Tiene curiosidad por todo, todo lo comprende, se interesa en todo. “Los libros la transportaban a universos desconocidos y la hacían conocer personajes fuera de lo común, que llevaban vidas exaltantes.” Por desgracia, se topa con la incomprensión brutal de sus padres, que quieren impedirle vivir sus pasiones. “Ellos eran tan necios, tan confinados a sus pequeñas existencias estrechas y estúpidas, que no habían notado nada particular en su hija.” “¿Un libro? ¡Qué idea! ¡Tenemos una hermosa televisión con pantalla de 56 pulgadas y tú nos pides libros!” La directora de la escuela, Tronchatoro, odia a los niños y los aterroriza. En cambio, Matilda tiene una relación sorprendente con su maestra, la señorita Candy, quien sí sabe reconocer y maravillarse de la naturaleza excepcional de Matilda, su sencillez y los dones misteriosos de los cuales está dotada. Le gusta la pasión por el conocimiento de esta niña que sabe entusiasmarse por cuestiones tan gratuitas como los latidos cardiacos del erizo y del caballo. Matilda utiliza su magia y, con los consejos de su maestra, lo hace con discernimiento. Aquí encontramos hermosas reflexiones filosóficas sobre el tema. Es maravillosa la relación tierna y respetuosa que puede establecerse entre un niño y un adulto. La maestra se enriquece con la amistad de esta niña, y a la inversa. Todo esto da al relato, escrito con admirable ritmo, una nota de felicidad, de auténtica cultura, de inteligencia y de poesía. “Esta niña, pensó la señorita Candy, parece interesarse verdaderamente en todo. Con ella es imposible aburrirse. Es delicioso.” Resistir frente a un grupo o un adulto es, como vemos, un tema predilecto de Roald Dahl, maestro en el arte del relato. También es un tema presente en algunas obras del excelente escritor Louis Sachar, como su novela The Boy Who Lost His Face.[188] “Me haces sombra, le dijo Scott a David. Si quieres ser parte de la banda de Roger y de Randy, tienes que dejar de ser un cursi.” ¿Cómo existir frente a un grupo, frente a los demás, también frente a los amigos? El lector se identifica con David, ese niño muy sensible que no está seguro de sí y que, para ser admitido en un grupo, se mete en un asunto que hubiera preferido evitar. Acepta, en efecto, participar en el asalto a una anciana original y generosa, para robarle su bastón. ¿Pero, no se trata de una bruja que lanza maleficios? A lo largo de todo el libro, el niño se creerá víctima de una maldición. ¿Acaso la anciana agredida no le dijo: “Tu

Doppelgänger [doble] vomitará sobre tu alma?” De esa manera, Sachar evoca maravillosamente el mundo de la infancia, cruel, cándido y sensible, hecho de dudas, de envidias y de ritos. Este libro, estructurado esencialmente mediante diálogos, es de una rara fineza; su escritura es simple y bella a la vez. Por su sutileza, conmueve tanto a los niños como a los adultos.

PEREGRINACIONES Y PERSECUCIONES DESENFRENADAS Muchas de las mejores novelas para niños son deliciosas peregrinaciones que el lector emprende y vive con placer. Dominico[189] el perro “era un pendenciero siempre en busca de acción. Un día, tenía particulares ganas de moverse y decidió que la monotonía de la vida cotidiana no era suficiente para satisfacer su necesidad de aventura. Tenía que ponerse en camino”. Se lanza a la aventura bajo las indicaciones de una bruja cocodrilo. Ésta parece tener “un número excesivo de dientes para las necesidades normales de una quijada”. ¡Pero poco importa! La recibe con su vivacidad acostumbrada. “Me gusta ser sorprendido.” Prefiere los riesgos de la aventura a conocer de antemano su destino. Toma la vida como viene, saborea plenamente cada instante. Es agradable vivir en su compañía. Dominic es a la vez plenamente humano pero también, por su fidelidad y su olfato, plenamente perro. Su sentido de la solidaridad le permite, en el curso de su peregrinación, liberar a los personajes que va conociendo del terror que impone la pandilla de los Horribles. Así, salva de la muerte a la oca, destinada a ser comida por esos hombres sin corazón. “¿Te das cuenta? Ir al mercado y encontrarme suspendida por las patas, yo, una viuda con cinco hijos que mantener.” Dominic regala generosamente los tesoros que podrían entorpecer su movimiento. Es rico en amistades, que va haciendo en el camino. El buen humor, la generosidad, el gusto por la vida y la libertad recorren este libro a lo largo de sus páginas. Las pícaras ilustraciones son obras maestras.[190] Basta con hojear el libro para tener ganas de acompañar a Dominic, con un hato como único equipaje. Las largas peregrinaciones a veces son como las novelas de aprendizaje. Uno decide salir de viaje porque allí donde uno está la vida es monótona, aburrida o particularmente dura; porque, privado de cariño, le falta lo esencial. El pequeño tendero de La rivière à l’envers,[191] de Mourlevat, aunque huérfano, parece tenerlo todo para ser feliz. “De nada serviría hacer la lista de todos los artículos que Tomek vendía en su miscelánea. Tomek vendía de todo. Entendamos por ‘todo’cosas útiles y razonables, como los matamoscas y el elixir Contragolpes del abad Perdrigeon, así como objetos indispensables: bolsas de caucho para agua

caliente y cuchillos para matar osos.” Lo tiene todo y sin embargo, bruscamente, decide marcharse siguiendo a Hannah, una chica de su edad, a quien apenas había vislumbrado en su tienda. Está fascinado. Al seguirla, parte también en pos del agua que impide morir. Es por la vida de una pajarita que Hannah decidió emprender ese largo viaje. Tomek atraviesa entonces el bosque del olvido, la isla inexistente y muchos otros mundos fantásticos. El lector entra de lleno en ellos, porque están descritos de manera minuciosa. Los encuentros que se producen lo llevan a profundas reflexiones sobre la vida, la muerte, el tiempo, la memoria, el amor y la amistad. Se trata, de algún modo, de un recorrido iniciático. “Mi hijo, mi hijo, ¡qué fuerte eres! Eras un niño cuando te fuiste y ahora eres un hombre.” ¿Por qué marcharse? Uno se marcha en busca del amor y de la libertad. Se trata en general de abandonar el orfanato, símbolo de las instituciones manejadas a menudo por personas rígidas y frías, incapaces de amar. La vida en esos lugares es insoportable. El niño siente una fuerte necesidad de la calidez de una familia. Rasmus,[192] un niño de nueve años, escapa del orfanato y emprende el viaje. Conoce a un maravilloso vagabundo, Óscar, que va a revelarse como un formidable compañero. Juntos vivirán verdaderas aventuras, como cuando se enredan con unos bandidos y finalmente hacen reconocer la verdad y la justicia. Jingo Django[193] pertenece a la estirpe de las grandes novelas de aventuras, con un humor muy moderno. El héroe, arrancado del orfanato por un aventurero que dice ser su padre, duda mucho de la veracidad de esta filiación, pero encuentra que la vida en los caminos es mucho más divertida que la del orfanato. Acompaña con delectación a ese curioso personaje que tiene más de un truco en su bolsillo y que cambia de nombre como cambia de camisa, viaja en una vieja carreta destartalada y, sin violencia, vence a un grupo de bandidos de los caminos, por medio de una inteligencia que no deja de sorprendernos. ¡Qué bella es la vida por los grandes caminos! Allí sopla un viento de libertad, inteligencia y generosidad. Estamos en buena compañía. Para el niño, se trata de la alegría de amar y de admirar la bondad, la inteligencia y la libertad verdaderas. Algo completamente distinto sucede con las obras de Leon Garfield, quien se inscribe en la línea de Dickens, Stevenson y Fielding. Por los caminos y los sórdidos callejones de la Inglaterra del siglo XVIII penetramos con espanto, y sin embargo con júbilo, en el mundo de los malhechores. En compañía de Smith,[194] por más pequeños que seamos, podemos correr a cada página por los callejones de mala fama de Londres, con sus vecindades miserables. Es el Londres de la violencia, de la miseria y de las casas deterioradas. “Smith tenía tal agilidad y tal manera de deslizarse por las calles o de desaparecer por los callejones sin salida, que había que verlo para creerlo.” Tiene la mano rápida y ligera del carterista. Su último botín lo lleva, a pesar suyo, a una serie de

aventuras en las que peligrará su vida. Se apodera, sin saberlo, de un misterioso documento, para él indescifrable —no sabe leer—, y he aquí que una banda de asesinos lo persigue a través de los callejones mal iluminados del viejo Londres. Pero su corazón es generoso y eso lo salvará, al ayudar a un anciano ciego que había caído al piso. El camino de Smith está plagado de violencia, de dudas, de traiciones —¿en quién confiar?—, pero también de genuina generosidad. La ficción es una invitación al viaje, que puede llevarnos a los confines de la tierra. Con Jack London, el lector acompaña a hombres y animales en su lucha por la vida. En “El amor a la vida”,[195] un hombre solo, sin víveres y sin municiones, marcha por el Gran Norte canadiense. Si quiere salvar su vida debe caminar, siempre caminar, con la esperanza de llegar al Océano Ártico donde quizá podría ser rescatado por un barco ballenero. Cierta mañana, un lobo aún más hambriento que él comienza a seguirlo, al acecho del menor signo de debilidad para abalanzarse sobre él. Encender un fuego,[196] del mismo autor, es un libro de una gran sencillez y de una extraordinaria fuerza expresiva. Un hombre decide irse solo a los confines de Alaska, donde hay treinta grados centígrados bajo cero. Lo acompaña un pastor alemán. Para no morir, debe “construir” un fuego. Construir un fuego, construir su vida. Estas breves páginas cuentan la ciega obstinación de un ser humano aislado, librado a los recursos de su saber y de su resistencia física.

OTROS MUNDOS Algo propio del mundo de la fantasía es su coherencia, su consistencia, su credibilidad. Así puede existir plenamente. Sin implicar ninguna confusión con el mundo de todos los días, del cual rechaza ciertas leyes y ciertos elementos, la fantasía ilustra verdades esenciales. Está el mundo de lo minúsculo, donde se desarrolla toda una vida social de una complejidad real; se viven conflictos, pruebas y alegrías que no dejan de recordarnos los que hay en este mundo. A esta escala, como en un juego que se abre ante él y que puede dominar, el niño penetra y comprende. El gusto por la miniatura es muy fuerte en los niños. ¿Acaso no corresponde a la necesidad de creer que otros mundos existen, que la vida está por doquier? En Los incursores en el campo, [197] Mary Norton nos da a conocer todo un mundo de seres minúsculos que viven bajo la madera del parqué de una vieja casona. Es por eso que las cosas desaparecen: agujas, dedales, alfileres de seguridad. Un mundo escondido, secreto, nos es develado; un mundo amenazado, que para sobrevivir debe “pedir prestado”. Los ladronzuelos tienen una imaginación que encanta al lector. Es el mundo de las casas de muñecas. El niño tiene un completo dominio sobre un mundo

así. La cómoda está hecha de cajas de cerillos. Con alfileres de seguridad, los ladronzuelos llegan hasta las cortinas del salón de la gente de arriba. Como los niños, se muestran ingeniosos, cambiando el uso de las cosas para arreglárselas con lo que tienen al alcance de la mano. Están por doquier; como la familia de la chimenea, la del salón, los campesinos. Las clases sociales existen también entre esos liliputienses. Es familiar y misterioso este universo descrito con minuciosidad. Peligroso también: hay que protegerse de los ratones y del mundo de arriba. Por fortuna, está allí el muchacho, comprensivo y protector. La vieja y tierna señora May también sabe; es cómplice de este niño. Reconoce su mundo maravilloso. El niño encuentra su lugar entre el mundo minúsculo y el de las personas grandes. Es el lugar del muchacho, tan cercano a los ladronzuelos. Es también el de La Gigantita,[198] quien vive entre el mundo de las muñecas y juguetes de peluche y el mundo de los adultos. Es el lugar del que lee y juega con esas historias. El niño encuentra también un espacio formidable junto a los animales de peluche en ese álbum tan original de Kitty Crowther, ¿Entonces?[199] A lo largo de sus páginas, en una puesta en escena extraordinaria por su fuerza y su sobriedad, uno a uno los animales de peluche entran y se instalan en una gran habitación. Se hace siempre la misma pregunta a la misma persona. “¿Entonces, ya está aquí?” Respuesta breve, enigmática. “Todavía no.” ¿Pero quién puede ser esperado así? Y el niño llega. Es un álbum maravilloso sobre la espera, el deseo y también el orgullo de ser un niño fuerte, un niño esperado, amado, respetado. “Tobi Lolness[200] medía un milímetro y medio, lo cual no era mucho para su edad. Sólo la punta de sus dedos sobresalía del hoyo en la corteza. No se movía.” Así comienza el relato de las aventuras del joven Tobi. “Su vida se había detenido algunas horas antes y él se preguntaba lo que hacía aún allí […] pero estaba vivo, consciente de su desgracia, más grande que el cielo […] Tobi, 13 años, era perseguido por todo un pueblo, su pueblo.” Es el pueblo del gran roble, un pueblo que construye sus casas en las ramas, traza sus caminos en las grietas de la corteza, cría larvas para alimentarse. Por haberse negado a entregar el secreto de un invento cuya utilización podía perjudicar al árbol, el padre de Tobi es condenado con su familia al exilio en las Ramas-Bajas, territorio salvaje y sombrío. El joven Tobías se encuentra comprometido a su pesar, en una huida desesperada dentro del mundo que trata de salvar. Lleva con él al lector, en un universo sorprendentemente vivaz y complejo. Es todo un mundo que existe plenamente; un mundo que ofrece muchas similitudes con el nuestro, donde también están los problemas de nuestras sociedades industriales, contaminación, calentamiento global y poder de las grandes empresas, aunque a escala liliputiense. Ahí, Tobi vive también el amor, la amistad y varias veces la dura prueba de la traición. Así, actualmente los niños pueden introducirse y vivir las grandes obras

contemporáneas que podemos considerar ya como clásicas. Sus autores se dirigen a los niños en específico, pero los adultos también experimentan un verdadero placer al reunirse con ellos en esos territorios de la infancia, para sumergirse a su vez en esas obras, en esas luchas y pruebas por un mundo más humano. Se trata de verdaderos fenómenos literarios y sociales. En efecto, esos libros conocen un éxito sin par. Circulan fácilmente, se comparten con entusiasmo, atraviesan alegremente las fronteras de la edad y de las culturas. Los niños se reúnen espontáneamente para hablar de ellos. “Antes, no había leído nada. No me gustaba leer”, nos dicen después de la lectura de La colina de Watership[201] o de Harry Potter.[202] Se trata, sin embargo, de libros voluminosos, de epopeyas larguísimas. Esos mundos creados por autores geniales, tienen todos su coherencia, su consistencia. Aunque imaginados, existen plenamente. ¡Qué suerte para los lectores poder vivir tales experiencias, en las cuales están invitados a participar! Porque existe realmente la cocreación. “Yo soy Harry Potter”, me dijo un niño apasionado. En esas obras, los seres humanos son magos o brujos; los animales hablan. El niño, desde las primeras páginas, entra sin dificultad en los mundos descritos con una extrema precisión. No hay personajes estereotipados sino seres ambiguos. La magia encuentra ahí todo su lugar. El niño se reconoce en este mundo. Él tiene la certidumbre de que el mundo no se limita a lo visible; y esos escritores, poetas y visionarios, proveen a sus universos imaginados de una realidad concreta, sensible y sensual, que podría ser hasta cotidiana. Así es como los niños pueden reunirse con ellos, acompañar a estos héroes fuera de lo común. ¿Se tratará de mundos paralelos? No, esos mundos convergen fácilmente con el mundo real en el espíritu del niño sin riesgo de confusión. ¿Cómo se descubren mundos como el de Narnia[203] por ejemplo? De la manera más natural. Durante la guerra, cuatro niños son obligados a mudarse al viejo castillo del profesor Kirke. Durante un juego de escondidillas, Lucy, la más pequeña, atraviesa el ropero de la vieja casona. “Avanzó, apartando los pliegues suaves de los abrigos, para poder pasar. En lugar de sentir la madera dura y lisa del piso del armario, sintió algo suave, como un polvo muy frío. ‘Qué extraño’, observó.” Llega así a un bosque nevado, glacial. Allí conoce a un fauno que la recibe cálidamente y la invita a tomar una taza de té. Él le habla, llorando, de una bruja cruel, la Bruja Blanca. “Ella domina todo Narnia, es ella quien hace que aquí siempre reine el invierno y nunca sea Navidad… ¿puedes imaginarlo?” Este mundo imaginario y desconcertante guarda alguna relación con el cómodo mundo del hogar británico, de la hospitalidad, que en este libro es como un refugio reconfortante. Asimismo, la valiente familia de castores ofrece los placeres de la buena mesa, en un cálido hogar donde se retoman fuerzas y se goza de una auténtica generosidad. Siguiendo a Lucy, sus hermanos y su hermana penetran en ese otro mundo en el que

los animales hablan. Vivirán de una manera concreta la lucha entre el bien y el mal. El mundo del mal es un mundo frío, fijo, congelado, bajo dominación. Nada se mueve. El mundo del bien es un mundo liberado. Pero la lucha es ruda y el hombre liberado es rey. Como les dice el sabio profesor a los niños cuando regresan al castillo: “aquel que una vez es rey en Narnia, lo será para siempre”. Los niños no son los únicos en compartir este conocimiento de otro mundo. El viejo profesor Kirke mantuvo un espíritu de infancia, una misma clarividencia. Él cree en ese mundo. Es también un hombre de experiencia; ayuda a comprender, aconseja, pone en guardia. Su ciencia de lo sobrenatural no carece de razón. Explica todo como si fuera lo más evidente. “Hay en esta casa una puerta que conduce hacia otro mundo y ese otro mundo posee un tiempo aparte que le es propio.” Cuando los niños regresan al castillo después de muchas aventuras, lo pueden comprobar. “Era exactamente el día, exactamente la hora a la cual entraron todos en el armario para esconderse.” Lo cercano y lo lejano, el presentimiento de otros universos, he aquí lo que propone el sentido infantil de lo maravilloso. La magia siempre está presente en esos mundos extraordinarios y le brinda al niño el poder con el cual sueña. El poder de hacer realidad casi de inmediato una parte de sus deseos, de sus sueños. No se trata, sin embargo, de una magia anárquica. En el mundo de Harry Potter, la magia está controlada, dominada; existe incluso un Ministerio de la Magia. Se debe utilizar con buenas intenciones. Mientras que Voldemort la utiliza para fines diabólicos, Harry Potter se rehúsa a ejercer su poder sobre el mundo. Ahí está, en filigrana, una manera de abordar, viviéndolas, realidades tan esenciales como los totalitarismos. Hay alusiones al nazismo en los pogramos que se pretende llevar a cabo contra los niños muggles. El ámbito maravilloso permite abordar, a su manera, la grave cuestión de la dominación, sin hacer demostración ni dar lecciones. Por medio de la lectura, los niños viven esos momentos a su propia altura. Lo que cuenta en estas obras son las situaciones, los eventos y los encuentros: la historia que se narra. Los comentarios están fuera de lugar. En lugar de decir “un lago melancólico”, diga “un lago azul”, aconseja SainteBeuve. En esas obras, el héroe, animal o niño, tiene inicios difíciles en la vida. Es maltratado, mal amado, despreciado, incluso martirizado. Pensemos en los primeros pasos en la vida de Harry Potter con su familia adoptiva. Se anuncia particularmente difícil. De niño se ve reducido a vivir en un armario bajo la escalera. Conoce así la injusticia: ¿acaso Dudley, el hijo de esa familia muggle, no dispone de dos recámaras para él solo? En el colegio de brujos, con sus pares, Harry va a emprender el aprendizaje de la vida social, con sus durezas, sus enigmas, sus leyes y también con sus alegrías y sus conquistas. Allí, en ese mundo mágico, fantasmagórico, descrito con el mayor realismo, Harry va a conocer la complejidad de la vida real.

Potter, aunque dotado de poderes sobrenaturales, tiene una vida de niño, una vida auténticamente social. El colegio de los magos se parece mucho a un colegio británico. El Quidditch, deporte del colegio Hogwarts, se juega con escobas voladoras y tiene sus propias reglas y características. Se hacen exámenes de adivinación. Todo es sorprendentemente coherente. La magia, desde luego, está allí, pero no dispensa al niño mago de la valentía necesaria para el conocimiento de sí mismo. Su historia es una serie de enfrentamientos difíciles y solidaridades, fidelidades y traiciones, esperanzas y decepciones. Pagando el precio de luchas y renunciamientos, pero también siendo premiado con encuentros luminosos, el niño llegará a encontrar su justo lugar. Encontrar su justo lugar es también el combate de Lyra, la heroína de la trilogía de Philip Pullman, La Materia Oscura.[204] Para esta niña pequeña capaz de mostrarse heroica, se trata de liberarse del dominio opresor que pesa sobre ella. Su daemon está allí para ayudarla. Pantalaimon asume diferentes formas, la de una palomilla o la de un gato salvaje para escrutar las tinieblas con sus ojos de felino. Es así como ayuda a “su humano”. Impregnado de sabiduría, de lucidez y de una forma de pureza, es para Lyra como un ángel guardián, un amigo fiel con quien puede hablar. Es el alma del niño. Es importante que no se separe de él ni se destruya. La lucha que Lyra debe librar es dura. Ella quiere resolver el enigma de unos niños misteriosamente desaparecidos. Descubre que la señora Coulter, quien tiene un rol decisivo en el seno del Consejo General de Oblación y prepara el rapto de niños, es de hecho su propia madre. Se trata de un personaje ambiguo. Huele a rosas y a cigarrillo; da muestras de perversidad en la relación con su hija, pero sabe amarla de verdad. Las cuestiones de la filiación, los problemas de familia de Harry Potter y de Lyra, se encuentran a lo largo de todos los relatos de Rowling y de Pullman. ¿De dónde vengo? ¿Adónde voy? ¿Qué voy a hacer con la herencia que se me concedió al venir al mundo? ¿Cómo conocer la verdadera identidad de mis padres? Estas preocupaciones esenciales se viven con fuerza y sutileza. El niño no sólo lucha por sí mismo y por encontrar su lugar. Quiere también salvar el medio amenazado. Lucha por el mundo en el cual le tocó vivir. Quiere participar en el advenimiento de un mundo mejor. ¿Esos niños no estarán destinados a volver a encantar nuestro mundo? Todos los libros que hemos mencionado, recientes o antiguos, conmueven fuertemente a los niños. Esos libros hacen mucha falta cuando llegan a estar ausentes de los estantes o a desaparecer de los catálogos de los editores. Son libros que ellos adoptan con entusiasmo, si uno se toma el trabajo de presentárselos. Con el tiempo, su éxito no se desmiente. Estamos muy lejos de esos “libros-demostración” que se pretenden pedagógicos y que no resultan nada convincentes. Supuestamente, las lecturas que proponen

ayudan a resolver problemas. Están escritos para el niño que se chupa el dedo, para el que tiene miedo a la oscuridad, para aquel cuyos padres se divorciaron, etc. Al respecto, Michèle Petit[205] nos cuenta una anécdota. Su ahijada tiene tres años y fue adoptada. Actualmente, en las librerías y bibliotecas figuran secciones temáticas que supuestamente ayudan a los padres a escoger libros relacionados con los momentos difíciles que pueden atravesar sus hijos: el nacimiento de una hermanita, la entrada en la escuela, el descubrimiento de la sexualidad, la muerte de alguien cercano. Desde hace algún tiempo, se encuentra también una sección titulada ‘adopción’. Entonces, le compramos y le leímos a la nena un libro de esta sección. Pero lo que le permitió simbolizar su experiencia no fue esta obra concebida a la medida, llena de buenos sentimientos, que escuchó mostrando una indiferencia aburrida. Lo que realmente le habló de ella y de su experiencia fue… Tarzán. Tuvimos que leerle y releerle Tarzán día con día. Sobre todo los pasajes en los que Tarzán niño se encuentra en los brazos de la chimpancé Kala. Ningún librero tendría la idea de poner la historia de este niño criado por los monos en la sección “adopción”.

Cuando le conté esta anécdota a la directora de un preescolar, me hizo notar muy atinadamente que Tarzán era muy fuerte y que salvaba a todo el mundo, a diferencia de esos pequeños bebés-objeto de los que las familias se apiadan a lo largo de todas esas historias sobre la adopción. Es realmente mucho más divertido y dinámico identificarse con Tarzán que con una pequeña víctima. Así como ver a papá y a mamá como chimpancés. ¡Anthony Browne lo sabe muy bien!

7. La alegría de conocer

Con sus documentos múltiples y variados, con personas que están a la escucha, la biblioteca es el lugar donde la curiosidad puede ser satisfecha según el ritmo de cada quien. Al bibliotecario le toca recibir las preguntas, provocarlas, para tomarlas en cuenta y compartirlas. Es un aspecto esencial de su trabajo. Acoge al niño allí donde están sus interrogaciones. Trata de abrirle vías. Cada uno hace así su propio camino como lo desea, a su ritmo, sin un programa previamente determinado. En la biblioteca, el niño dispone de Internet y de un amplio acervo de documentos de todo tipo. Estos medios ofrecen accesos y modos de apropiación diferentes y complementarios. ¿Qué libros informativos ofrecer a los niños?[206] Se han consagrado pocos estudios a este sector de la edición.[207] Resulta que el mundo de la información científica y técnica está cambiando sustancialmente. Formas de información diferentes a la impresa, en particular las búsquedas en Internet, nos obligan a repensar la función y la forma del libro documental y a examinar nuevamente, de manera más rigurosa, los diferentes procesos y actitudes de búsqueda que éste ofrece al niño.[208] Es por eso que hoy presenciamos un notable mejoramiento de la producción documental. La existencia de otros medios diferentes al libro y la seducción que ejercen sobre los jóvenes lectores son, en efecto, una incitación a romper con la publicación de libros pesados y aburridos que adormecen a los niños y los hacen huir. Hace falta liberarse de las presiones escolares y tomar en cuenta las expectativas de los niños. Lo importante es preguntarse: ¿a quién se dirigen los autores? ¿A los niños? ¿Al adulto que compra? Éste último, obsesionado por la intención de instruir, puede ser seducido por una presentación falsamente pedagógica. En las bibliotecas, la observación cotidiana de niños en búsqueda de información nos ayuda a juzgar la pertinencia de las obras que se proponen. Descubrimos entonces la diversidad de las curiosidades infantiles. Hay que celebrar el trabajo de análisis crítico efectuado por la asociación À Fond la Science [la ciencia a fondo], la cual desde hace muchos años estudia día con día los libros informativos y científicos para niños. Sus análisis críticos, difundidos en su sitio de Internet, se fundan en la observación rigurosa de niños que utilizan libremente las obras que se encuentran a su disposición en la biblioteca.[209]

LA DIVERSIDAD DE LOS PROCESOS Los paseos por los estantes de la biblioteca y por Internet provocan la curiosidad. Algunos títulos muy populares entre los niños toman en cuenta en su presentación el placer de pasearse de página en página, de libro en libro. Por ejemplo, Todas las respuestas a las preguntas que nunca te has hecho [210] es un libro que sorprende y provoca en el lector el deseo de añadir sus propias preguntas. El niño, como abeja que va recogiendo miel de flor en flor, se toma su tiempo, libre y gratuitamente. Su espíritu está abierto, disponible. Es posible que en esos momentos se encuentre particularmente receptivo. Las necesidades de informarse vienen también simplemente de las necesidades de la vida, como en el caso del niño que vino “de urgencia”, como él decía, para saber cómo cuidar a su hámster que iba a tener bebés. Recurrió de manera natural a la biblioteca. No iba a abandonar su investigación sin haber encontrado la indispensable respuesta. Tuvimos la suerte de encontrarle rápidamente un libro que tenía la información necesaria, despojada de toda consideración superflua. Evidentemente, la escuela conduce a los niños a realizar todo tipo de investigaciones, que pueden ser solicitadas por el maestro, pero también pueden ser interrogaciones personales suscitadas por la escuela.

CIENCIA Y RELATO Los libros informativos que pueden leerse de la primera a la última página permiten cierto tipo de acceso al conocimiento. Éste difiere de lo que habitualmente propone Internet. La lectura en la pantalla es una lectura discontinua, segmentada, más ligada al fragmento que a la totalidad. El autor de libros informativos es un autor completo. Debe dominar el arte del relato, encontrar placer en el acto de contar. En la era digital, el relato resulta más importante que nunca. No se limita a la yuxtaposición de informaciones. Al transmitirse aporta vínculos, volumen y profundidad de sentido. El autor acompaña al lector. Tiene la autoridad y la experiencia para hacerlo. Rehace con él el trayecto que ya recorrió, sin esconder las tentativas, las pruebas, los callejones sin salida. Éstos preceden un resultado que es como una etapa en el camino del conocimiento. Aún la simple anécdota, ese breve relato, aporta en el acto de la transmisión algo más que la simple exposición de los hechos: una especie de complejidad viva que apela a la imaginación y a la memoria. El relato puede ayudar a comprender de manera concreta cómo se hace la ciencia. En este sentido, son excelentes, por ejemplo, obras como las que proponen Piero Ventura y Gian-Paolo Ceserani[211] sobre la civilización maya. Los autores

explican de manera clara cómo llegaron los sabios a tal o cual descubrimiento, “cómo se hace el mapa de una ciudad invadida por la selva”, “la invención del cero”, etcétera. Algunos documentales para niños se leen y se releen con el mismo placer que una historia o un álbum de pura ficción.[212] Me gusta citar algunos álbumes de la editorial Père Castor, que se han convertido en verdaderos clásicos. Con Mangazou, le Pygmée,[213] una obra ya antigua, los niños lectores de hoy viven en su choza, lo siguen en su cacería en la jungla. Conocen los peligros de la selva, el miedo y, después de un día difícil, el placer y la calidez de encontrarse todos juntos. Descubren así, desde el interior, modos de vida diferentes. La afectividad, la emoción y la alegría del conocimiento se conjugan, en este caso en el dominio antropológico. “No hay vana didáctica ni intelectualismo seco, al contrario, es el despertar de la simpatía, el descubrimiento de la diferencia y de la similitud […]. Es interesante y enriquecedor para un niño ver cómo su hermano extranjero es acariciado o castigado, cómo se dirige a sus padres, cómo éstos se dirigen a él. Es lo que se llama conocer a los demás.”[214] Se necesita, sin duda, que el autor, interesado personalmente por el tema, tenga un fuerte deseo de transmisión, que domine verdaderamente el arte del relato. En este sentido, el libro de Paul-Émile Victor es significativo. Como explorador, vivió largos periodos de su vida entre los esquimales, y es autor de un álbum documental para niños: Apoutsiak, le petit flocon de neige.[215] Este clásico publicado en 1948 todavía es leído con interés por los niños de hoy. Conmovido por la experiencia humana con la cual soñaba y que por fin pudo vivir [el autor], tiene el deseo evidente de dirigirse a los niños. Toma el proyecto muy en serio: brinda a sus lectores informaciones desprovistas de cursilería; son informaciones crudas, precisas, verificables en cada página y confirmadas durante todo el discurso. Escribe un texto poético que encuentra intuitivamente el encanto de la tradición del narrador, sus repeticiones y sus aliteraciones. Se siente igualmente que, de principio a fin, considera a los niños como verdaderos lectores, lectores atentos y exigentes. Ni cursilería ni verdad arreglada ni censura: los cazadores matan a los animales a los que acechan, los perros inoportunos son apartados con una patada y la realidad de los elementos impone su ley implacable.[216]

Estas obras no tienen nada que ver con ciertos libros informativos novelados, recargados con detalles documentales fastidiosos, en los cuales los personajes, que sirven de meros pretextos para una erudición indigesta, no representan interés alguno para el lector. Como todo escritor, el autor de libros informativos debe saber narrar. En este aspecto, los científicos experimentados que gustan de transmitir son más convincentes que los simples compiladores, porque no se limitan a enunciar hechos e informaciones. “Con una historia, puedo entender”, es el principio adoptado por la editorial Archimède. Con una historia, en efecto, se puede llegar al niño. Lo importante para

este investigador principiante no es saberlo todo, sino ser conmovido, tomar consciencia de que es capaz de interesarse, ser movilizado en su búsqueda de saber y de comprender. El autor de un documental de calidad da a los detalles el lugar que les corresponde. ¡Qué frustración para un niño cuya curiosidad es real, encontrarse los temas tratados en apenas una frase dentro de un párrafo demasiado general y despojado de los detalles que le dan todo su sabor! Así, es lamentable que en cierto álbum se presente la vida del niño africano en general.[217] La diversidad de todo un continente se reduce de esa manera a una abstracción que no puede sino ser mentirosa y que sólo logra reforzar los prejuicios. El investigador y el niño tienen en común ese interés por los detalles, que pueden constituir preciados indicios en la elaboración de un conocimiento. Corresponde al autor darles sentido, relacionarlos y abrirlos hacia otras interrogaciones y descubrimientos.

CIENCIA Y ARTE El género informativo no es un género menor. Merece todo el cuidado, la originalidad, la imaginación y el arte que estaríamos tentados a reservar sólo para los géneros literario y artístico. La imagen desempeña un papel fundamental. Seduce, ilustra, invita a observar, a descifrar. Las mejores obras informativas, en efecto, incitan a la observación, que el niño realiza en su propio entorno pero también en la lectura de las ilustraciones. Algunas de ellas son realmente sorprendentes, como las que ofrece Denys Prache en Les plus belles illusions optiques.[218] Este hermoso libro ofrece a la mirada y a la reflexión deliciosos juegos visuales. Descubrimos grandes obras de arte óptico (Op Art), a veces de artistas célebres. ¿Cómo es posible? Nos complace dejarnos sorprender antes de conocer las explicaciones. Tenemos entonces ganas de saber el cómo y el porqué de figuras imposibles, de formas que sorprenden; por ejemplo, la de la espiral infernal del agua que se va por el agujero de la bañera. Descubrimos los secretos de los falsos relieves y las falsas concavidades. Todo es estrictamente científico. Algunos artistas son “transmisores” notables. Sin una estrecha intención pedagógica, se complacen realmente en comunicarse con los niños. Las ilustraciones pueden tener cierta fantasía no exenta de rigor, como en las obras de Macaulay, sobre todo en su libro sobre el cuerpo humano[219], o bien los álbumes de Iela Mari, como Las estaciones,[220] que expresan magníficamente en sus páginas el tema de la metamorfosis y los ciclos.

EL GUSTO POR LA CIENCIA Y ALGUNOS ÁLBUMES La formación del espíritu científico puede hacerse mediante libros que no son propiamente obras informativas. Así, Adivina quién hace qué,[221] ese hermoso álbum sin palabras, invita al niño a interpretar huellas en la nieve para reconstituir los elementos de una historia. Recuerdo también a un niño que descubrió el álbum Silvestre y la piedrecita mágica, [222] la historia del asno desafortunadamente transformado en roca porque no supo dominar sus poderes. Como buen científico, ese niño quiso experimentar, verificar a su modo la fuerza de la magia… sin éxito. Eso le suscitó reflexiones serias sobre la magia, la experimentación y el razonamiento deductivo. Este libro tiene un lugar en las colecciones científicas y técnicas para niños en la mediateca de La Villette.[223] Del mismo autor es Doctor de Soto,[224] que cuenta la historia de la famosa rata dentista que cura a todos los animales, grandes y chicos, excepto al zorro. Existen álbumes de fotografías admirablemente estructurados, que se pueden considerar libros-concepto. Ofrecen ya una iniciación científica, porque enseñan a ver, a observar, a clasificar, a deducir, a partir de elementos cotidianos de la vida concreta, transfigurados por el arte del fotógrafo.[225] Los hermosos libros del artista japonés Toshi Yoshida, [226] como Hajimete no kari y Kanchigai, son emocionantes y exactos. Las ilustraciones se extienden en páginas dobles y apelan a la sensibilidad del lector de cualquier edad; y también se le da su lugar a la información documental, reducida a lo estrictamente necesario. Asimismo, el niño siente ternura y se maravilla al descubrir Les Ours,[227] gracias a las conmovedoras fotografías de Steve Bloom. El lector se toma su tiempo para contemplarlos, como si quisiera así permanecer en su compañía. El autor lo invita: “Descubre cómo viven”. Ciencia y arte se encuentran. Ciencia y poesía se convocan una a la otra para descubrir la belleza de nuestro mundo, como sucede con Marie Girod o con El libro de la selva o con un libro de arte sobre Henri Rousseau, que con justicia pueden tener un lugar en un acervo científico sobre las selvas tropicales.

CIENCIA Y CONTEMPLACIÓN Maravillarse, sorprenderse, he aquí los fundamentos mismos de la curiosidad científica. Estas actitudes agudizan el deseo de conocer y de comprender. Algunas obras ofrecen ilustraciones de una rara fineza y una gran precisión. Colman nuestra curiosidad y nuestra sensibilidad. Como esos libros sobre la naturaleza que

inteligentemente solicitan la mirada del lector y lo invitan a observar a su alrededor con atención sostenida. Gerda Muller propone así a los niños el descubrimiento del árbol y del bosque en su bello álbum Unser Baum,[228] que invita a un paseo por el bosque en compañía de tres niños. El relato es conmovedor. Toma en cuenta las curiosidades infantiles y su gusto por el descubrimiento; en una palabra, su espíritu científico. Las observaciones están ahí de manera natural, con un lenguaje simple, sensible y preciso. Como sobre un cuaderno de naturalista, encontramos, además de las grandes imágenes, delicados dibujos de gran precisión. Al final del libro, al regreso del paseo por el bosque, tenemos el placer de ver reunidos, nombrados, clasificados, todos los hallazgos que dan al niño el placer de recapitular y de coleccionar. Las hermosas ilustraciones evocan a su manera los silencios, los ruidos, las sombras y las luces de los espacios recorridos en el bosque. Todos los descubrimientos se viven a la altura del niño. Es un libro magnífico. Diferente, aunque con el mismo tema, es el bello libro de René Mettler, Le grand livre de l’arbre et de la fôret .[229] A cualquier edad, se saborea el refinamiento extremo de las ilustraciones, la belleza de las fotos, la precisión de la información. Se descubre la anatomía del árbol, ese ser vivo que nace, crece, envejece y muere. Recorremos los grandes bosques de dos hemisferios. Hermosos frescos se despliegan a doble página, acompañados de pequeñas ilustraciones que brindan todo tipo de información precisa sobre la fauna y la flora. Al final del volumen el lector está invitado a un trabajo científico, el del coleccionista. Aprende, entre otras cosas, cómo medir la estatura de un árbol, sin importar cuán alto sea. Un índice y un glosario acompañan esta bella obra ricamente documentada. Estos álbumes que solicitan la mirada atenta del niño interesan a todas las edades. Claire d’Harcourt, en una obra de una calidad excepcional, invita así al lector a descubrir en los rostros el lenguaje de las emociones. En Des larmes aux rires,[230] página a página, frente a frente, dos obras de arte se hacen eco. Una simple palabra sobre cada página doble nombra la emoción e invita a contemplarla mediante dos retratos. “Sarcasmo” figura bajo un óleo de Francis Bacon, que está frente a una estampa de Hokusai. El sentimiento de ternura se lee sobre el retrato de un anciano y un muchacho, de Ghirlandaio, y sobre una foto anónima del 20 de junio de 1944, en la que un soldado lleva a una pequeña en sus brazos. De manera sorprendente y exacta, las obras de arte atraviesan así el tiempo y el espacio. Se les concede un lugar de excepción. Se despliegan sobre las páginas de este bello libro y nos invitan a una forma de interioridad, como una meditación. Nos conmueven. Al final de cada sección, dispuestos a doble página, los textos para cada una de las obras ofrecen un breve comentario histórico o filosófico. Todo está dicho en un lenguaje muy accesible. ¡Qué bella iniciación al arte y cómo nos gusta regresar a las imágenes para contemplarlas a nuestro antojo!

CIENCIA Y JUEGO Algunos álbumes, astutamente, sacan partido de lo que es propio del libro: dar vuelta a las páginas. Así, el álbum El camuflaje de los animales[231] juega con la superposición de películas transparentes y páginas recortadas, para mostrar cómo los animales se esconden hábilmente en la naturaleza.[232] Existe siempre el placer de dar vuelta a las páginas hacia adelante y hacia atrás. El libro, por su forma misma, invita así a adivinar o reconocer; una actitud, en suma, profundamente científica; por ejemplo, en los muy bellos álbumes de gran formato, verdaderas obras de arte, publicadas por la editorial Les Grandes Personnes. En Oxiseau[233] hay decenas de lengüetas para levantar, lengüetas en forma de plumas o de huevos. Bajo cada huevo, bajo cada pluma se esconde un pájaro que, si levantamos la lengüeta, se muestra con su nombre. Encontramos una alondra de los campos, una golondrina de ventana, un martín pescador, y también un gran avestruz de Australia. El álbum Pero, ¿dónde está Órnicar?[234] propone, a su manera, un juego. Mediante la experiencia del primer día de clases de un chico nuevo que no es como los demás, el joven lector, como jugando, descubre el principio de la clasificación de las especies. ¿Dónde poner al ornitorrinco? No entra en ningún grupo de animales… La inteligencia se ve atrapada en la lógica de los razonamientos. El niño experimenta igualmente un genuino placer al leer el sencillo álbum Anata no ie, watashi no ie [¿por qué una casa?],[235] que lo sensibiliza en la lógica de ciertas construcciones humanas que descubre a cada página. Dar vuelta a las páginas con su propio ritmo, según sus deseos, según la lógica del razonamiento; detenerse, regresar, consultar a gusto el sumario y el índice, es lo que de manera permanente propone el libro a cada uno de los lectores. Mitsumasa Anno,[236] artista y matemático, alcanza con humor la excelencia en la concepción de álbumes cuyas imágenes prescinden del texto, para conceder todo el espacio a la observación y al juego. El espíritu infantil encuentra en esos álbumes una verdadera satisfacción cuando contempla los dibujos y las ilustraciones, de una perfecta exactitud. Algunas obras de este autor se ofrecen claramente como juegos matemáticos para los más jóvenes. Son notables por su inteligencia, su humor y su belleza. Invitan a mirar con precisión y a adivinar. Los niños los aprecian mucho. En otro estilo pero siempre con humor, el álbum ¿Sononosón?[237] invita al ojo a reconocer, en medio de un desorden increíble, objetos desviados de su función que se encuentran en un mundo miniaturizado. Así, un tubo de pintura se convierte en la pierna de un payaso y, más lejos, en bolsa de aspiradora. El niño debe encontrarlos. Se requiere de una mirada muy atenta. Es también una invitación a inventar y crear. Jugar con los ángulos y las perspectivas es lo que nos proponen obras hábiles e

inteligentes como Zoom,[238] que a lo largo de sus páginas se presenta como un juego. Zoom, un acercamiento: un gallo; la cámara se aleja: dos niños en una granja. Se aleja más: la granja que no es más que un juguete entre las manos de otro niño… a cada página, este juego visual de muñecas rusas invita a una nueva lectura de la realidad. ¡Bajo la forma de un aprendizaje de la mirada, nos hace tomar conciencia de la importancia del punto de vista! En familia, podemos descubrir Motel of the Mysteries,[239] obra humorística sobre el arte de interpretar los vestigios de una civilización antigua, a la manera del arqueólogo Heinrich Schliemann, haciendo excavaciones en el sitio de Troya. Este libro tan inteligente invita a los niños a pensar con malicia cuáles serán los vestigios que dejaremos a nuestros sucesores lejanos y qué sentido les darán éstos.

GRANDES Y PEQUEÑOS FORMATOS La diversidad de formatos es otra característica propia de los libros. Como en esta obra de notable sencillez, De l’oeuf à la poule;[240] el niño da vuelta, con profundo interés, a las páginas de este álbum inmenso que presenta la historia del huevo y de la gallina. Saborea a su gusto las fotos recortadas en las que el huevo y la gallina se representan en sus dimensiones reales. La pantalla estándar con la que navegamos en Internet no puede ofrecer un formato así. Con este álbum el niño goza de un auténtico espectáculo. Puede dominar el ritmo. El texto breve dice justo lo necesario: la función del gallo, lo que pasa en el huevo, cómo sale el pollito de su cascarón. El niño sigue así los veintiún días del pollito en el huevo y los primeros instantes de su vida fuera de él. El texto, de gran exactitud y comprensible de inmediato, termina con un juego. El niño descubre la vida que surge. Experimenta la necesidad de retomarlo para admirar lo que se le transmite de manera tan exacta. El libro está allí, permanentemente a su disposición. Reconocer, nombrar con precisiónn, es una alegría para el niño investigador, una alegría que puede comenzar muy pronto para los pequeños que se deleitan con obras como Zoo lógico.[241] En las páginas dobles de este libro de gran formato se reúnen muchos animales clasificados cuidadosamente. Cada uno tiene su nombre, aunque éste sea complicado y exótico. Ése es, de hecho, uno de los encantos de este libro, que responde tan bien al gusto de los niños por los nombres difíciles y precisos. A cada página, los animales se agrupan. Están los que viven en agua dulce o bajo la tierra o en la noche, los que son negros y los que son blancos, aquellos cuyo pelaje tiene manchas o rayas, los gigantes y los minúsculos. Están todos allí, son numerosos. Entre ellos se esconde siempre un intruso y para el niño es un placer encontrarlo. Al final del álbum figuran, como en un glosario, los secretos de los

animales. Se encuentra allí información breve que estimula la imaginación. Para aprovechar plenamente la riqueza de este libro hay que extenderlo sobre el piso. Así es como podemos pasearnos en él. Los grandes y pequeños formatos, según los temas de unos y otros, requieren diferentes formas de lectura. Frente a la pantalla de la computadora uno está inmóvil, en una posición más o menos cómoda. En cambio, a los libros podemos descubrirlos estando recostados, escondidos, encaramados o reclinados. También podemos llevarlos con nosotros.

LIBROS Y EXPERIMENTOS Nada más práctico que esas pequeñas guías de bolsillo publicadas por algunos editores, en cuyo final se nos proponen experimentos que permiten descubrir fenómenos e interrogarnos sobre ellos. Nos incitan a actuar. Las llevamos de paseo o bien nos acompañan al alcance de la mano durante ciertos experimentos y observaciones. Algunos editores para jóvenes han hecho de ese tipo de libros su especialidad. La editorial Petite Plume de Carotte ofrece a los niños más pequeños cofres para jugar y leer. Por ejemplo, L’Herbier du petit Chaperon Rouge,[242] invita al niño a descubrir las flores del camino, las flores silvestres y a iniciarse así en la técnica de la herbolaria. El folleto se acompaña de un gran friso ilustrado en panorámica, que relata la historia de Caperucita, en la versión de Charles Perrault. En el cofre que acompaña al libro, encontramos bolsitas con semillas para sembrarlas en una maceta. Es así como el niño aprende a observar y a maravillarse. Copain des petites bêtes[243] muestra la diversidad de los insectos y los artrópodos terrestres y responde a las preguntas que el niño se puede hacer: ¿qué distancia pueden recorrer las mariposas?, ¿los caracoles ponen huevos?, etc. Explica a los niños cómo encontrar esos bichos y cómo observarlos, criarlos y protegerlos, todo mediante actividades lúdicas. Cada vez encontramos más libros de experimentos. Es una evolución notable del libro informativo científico para niños.

CUANDO LA FICCIÓN INFORMA Hay temas que resultan muy difíciles de tratar de manera eficaz, como los libros de educación sexual, que son, sin embargo, necesarios, porque ayudan a los adultos a abordar estas delicadas cuestiones con los niños. Pero es importante tomar en cuenta las diferentes etapas del desarrollo psicológico del niño. Si es demasiado pequeño, no puede adentrarse en cierto tipo de explicaciones que además olvidará de inmediato porque no las necesita. A veces el adulto, angustiado por el tema, quiere a

toda costa brindarles demasiadas explicaciones a niños que aún no están listos para descubrir de esta manera esas realidades de la vida. Kornei Chukovsky[244] nos lo recuerda en su libro sobre el imaginario de los niños. Cuenta la reacción del pequeño Volik, de cinco años, después de que su madre creyó necesario explicarle con todo detalle el proceso de la procreación y la vida intrauterina. Volik inventa entonces toda una novela sobre su vida en el vientre materno: “Aquí había una pared entre tu espalda y tu vientre, una pared con una puerta, la puerta era muy pequeña; había también una pequeña recámara donde vivía un pequeño tío, cuando yo estaba en tu vientre. Yo iba a visitarlo, tomaba el té con él, jugaba en un pequeño jardín. Había también un jardincito con un arenero”. Por el contrario, el álbum ¡Sal bebé![245] responde al imaginario de los pequeños, tan espontáneamente interesados en la vida del bebé en el vientre materno, pero prefiere definitivamente una interpretación fantástica y afectiva, una evocación feliz, a una fría explicación científica. Es la historia de un bebé que decide nacer para formar parte de una familia amorosa. Este libro, evidentemente, no es un documental novelado. Se refiere solamente a una realidad de gran importancia. Lo mismo sucede con algunas novelas de Judy Blume. Muchas adolescentes son sus lectoras apasionadas, porque la autora tiene un recuerdo muy preciso de lo que le preocupaba en su vida sexual de adolescente. Sus novelas, sin pretensión documental, responden perfectamente a las inquietudes, las preguntas y curiosidades de sus lectores sobre el acto sexual como tal. En este sentido, esas novelas son eficaces.

LIBROS Y CIENCIAS PARA TODAS LAS EDADES La experiencia nos muestra que algunas de las obras que figuran en las colecciones para niños pueden interesar también a los adultos. Las enciclopedias históricas publicadas por Peter Usborne, y dirigidas a un público infantil, resultan interesantes para todos. Sus breves textos son límpidos, vivos y ricos en información. El mundo medieval[246] nos muestra, en un mismo libro y para una misma época, los esplendores y los eventos que marcaron no sólo a Europa sino a todas las regiones del mundo, de África a China, pasando por el medio Oriente, y todo de la manera más concreta. ¡Qué sorpresa es descubrir el refinamiento de lejanas culturas en la época de la Edad Media europea! Todo está dicho de manera breve y eficaz en esos textos impresionantes que con frecuencia aparecen como simples leyendas muy documentadas y ricas en detalles significativos. El mismo principio de apertura sobre el mundo para un periodo determinado se aplica a la enciclopedia del mismo autora titulada Encyclopedia of the Ancient World.[247] ¿Cómo llegamos a saber

todo esto? Es una importante pregunta que se hace el autor, involucrándonos de esa manera en un recorrido auténticamente científico. Con libros así es difícil resistirse al deseo de conocer. Aunque concebidas para niños, estas obras pueden interesar a todas las edades. Nos complace leerlas en familia, tomarlas y retomarlas. En torno a un tema, en torno a la información, nos encontramos con el gozo de descubrir juntos, de cuestionar. A cualquier edad nos maravillamos frente a la claridad de algunas exposiciones apasionantes que nos permiten entrar paso a paso en la complejidad del mundo. David Macaulay, a quien ya hemos mencionado, se dirige a los niños más grandes, a los adolescentes y a los adultos. Su libro The Way We Work. Getting to Know the Amazing Human Body[248] está admirablemente ilustrado con dibujos explicativos y llenos de humor. El índice nos invita a sumergirnos en esta obra. Se puede leer de la primera a la última página o escoger algún capítulo en especial que llame nuestro interés. El glosario y el índice de materias nos permiten adentrarnos sin dificultad en esos textos de gran precisión científica. Avanzamos en las explicaciones siguiendo un encadenamiento lógico con un lenguaje claro. El texto, vivaz, cuenta cómo las células se especializan y se organizan en grupos y funcionan a la manera de los gremios en la sociedad humana. El libro se termina magistralmente con el tema de la transmisión de la vida. Las comparaciones siempre accesibles ayudan a comprender los fenómenos más complejos. Se apoyan en experiencias del niño sobre lo que está en posibilidad de observar. El joven lector tiene la oportunidad de maravillarse ante la belleza y la inteligencia de lo que está vivo. Es una enciclopedia para toda la familia. Por su naturaleza apasionada, a veces los niños son insuperables en sus temas predilectos. En esos casos su saber puede rebasar ampliamente al nuestro y pueden hablar sobre obras científicas dirigidas a todas las edades. Recuerdo a un chico de unos 12 años, apasionado por la geología y la mineralogía, que había recorrido por completo nuestro acervo sobre esos temas con la seriedad y la competencia del especialista en que se había convertido. Su saber nos permitió adquirir libros y revistas especializados muy útiles, que de otra manera no hubiéramos conocido, porque no circulaban en los circuitos comerciales habituales. Nos ayudó así a recurrir a libros de referencia. También supo proponernos contactos interesantes. Algunos excelentes libros de texto pueden servir como obras de referencia. A veces nos sentimos desprovistos cuando los niños nos piden libros sobre diferentes periodos de la historia. Es por eso que optamos por integrar a nuestros acervos algunos libros de texto que nos parecen particularmente legibles. Se consultan como una enciclopedia, y se pueden pedir prestados. Esas obras de referencia pueden utilizarse en casa, en familia, pues el niño pequeño suele requerir la ayuda de un adulto para manipular esas herramientas, además de que es un placer investigar en compañía. La proximidad de una sección para adultos aumenta la oferta para los niños. Con

excepción de los álbumes informativos para niños, que se clasifican aparte, hay bibliotecas que reúnen todos los acervos informativos, ya sea para niños o para adultos. En la era digital, esa disposición que mezcla obras para niños y para adultos se justifica plenamente. ¿Internet no se dirige a todas las edades? No existen a priori los temas para adultos y los temas para niños. De esta manera, actualmente, en las bibliotecas que sufren de una baja de visitantes se concede especial atención a los informativos científicos, para abrir las puertas a todas las generaciones. ¡Es una proposición única que ofrece la biblioteca! ¡Qué suerte poder provocar momentos de libre intercambio entre adultos y niños alrededor de libros, objetos y documentos, a veces todo ello en compañía de un investigador! ¡La oferta conjunta de documentos para adultos y para niños es tan rica! Esto supone siempre que los libros sean seleccionados juiciosamente y que el bibliotecario impulse esos momentos de intercambio.

EL LIBRO Y OTROS MEDIOS Es importante en la biblioteca pensar juntos en los diferentes medios, sin exclusividad ni confusión y sin perder nunca de vista la veracidad de la información, la fiabilidad de las fuentes. Debemos celebrar las iniciativas de algunos editores cuyos libros nos remiten a sitios de Internet cuidadosamente seleccionados o elaborados por ellos mismos y que sacan pleno provecho de la complementariedad entre el libro y el medio digital. De esta manera, Les grands musées du monde[249] ofrece un viaje artístico a los grandes museos, del Louvre al Hermitage, del Museo del Prado al Guggenheim. Cada uno de estos museos se presenta a doble página. La visita puede continuar si nos dirigimos al sitio de Internet seleccionado por el autor. Los vínculos se señalan en cada una de las presentaciones. Nos podemos aventurar también en otros sitios de calidad.[250] Wow! Animals[251] también es un título muy interesante, porque explora a fondo esta complementariedad del libro y el Internet. Un ejemplo entre otros: la página doble sobre el oído de los animales invita a consultar el sitio propuesto por el editor; así podemos escuchar los cantos de los pájaros y aprender a reconocerlos. También se pueden descargar las fotos. Cada uno de estos soportes propone un modo de lectura, de conocimiento, de apropiación. La ventaja de Internet, y de la informática en general, es la velocidad en el acceso a los datos y la abundancia de información. Con el libro, por el contrario, podemos tomarnos nuestro tiempo, el tiempo necesario para la construcción del saber. Tomamos tiempo en compañía de un autor cuyo conocimiento y

especialización podemos apreciar. Él propone al lector un itinerario. El índice invita a adentrarse donde cada uno quiera, al ritmo de cada quien, con retornos y miradas al vuelo según los propios deseos. El joven lector que se inicia en un tema puede, en la medida de lo posible, darse una idea del camino que permitió llegar a los resultados —observaciones, razonamientos, experiencias—, con el fin de que él también, en cierto modo, recorra el mismo camino y entienda que la ciencia no se hace en un día. Esto puede permitirle experimentar la dimensión humana de la ciencia. Se trata de algo muy diferente a la simple enumeración de hechos científicos, de datos. Tomar en cuenta las cuestiones científicas puede movilizar el interés de los niños, de todos los niños, que de este modo asocian lecturas y experiencias. ¿Cómo concebir los encuentros en torno a la ciencia? “Hay que partir de las vivencias del niño, dialogar con él, ver lo que lo intriga en los nombres, en los fenómenos, en los récords. Los niños saben observar muy bien; frecuentemente, para asombro de los adultos.” Marie Girod se da cuenta en su biblioteca de que los jóvenes denominados “antiescolares” tienen conocimientos superiores a los del promedio, “pues todas sus capacidades de atención son monopolizadas por sus centros de interés; por ejemplo, la fauna o la flora de los estanques. Pueden pasarse horas mirando y saben ‘ver’ cosas que los demás ni siquiera notarían”. El libro es un excelente medio de animarlos en sus descubrimientos, de confirmar sus juicios, su intuición. La biblioteca desempeña un importante papel en los descubrimientos científicos. El libro les da seguridad, pues en el medio escolar suelen estar en una situación de inferioridad con respecto a los demás, y el libro les permite verificar y compartir con los demás sus observaciones. Contribuye al intercambio y proporciona el sentimiento de formar parte de una gran familia; la de todas las personas alrededor del mundo que comparan, analizan, emiten hipótesis, verifican y sacan conclusiones. Todos estos comentarios estimulantes se basan en la experiencia de Marie Girod. El niño descubre la utilidad del libro científico en su vida. “En un taller con niños de siete a ocho años (como parte del proyecto Cero Reprobados) se comenzó a hablar sobre los nidos de los pájaros: ¿quién los ha observado? ¿Quién tiene alguno en su jardín? Cuando una pregunta no tiene respuesta, se busca en un libro. Se genera una nueva pregunta, ¿los nidos son todos iguales? ¿Cómo están hechos? Algunos autores saben mostrar esos detalles muy precisos de manera estética. El niño se da cuenta de la evolución y de que la naturaleza debe ser protegida.” Esto es lo que hoy en día brinda a esos momentos de encuentros científicos una gran importancia en nuestras bibliotecas. Los consejos para el desarrollo de estos encuentros son comunes en todos los talleres. “Nunca hacemos dos veces la misma dinámica, porque hay que atrapar al vuelo las interrogaciones de los niños y saber cambiar de esquema si tal o cual libro no tiene éxito. […] Una dinámica no requiere

de conocimientos científicos a priori. No estamos impartiendo una clase. Estamos recorriendo un tema, ayudando a descubrir el placer del libro. En cambio, el animador debe tener un gran conocimiento de los libros.”

8. Como una segunda casa

Como todos los miércoles por la mañana, “hacemos la biblioteca afuera”, al pie de los edificios, cerca del área de juegos. Es mediodía. La sesión acaba de terminar. La biblioteca se prepara para partir. Los padres llaman a sus hijos. “Vengan, es hora de la comida.” “No podemos, no hemos terminado la historia.” Los tranquilizo: “vengan por la tarde a la Pequeña Biblioteca Redonda. Está abierta todos los días. Encontrarán sus libros y muchos otros, los ayudaremos a elegir, conocerán a otros niños y tendrán todo el tiempo del mundo. Hasta tenemos Internet. Estaremos allí, esperándolos”. Es verdad que el equipo de la biblioteca se prepara siempre con cuidado para recibir; la bienvenida se expresa de mil maneras, la biblioteca tiene que ser bonita, clara y ordenada. Pude admirar este orden en situaciones extremas, en ciertas bibliotecas en barrios deteriorados, allí donde todo es desorden, lodo, suciedad, desarraigo, precariedad. Recuerdo en particular la biblioteca de un barrio “podrido” de Nueva York, y otra situada en un suburbio particularmente deteriorado de Caracas. Tanto en un caso como en el otro, lo que me sorprendió fue el orden, un orden impecable al que los responsables conceden una importancia que no tiene nada que ver con la manía. Para ellos es antes que nada una muestra de respeto a esos públicos con tanta frecuencia considerados “sin importancia”. Un ramo de flores frescas da la bienvenida. En un mundo de confusión es necesario proponer una organización clara y alegre. Los niños son muy sensibles a esto y saben respetarlo. En nuestro barrio, pese a ser calificado como difícil, experimentamos esto con frecuencia. “¡Qué lindo!”, dicen a veces los recién llegados, descubriendo con entusiasmo nuestra luminosa biblioteca y sus estantes llenos de obras multicolores. “Nunca vi nada tan bonito”, exclama un pequeño gitano de cinco años frente a un álbum que lo conmueve particularmente. Cuando la biblioteca presentó una exposición de los álbumes del gran artista japonés Katsumi Komagata, ofreció a los niños libros muy delicados, que tenían que manejar con precaución. Para dar vuelta a las páginas les pedimos a los niños que se pusieran guantes blancos. Pude admirar a estos niños turbulentos prestarse con respeto a ese ritual a la japonesa. Es seguro que, en esta disposición espiritual, saborearon con emoción esas obras de rara calidad. Unos años más tarde, algunos artistas coreanos organizaron también una bella exposición de álbumes antiguos y contemporáneos, presentados en soportes frágiles. La exposición, que fue muy vista

por los niños, vivió así varias semanas sin deteriorarse. Hay que saber tener confianza. Es uno de los principios de la biblioteca. El niño, como todo ser humano, es plural. En la biblioteca le agrada la animación del ambiente, el rumor, esa cierta forma de agitación. También sabe, si lo invitamos a hacerlo, saborear el silencio. Es por eso que algunas bibliotecas acondicionan un espacio para el silencio. Reconocen la necesidad de calma, tan difícil de encontrar por sí mismo, porque la soledad da miedo. En este espacio, el niño experimenta la felicidad de leer solo, pero rodeado de otros lectores absortos en sus lecturas. Saborea el silencio con los demás. Tiene el orgullo de sentirse capaz de concentrarse. Muchos, niños o adultos, lo afirman: aquí en la biblioteca se sienten como en casa. Por eso tenemos con frecuencia la visita de antiguos lectores. Vienen a reencontrar algo de su infancia. Una tarde vimos llegar a algunos jóvenes de 20 años, que algunas personas calificarían de “salvajes”. Entraron empujándose un poco, riendo en voz baja. Estábamos en guardia, ¿qué iba a pasar? Muchas veces tememos que alguna banda irrumpa, dispuesta a todo para “sembrar el desorden”. Nada de eso pasó ese día. Nos pedían noticias de la señora Pëtre, de Wahid, de Zaïma, de Aline, de Juliette… parecía que acababan de regresar con su familia después de una larga ausencia. Evocaban también los malos momentos: “hacíamos muchas travesuras”, nos dijeron con algo parecido al arrepentimiento. Y luego, tímidamente, preguntaron, “¿podríamos ver los libros que nos gustaban de chicos?” Y alrededor de una mesa, se instalaron tranquilamente para hojear algunos álbumes de su infancia: Ricitos de oro y los tres osos, Silvestre y la piedra mágica, Sapo y Sepo, El gigante de Zeralda, Donde viven los monstruos y muchos otros. Buenos recuerdos, una parte de la infancia que permanece, pese a todo y contra todo, al alcance de la mano. Es sorprendente ver que esas primeras experiencias literarias, como hay que llamarlas, permanecen como algo preciado en lo más íntimo, cualesquiera que sean las dificultades de la vida. Allí hay una verdadera cultura, que me recuerda a la de algunos viejos campesinos que conocí y que al final de sus vidas experimentaban un gran placer recitando ciertas fábulas de La Fontaine y otros poemas aprendidos de memoria durante su breve experiencia escolar. Ahí está la fuerza de las lecturas de la infancia, en su sencillez, en su complejidad y en una suerte de evidencia. “Me gusta la biblioteca —confiaba un niño a su madre— porque los bibliotecarios siempre están de pie.” Es una forma metafórica de expresar la disponibilidad de los adultos con respecto a los niños. Se está de pie para recibir con la discreción necesaria. No se recibe detrás del escritorio de préstamos; así la biblioteca correría el riesgo de parecerse más o menos a un servicio administrativo; queramos o no, habría una especie de barrera. En algunas bibliotecas los niños son felices, bajo la mirada atenta de un adulto, de encargarse de tanto en tanto de las

formalidades del préstamo. Con ayuda del Internet esto se ha simplificado y ¡qué orgullo el ocuparse del préstamo! Los niños que fungen como responsables tienen derecho a llevar un distintivo. La biblioteca es realmente asunto suyo.

EL PLACER DE PARTICIPAR Esta preocupación por hacer participar a los lectores en la vida de la biblioteca es una de las mayores herencias que nos dejó la primera Heure Joyeuse. Ésta se había interesado en el pensamiento de grandes pedagogos como Célestin Freinet[252] y Roger Cousinet.[253] La lectura provoca, anima cierta forma de vida en común, particularmente rica y original. Cuando el niño se inscribe, firma un formulario de compromiso. Sabe que así se vuelve miembro de la Pequeña Biblioteca Redonda y que será invitado a participar en la vida de la biblioteca. No es un simple usuario. Nos tomamos muy en serio favorecer en el lector el sentimiento reconfortante de pertenencia: no se viene sólo a tomar y recibir sino a participar, a intercambiar. Qué felicidad para el niño escuchar que le decimos “te necesitamos a ti y a tus ideas. Tienes un lugar aquí”. La relación es positiva cuando se funda en la reciprocidad. Ayuda a la autoestima. Es lo que se necesita para atreverse a la lectura, al descubrimiento del otro, de otros mundos. “Recuerdo —nos dice un antiguo lector— que podíamos traer nuestras ideas. Ustedes buscaban siempre una forma de ayudarnos a realizarlas.” Actualmente es director de un grupo de teatro y me recuerda que él y algunos otros nos sugirieron poner en escena pequeñas obras de teatro basadas en cuentos populares. Cada sábado un actor venía a ayudarlos. Este pequeño grupo montó también varios espectáculos con base en álbumes extranjeros que deseaban dar a conocer. Así nació su vocación. Cuando se abre la biblioteca, todos nos encontramos listos para la acción, en medio de los niños. Estamos ahí para ayudarlos personalmente a orientarse, para apoyarlos en sus iniciativas, recoger sus propuestas y sus preguntas. Nos mostramos presentes y discretos a la vez. Hay mil maneras de frecuentar la biblioteca. Algunos niños sólo van de paso. Vienen a pedir libros prestados y aprecian este servicio puesto a su disposición. Tienen prisa. Muchos de ellos tienen horarios de doctor. “Mi hijo no tiene tiempo, tiene actividades.” A muchos otros, por el contrario, sobre todo en nuestros barrios suburbanos, les gusta quedarse mucho tiempo en la biblioteca. Se puede permanecer allí durante horas si se quiere, para leer novelas enteras, sumergirse en la consulta de diccionarios, pasearse por los enormes atlas, leer cuentos, mangas o historietas, mirar magníficos libros de arte o apasionantes obras

documentales o bien hacer investigaciones para la escuela. Se puede igualmente acceder a videojuegos o consultar Internet de mil maneras. ¡Preciada libertad! Es tan raro encontrar hoy un lugar en el que se pueda permanecer tanto tiempo como se desea, saboreando el placer de no estar solo, de ser libre para no hacer nada, en medio de personas que están ocupadas, discuten o se sumergen en lecturas cautivadoras. Si tenemos ganas, podemos juntarnos con los demás o bien abrir un libro, pero nada ni nadie nos obliga. El niño necesita tiempo para encontrar lo que le gusta. Tiene que discutir con otros, hojear, leer algunas páginas y muchas veces pedir ayuda. Lo que caracteriza a la biblioteca es justamente el tiempo que otorga con generosidad, un tiempo fluido que no se encierra en horarios limitantes o en dinámicas “enlatadas”, prisioneras de estructuras rígidas.

QUE NOS DEN LIBROS, QUE NOS DE ALAS La biblioteca le concede toda la importancia que merece al encuentro; todo el tiempo que requiere. Ese tiempo debe abrirse a lo imprevisible, al descubrimiento, a las sorpresas, a los encuentros espontáneos, a los lazos que se forjan, a los proyectos que unen. Es necesario poder vagar entre los libros y en Internet. “Que nos den libros, que nos den alas”, dicen los niños que evoca Paul Hazard.[254] La lectura no se encierra en jaulas; se saborea plenamente en la libertad concedida, en la sencillez. El sueño, la curiosidad, el deseo de leer y la lectura necesitan tiempo de vagancia, un espacio vacío para poder desplegarse.

TAMAÑO Y ADMINISTRACIÓN La biblioteca necesita entonces una forma de vida muy particular. Debe ser informal y flexible para acoger y dar seguimiento a la diversidad de los caminos emprendidos por los niños, la espontaneidad de sus preguntas y deseos, su voluntad de participación. Si estamos demasiado preocupados por ofrecer un programa lleno de dinámicas, podemos llegar a limitar su posibilidad de ser escuchados en sus peticiones y sus sugerencias, lo que sería renunciar a nuestra misión primordial, una misión que ninguna otra institución propone de esta manera. Lo que se vive en la biblioteca es esencialmente del orden de lo humano, de la relación, de los encuentros y de la palabra viva. Hoy en día, no resulta fácil explicar lo necesario que es tomarse el tiempo para hablar personalmente con los niños. Tanto en las secciones generales como en las infantiles, tendemos a imponer reglas

administrativas más o menos rígidas, que ponen muros y limitaciones a una actividad que debería vivirse en total libertad. Las preocupaciones burocráticas incitan a dar prioridad al consumo de dinámicas, a lo mediático, lo mensurable en el plano estadístico; nos obligan a ir cada vez más rápido. Con Internet, el niño está en riesgo de ser atrapado por el torbellino de la velocidad. Finalmente, nos preocupamos por los números más que por las personas. Olvidamos la sencillez de los encuentros. ¿Qué lugar le dejamos a lo imprevisible, que corresponde por completo al acto de la lectura? Estemos alerta y escapemos a la inercia tecnocrática, vacía de sentido; nos quita el tiempo que necesitamos para construir relaciones genuinas. El bibliotecario debe darse tiempo para acercarse a los niños, para ayudarlos a orientarse, a encontrar su libro; saborear con ellos la alegría de los descubrimientos; evocar las experiencias de lectura, que son como experiencias de vida. Debe consagrar tiempo al niño para que éste aprenda a investigar a partir de preguntas que le conciernen personalmente o que pueden llegar a hacerlo. Ése es nuestro lugar. Ésa es nuestra misión. Somos barqueros, ayudamos a atravesar el río. Con el desarrollo de la comunicación, la multiplicación de las redes y el acceso fácil e inmediato a una plétora de información al alcance de la mano, sin duda la aportación del lector es hoy más necesaria que nunca.

LA LECTURA, ALGO PARA COMPARTIR Cuando era practicante en L’Heure Joyeuse, me gustaba sentarme junto a un niño para leer con él relajadamente, como en familia. Otros niños venían a nosotros de manera natural. Así, compartíamos esa historia en confianza e intimidad, sin forzar nada. En Clamart adoptamos esta manera informal y abierta de compartir las lecturas, lo que llamó la atención de René Diatkine, fundador de ACCES. Se trata de gestos simples y naturales que forman parte de la vida misma de la biblioteca y nos ayudan a observar lo que conmueve a los niños. Hay que tomarse el tiempo. Toda la biblioteca se organiza en torno al deseo de los niños de conocer, informarse, distraerse, encontrarse con otros. Es un lugar de lectura que favorece las libres relaciones de los niños con sus lecturas y con las personas. La biblioteca no es lugar para los grupos preestablecidos. Ese tipo de grupos tienen lugar normalmente en la escuela, donde adquieren su pleno sentido. El contacto personal, la cercanía entre un niño y un adulto, es una forma de relación característica de la biblioteca; una relación valiosa, porque es a la vez personal y honesta, puesto que el libro suele ser su fuente. “La ayuda al lector” es una larga tradición de las bibliotecas infantiles. Se trata de buscar junto con el niño lo adecuado a su

experiencia y a su deseo, de ayudarlo a darse cuenta. Éste es un encuentro poco frecuente, en el que adulto y niño están al mismo nivel. El contacto con el niño, cuyas demandas hay que satisfacer o provocar, le permite al adulto que presenta el libro descubrir otras riquezas en la obra —y en el niño—. Ciertamente, cada uno puede conmoverse a su manera: el adulto porque es testigo del despertar de la sensibilidad y la inteligencia del niño, de la afrimación de sus gustos, y éste porque se siente objeto de la atención empática de alguien cercano que lo entiende. El niño valora esta confianza. ¿Acaso no se le juzga capaz de apreciar lo que es bello, grande, divertido, sorprendente, sutil, lo que “vale la pena”? “Jamás alguien me había puesto tanta atención. Jamás se habían interesado en mí de esta manera. Gracias a estos intercambios sentí que existía, me sentí importante”, nos confía un antiguo lector de la biblioteca, evocando los años que pasó allí. Seamos testigos atentos y mediadores entusiastas. No temamos transmitir nuestras pasiones, nuestro entusiasmo de adultos que se interesan mucho en la infancia. Pienso en esa adolescente recluida en un centro de readaptación, una pequeña prisión para adolescentes de la ciudad de México, que le decía con gratitud a la bibliotecaria mediadora: “Yo sé que usted quiere siempre lo mejor para nosotros”.[255] Cercanas a los niños, las “damas bibliotecarias” de la primera Heure Joyeuse de París, después de cuarenta años de experiencia habían conservado la misma exigencia, el mismo entusiasmo, una reflexión tan viva como en los primeros días, durante los años veinte. Eran a la vez discretas y cercanas a los niños. Esta proximidad realmente previene la esclerosis que amenaza a toda la institución; le da vida y sentido a lo cotidiano en la biblioteca; nos permite repensar continuamente nuestras prácticas en función de las transformaciones que experimentan los niños y las familias. Así es como nuestras bibliotecas siguen siendo tan apasionantes. Los niños necesitan estar cerca de adultos entusiastas e inventivos. Es importante liberar a la institución de los sedimentos de la rutina, que ocultan la fuente e impiden que brote el agua viva. Dejemos de lado la reproducción mecánica de acciones y programas en los que el espíritu original poco a poco se fue borrando. La eficacia de la biblioteca no se mide exclusivamente en cifras y en estadísticas. Recuerdo a un niño que no se cansaba de leer un álbum, uno solo, siempre el mismo, Roule Galette.[256] Esta lectura lo colmaba, le era necesaria. ¿No es esto lo que importa? ¿No teníamos con eso la prueba de que era un lector verdadero? “Cuando un libro nos gusta, la sensibilidad que emana de él se une a la nuestra y vemos el mundo a través de los ojos del novelista […] Es como enamorarse […] Sé cuando me pasa esto porque mi lectura de pronto se vuelve más lenta: no quiero que se termine, tengo ganas de permanecer en esta relación…”[257] Necesitamos tiempo para construir relaciones verdaderas.

La biblioteca y los libros para niños se abren hoy a todas las generaciones. Muchos adultos vienen a pasar largos momentos en estos espacios que durante mucho tiempo estuvieron reservados a los niños. Vienen, en primer lugar, para acompañar a los más pequeños. Vienen también porque se encuentran a gusto. El lugar no los intimida. Muchos adultos conocieron la biblioteca en sus años jóvenes y les gusta frecuentarla de nuevo de esta manera. Se internan tanto en los álbumes como en las obras informativas. Los álbumes que se ofrecen a los niños de hoy también les dan material para regocijarse y emocionarse frente a tanta imaginación y belleza. Los veo también maravillarse frente a los libros de artista, las magníficas propuestas de algunas casas editoriales.[258] Llenos de admiración, dan vuelta a las páginas y descubren, por ejemplo, sorprendentes álbumes-escultura que se multiplican hoy, para la alegría de todos, como el hermoso libro que se abre con 600 puntos negros,[259] o el álbum ABCD.[260] Muchos libros informativos pueden emocionar profundamente al lector de cualquier edad. Mencioné anteriormente los muy bellos libros que reúnen a diferentes generaciones, como The Way We Work. Getting to Know the Amazing Human Body, de David Macaulay, o Des larmes aux rires, de Florence d’Harcourt.[261] Están también esos dos magníficos álbumes autobiográficos que ofrecen las miradas auténticas de dos niños en un periodo dramático de la historia del mundo; relatan con fuerza y sensibilidad la infancia de los autores en plena revolución Cultural China. No hay nada comparable en la oferta editorial para adultos. En Rojo país, río amarillo,[262] Ange Zhang relata su adolescencia durante esos tristes momentos de la historia china. En una obra maestra admirablemente ilustrada, Mao y yo. El pequeño guardia rojo,[263] el autor ilustrador nos cuenta la vida cotidiana de su niñez durante el último decenio de Mao. Éstas son obras excepcionales, que no pueden dejar indiferentes a los adultos y que les permiten a unos y otros encontrarse en familia alrededor de experiencias comunes de lectura. La presencia interesada de adultos que vienen a pasar largos momentos en la biblioteca confiere una atmósfera de serenidad a este lugar abierto a los niños. Puesto que la biblioteca ya no es un terreno reservado a los jóvenes en exclusiva, esto los induce a comportarse de manera más equilibrada, más responsable. Se establece en el lugar un modo de vivir juntos en una suerte de armonía. La biblioteca de los niños se convierte así, naturalmente, en la biblioteca familiar. Por eso, cada vez con más frecuencia está abierta los domingos. Prevé también obras que pueden interesar a los padres, en particular libros que tienen que ver con la educación, con la pedagogía, pero no sólo eso. La biblioteca les ofrece también selecciones de obras de ficción e informativas que todos leerán con placer y que son como una invitación a frecuentar también la biblioteca general. Los primeros descubrimientos de libros se viven bien en la intimidad de la

familia, con los padres. Así, en un barrio de fuerte inmigración en París, los encargados de la biblioteca pública deciden, de acuerdo con ciertos maestros, invitar cada sábado por la mañana y por turnos a grupos de pequeños acompañados por sus padres. Muchos de estos padres apenas se atreven a atravesar el umbral de la biblioteca. En este caso se sienten invitados. Para darle un carácter íntimo y festivo, la sesión se organiza alrededor de una taza de chocolate o de té con menta. Junto a sus hijos, viven un momento feliz y relajado en medio de los libros. Todo se vive en el placer y en la gratuidad.[264] Hoy en día, las bibliotecas para niños están ampliamente abiertas a todas las generaciones. Reciben también visitantes simplemente curiosos de ver lo que allí pasa, porque el lugar está vivo. Así fue desde los inicios de L’Heure Joyeuse de París, en los años veinte. Se venía a ver ese lugar poco común, en el que los niños conocían un nuevo modo de vivir juntos en torno a temas personales expresados libremente. También es lo que vivimos en Clamart y lo que pude observar en muchas bibliotecas muy acogedoras aquí y más allá de nuestras fronteras. Algunos de esos visitantes se volvieron, a lo largo de los años, amigos de la biblioteca. Otros son antiguos lectores apegados a la casa que tanto significó para su niñez. A unos y a otros les gusta encontrarse en ella, recibir noticias, descubrir las cosas nuevas que pasan. Experimentan un placer genuino de encontrarse con los niños. Estos encuentros se viven a veces de manera informal y a veces se organizan.

EN EL CORAZÓN DE LA BIBLIOTECA, LOS ENCUENTROS Como muchos de los grandes conjuntos habitacionales de los suburbios, nuestro barrio sufre de aislamiento, de encierro. Las visitas, improvisadas o no, adquieren un mayor valor, sobre todo cuando esos adultos, de buena gana, aceptan con sencillez conversar con los lectores. Pueden venir del barrio o de la ciudad vecina y también del extranjero. En la vida de la biblioteca es importante que esos niños puedan vivir este tipo de encuentros con adultos y que en el transcurso de las conversaciones descubran que cada uno puede tener algo que dar. Pienso en esa bibliotecaria de Nueva York que venía con frecuencia a París. Era la responsable de recibir a los adolescentes en una biblioteca del Bronx. Emma estaba perfectamente actualizada, como para compartir con nosotros los más recientes motivos de entusiasmo de los jóvenes del otro lado del Atlántico —libros y películas, puesto que era también filmotecaria, algo así como una bibliotecaria de cine—. A cambio, pedía a los adolescentes de Clamart que la instruyeran sobre las lecturas actuales en Francia, sobre lo que era imperativo darle a conocer a los chicos de su barrio.

Una japonesa se volvió también amiga fiel de la biblioteca. Los antiguos lectores no la han olvidado. Tomoko llegaba siempre de manera imprevista con una enorme bolsa de la que sacaba un kamishibai. Gracias a ella, hoy en día esos teatros de papel, populares en Japón, son bien conocidos en las bibliotecas de Francia. También enseñó el arte del origami, una iniciación muy apreciada: “con ella es mucho más fácil que con los libros de trabajos manuales de la biblioteca”. Todavía nos trae magníficos álbumes de su país. Somos testigos del asombro de los niños frente a los caracteres japoneses. Nosotros mismos descubrimos muchas obras maestras, como el trabajo extraordinariamente refinado de Suekichi Akaba o los traviesos álbumes de Mitsumasa Anno, o los cuentos de Keizaburo Tejima,[265] ilustrados con magníficos grabados sobre madera. Presenciamos entonces la emoción genuina de los niños del barrio frente a esos libros venidos del lejano Oriente, del otro lado del mundo. Estos encuentros, improvisados al azar de las visitas, se llevan a cabo con naturalidad en medio de la sala de préstamo, entre el murmullo. Los niños se unen al grupo, si quieren. Suele suceder que alguno de ellos vaya a buscar en los estantes los libros que tenemos sobre tal o cual tema. Para nosotros es una buena oportunidad de verificar la exactitud de nuestra documentación. Así, le pidieron a nuestra amiga Tomoko que mirara los libros que ofrecían información sobre su país. Con su discreción habitual y pidiendo mil disculpas, pudo señalar algunos errores en los libros, lo que sorprendió a los niños: “¿Entonces, hay errores en los libros?” Muy orgullosos se apresuraron a mostrárnoslos. Así es como se forma el espíritu crítico: comparando, consultando las fuentes confiables… Es grande la curiosidad de los niños del barrio por lo que viene de otro lugar. Algunos de nuestros libros sobre la historia de las escrituras y su increíble diversidad han tenido un gran éxito por esta razón. Canciones y poemas del mundo entero, como Tour de terre en poésie [266] o las Canciones infantiles y nanas del baobab,[267] son tesoros inagotables. La fascinación de los niños por los alfabetos, las caligrafías y los ideogramas es grande. Los emocionan las pruebas de que lejos de nosotros existen muchos mundos bien reales, que ni siquiera sospechamos. En otras épocas, la responsable de nuestra publicación La Revue des Livres pour Enfants, Simone Lamblin, gustaba de venir a visitar a los niños. Venía con bolsas llenas de libros, sobre todo de novelas que acababa de leer y que le habían gustado particularmente. De pie en medio de la sala de préstamo, rodeada de niños, les hablaba de esas obras. Sabía brindarles las claves para entrar en esos libros, evocando algún posible punto de encuentro con su sensibilidad o su experiencia. Ella demostraba una verdadera atención a quienes asistían a escucharla; aún más, una genuina empatía. Es lo que solemos hacer cuando los niños nos piden que les ayudemos a escoger un libro; pero esas entrevistas “improvisadas” alrededor de una

visita ocasional los alcanzan de una manera diferente. También se asiste como vecino o simplemente como amigo. Así, un gran conocedor de Jules Verne se ofreció a presentar, a grandes rasgos, algunas de esas grandes novelas que según él era “imprescindible conocer”. Con los niños, comparamos las ilustraciones antiguas de las ediciones Hetzel con otras más actuales, a decir verdad muy banales. Aunque antiguas y en blanco y negro, las primeras obtuvieron la preferencia unánime. Ya hemos observado el gusto de los niños por ciertas obras antiguas. Les gustaron particularmente algunas obras maestras de la ilustración del siglo XIX, como el irresistible Otro mundo, de Grandville.[268] Cuando los adultos poseen una experiencia y un saber que quieren compartir con los niños y lo comunican con libertad, las reuniones son particularmente fecundas. Desean simplemente compartir sus entusiasmos y se dirigen a los niños como a personas que pueden comprender y no como a seres que hay que educar y a los que hay que enseñar. Nos gusta invitar a personas entusiastas, apasionadas. Es una suerte, en el albor de la vida, vivir tales encuentros. Por eso nos gusta invitar a personas que aman mucho su oficio. Es interesante escucharlas contar cómo llegaron a escogerlo, cómo se formaron, el placer que encuentran ejerciéndolo. Así se puede descubrir el carácter humano del oficio. Esto completa de manera muy afortunada las informaciones que se encuentran en Internet. Estas entrevistas pueden estar acompañadas por videos y presentaciones de libros. En un momento en el cual los jóvenes se plantean con cierta angustia preguntas sobre su futuro, el conocimiento de diversos caminos que otros han tomado despierta en su espíritu una forma de esperanza, un apetito por el porvenir que pueden entonces enfrentar con imaginación y confianza. Los niños les toman gusto a esas reuniones. Están orgullosos de poder sugerir algunas: “Conozco a un veterinario que vivió en la selva de Gabón, en medio de los chimpancés. Los conoció bien. No en un zoológico sino en la jungla de verdad. También estudió a los lobos en Canadá. ¿Podemos invitarlo? Estoy seguro que vendría, tiene muchas cosas qué contar”. “Hay un verdadero sabio que va a venir, y viene especialmente a vernos a nosotros.” En esta época en que todo es virtual, qué bueno es poder vivir un verdadero encuentro con personas que hicieron el esfuerzo de venir a vernos. No se trata de un curso, ni de una conferencia: la biblioteca alienta los encuentros de persona a persona. Es el lugar de los despertares y de los comienzos. La inteligencia del niño es ante todo afectiva. El niño es sensible a la simpatía de los adultos que le hablan con la verdad: cómo nace una vocación, la ciencia que avanza, los intentos, las sorpresas. Es así como se transmite el deseo de conocer. Esos procesos están

emparentados con los de la pedagogía Freinet: provocar el encuentro de los niños con una persona rica en experiencias, que acepta transmitirlas. La biblioteca de Clamart pudo beneficiarse durante largos años de la generosa ayuda de Pierre Guérin, quien durante mucho tiempo fue colaborador de Célestin Freinet en la constitución del departamento audiovisual para las escuelas Freinet. Él propició encuentros notables entre los chicos de la biblioteca y personas con ricas experiencias en todos los dominios, listas para compartirlas con los niños. De ese modo, los niños más grandes, interesados en la desaparición de los dinosaurios, pudieron interrogar a un astrofísico y a un paleontólogo que vinieron a presentar sus hipótesis. Cuando terminan esos momentos de intercambio, lo importante para el niño no es tanto la idea de que intelectualmente haya entendido todo, sino el sentimiento de haber sido conmovido. La información que recibió, a veces de manera imprevisible, lo remite a cuestiones personales que lo ponen en movimiento. Entonces las propuestas de la biblioteca toman sentido. Nos volvemos curiosos. Tenemos una razón para consultar Internet. No nos perdemos. Hay encuentros impresionantes con artistas, cuando éstos no se dan demasiada importancia. Sylvain Trudel, escritor de Quebec, fue un verdadero éxito con los niños. Muchos habían devorado sus libros, que pasaban de mano en mano. Aun los lectores más dubitativos se los habían apropiado. Lecturas fáciles, sin pretensión, que brindan seguridad: un relato corto, un estilo simple y situaciones con las cuales los niños podían identificarse fácilmente. Organizamos una pequeña reunión íntima con él. Supo poner cómodos a los niños; habló con ellos de manera sencilla y personal, conversando. Contó cómo, de adolescente, descubrió su gusto por la escritura al buscar palabras sensibles y precisas para declarar su amor a la chica que amaba. A través de estas confidencias, les mostró a los niños su confianza y su simpatía, dos actitudes que provocan una cierta reciprocidad. Los niños, los jóvenes más que los adultos, sin duda, comprenden esto con todo su ser. Su inteligencia no se limita al intelecto; también es afectiva y, así, compromete a la persona entera.

TALLERES, LUGARES DE INTERCAMBIO Y DE CREACIÓN La invitación a un artista, escritor o ilustrador pierde también su carácter artificial cuando recurrimos a él para que comunique algo de su competencia “técnica” a los chicos que se inician en ese dominio.[269] La comunicación de un saber enriquece las relaciones entre adultos y niños; éstas se convierten en un intercambio de trabajo natural y familiar. Al niño aprendiz se le toma en serio en su esfuerzo de creación, que ya no se reduce a un simple ejercicio.[270] Esos “encuentros de trabajo” entre

autores y niños pueden generar mucho entusiasmo. Se trata de verdaderos talleres de creación.[271] Así se puede vivir la bella relación entre maestro y aprendiz. Como ejemplo, podemos contar la experiencia que pasamos junto con una artista amiga, Tana Hoban, una gran fotógrafa estadunidense que reside en Francia. Sus álbumes, publicados en los Estados Unidos y en Francia, son vivamente apreciados por los discípulos de Jean Piaget. Son también muy queridos tanto por los niños como por los amantes del arte. Mediante fotos de escenas u objetos ordinarios, los niños llegan al descubrimiento apasionante de los conceptos que ella propone. Para todos es un verdadero placer descubrir juntos sus álbumes de fotos sin texto. El juego consiste entonces, más allá de los amontonamientos de la vida, en localizar, según el principio de estas obras, lo que no se impone a simple vista: formas geométricas, colores, posiciones en el espacio, volúmenes. Como la verdadera artista que es, Tana Hoban dirige una mirada nueva y sensible a lo que la rodea, lo que por costumbre ya no sabemos ver o que desaprendimos cómo ver; las cosas modestas, las simples escenas callejeras. Todo esto —nos dice— puede aprenderse, y este aprendizaje es aún más necesario en un medio considerado como banal. Sin duda hace falta la ayuda de una artista como ella para aprender a redescubrir con interés, gracias a sus sencillos procesos, lo que parecería a veces poco digno para detenerse y fotografiarlo. Cuando Tana vino a animar un taller, primero les explicó a los niños, apoyándose en libros y en fotos, por qué había escogido tal tema, tal ángulo. Los hizo descubrir la reflexión que anima todo trabajo artístico. Los niños aprendieron a componer la imagen, a aislar un detalle, a admirar las cosas “sin importancia”, mirando a través de un tubo de cartón o de sus manos en cierta posición. Luego les propuso ponerse a trabajar. Les dio algunas instrucciones para ayudarlos en sus decisiones y, con las cámaras Polaroid puestas a su disposición, se marcharon en grupo para cazar imágenes en la biblioteca, afuera, en el centro comercial o en sus casas. Tana y algunos adultos los acompañaban. A su regreso, examinaron con ella los resultados atentamente; hubo consejos, comentarios, felicitaciones por algunos hallazgos en los que ella “nunca hubiera pensado”. Y todo esto terminó con dos pequeños libros realizados por los chicos. Un maestro de escuela maternal del departamento vecino, la Seine-Saint-Denis, vino con frecuencia a animar amistosamente algunos talleres a Clamart. Christophe Gaessler vino varias veces, por el gusto de ayudar a los niños a descubrir artistas que lo impresionaron, como el japonés Komagata, o libros como los del Museo Dapper, especializado en las artes de África.[272] Poseedor de un temperamento muy artístico, guio a los niños que lo deseaban en dinámicas que los hicieron descubrir desde el interior algunos de los universos de los creadores. Con medios limitados, papel de estraza, plumones negros y reglas de operación precisas, construyeron

juntos una gruta, a la manera de Dubuffet. Recuerdo que esta obra imponente, que presentamos a la entrada, fue motivo de admiración para los padres y de orgullo para los niños. Igualmente, antes de enseñar a los niños los libros que la biblioteca posee sobre el arte de las máscaras africanas, les contó las historias de las máscaras, explicando su sentido, sus reglas, según cada etnia. Luego los animó a crear sus propias máscaras, antes de mostrarles en los álbumes las máscaras bubi y bwa. Así, frente esos álbumes que se abrían ante ellos, la mirada de los niños se volvió particularmente atenta. Con ese mismo espíritu, invitamos a la escritora Marie Saint-Dizier, autora de un libro para jóvenes, J’écris mon premier roman policier,[273] quien aceptó entusiasmada animar un taller. De esta manera, la biblioteca tendría su novela policiaca. Estaría escrita por aquellos que la frecuentan y conocen todos sus rincones. A Marie Saint-Dizier le gusta de manera particular este lugar, que le parece novelesco. La intriga policiaca podría utilizar todos los recursos del lugar, como debe ser en este género literario. Pidió a los bibliotecarios que se asociaran por completo a esta creación colectiva, pues en esta biblioteca la manera adecuada de estar, para los adultos, es estar con los niños. No imparten tareas; comienzan por hacer y luego se adentran en una tarea común. Tana Hoban y Remy Charlip, esos dos artistas, tuvieron las mismas exigencias. Katsumi Komagata comienzó también sus talleres invitando a los adultos a participar.

LAS PEQUEÑAS PREGUNTAS SON IMPORTANTES Para que la biblioteca esté ampliamente abierta a todos los vientos, los vientos de las curiosidades, de las interrogaciones, de las pasiones; para preparar encuentros sobre los temas más diversos, el bibliotecario debe ser un mediador permanente, al acecho de los posibles intereses de los niños. ¡Que el lector me perdone! Ya he mencionado con mucha frecuencia a la bibliotecaria encargada de recibir a los adolescentes en una biblioteca pública del Bronx, en Nueva York. Realmente encuentro su actitud emblemática. Ella consagra, según nos dice, una cantidad importante de tiempo a hablar con aquellos que constituyen el público de la biblioteca y, más ampliamente, se mantiene atenta a lo que sucede en el barrio. De esta manera, descubre quiénes son los personajes que ocupan un lugar privilegiado en las discusiones y en la vida de los adolescentes. Nos contó que llegó a invitar a la biblioteca a un peluquero muy popular entre los jóvenes del barrio. Sin duda él conocía el arte de peinar; pero además, como muchos peluqueros, era un hombre de comunicación. ¡Se conversa mucho en las peluquerías! Así debería ser en las bibliotecas. Por otro lado, escoger un corte de

pelo es muy importante para los jóvenes en general. Por todas estas razones, la bibliotecaria había entendido que sería interesante provocar un encuentro con él. Se preparó y difundió un volante que anunciaba el tema: “el peinado, símbolo de la situación social”, que tendría como animador al peluquero de The Electric Hair Company [la compañía del cabello eléctrico]. El encuentro tuvo un gran éxito, sin duda porque los jóvenes descubrieron que sus preguntas, aparentemente sin importancia, estaban lejos de carecer de interés; que podían abrirse a un terreno de reflexión para ellos insospechado. La biblioteca se encontraba en pleno Nueva York y para ellos era fácil observar cómo habían evolucionado en pocos años los estilos de los peinados y los cortes. Del alaciado al peinado afro, se expresa toda una concepción de la identidad negra. Se habló también del significado de “pertenecer a un grupo”, de ser admitido en él, y de los actuales ritos de iniciación en la sociedad occidental. Yendo de una cosa a otra, a partir de un pequeño detalle, se venía a descubrir la etnología. Para esos adolescentes, la pertenencia a un grupo tomó entonces todo su sentido, inscribiéndose en un marco universal. Cualquier pregunta, si es personal, si hay alguien para escucharla y tratar de responderla, puede estimular la curiosidad y ayudar a cada uno a pasar de una pregunta a una respuesta, que a su vez se abre sobre otra pregunta, en libertad, sin ánimo de “reinserción”. Reconocer el valor de una pregunta aparentemente anodina puede entonces dar paso a toda una red de conocimientos. Al acudir, según las peticiones de los niños, a personalidades muy diversas y a la vez cercanas, proponemos otra idea de la cultura, concepto que con demasiada frecuencia se ha limitado a cierta forma de cultura artística o literaria. Se reconocen así los intereses reales de los niños, más allá de los temas que suelen ser valorados porque forman parte del programa escolar; se reconoce también a los adultos con los que ellos conviven. Escuchar, orientar, poner en contacto, provocar los encuentros, ¿no es precisamente ésta la función del bibliotecario mediador? Hay que saber establecer colaboraciones sorprendentes, relaciones poco habituales con personalidades que puedan suscitar el entusiasmo de niños y jóvenes. La biblioteca puede, de esta manera, estar en todas partes.

EL VIENTO DE LA CURIOSIDAD SOPLA POR DOQUIER ¡Abrir de par en par las puertas y ventanas de nuestras instituciones para que cada uno pueda entrar y salir cuando lo desee y como lo desee! ¡Aceptar ir hacia donde el viento sopla, aunque las curiosidades infantiles desconcierten a los adultos! ¡Derribar los muros que separan la cultura reconocida, la que se enseña, de aquella

en la que viven los jóvenes! Aceptar caminos que no son los nuestros, aceptar que se puedan tomar caminos transversales… todas estas actitudes nos pueden resultar difíciles de adoptar, pero son indispensables si queremos que los niños construyan ellos mismos, y con otros chicos, su propia cultura. El preludio a toda lectura personal, y por eso mismo interesante, es desde luego el surgimiento de la curiosidad y la interrogación, tanto por la lectura de ficción como por la información documental. La curiosidad, fundamento mismo de la cultura, fuente del deseo de leer, no puede encerrarse. No se puede programar según planes claramente definidos. Todo puede ser oportunidad para cuestionar, interrogarse, maravillarse. Las preguntas nacen por doquier, no importa dónde, no importa cómo, bajo las formas más variadas. La lectura puede dejarse descubrir en todos lados. Pienso en una experiencia que viví en Brasil, donde existe, como en muchas metrópolis de esa región del mundo, el grave problema de los niños de la calle, esos niños asociales que rechazan toda forma de escolaridad. El único aprendizaje que puede movilizarlos es el arte. Recuerdo así ciertos días que pasamos en Salvador de Bahía con un niño que fue “de la calle”, muy talentoso para la música, la danza y, en especial, para la capoeira. Habiendo salido de la calle y de la infancia, tomaba muy en serio el ayudar a aquellos que seguían viviendo estas realidades. Tuve la oportunidad de hacerle descubrir hermosos álbumes para niños, que le provocaron de inmediato el deseo de darlos a conocer a esos chicos. Asistí a una sesión que organizó en un suburbio muy pobre. Toda la tarde estuvo dedicada a aprender cómo recuperar piezas metálicas de neumáticos viejos para construir los instrumentos musicales que acompañan a la capoeira. Rara vez asistí a una “clase” tan concentrada, tan deseosa de aprender, tan aplicada y, sin embargo, esos niños eran numerosos. De esta manera, esos jóvenes, totalmente al margen de la sociedad, gracias a él, gracias a la confianza que los unía, estaban listos a aceptar una disciplina por amor al arte. En tales condiciones, esos chicos no podían sino encontrarse listos para descubrir magníficos álbumes y textos literarios de gran belleza.

9. La palabra viva en la biblioteca

Se narra mucho en las bibliotecas, y es normal. En el mundo inmenso y confuso que los niños descubren día a día, las historias los ayudan a encontrar puntos de referencia. Más aún, las historias le dan forma a su experiencia del mundo, como lo recuerda Jérôme Bruner. “Preguntémonos cómo esos relatos nacidos de la imaginación pueden llegar a crear realidades tan convincentes que terminan por dar forma a la experiencia, no sólo a la que tenemos de los universos descritos por esa ficción sino también a la del mundo en el que vivimos.”[274] Es extraordinario ver cómo en el pequeño ser humano las cosas pueden arraigar muy temprano, muy modestamente, como en un humus fundador del pensamiento, irrigado por la palabra. Estamos en el dominio de la experiencia íntima. Poco importa que estemos leyendo o narrando afuera, al pie de un edificio, en la sala de espera de un consultorio o en una biblioteca; el niño puede vivir esta experiencia interior si sabemos, con cierta forma de silencio, captar su atención y compartir con él la belleza de una historia. En este momento, cuando gracias a Internet es posible encontrar en línea toda la literatura, la presencia física del narrador aquí y ahora adquiere una importancia singular. Lo que él propone es diferente. Toma su tiempo para el encuentro, decide narrar para un público al que él escogió dirigirse. Compromete toda su persona. Su mirada, su boca, sus manos, sus gestos se dirigen personalmente al auditorio que está frente a él. Se entrega, confía sus secretos. El narrador puede ser el bibliotecario. Si toma el tiempo para preparar una historia o una lectura en voz alta es porque, convencido de la calidad de la obra, desea compartirla. Así se tejen lazos de confianza y de complicidad en el seno de la biblioteca. En lugar de ser un simple sitio para el préstamo donde sólo estamos de paso y nos cruzamos con los demás, la biblioteca se convierte en el lugar de transmisión de una gran riqueza. Esta palabra viva, compartida así, nos ayuda a vivir mejor juntos.

UNA LARGA TRADICIÓN[275] Desde su creación, las bibliotecas públicas para niños le han otorgado un lugar importante a la expresión oral. Un tiempo para contar historias en los lugares de lectura. Cómo no admirar la pertinencia de esta intuición, intuición reconocida hoy

en día, vivamente apoyada y animada por lingüistas, psicólogos, paidopsiquiatras y otros especialistas de la infancia. Una mirada a la historia de esta práctica en los Estados Unidos es fuente de reflexión para nuestro tiempo. Entre 1890 y 1910, los Estados Unidos conocen importantes olas de inmigración. Es la gran época de la construcción de las vías férreas; de los importantes flujos migratorios que éstas provocan; del éxodo rural hacia las ciudades en las cuales la población pobre crece a velocidad vertiginosa. No se trata ya mayoritariamente de anglosajones, alemanes y escandinavos que se establecen en las zonas rurales, sino de familias provenientes de Europa central, del este y meridional, que vienen a instalarse en las ciudades para trabajar en las fábricas. Las tradiciones culturales y religiosas, la diversidad de lenguas, hacen difícil la integración de estos grupos en una sociedad predominantemente anglosajona. Las dificultades para aprender la lengua incitan a los inmigrados a vivir entre ellos, según su lengua de origen. Los estadunidenses antiguamente instalados aceptan de mala gana la presencia de esos recién llegados que hablan idiomas extraños y que no se comportan como ellos. De esta manera, las diferentes comunidades tienden a vivir replegadas sobre sí mismas. Las tensiones familiares son fuertes: los padres dejaron su país de origen y están, de alguna manera, privados de su pasado; su futuro son sus hijos; pero éstos adoptan rápidamente los usos y las costumbres de su nuevo país y se vuelven extranjeros para los padres. Hijos y padres padecen la tensión generada por las diferencias entre el modo de vida de la familia patriarcal, propio de su país de origen, y la educación estadunidense que brinda a los niños un estatus distinto, inmediatamente más seductor para ellos. Viven divididos entre dos culturas: son mal aceptados por sus nuevos compatriotas, que frecuentemente los tratan con desprecio, y en casa se les critica por ser demasiado “americanos”. Cuando la biblioteca pública de Boston, orgullo de los Estados Unidos, decide brindar dedicar un espacio a los niños, se preocupa por los que provienen de la inmigración. Para que los numerosos niños que vagan por las calles se atrevan a atravesar el umbral de este impresionante monumento, hay que hacer más cálido el lugar, ese escenario austero que, según se dice, recuerda a una catedral. El director de la biblioteca de Boston piensa entonces, para atraerlos, en introducir el cuento y, con ese fin, invita a algunos narradores, sobre todo a Marie Shedlock,[276] procedente de Inglaterra, y a la estadunidense Sara Cone Bryant.[277] De hecho, desde principios de siglo los niños de la inmigración invaden las secciones infantiles. A la violencia del desarraigo de esas familias trasplantadas, desgarradas, y a la soledad que la acompaña, las primeras bibliotecas públicas para niños reaccionan con propuestas de orden cultural, creadoras de lazos. Fue así como la narración oral de cuentos encontró de inmediato su lugar en las bibliotecas públicas. Éstas conocieron un rápido desarrollo a principios del siglo

XX.

Que se tomara en cuenta a las víctimas de la inmigración determinó muchos modos de acción para el mayor beneficio de todos, cualquiera que fuera su origen social. El cuento es por definición un arte popular que se transmite de generación en generación. Ruth Sawyer, la gran narradora estadunidense, que de niña había recibido tanto de su nodriza irlandesa, cuenta cómo animaba a los niños recién llegados a los Estados Unidos a que le relataran historias de sus países. Decía que así enriquecía su repertorio. Esta responsabilidad de transmisión que se confiaba al niño no podía sino ayudarlo a valorar ciertos elementos con frecuencia despreciados de su cultura familiar y a darla a reconocer, para orgullo a sus pares. ¡Idea magnífica del narrador y del bibliotecario la de compartir con el niño su papel de mediador! Como en el caso del niño de origen ruso que solía pedirle un cuento a su padre, para luego él transmitirlo todos los sábados en la biblioteca. Los jóvenes oyentes lo transcribían fielmente, para constituir una recopilación que encontraría su lugar junto a los otros libros de cuentos. Las “horas del cuento” conceden a los cuentos populares el lugar que se merecen. Se trata de hacer que los niños aprecien las riquezas del patrimonio universal. Así, se relatan historias tradicionales muy sencillas, como la de los tres osos, la de la gallinita roja o algunos cuentos de los hermanos Grimm. A los más grandes, en las primeras bibliotecas para niños, no se teme darles a conocer los grandes clásicos de la humanidad, los mitos, los relatos bíblicos, la Iliada y la Odisea, las bellas sagas nórdicas y los relatos provenientes de Shakespeare. Se cuentan obras maestras desconocidas, olvidadas, así como libros cuyo acceso puede parecerles difícil a algunos lectores dubitativos. Se narran así historias extraídas de libros como El viento en los sauces[278] o El maravilloso viaje de Nils Holgersson.[279] Se trata también de mantener vivas ciertas obras que ya no están disponibles, “los grandes libros que perdimos”, así como antiguos y hermosos cuentos olvidados por las editoriales. Inicialmente, esta selección de obras maestras estuvo inspirada en parte por la preocupación de enriquecer la cultura de niños con un débil historial escolar. Esto se parece a la selección de grandes obras que ofrece hoy Serge Boimare.[280] Los niños con grandes dificultades para la lectura pueden, de esta manera, escuchándolas, tener acceso a las bellas obras de la humanidad. Gracias al talento generoso de los narradores, los niños pueden dejarse llevar por la corriente de esos ríos universales, de una cultura común unificadora, a través del tiempo y del espacio. En Boston, una niña pequeña le confiaba al narrador: “cada vez que bajo al metro, pienso en Proserpina que desciende al reino de Plutón”. Está también ese niño vendedor de periódicos que detuvo en la calle al mismo narrador y le preguntó, preocupado, si “Leonidas y todos esos griegos tan valientes

finalmente perecieron”.[281] Paul Hazard, del Collège de France,[282] titular de la cátedra de literatura comparada, fue un ferviente admirador de la primera Heure Joyeuse.[283] Admiraba las selecciones literarias que se ofrecían a los niños. Apreciaba los cuentos, “bellos espejos de agua, tan límpidos y tan profundos”. “En esos cuentos, que mucha gente consideraría simplones, se encuentra […] toda una mitología poética y los reflejos de la primera aurora de la imaginación humana.” Le gustaba ver que “cada niño repetía a través de los cuentos la historia de nuestra especie y retomaba desde sus principios el curso de nuestro espíritu”. Narrar juntos. Cada uno a su altura encuentra lo suyo, los grandes tanto como los pequeños, los padres tanto como los niños. En un momento en el que las bibliotecas para niños toman muy en serio la apertura a todas las generaciones, la tradición oral las reúne de manera natural. En el barrio, la biblioteca puede convertirse en el lugar donde se narra. Según los programas que lleve a cabo, cada uno puede venir con su bolsa de historias, ya se trate de narradores profesionales o de aficionados. Los adolescentes, y a veces los niños, proponen sus historias. Se vigila, por supuesto, la calidad de las narraciones y el arte de contarlas; pero se narra con ganas y corazón. Las tradiciones culturales, las aventuras picarescas, las buenas historias se responden unas a otras, se mezclan y se entremezclan. Aun cuando la historia se olvide, el placer de escucharla habrá provocado una emoción que permanece. La imaginación está de fiesta. Está en juego el despertar de la sensibilidad y el placer reconfortante de los niños al sentirse capaces de interesarse y conmoverse. Salimos así de la pasividad del ser, según la bella expresión de Gastón Bachelard. Recibimos imágenes que nos hacen pensar, imaginar.

LA ORALIDAD EN TODAS SUS FORMAS En la biblioteca se narra a tiempo y a destiempo, urbi et orbi. Anne Carroll Moore, figura tutelar de las bibliotecas estadunidenses para niños, desde 1896 instituye en su biblioteca La Hora del Cuento. A sus ojos éste, que sería más exacto llamar “el tiempo de las historias”, es el mayor evento sociocultural. Se trata de una verdadera institución adoptada en el mundo entero a través de las generaciones. Se practica a lo largo del todo el año, pero acompaña especialmente la celebración de las fiestas tradicionales de las culturas populares o religiosas del barrio. Cuando trabajaba en la Biblioteca Pública de Nueva York, pude ver cómo la fiesta estadunidense de San Nicolás o el Thanksgiving marcaban la vida de la biblioteca; lo mismo pasaba con Hannukah o con algunas fiestas puertorriqueñas o haitianas. La práctica del cuento, al crear una atmósfera festiva, es la ocasión de alegrarse juntos, permitiendo a cada

quien vivir, en lo más íntimo de sí mismo, una emoción de orden espiritual, como les gusta recordar a algunos narradores orales. En los Estados Unidos, todo un ritual rodea a La Hora del Cuento. En Clamart, a veces una bibliotecaria recorría la biblioteca tocando la flauta. Los niños la seguían como al flautista de Hamelin. Juntos, se dirigían a la sala del cuento, donde se instalaban en silencio. El ritual tiene el poder de reunir y de preparar para la escucha; bajo formas variadas, siempre ha acompañado al relato; sin ir más lejos, tenemos el “Érase una vez…” o las pequeñas fórmulas que cierran los cuentos. El ritual ayuda a los oyentes a preparase para recibir algo que es a la vez excepcional e íntimo; como el silencio que sigue a la historia y que nos ayuda a impregnarnos de ella. El narrador oral, en efecto, con frecuencia prefiere no hacer preguntas a los niños, para dejarle al cuento toda su magia. Igualmente, no se puede interrumpir la historia para mostrar las ilustraciones. Marie Shedlock nos advierte contra la tentación de sistemáticamente querer hacer que los niños dibujen después del cuento. Menciona la historia de un niño que, después de haber estado bajo el encanto de un cuento, había querido dibujar al caballero medieval que lo había hecho soñar tanto; frente al mediocre resultado, confesaba tristemente su decepción: “¡cuando estaba dentro de mí, era tan hermoso!” A los narradores orales les gusta darle un toque muy personal al cuento. De este modo se inscriben completamente en la tradición de los narradores populares. Como introducción, empiezan evocando un encuentro, un sueño: “Lo leí… lo conocí…” Juegan felizmente con la ambigüedad: “¿Es verdad? ¿Usted estuvo allí?”, preguntan los niños, bajo el encanto de un cuento perfectamente maravilloso. En ese tono de confidencia: “de mí hacia ti”, se crea en la biblioteca una atmósfera particular y se establecen lazos de confianza entre los niños y los adultos, que llenan este lugar de manera permanente. Es por eso que el bibliotecario narra en su propia “casa”. Esto no excluye el placer de recibir, bajo ciertas circunstancias, al narrador de paso, al invitado. Cada uno tiene su propio tipo de repertorio. Cada uno cuenta a su manera, según su personalidad. Algunos escogen un tono de simplicidad natural; otros se expresan con gran discreción. No se trata para nada de adoptar un tono enfático o grandilocuente: la biblioteca es una casa. En muchas bibliotecas, hay un espacio consagrado al cuento. Algunos bibliotecarios, como Janet Hill,[284] rechazan con vehemencia la idea de una sala del cuento y esa manera tradicional de reunir ordenadamente a los niños en una especie de suave intimidad para que escuchen atenta y silenciosamente. ¿Por qué aislar al cuento del resto de la biblioteca, por qué encerrarlo en una sala y por qué reservarlo sólo a los niños?, pregunta ella. ¿No es fallar a la tradición inmemorial del cuento que siempre se practicó en los lugares donde la gente vive y se reúne naturalmente? En Lambeth (Gran Bretaña), los bibliotecarios narran en cualquier lugar, esencialmente en los parques públicos. No hay un lugar fijo para esa cita: ¿acaso el

vendedor de helados espera a sus clientes encerrado en su local?, pregunta ella. No, claro que no; va de un lugar a otro con su carrito, allí donde está seguro de que los niños vendrán. Los bibliotecarios que narran deben hacer lo mismo. Algunos bibliotecarios que tienen muchas historias en su bolsillo aprovechan todas las oportunidades para narrar. Así, en Clamart hay una bibliotecaria cuyo repertorio es particularmente vasto. Narra muchísimo, sobre todo cuentos de los hermanos Grimm y cuentos de la tradición judía, que dieron conocer Isaac Bashevis Singer y el narrador francés Ben Zimet. En todo momento, ella cuenta. El cuento ya no está confinado a una hora y a un lugar determinados. Ella cuenta porque la ocasión se presta o porque acaba de descubrir una historia y le dan ganas de contarla. Puede estar de pie o sentada con los oyentes alrededor de una mesa. ¡Feliz iniciativa, que se revela particularmente rica con los adolescentes, a veces tan refractarios a la lectura y que descubren así su gusto por el relato! Esta manera informal se parece a lo que hacemos con los más pequeños alrededor de los álbumes ilustrados. Presentar álbumes no se limita a La Hora del Álbum; en cualquier momento y según su disponibilidad, los bibliotecarios se dan tiempo para sentarse a mirar o leer un álbum con uno o dos pequeños. ¿Por qué no concederse esa misma libertad con los más grandes, con historias contadas a tiempo y a destiempo? Igual que con los más pequeños, empezamos a narrarle a uno de ellos y los demás, como los curiosos en la calle, se acercan, empujados por el interés y por el deseo de escuchar; mientras que, en cambio, rechazan la tradicional Hora del Cuento que, según ellos, ya no es para su edad. Es así como aprenden libremente a escuchar y a tomar este momento como fuente de placer.

LEER EN VOZ ALTA En la era digital, la expresión oral en la biblioteca es más que nunca una necesidad. Nada, ya lo dijimos, reemplaza el placer de escuchar a un narrador que viene a brindarnos las historias que ama. Nada reemplaza la emoción de escuchar leer a un adulto amigo que sabe compartir con fineza los textos que lo conmueven. Para todos, es la felicidad de encontrarse juntos, unidos en una emoción compartida. El lector sabe modular su lectura, el narrador su historia. Tienen a su alrededor los rostros de los niños que escuchan. Adivinan su emoción o su aburrimiento. En nuestro mundo saturado de imágenes y de sonidos impuestos, necesitamos descubrir textos bellos, fuertes y sutiles a la vez; entonces nos dejamos llenar por la belleza de la palabra. Se puede saborear el timbre de la voz, el texto y su musicalidad, su ritmo. La lectura en voz alta, la sensibilidad del adulto, ayudan al niño a sumergirse en estas obras.

Qué placer dejarse arrullar, acariciar por la voz. Leo para un pequeño grupo de niños apasionados Rasmus y el vagabundo, de Astrid Lindgren. Tienen entre ocho y 10 años. Una nena de cuatro años está cómodamente instalada en mi regazo. Parece escuchar con placer. ¿Qué podrá entender en esta historia para grandes? Le pregunto “¿Te interesa?”, su respuesta es clara: “Me gusta la voz de las personas mayores”. Recuerdo una notable lectura ofrecida a los chicos y a sus padres por un bibliotecario que era un hábil lector, particularmente fascinado por la obra de Tove Jansson. Se trataba de historias sacadas de los La niña invisible,[285] textos impregnados de una rara poesía teñida con humor, maravillosamente traducidos al francés por Kersti y Pierre Chaplet.[286] El bibliotecario revelaba con una sobriedad delicada cómo Husmealotodo, tan aficionado a la música, iba a componer su melodía de primavera. Nos hacía atravesar, solos, paisajes desiertos. Con él podíamos adivinar los trinos de los pájaros migrantes y la canción del riachuelo que canta en tono menor como el mosquito. “Este riachuelo lo pondré en mi canción, quizá como estribillo.” “Es una tarde perfecta para componer una canción, pensó Husmealotodo. Una canción nueva en la cual pondré un poco de la espera y de la melancolía de la primavera, pero sobre todo la felicidad sin igual de caminar, de estar solo y en consecuencia bien acompañado.” Hay obras que se saborean mejor en ciertas etapas de la vida, pero que no pueden ser leídas por el niño porque son textos largos con un vocabulario selecto. La lectura en voz alta vuelve perfectamente accesibles esos textos irreemplazables. Pienso en ciertos clásicos de la literatura infantil, como las historias de Winny de Puh y particularmente El rincón de Puh,[287] textos para descubrir en la bella edición ilustrada por Ernest H. Shepard. A los cinco años el niño entra por completo en el mundo imaginario de Christopher Robin, pero necesita para ello la voz afectuosa y cómplice del adulto. La familia animal[288] se dirige a niños más grandes. Cuando les es leído por un adulto emocionado por la obra del poeta Randall Jarrell, los niños pueden apreciar plenamente este texto de una poesía excepcional. Las ilustraciones de Maurice Sendak que lo acompañan son una discreta invitación a entrar en el misterio de la naturaleza, donde se viven momentos únicos. Se trata, a lo largo de todo el libro, del encuentro maravilloso de un cazador solitario con una sirena ingenua y muy curiosa por conocer los sentimientos y el lenguaje humanos. Para leer bien en voz alta, hay que tomarse el tiempo para que juntos podamos saborear la belleza sensual y sensible del texto, su poesía y su humor. Algunos libros pueden ser leídos íntegramente; pero también se pueden seleccionar algunos pasajes particularmente evocadores, un episodio especialmente conmovedor o las primeras páginas, que nos invitan a continuar. En la biblioteca —a diferencia del salón de clases— no podemos contar con

grupos estables de niños asiduos. Los niños que escucharon los primeros episodios de la “lectura por entregas” se convierten en iniciadores de los que acaban de llegar. Su entusiasmo se transparenta en la torpeza de su relato, aún más convincente porque nada los obliga a hacerlo. Hay obras que se prestan naturalmente a la lectura por entregas. Algunas fueron concebidas de esta manera, como Le feulleton d’Hermès.[289] El libro comienza así: “El sol se levantaba apenas cuando Hermes salió del vientre de su madre. Se estiró, bostezó y se puso de pie. Luego corrió a la entrada de la gruta donde acababa de nacer, para admirar el mundo. ‘¡Qué bello es!’, murmuró. Fue un nacimiento muy extraño”. Apenas acabo de leer estas primeras palabras cuando, de la manera más natural, algunos niños se acercan. Dejan sus actividades para unirse a nosotros, listos cada día para descubrir por episodios la mitología griega y, con ella, la gravedad y la complejidad de las relaciones humanas, tal como nos las cuentan los mitos. Todas las cuestiones esenciales se abordan aquí en un lenguaje simple y gráfico. Cada capítulo se termina con una pregunta; por ejemplo, “¿cómo se las arreglaría Hermes para robar esas vacas sin que lo vieran?” Irresistible, ¿no? Los niños entonces están listos para seguir a Hermes día tras día. Como nos recuerda Serge Boimare[290] en un bello prefacio, al proponer a los niños “seguir al vivaracho Hermes, no podemos desear mejor compañía para enfrentar con placer y ligereza las interrogantes que fundamentan el espíritu humano”. Qué bello regalo para los niños y qué placer seguirlos en este camino. Muchos jóvenes oyentes manifiestan su impaciencia por conocer lo que sigue. No esperan al otro día para satisfacer su curiosidad. Se llevan prestado el libro para leerlo a sus anchas y seguir en su ruta al “divino pícaro”. Existe un verdadero placer al encontrarse día tras día en la biblioteca para vivir juntos toda una novela. Recuerdo a un pequeño grupo que asistió durante semanas a la lectura de The Great Turkey Walk.[291] Día tras día venían escuchar la historia y seguían, en un mapa desplegado sobre el muro, el itinerario de Simon Green; marcaban las etapas y mostraban una verdadera simpatía por ese jovencito al que nada desanima. Él no es realmente bueno para el cálculo, pero cuando se entera de que un granjero que cría pavos tiene mil de sobra, y que ahí en Missouri un pavo sólo vale veinticinco centavos, mientras que en Denver, a mil kilómetros de allí, la gente pagaría cinco dólares por un pavo (es decir, veinte veces más), él siente que encontró “su lugar en este mundo”, como dice la maestra que confía en él. Simon compra la parvada, pasa el verano atravesando el desierto, las montañas rocallosas y el territorio indio, para hacer fortuna finalmente allá en Denver. Esto es lo que hacía soñar a nuestros jóvenes oyentes. Qué bueno es descubrir juntos extractos selectos de verdaderas obras maestras, hoy caídas en el olvido, como El viento en los sauces, que Kenneth Grahame relata

a su hijo de nueve años. Son las aventuras de cuatro amigos, Rata, Topo, Tejón y Sapo. He leído con frecuencia a los niños algunos pasajes de este vasto libro. Como cuando Topo y Rata se pierden en el Bosque Salvaje. “Ese bosque parecía no tener fin, sin entrada, sin nada para orientarse y, lo peor de todo, sin salida.” Vivimos juntos el alivio de los dos amigos cuando en el corazón del Bosque Salvaje, en el momento en el que, agotados, pierden el valor, encuentran refugio en la casa del Tejón. “El piso estaba cubierto de baldosas rojas bien limpias; en la gran chimenea brillaba un buen fuego […] Pilas de platos inmaculados brillaban sobre el trinchero del otro lado de la pieza; de las vigas pendían jamones, ramitos de hierbas aromáticas, collares de cebollas, cestas con huevos.” Esto nos pone a soñar. Tomamos todo nuestro tiempo para saborear esos momentos tan reconfortantes. E n El maravilloso viaje de Nils Holgersson,[292] vivimos la bella historia de Asa, la cuidadora de gansos, y el pequeño Mats. “El año en que Nils Holgersson viajaba con los gansos salvajes se hablaba mucho de dos chicos, un niño y una niña que atravesaban el país a pie.” Aquí hay una historia dentro de la historia, dentro de esta larga novela; una historia particularmente conmovedora. El pequeño Mats, tan valiente, muere, víctima de la tuberculosis. Su hermana Asa decide que el pequeño Mats debe a cualquier precio ser enterrado “con tantos homenajes como una persona mayor”. Le quiere dar “el más grandioso de los entierros”. Para eso, necesita a los demás; pero, ¿cómo hacerse escuchar cuando sólo se es un niño? Finalmente, después de muchas tentativas, tendrá éxito. “No se podía decir no a un amor así.” Vivimos de esta manera encuentros al mismo tiempo simples y profundos en torno a grandes textos. Es bueno conocer una obra estando acompañados. El adulto suele elegir una obra porque tiene ganas de compartirla, porque su conocimiento de los niños, gracias a un acompañamiento cotidiano, le permite adivinar que el niño podrá interesarse en ella. Aprecia la posible complejidad, la verdadera profundidad, lo que permite que cada uno de nosotros haga su lectura particular; porque el camino no está marcado de antemano, a diferencia de esos textos sosos llamados indebidamente novelas y que no se distinguen para nada de un simple reportaje periodístico. La lectura en voz alta ayuda a juzgar la calidad de una obra. Los textos “planos” no pasan esta prueba. “Ofrecemos textos bellos porque los amamos”, me confían mediadores como Serge Boimare, quien, no obstante, se dirige a niños con grandes dificultades de lectura. No hay en esto preocupaciones de estrechez pedagógica o moralizadora. Qué regalo tan bello, qué confianza se concede a los niños, incluso cuando éstos estén clasificados como “particularmente difíciles”, “irrecuperables”, como dirían algunos. No hay duda de se produce la chispa cuando el mediador mismo está fascinado por esos textos; entonces nos interesamos juntos. Cada uno puede apreciarlos según su personalidad. En nuestro mundo invadido por los ruidos, los sonidos, las imágenes, qué

audacia el proponer a los chicos simplemente textos, con el silencio y las palabras que los acompañan. Y qué alivio ver a esos jóvenes recibir, tomar la palabra, regresar a esas obras literarias que los alcanzan verdaderamente. La lectura en voz alta los pone en contacto con la belleza de los relatos, con las grandes cosmogonías, los cuentos populares, las obras clásicas que van de Julio Verne a Jack London o James Oliver Curwood, pasando por autores contemporáneos como Michael Morpurgo, François Place o Thimothée de Fombelle. La lectura en voz alta se dirige a todas las edades. Esta lectura familiar puede hacerse espontáneamente alrededor de una mesa, en un rincón tranquilo. Puede limitarse al primer capítulo de un libro, provocando así las ganas de ir más allá. Se descubren con mutuo placer los libros ricos y fáciles, directos y verdaderos, rápidos y contagiosos, como Hoy no morirán cerdos,[293] o libros más complejos como La colina de Watership.[294] Se puede solicitar ayuda también a otros adultos que no sean los bibliotecarios; ellos pueden compartir su gusto por leer y aportar a esas lecturas la resonancia de sus variadas experiencias personales.

10. La biblioteca y la escuela[295]

Los niños necesitan mediadores sensibles y generosos. Jérôme Bruner nos cuenta: Recuerdo a una maestra que se llamaba la señorita Orcutt. Nos dijo en la clase: “Es algo muy perturbador; el agua no sólo se transforma en hielo a cero grados centígrados sino que pasan, en ese momento, del estado líquido al estado sólido…” Se puso entonces a presentarnos de manera intuitiva el movimiento browniano y las moléculas, y lo hizo manifestando tal asombro, que rebasaba todo aquello hacia lo que yo dirigía mi curiosidad […] Yo tenía más o menos 10 años. Ella me invitaba en realidad a ampliar mi mundo de asombros para incluir los suyos. No se conformaba con informar. Negociaba con nosotros un mundo lleno de maravillas y de posibilidades. Las moléculas, los sólidos, los líquidos y el movimiento no se reducían a hechos; podíamos utilizarlos para reflexionar e imaginar. La señorita Orcutt era una perla rara. No era simplemente una herramienta de transmisión: era un evento humano.[296]

No se puede expresar de mejor manera la importancia del adulto en la transmisión del saber, cuando puede establecer una relación tan genuina con el niño. Concretamente, en la vida de la clase, con sus imperativos y sus programas obligatorios, ¿puede la lectura provocar una relación así? Yo lo creo. Esta actitud rara en todos los sentidos de la palabra, nosotros la encontramos a veces en la escuela. Se debe con frecuencia a una forma de lectura a la que se comprometen personalmente el maestro y los alumnos; unos y otros, en diferentes niveles, sintiéndose auténticamente interesados por el descubrimiento de una misma obra. Para ello, es necesario que esta obra pueda llegar tanto a los adultos como a los niños. Se necesita la personalidad generosa de un maestro que acepte entrar en esa modalidad poco habitual de relación con los alumnos, con todas las felices consecuencias que esto pueda traer a la lectura del mundo; allí donde los niños crecerán. Para que la lectura pueda vivirse dondequiera de la manera más auténtica, se necesita con frecuencia un tercer-lugar, un tercer-momento, como una brecha en el desarrollo del día. Utilizo con gusto esas expresiones indeterminadas, para designar las condiciones necesarias, porque no asocian estrictamente la lectura de los niños a los muros de una institución con sus obligaciones y su rigidez; evocan su carácter libre, abierto, informal, móvil; un momento diferente a lo que se vive ordinariamente en familia o en la escuela y que, sin embargo, es susceptible de irrigar la vida de todos los días. Crear un compromiso de auténtica colaboración entre la escuela y la biblioteca exige una permanente reflexión común entre maestros y bibliotecarios en torno a los libros, la documentación, la lectura. El mundo del libro para niños es vasto. ¿Cómo ubicarse en él?

Nuestro papel como bibliotecarios es ofrecer puntos de referencia, sacar del montón lo que sería una lástima no conocer. Las enseñanzas sobre literatura infantil son siempre muy útiles, desde luego, pero no bastan. Lo que se necesita es que cada una de las partes entre personalmente en el amplio dominio de la edición para niños. Las listas de libros pueden ayudar, pero sólo tienen un interés limitado si no se presentan de una forma realmente personal y hasta entusiasta. Lo que cuenta son las experiencias que tenemos con las obras y el deseo de intercambiar, de compartir. Los bibliotecarios deben entonces narrar mucho los libros que los conmueven. Es así como puede realizarse la transmisión entre bibliotecarios y maestros, entre alumnos y maestros. Es deseable que ésta se viva en la reciprocidad. Recuerdo algunas apasionantes jornadas de formación para maestros, organizadas en Medellín, Colombia. Un escritor argentino bien conocido por los niños fue invitado a dar una conferencia sobre literatura para jóvenes, en particular sobre la novela, género más difícil de descubrir que el de los álbumes —lo cual explica por qué con frecuencia se le trata como el “pariente pobre” en las bibliotecas escolares, a diferencia de los álbumes y los libros informativos—. Luis María Pescetti, en el transcurso de esta sesión, no hizo una presentación general sobre la ficción o sobre la “explotación pedagógica de las novelas” o sobre la importancia de lo literario y la obligación de leer novelas. Habló simplemente de las que a él le gustaban; las contó un poco, leyó algunos pasajes selectos. Compartía su admiración por ciertas obras y entusiasmó a su auditorio. Sus palabras eran personales. El auditorio estaba fascinado. Todos estaban conmovidos. Nada más lejano de esas listas de libros que se leen por deber, ya sea para los maestros o para los alumnos. Nos gustan estos intercambios, ese compartir experiencias de lectura de persona a persona. Con los niños, y también con los adultos, la biblioteca da prioridad a este proceso. Leer es algo personal. No se decreta a fuerza de lecturas obligadas. Cada uno de nosotros necesita encontrar la puerta que podrá ayudarlo a entrar personalmente en este dominio vasto y excitante. El punto de partida está en cada uno de nosotros, en nuestra sensibilidad y en nuestra convicción. No podemos pasarlo por alto, porque de lo contrario corremos el riesgo de no ser sino seguidores sin pensamiento verdadero. Cada vez que en la biblioteca organizamos regularmente sencillas reuniones literarias con maestros, padres y hasta con libreros, han sido momentos muy placenteros, porque cada quien se siente invitado a hablar libremente sin miedo a ser juzgado. Y aprendemos mucho unos de otros. Cada uno “desempaca su biblioteca”.[297] De este modo, se viven pequeñas reuniones informales en torno a algunos libros por descubrir. Se habla sencillamente y las lenguas comienzan a soltarse: la maestra

de maternal cuenta cómo “sus” niños de cinco años se conmovieron fuertemente con el álbum de Tomi Ungerer, Otto[298]. Es sorprendente, ¿no? Nos preguntamos ¿qué pudieron entender de esta historia sin saber nada de los eventos trágicos de la segunda Guerra Mundial? Evocamos otros libros interesantes para todas las edades porque son tan ricos que tienen resonancias en cada uno de nosotros. Mostramos también libros informativos que nos conmueven por su belleza y su inteligencia, c o mo A Drop of Water.[299] Con magnífica claridad, esas fotos nos invitan a experimentar y a observar. Esto nos lleva a otras historias de agua, como ese álbum que nos dice Où vont-ils quand il pleut?.[300] Es cierto, ¿a dónde van los animales? Los que aman el agua y los que no. He aquí una verdadera pregunta de niño. Y qué tal esos álbumes filosóficos que provocan al pensamiento: La gran pregunta[301] o Ai si kao de qing wa? [reflexiones de una rana].[302] Gracias al descubrimiento de estos libros, ¡cuántas interrogantes, cuántas sorpresas sobre los libros, sobre los intereses de los niños y sobre la manera de dirigirse a ellos! Los padres también están invitados a compartirnos sus experiencias de lectura con los niños. Esto nos permite conservar un sentido de la proporción en la manera de apreciar las obras. No se trata para nada de renunciar a la propia selección ni de negar nuestras competencias; pero es demasiado fácil volverse dogmático cuando se vive sin contacto con el exterior. Comprender la selección del otro no significa relativizar, sino permitir el intercambio. Ambas partes se sienten dispuestas a recibir. Éstas son las condiciones para un encuentro y un diálogo que permitan avanzar con entusiasmo, convicción y confianza. Desde luego que una capacitación sobre literatura para niños sigue siendo muy útil; pero toma su sentido pleno si se acompaña o está precedida de encuentros sensibles con diferentes géneros literarios. Al descubrir de esta manera la riqueza del libro para niños, sentimos la necesidad de profundizar y capacitarnos. Esta formación toma todo su sentido y se vuelve necesidad. Algunas bibliotecas o asociaciones[303] hacen maravillas para buscar libros de calidad y llevar a niños y maestros hacia lecturas irresistibles, para encontrar verdaderas delicias que saborear juntos en el salón de clase. Pocos libros bastan. El hilo conductor puede ser un tema, un personaje, un género o un autor. Se trata de saber presentar de manera adecuada esos libros a los niños, para darles “una rica probada” que les provoque las ganas de comer, saborear y hasta devorar esas obras. Se despliega toda una estrategia para promoverlas: intercambios, encuentros a propósito de los libros entre los alumnos de diferentes salones de clase. Los temas de discusión son vastos: la vida, la muerte, la búsqueda; pero también el deporte y las fiestas. Esas lecturas abren paso a verdaderas reflexiones.

LAS VISITAS DE ESCOLARES Y LOS ENCUENTROS EN LA BIBLIOTECA

La demanda de los maestros hacia la biblioteca es tradicionalmente fuerte. No siempre es fácil responder de manera satisfactoria. Conocemos el límite de las visitas de grupo a la biblioteca. Éstas son, desde luego, muy útiles para un primer descubrimiento de la biblioteca, pero podemos cuestionarnos cada vez más sobre el fundamento de esas visitas que a veces parecen demasiado sistemáticas y que no tienen mucho sentido si ambas partes no las preparan con cuidado. ¿Cómo evitar que la biblioteca pública se transforme en un simple anexo de la escuela? ¿La visita colectiva es compatible con el proceso personal del niño? ¿Se trata simplemente de ocupar el tiempo escolar y de justificar una salida? Las preocupaciones excesivamente estadísticas (número de clases que visitan, número de préstamos), si bien satisfacen momentáneamente a las autoridades, pueden en cambio provocar una sobrecarga de visitas grupales en detrimento de la proximidad vital de la biblioteca y lo que ésta puede aportar de único. Pero si esas visitas escapan a una rutina pesada e invasiva, si se inscriben en una pedagogía viva, se justifican plenamente. A nosotros nos gusta visitar de cuando en cuando las escuelas. Sabemos cómo alegran a los niños esos momentos que marcan una pausa, una diversión en el desarrollo de la jornada. Están contentos de recibir a un invitado de paso. Los bibliotecarios les presentan con convicción libros de calidad. Narran, dan noticia de las actividades que se desarrollan en la biblioteca y revelan así su riqueza. Así nace el deseo de descubrirla. Se llega entonces a la biblioteca como se llega a la lectura, porque tenemos un deseo personal. Realmente se trata de animar este proceso libre e individual.

SOBRE DIFERENTES MANERAS DE VIVIR LAS LECTURAS EN EL SALÓN DE CLASE

En las escuelas maternal y primaria, los niños del mismo grupo viven juntos durante toda la jornada, día tras día. Son condiciones ideales para sumergirse durante semanas en ciertas obras literarias que se saborean plenamente cuando se toma el tiempo para habitarlas, para moverse en el interior de esos universos entrañables que poseen la complejidad de la vida. Allí los personajes están tan presentes que se convierten en preciados compañeros. Los niños se refieren a ellos de manera espontánea porque existen de verdad en su imaginario y porque, en cierto modo, se parecen a ellos. Así pueden vivir de la manera más natural y feliz la familiaridad de una obra literaria. Esos momentos de lectura y de intercambios hay que conservarlos libres de

intenciones pedagógicas y objetivos utilitarios. Esos momentos se deben distinguir claramente de los tiempos de aprendizaje estrictamente escolar. Ésta es la condición para que el niño pueda saborear plenamente esas experiencias literarias. Para el adulto que acompaña estos momentos, es toda una experiencia. Al leerle a los niños, él mismo está involucrado. No se le ocurriría “explotar” esos textos para lecciones disfrazadas de gramática, de vocabulario o de moral, con preguntas de control, peticiones de resúmenes o cualquier otra forma de ejercicio. El adulto sensible se lo prohíbe espontáneamente, consciente de la calidad de esos momentos, que no hay que dañar. El maestro pasa entonces a ocupar un lugar verdaderamente original en esos encuentros teñidos de emoción literaria. Es genuinamente un momento aparte, tanto para los niños como para el maestro. Algunos de esos largos viajes que son en sí mismos todo un universo requieren tiempo. Para los más grandes escogemos textos como Tobi Lolness, Las crónicas de Narnia o La colina de Watership; para los más pequeños, obras como Pinocho.[304] Cuando se es pequeño, es difícil embarcarse solo. Sin un adulto para prestar su voz, los niños no pueden sospechar la riqueza de las obras. Algunos textos son demasiado largos para leerse a la edad en la que se pueden saborear plenamente. Pero la duración del relato es uno de los placeres de estas lecturas, así como la complicidad del adulto que día tras día acepta con seriedad, sensibilidad y discreción entrar él también en el juego. Se crea así en el salón de clase una forma de comunidad particular: cada niño, a su manera, habita la obra literaria y saborea el placer de moverse en ella con los demás. Entonces, gracias a las referencias que esos libros provocan espontáneamente, la vida de la clase se transforma, se anima; el humor encuentra su lugar. Pero para que sucedan estos viajes, la obra debe valer la pena.[305] Es más, debe tratarse de verdaderas obras maestras.

LA INVESTIGACIÓN COMO PEDAGOGÍA Los maestros, de manera natural, suelen invitar a sus alumnos a realizar investigaciones documentales en la biblioteca. Se trata para ellos de aprender a investigar. Las investigaciones son, desde siempre, una práctica instituida, obligada; parecen pertenecer, junto con las visitas de las escuelas, a los programas-tipo de colaboración entre escuela y biblioteca. Sin embargo, debemos reconocer que esta práctica tan interesante en su principio no siempre es satisfactoria. Para el niño, a veces se limita a estériles recolecciones de información y de hechos que el niño copia sin sentirse genuinamente interesado. Estas investigaciones, para ser significativas, exigen una verdadera preparación en clase. Para que el niño pueda emprender una investigación de manera eficaz, debe

haber antes discusiones con el maestro que permitan que las interrogantes salgan de los niños. El verdadero debate, previo a la investigación propiamente dicha, despierta su curiosidad y permite recopilar la diversidad de las preguntas de los niños, que como buenos investigadores, no se detienen hasta encontrar respuesta a sus interrogantes. Ésto es lo que se practica comúnmente en las clases Freinet. Existe entonces una forma de vida relacional que se establece en el interior del salón de clases. La manera como los niños se acercan a un tema, consultan las obras informativas y razonan, no puede sino interesar a los maestros y brindar una vida siempre nueva a la clase. Imaginemos la atmósfera de libertad, de inteligencia, de palabras intercambiadas, cuando los libros son objeto de verdaderos debates entre maestro y alumnos. Ser testigo de los procesos del niño en su búsqueda de saber, de sus asombros y de sus interrogaciones consigue inevitablemente apasionar a los maestros atentos, abiertos, que se encuentran ellos mismos siempre dispuestos a aprender. En cuanto a los alumnos, ¡qué motivante resulta esta escucha del maestro que los invita a expresarse, a formular su pensamiento hecho de tentativas! El niño experimenta de esta manera el deseo de conocer. El adulto tiene la dicha de transmitir. ¿No es esto esencial en la vida de la clase?

11. La biblioteca en la era digital[306]

En la era digital, ¿ todavía se necesitan las bibliotecas? ¿Por qué nos desplazaríamos para ir a consultar y a pedir libros, revistas y videos prestados cuando con Internet disponemos de todo en nuestro domicilio? Finalmente, ¿las bibliotecas no estarán destinadas a desaparecer?

LOS NIÑOS DIGITAL NATIVE Respecto del niño, la pregunta se plantea con aún más fuerza. Se le llama digital native;[307] nacido con Internet. Verdaderamente navega con facilidad en ese mundo de la información y de la distracción permanente; vive así en un mundo de sonidos y de imágenes; también de escritos. La riqueza digital lo maravilla. Es un mundo repleto como un huevo, abierto ante él. Allí puede jugar todo tipo de juegos e instruirse libremente según su curiosidad. También encuentra todo lo que necesita para hacer sus tareas. Noche y día puede mantenerse en relación con sus amigos gracias a la mensajería instantánea. El uso de Internet respondería entonces plenamente a su deseo de conocer, su necesidad de maravillarse y de divertirse, su deseo de encuentros. ¿Por qué entonces ir hacia los libros? ¿Por qué salir de casa para ir a la biblioteca? Lo que el niño aprecia es poder aprehender ese mundo nuevo sin miedo de ser juzgado sobre la pertinencia de sus interrogantes y sus mensajes, sin miedo tampoco de equivocarse. Si se equivoca, vuelve a comenzar sin desanimarse. Leer o escribir cuando está frente a la pantalla, no representa para él ningún problema. El joven cibernauta supera fácilmente dificultades que podría conocer en otras circunstancias. El carácter lúdico del manejo de Internet lo seduce. Hace de la investigación documental algo fácil, rápido y particularmente atractivo. Encuentra todo y nada, como jugando y sin salir de su casa. Todo eso es para él un juego de niños… Sí, todo es como un juego. Un simple clic y se tiene casi siempre una respuesta. ¿Es una respuesta adecuada? No es seguro; pero eso le brinda un sentimiento de omnipotencia. Todo está disponible. Se salta de un tema a otro. Se “pican” informaciones aquí y allá. Todo va rápido, muy rápido. No se tiene tiempo para el aburrimiento. Éstas son, desde luego, generalidades que requieren matizarse. El manejo de Internet varía con la edad: el niño pequeño y el preadolescente aprehenden este

universo de maneras bien diferentes. Los comentarios que siguen toman en cuenta esencialmente a niños de entre siete y 12 años. Pero aun dentro de este rango, según los contextos sociales y culturales, según las edades, según las habilidades de cada uno, existen muchas diferencias. Los niños no son todos iguales frente a Internet. El buen uso de esas herramientas depende mucho de la vitalidad del medio familiar, de las aptitudes desarrolladas en la escuela, de las curiosidades que se expresan aquí y allá. En medios modestos, una proporción considerable de hogares no dispone de una computadora o sólo conocen para ella usos limitados. La fractura digital sí existe. Corresponde más o menos a la fractura social. En el interior de la familia puede igualmente existir una fractura. Los niños se benefician de la formación en la escuela. Se emulan entre amigos. Tienen tiempo para eso. Para ellos, el uso de la computadora es más cotidiano. ¿Qué hay de los padres? Muchos se sienten todavía incompetentes, ignorantes, y esto no facilita la comunicación, el intercambio de conocimientos e ideas en casa. Esas nuevas herramientas que no conocen les pueden suscitar incluso cierta desconfianza. Ven a sus hijos encerrarse durante largas horas en sus recámaras, frente a la pantalla. Se preocupan. ¿Qué es lo que los fascina de esa manera? ¿No será como una droga? ¿No es todo eso peligroso? Es cierto que hay sitios peligrosos y violentos. Conviene ser prudente. Los niños pueden tener malos encuentros cuando viajan por Internet. Algunos sitios ofrecen programas sectarios, racistas, hasta pornográficos. Los padres, los educadores que desean poner en guardia a los niños, deben ganarse su confianza para ser escuchados. Esta confianza se construye más sólidamente cuando los padres no ignoran el mundo virtual y lo comparten con ellos.

PARA LA ERA DIGITAL, UN ENTORNO IDEAL ¿Cómo hacer de esos usos tecnológicos en continua transformación una nueva forma de sociabilidad? ¿Cómo socializarlos? Ésa es la cuestión. “La aceleración exponencial del cambio tecnológico […] tiende a fragilizar a la sociedad, que no tiene tiempo de hacer el aprendizaje social de esta innovación tecnológica; es decir, una nueva forma de sociabilizar”, comenta Bernard Stiegler.[308] Dada su dimensión ideal para la convivencia, la biblioteca para niños permite este nuevo arte de vivir donde uno aprende a descubrirse a sí mismo y a vivir en compañía. La biblioteca se convierte cada vez más en un centro de sociabilidad donde esas innovaciones encuentran perfectamente su lugar. No podemos sino admirar una vez más la lucidez y la inteligencia de quienes

estuvieron en el origen de las bibliotecas para niños, en una época en la que la cuestión de la información se planteaba en términos bien diferentes. Las mujeres pioneras de L’Heure Joyeuse establecieron en ese lugar un modo de vida que resulta hoy, en nuestra sociedad tentada a dar la prioridad a aquello que favorece al individualismo, más necesario que nunca. Por su principio mismo, el tipo de biblioteca que conocimos aquí y allá concilia la iniciativa personal, la necesidad de autonomía y una vida comunitaria que da prioridad al lazo social. Los teóricos de la comunicación y los sociólogos subrayan la necesidad de tales espacios. “Actualmente, en una sociedad abierta —nos recuerda Dominique Wolton —, el problema de la identidad se vuelve a plantear con acuidad, puesto que mientras más comunicación existe, más hay que reforzar la identidad individual y colectiva.”[309] Igualmente, en su libro Le goût de l’avenir, Jean-Claude Guillebaud no deja de insistir sobre esta necesidad: “Es necesario, para cada hombre, a la vez la distancia (la autonomía) y el lazo. […] El rompimiento del lazo rompe la existencia”.[310] La biblioteca viva no se conforma entonces sólo con la función de distribuir. Se afirma siempre como un medio de gran riqueza, abierto sobre el mundo y con sus raíces en las experiencias “de campo”, en el barrio, a la altura de los niños y sus curiosidades. En la biblioteca, como en Internet, el niño recorre a su manera, su camino en el mundo del conocimiento, de lo imaginario y del entretenimiento. A veces, viene con ideas precisas, incluso con proyectos. A veces le gusta vagar, tomarse su tiempo y dejarse sorprender por felices descubrimientos que le dan la satisfacción para ir más adelante. Tiene el placer de encontrar a otros niños, curiosos como él. Pero lo que la biblioteca propone de manera única es la mediación humana y la inserción en un lugar. Esta característica le confiere una riqueza irreemplazable. Los bibliotecarios están allí, disponibles y atentos. Proponen y acompañan. Escuchan y reciben a cada niño, según los deseos de éste. Él no es un simple usuario en una institución, un consumidor de documentos y de encuentros en línea; participa en una vida común que se desarrolla de manera singular con libertad e intercambio. El mundo digital es inmenso y frondoso. Entonces, ¿cómo orientarse en él? En la biblioteca, los acervos de libros y de documentos de todo tipo cuidadosamente seleccionados están allí, clasificados y siempre disponibles para la consulta y el préstamo. Nos ubicamos fácilmente; podemos consultarlos y regresar a ellos a voluntad. Pero con el medio digital, todo es diferente. El mundo digital está siempre en movimiento; aparecen y desaparecen sitios, blogs, aplicaciones y foros. Fragmentado, discontinuo, no estructurado, versátil, este mundo se despliega sin jerarquía, sin clasificación. Lo mejor está junto a lo peor. Navegamos con mucha frecuencia a ciegas. Nos perdemos también; es difícil reconocer en este vagabundeo

aquello en lo que vale realmente la pena detenernos. ¿Cómo no tomar por verdadera una información que podría ser una publicidad disfrazada o un mensaje propagandístico? ¿De dónde viene la información? ¿Es confiable? Como en un cartón de la revista The New Yorker, en el que un perro, cómodamente instalado frente a su computadora, explica maravillado a un perro más joven: “Lo bueno de Internet es que nadie sabe que soy un perro”. Entonces, ¿cómo ubicarnos en esta selva virgen? ¿Cómo juzgar la calidad de la información? ¿Cómo encontrar el videojuego realmente digno de interés? Y a esas personas a las que conocemos en las redes sociales, ¿podemos tenerles confianza? Si no nos hacemos estas preguntas, si no nos tomamos el tiempo para reflexionar, para escoger, ¿no seremos simplemente esclavos de la máquina? Aceptamos de buen grado todo lo que viene de ella. Adoptamos ciegamente lo que los productores más poderosos nos proponen. Nos arriesgamos a ser manipulados. El buen uso de Internet supone discernimiento y sentido crítico. Para los niños es particularmente difícil adoptar esta actitud si están solos. Uno de los atractivos de Internet es la rapidez. Los niños hacen preguntas y con frecuencia apenas leen las primeras palabras de la respuesta. “Leo el primer párrafo; con eso tengo”, dice el joven cibernauta. La mayor parte del tiempo se conforma con esta visita relámpago, como si fuera suficiente con asegurarse de que la información está ahí, disponible en la máquina. De esta manera, se posee la información pero no se va más lejos. No paramos de ir de un sitio a otro; pero ¿qué se nos queda? Los maestros se preocupan, como ese director de una escuela primaria, evocado por Mark Bauerlein:[311] “Cuando les damos un tema de investigación, van a Google, escriben las palabras clave, descargan tres sitios pertinentes, seleccionan y pegan los pasajes en un nuevo documento, agregan algunas transiciones personales, lo imprimen y lo entregan al maestro. […] El modelo cognitivo es la búsqueda de la información, no la constitución del saber, y el material pasa directamente de Internet a la tarea escolar sin fijarse en el cerebro del alumno.”

LAS PRÁCTICAS DE LOS NIÑOS NOS ILUSTRAN Sus caminos, sus curiosidades, nos sorprenden con frecuencia y siempre nos interesan. Al consultar el historial de navegación de los cibernautas, el bibliotecario puede seguir en Internet sus interrogantes y la frecuencia de sus visitas. Aprendemos a conocer mejor al público de la biblioteca. Son indicaciones preciadas que nos llevan a enriquecer los acervos, a pensar en animaciones, a dialogar con esos jóvenes cibernautas. Podemos invitar al niño a saber más en el dominio que le interesa. El libro, en efecto, conserva toda su importancia. Es una referencia.[312] “La

maleabilidad [del libro], el hecho de que se trate de un objeto circunscrito, cerrado, le confiere una gran superioridad para cierto número de escritos. […] La pantalla, por el contrario, es evanescente: toda página en la pantalla anula a la precedente y provoca en el lector un vértigo ante la pérdida, un miedo de amnesia.” La consulta de Internet nos vuelve particularmente exigentes en cuanto a la calidad y al atractivo de los documentos y programas propuestos por la biblioteca. Éstos deben a la vez provocar el entusiasmo y ser de un valor indiscutible. “Las bibliotecas británicas que apostaron a fondo por las nuevas tecnologías, tomando el aspecto de cibercafés, proponiendo múltiples servicios y animaciones, se ven movidas por sus públicos a desarrollar acervos de libros de calidad. Como el primer Discovery Centre, abierto en 2009 en la ciudad de Gosport. Una encuesta reveló el descontento de los usuarios por la pobreza de los acervos de libros.”[313] Gracias a Internet, los niños pueden explorar una infinidad de temas que van mucho más allá de los que se suelen abordar en las obras para niños o en la escuela. Esto nos ilustra sobre la extensión de sus curiosidades, sobre su deseo de maravillarse, sobre su necesidad de distraerse. Como ese niño en la biblioteca que, conectado a You Tube ve un combate de lucha libre. “Tiene 12 años. ¿Cómo pudo conocer ese deporte? […] Este tipo de usos deben servirnos como piedrecillas que nos permitan encontrar el camino digital de esos niños a los que llamamos digital natives.”[314] Es una buena oportunidad para que el bibliotecario les sugiera los vínculos con el acervo de la biblioteca y, en particular, para propiciar encuentros con personas que permitan ir más lejos en el conocimiento de algo que les concierne.[315] El joven cibernauta descubre así la diversidad y lo complementario de las voces y los procesos. Aprende poco a poco a practicar diferentes formas de lectura: la del material audiovisual, la del medio digital y la de lo impreso. Así es como podrá resistirse a la necesidad compulsiva de saltar de una cosa a la otra. Con el control remoto y con el ratón en la mano, el joven homo zappiens[316] está poseído a veces por una especie de frenesí. ¿En esas condiciones, cómo progresar en el conocimiento y tener acceso a la reflexión? Es una pregunta que los educadores de hoy se plantean. Los niños utilizan muchísimo el Internet para jugar; algunos pasan ahí todo su tiempo. Eso los hace aptos para seguir intrigas policiacas o de otros tipos; entrar en relatos que proponen adivinar y pensar. [317] La American Library Association hace notar las numerosas ventajas de la presencia de videojuegos en la biblioteca. “Esas diversiones electrónicas conducen a los jóvenes a demostrar su reflexión y su concentración y les permiten realizar aprendizajes en diversas materias escolares. Además, los jugadores descubren los numerosos servicios que ofrecemos, dentro de un espacio seguro que favorece la socialización.” En torno a intereses variados, algunos juegos les brindan, en efecto, la

posibilidad de familiarizarse con nociones e informaciones muy variadas, como los planetas, los ecosistemas o la nutrición, por ejemplo; temas que presentados de manera más clásica sin duda los habrían aburrido. He aquí una propuesta original que sólo Internet puede ofrecer de esta manera y con esta eficacia. Pero, como siempre, lo mejor está junto a lo peor. Por fortuna, hay sitios especializados que nos informan y algunas revistas que también hacen valiosos análisis de los videojuegos.[318] Las bibliotecas las mencionan en sus sitios. Asimismo, los niños son felices de darnos a conocer juegos de calidad. El niño suele tener la tendencia a utilizar en Internet los mismos caminos, a no salir de ellos. Para los bibliotecarios y animadores multimedia es importante proponerles nuevos rumbos. Muchos de estos profesionales adquieren una verdadera competencia en la materia. De verdad están capacitados para seguir lo que se vive en otras bibliotecas. Se encuentran con colegas en el seno de comités en línea; allí intercambian experiencias e ideas. Se capacitan mutuamente, ponen sus descubrimientos a disposición de todos. El campo es vasto. Como para los acervos de libros, los bibliotecarios se mantienen alertas interrogando o siguiendo los flujos RSS, los blogs y los sitios, que clasifican y analizan para determinar qué tiene calidad y qué puede interesar a los niños. Algunos sitios ofrecen también expedientes temáticos sobre las prácticas cibernéticas de los niños.[319] De esta manera, la biblioteca puede ofrecer a los niños y a las familias, en su portal, sitios y blogs particularmente interesantes, así como juegos irresistibles y de verdadera calidad. Puede indicarles también cuáles son los motores de búsqueda particularmente bien concebidos para ellos, organizados y fiables, que pueden volverse útiles para las tareas escolares. Así propone nuevos senderos. ¿Los niños ponen atención a estos anuncios? ¿Los necesitan realmente? ¿Aceptarán dejar sus hábitos de comodidad? Sí, si el sitio está bien concebido,[320] si son lectores activos, de espíritu siempre alerta. Ciertamente, para ello se necesita que los niños tengan ganas de salirse de los senderos trillados. Esto supone una biblioteca viva que provoque la curiosidad de mil maneras; una biblioteca animada que proporcione el gusto por el intercambio, por el otro, por lo diferente. Toda la pedagogía de la biblioteca está en juego. Es también un asunto de confianza. Si sabemos proponerles nuevos juegos que les encanten, los niños estarán dispuestos a considerar con interés otras sugerencias. Saben que la biblioteca presta atención a la selección de documentos y a sus intereses personales. La presencia del adulto es esencial en este lugar. Es capital en el mundo de lo virtual. Ubicarse, identificar sus deseos y curiosidades, son cosas que con frecuencia reflexionan al lado de un adulto, igual que se hace con la selección de una novela, un álbum o un libro informativo. Como siempre, en la biblioteca respetamos y animamos su deseo de autonomía.

UNA INFRAESTRUCTURA DE LA CONTRIBUCIÓN “Un nuevo modelo de innovación se está inventando […]. Pasamos de un proceso jerárquico […] a una innovación ascendente […]. Las tecnologías digitales han permitido esa revolución. Desde hace veinte años, una verdadera infraestructura de la contribución se desarrolla vía Internet, en la que ya no hay productores de un lado y consumidores del otro, sino todo tipo de contribuyentes.”[321] Con respecto a Internet, Stiegler habla de esas “comunidades apasionadas [que] se forman, intercambian saberes y reconstituyen la facultad para juzgar”. ¿Pero no es también eso lo que la biblioteca, en su principio mismo, propone? En la biblioteca, las afinidades entre los niños se perfilan. Pequeños grupos efímeros se forman espontáneamente alrededor de intereses y placeres compartidos. Esto se hace ya naturalmente, pero Internet amplía esas posibilidades. Comunidades en línea, comunidades de la biblioteca intramuros, comunidades físicas, unas y otras se enriquecen mutuamente, al aportar cada una de ellas lo que le es propio, a distancia o en la cercanía, virtual o realmente. Estos intercambios se reflejan en la vida de la biblioteca en su conjunto. Cada vez más bibliotecas publican blogs sobre libros para niños. A veces conceden la palabra a los jóvenes. Comparaciones, selección, valoración, todo esto supone confrontaciones que agudizan el espíritu crítico de los niños. Como esas opiniones aparecerán en el blog de la biblioteca, trabajan sus textos con los bibliotecarios y así afinan sus pensamientos. Algunos niños se apasionan por ciertos autores e ilustradores. Son fans, tienen sus corazonadas, sus pasiones. Harry Potter o Tobi Lolness reúnen a su alrededor a un grupo de apasionados. Algunos círculos se organizan en torno a los mangas o la literatura fantástica, por ejemplo. Los niños más grandes pueden convertirse en verdaderos expertos en estos dominios. Ayudan a seleccionar lo que resulta imprescindible. Señalan lo que convendría, según ellos, resaltar en la biblioteca. Encuentran sitios interesantes, se inscriben en flujos de información sobre el tema. Comparan, discuten con pasión. De esta manera surgen verdaderos debates. Así afinan su juicio. La biblioteca proyecta entonces talleres de expresión y creación, encuentros en torno a autores e ilustradores. Para los niños, qué mejor incitación a la lectura que conocer las apreciaciones de sus compañeros. Es muy interesante para ellos, cuando dudan entre varios libros, consultar Internet para saber lo que piensan otros niños y ver cómo hablan de esos libros. Su punto de vista interesa igualmente a los bibliotecarios. ¿Y por qué reservar eso a la producción impresa? Nada impide que los niños den a conocer en la biblioteca y el blog su opinión sobre películas, música, sitios, aplicaciones y otros blogs. Todo esto se puede trabajar con el bibliotecario. No cabe duda de que esos intercambios que se viven en la red interesan también

a los niños del barrio y enriquecen asimismo la calidad de la vida en la biblioteca. Las redes sociales desarrolladas con ayuda digital son sólidas herramientas para suscitar, en el interior del barrio, intercambios de habilidades entre niños. Internet anima de esta manera nuevas formas de solidaridad que pueden vivirse concretamente en el quehacer cotidiano de la biblioteca. En otros tiempos, las primeras bibliotecarias de los Estados Unidos iban a encontrarse con los niños en sus lugares de juego para contarles historias y hacerlos descubrir de esta manera el mundo del relato, de la lectura, de la biblioteca. Hoy, en Internet, estamos igualmente en posibilidad de encontrarnos con ellos. Para eso hay que estar en su camino de cibernautas. De esa manera podremos alcanzar a niños que espontáneamente no tendrían la idea de frecuentar la biblioteca. El sitio de la biblioteca da a conocer todos sus servicios, sus actividades. Menciona las corazonadas de los lectores. Más que eso, le permite a cada uno participar a distancia en algunos de sus programas. El catálogo en línea los informa también. Si la biblioteca les parece un lugar particularmente vivo y cercano a sus preocupaciones, es probable que tarde o temprano tengan el deseo de ir a verla de cerca. “La oferta nueva y diversificada de recursos y servicios resulta […] lo más apropiado para llevar los adolescentes a las instituciones.”[322] Todo depende de la vitalidad de la biblioteca, de lo que se vive en su interior y en su sitio de Internet. Ésta, por su entorno de convivencia, no puede sino seducir. Es la experiencia que viven las bibliotecas más dinámicas. Como la biblioteca pública de esa ciudad estadunidense. Esa noche, según nos cuenta el bibliotecario, se transmitirían resultados electorales importantes por televisión. Sin duda, la biblioteca estaría vacía. Todo el barrio estaría esperando los resultados en sus hogares, frente al televisor. Sorpresa: la biblioteca está repleta esa noche. Los lectores quisieron vivir juntos estos sucesos. ¿Por qué no sería igual con niños y jóvenes? Muchos se precipitan hacia ella cuando saben que hay una fiesta o un encuentro especial en la biblioteca. A veces, la biblioteca organiza para las familias sesiones dedicadas a la relación del niño con la era digital. Se trata de favorecer, por este medio, intercambios en el interior de los hogares. “Hoy, el poco conocimiento que los padres tienen de las técnicas de Internet o incluso la falta de referencias comunes con los jóvenes cibernautas, disminuyen las oportunidades de diálogo en el seno de la mayoría de las familias; pero dejar libre el acceso a los excesos de un mundo virtual poco o nada controlado, propicia en cambio un sentimiento de desconfianza respecto a una herramienta que se ha vuelto indispensable.”[323] Esto puede provocar desde simplemente prohibir el acceso a Internet hasta dar una total libertad en su uso. En este último caso, el niño se encierra largas horas en su cuarto sin que los padres se

atrevan a intervenir. En la biblioteca, el tiempo con la computadora está limitado. Esto permite al joven cibernauta dirigirse a otras ocupaciones.

LOS TALLERES MULTIMEDIA. UNA NECESIDAD Lo que distingue a la biblioteca de un simple cibercafé es, claramente, su medio, su ambiente de convivencia y, muy particularmente, la mediación humana. Ésta es esencial, tanto como el taller, verdadera oficina donde se aprende a utilizar de la mejor manera la herramienta de Internet, a comunicar, a crear. Se aprenden los detalles del oficio. Es difícil, en efecto, pensar en la presencia de computadoras en una biblioteca sin un taller de este tipo. El mundo digital está en perpetua evolución. El cibernauta no deja de correr detrás de una tecnología que cambia cada vez más rápido. Hay que saber estar al tanto. La biblioteca ofrece capacitación. Pero los niños, ¿no son naturalmente expertos en la materia? ¿Es realmente necesario proponerles una formación? Muchos de ellos creen de hecho que dominan su uso porque vienen a la biblioteca a “manejar la computadora”. Es una ilusión. “El niño se precipita sobre la computadora, pero batalla para reunir información, lo cual renueva el papel del bibliotecario como mediador cibernético, aunque sea sólo para dar datos sobre los peligros de Internet o la utilización de nuevos recursos.”[324] Debemos, en efecto, matizar la idea ampliamente difundida según la cual los niños y los jóvenes estarían a gusto con esta herramienta porque nacieron con Internet y nos podrían enseñar todo sobre el tema. Les faltan puntos de referencia y su conocimiento de la herramienta es superficial. Tienen sus hábitos y con frecuencia les cuesta trabajo salir de ellos. Lo que sí pueden enseñar a los adultos es a no tener miedo de esos nuevos usos digitales que evolucionan de manera trepidante. Ellos, en efecto, no tienen prejuicios ni aprensiones con respecto a Internet y a las herramientas tecnológicas, lo cual no quiere decir que sepan utilizarlos correctamente. Por el contrario, piden ayuda y consejos para ubicarse en medio de toda esta información. Desean aprender a utilizar un correo electrónico o una cámara web, a hacer un blog o un wiki. Los más grandes quieren aprender a interactuar con el contenido de las páginas, trabajar con sus fotos, crear su selección de sitios, formular una búsqueda, localizarla, evaluar y guardar una información. En el taller pueden también conocer sus deberes y responsabilidades en lo que respecta a la vida privada, los derechos de imagen, y conocer cuáles son sus responsabilidades como creadores de contenidos. Como en todo taller, se forman felices relaciones entre las personas, entre bibliotecarios, animadores multimedia, jóvenes y niños. Hay una confianza mutua y

un deseo de calidad. Esto se vive cuando surgen proyectos comunes como el de alimentar el sitio de la biblioteca. Es bueno que éste sea el fruto de la colaboración entre niños y adultos. La biblioteca es, por supuesto, la casa de los niños; su sitio es su reflejo, su expresión. Es una manera de afirmar el aspecto comunitario de la institución. Los jóvenes cibernautas se transforman ocasionalmente en reporteros de actividades que tienen lugar en la biblioteca: el club de teatro, el círculo de poesía, un taller de escritura, por ejemplo. Un científico, un artista o un vecino visitan a los niños para transmitirles algo de lo que anima su vida y esto da lugar a un reportaje, seguido de información de todo tipo, quizá elaborada con el consejo de estos visitantes. De esta manera, los niños dan a conocer en el sitio web lo que constituye la vida de la biblioteca y del barrio. Es la oportunidad para ellos de regresar a algo que los conmovió. Esto exige todo un trabajo de comunicación, sobre lo que queremos dar a conocer, por qué y cómo. Todo esto se parece a lo que en otros tiempos hacíamos en la biblioteca de Clamart con la imprenta Freinet. Los niños imprimían esencialmente sus creaciones literarias y sus pequeños relatos de vida. Con Internet y con todos los medios disponibles hoy en las bibliotecas, las posibilidades son grandes. Se filma, se fotografía, se graba música, posiblemente también se descarga, se seleccionan videos, juegos. Los recursos son inmensos. Se trabaja con lo que la biblioteca va a dar a conocer en su sitio. Los bibliotecarios y los animadores acompañan a estos jóvenes cibernautas. Juntos nos damos el tiempo para elaborar expedientes sobre temas que interesan a los niños, expedientes en los que cohabitan libros, sitios de Internet, videos, música y juegos. Estos talleres funcionan con muy pequeños grupos de niños voluntarios. Se trata de un trabajo en equipo que reposa en la participación efectiva de cada uno. Juntos, porque se sienten apoyados en su proceso, los jóvenes se dan el tiempo de verificar la precisión, el fundamento de la información, la calidad de los juegos que recomiendan. Proponen vínculos con blogs y otros sitios, pero también con los documentos de la biblioteca. ¿Por qué tal propuesta deberá tomarse en cuenta? ¿Por qué aconsejar tal juego? Se toma en cuenta éste por su novedad y sus desafíos; se rechaza aquél por su violencia gratuita o por su vulgaridad. En cuanto a la información seleccionada, se inspecciona de cerca. ¿De dónde emana tal información? ¿La fuente es fiable? ¿Cómo saberlo? Sobre este tema, se consultan los libros de la biblioteca. Al referirse a ellos, se trata de controlar la validez de la información. El joven cibernauta toma conciencia así del uso complementario del libro y el Internet, de la diferencia entre consultar un libro que permite una lectura profunda a la que podemos regresar a nuestro gusto, y el atractivo de la información múltiple encontrada en Internet y consultada rápidamente. Salvo excepciones, el niño solo no haría la verificación y la comparación. Necesita

estar acompañado, ser animado. Como todo esto aparecerá en el blog y llegará a otros niños y, eventualmente, a sus familias, cerca y lejos, existe un proyecto común y por lo tanto una verdadera responsabilidad. Tenemos ganas de comunicar. Se da un lugar especial a la literatura infantil. Con los niños, detectamos los sitios consagrados a Pinocho, Breatrix Potter, Ricitos de Oro y los tres osos o al mundo de Narnia o Harry Potter. Sobre esos libros elaboramos bibliografías, filmografías; ciertas “webgrafías” proponen sitios, blogs redactados por o con los niños. De esta manera, se abren foros. Se dan a conocer las cosas que nos gustan. Nada más eficaz que los consejos brindados por los niños mismos. El fondo y la forma, todo esto se trabaja en el taller con el bibliotecario y el animador multimedia. Con ellos, el joven cibernauta se da el tiempo para discernir y supera el sentimiento penoso de la frustración, pues hay que resistir a la tentación de ir rápido, muy rápido. Es así como aprendemos a utilizar la herramienta informática sin ser sus esclavos. La herramienta está entonces al servicio de la información y de la creación. Todo lo que idealmente puede hacerse através de Internet exige que el personal se adecue al uso de una herramienta nueva, la cual, para utilizarse correctamente, moviliza la acción conjunta de animadores multimedia y bibliotecarios. Además, lo digital hace más necesario que nunca el desarrollo armonioso de la biblioteca con lo que ésta propone de vivo e irreemplazable. “De cualquier manera es necesario salir de la tecnología y encontrar la realidad. Salir de la neo-realidad de las pantallas para encontrar la experiencia de la realidad. Además, la experiencia es la primera condición de la comunicación, la que permite tocar de cerca la cuestión de la otredad. Por una parte la información no basta para crear la comunicación y por otra, mientras más receptores hay —primera figura de la otredad— más necesario es aumentar las experiencias para reducir el riesgo de incomunicación.”[325] Esto realza la importancia de lo que se vive concretamente en la biblioteca de forma cotidiana. En efecto, todo comienza con la emoción provocada por la experiencia de la realidad, por un encuentro genuino; así todo puede tener sentido y es posible llegar a lo universal. Es la emoción del conocimiento, de repente accesible, lo que nos maravilla. La verdad, la belleza, el deseo de informarse se convierten entonces en necesidad. Estamos lejos del cibernauta que teclea simplemente para “manejar la computadora”. Es por eso que para un buen uso de Internet, las experiencias de encuentros verdaderos son absolutamente necesarias. Se pueden vivir en el seno del universo digital pero nada reemplazará los encuentros organizados por la biblioteca. Que un jugador de rugby, un artista, un científico o un modesto artesano se tome el tiempo de ir a encontrarse con los niños porque tiene ganas de compartir con ellos sus pasiones, ¡qué hermoso regalo! “¡Entonces, vino sólo para conocernos!” Qué maravilla ser un pequeño grupo reunido alrededor de él para conversar, escuchar y

ser escuchados. Es irreemplazable. He aquí cómo se funda una comunidad, alrededor de emociones y de intereses compartidos, de deseos de conocer y de intercambiar. Habrá mucho qué hacer y qué probar todavía antes de que ese medio de comunicación, que es ahora nuestro, adquiera la solidez, la seriedad y la gravedad que tiene aquello que producimos simplemente con la mano o con la boca. No encontraremos antes de mucho tiempo, un medio de comunicación más perfecto, más universal y más democrático en el mejor sentido del término, que el de la palabra directa de ser humano a ser humano. Es algo tan evidente que se olvida con frecuencia. No estaría bien que una invención, tan revolucionaria como fuera, nos escondiera la necesidad imperiosa y determinante de acercarnos por la palabra los unos a los otros, en lugar de invitarnos a ella.[326]

Necesitamos reunirnos, interesarnos juntos, construir un proyecto con los demás, compartir intereses comunes y maravillarnos de las nuevas vías que se abren; en una palabra, necesitamos tomarnos el tiempo para vivir y crecer. Éstas son las propuestas de la biblioteca que en la era digital resultan más necesarias que nunca. Así evitamos volvernos esclavos de la máquina, e Internet adquiere todo su sentido. Es una herramienta, no lo olvidemos…

12. A manera de conclusión Hoy en día, en el mundo de la información, ya no existen las barreras de edad y de ubicación espacial. Las separaciones desaparecen. Internet, en principio, se abre a todos y a todo sin distinción. La biblioteca debe encontrar su lugar y tomar en cuenta estas nuevas realidades, adaptándose a esos nuevos usos y adoptando nuevas prácticas. Las bibliotecas para niños abren el camino cuando se definen como una comunidad humana, plena e integral. Lugar de encuentros de gran riqueza, se abre ampliamente a diferentes generaciones, a diferentes modos de información, de saber y de diversión. Bajo diferentes soportes, todas las artes, literatura, música, cine, se ofrecen entonces a los niños.

UNA COMUNIDAD HUMANA QUE ECHA RAÍCES EN TODOS LADOS

Preocupada por llegar a aquellos que están en los márgenes, la biblioteca infantil que anhelamos debe hacerse cada día más inventiva, dando a la mediación humana un lugar central. Debe reconocer las propuestas de lectura que se desarrollan aquí y allá. La lectura está en todos lados; la biblioteca se alegra de tanta diversidad y apoya fuertemente a quienes deseen avanzar con ella. Más que nunca, la biblioteca debe estar a la escucha. A su alrededor se tejen hilos. La biblioteca adquiere entonces rostros de una infinita variedad; con Internet, llega a redes que le permiten intercambiar experiencias y reflexiones y así hacer avanzar incansablemente la causa de la lectura para todos. Las iniciativas que conocemos y que florecen a través del mundo nos dan mucha esperanza, aunque todavía sean minoritarias. Su dinámica siempre viva me parece hoy en día más necesaria que nunca, tanto en los países pobres como en los países ricos: iniciativas que dan prioridad a la dimensión humana, a la intimidad, a la confianza. Estas estructuras innovadoras, sostenidas por una reflexión ampliamente compartida, nos ayudan permanentemente a conservar una conciencia clara de lo que la lectura pone en juego, en su aspecto propiamente cultural y social, a inventar libremente nuevas prácticas y a abrirnos a nuevas colaboraciones. Al tomar en cuenta a los marginados, a aquellos que nuestras sociedades dejan a un lado, la biblioteca que necesitamos está llamada a moverse sin cesar, a salir de sus hábitos y de sus muros para acercarse a todos, sin excepción. En un momento en el que las cargas administrativas y las máquinas amenazan con tomar el poder en las instituciones públicas, ellos nos recuerdan lo esencial de nuestra tarea de

mediadores, que pone a la persona en el primer lugar. La biblioteca proporciona un ambiente cultural único y profundamente humano. Al animar a cada uno a emprender su propio camino, favorece la emergencia de las identidades en su singularidad. Ofrece un espacio en el cual la expresión de las diferencias es posible, deseable y estimulada. Es un lugar en el cual se puede aprender a construir relaciones concretas con el otro. Es prioritario para ella lo que une y reúne a través de la aceptación, los encuentros, el “estar juntos”; no para fusionarse, sino para tratar de comprenderse. En un mundo que se “tecnifica” cada vez más, la biblioteca pone énfasis en la comunicación humana, los lazos y las relaciones interpersonales alrededor de la necesidad de conocer, de reconocerse y de pensar. Ella puede, en este aspecto, desempeñar un papel fundamental. Dominique Wolton, teórico de la comunicación, nos recuerda que: “Es imposible pensar en un sistema de comunicación sin relacionarlo con las otras dos características: culturales y sociales. En ese sentido, […] lo que está en juego con las nuevas técnicas de comunicación es la socialización y no la tecnificación del hombre o de la sociedad”.[327] Encuentro, reconocimiento de la diversidad, de lo complementario, comunicación, relaciones interpersonales; palabras que caracterizan la cultura de la biblioteca y de la lectura, que constituye su pivote central. Es lo que le permite reajustarse permanentemente, en función del mundo dentro del cual evoluciona, de sus riquezas, sus carencias y sus derivaciones. Es por eso que debemos pensar y repensar continuamente la biblioteca en sus fundamentos humanos, sociales y culturales.

Notas

1. Experiencias fundadoras

[1] La Joie par les Livres es el nombre de la asociación que dio origen a la biblioteca infantil de Clamart. Actualmente, el nombre designa el conjunto de servicios creados por esta asociación y que ahora son parte de la Biblioteca Nacional de Francia. La biblioteca de La Joie par les Livres, situada en Clamart, lleva desde 2007 el nombre de La Petite Bibliothèque Ronde [la pequeña biblioteca redonda]. [2] Con la amable autorización del editor, en relación al inicio del proyecto de Clamart, pido prestado algunos párrafos de mi texto aparecido en Gérard Thurnauer, Geneviève Patte y Catherine Blain,Espace à lire. La bibliothèque des enfants à Clamart, Gallimard, 2006. [3] L’Heure Joyeuse de París es la primera biblioteca pública para niños en Francia. Creada en 1924 según el modelo anglosajón y gracias a un apoyo estadunidense, estuvo animada por tres notables mujeres: Claire Huchet Bishop, Marguerite Gruny y Mathilde Leriche. [4] Lise Vuilleumier Encrevé, Christine Chatain y yo. [5] HLM: habitation à loyer modéré [habitaciones de alquiler moderado]. Conjuntos multifamiliares de los suburbios populares. [6] Los barrios de tránsito se crearon originalmente para alojar a familias que venían de ciudades perdidas. Actualmente, viven en ellas familias que se encuentran en gran dificultad social y económica. [7] El VI Plan de Desarrollo Económico y Social (1971-1975), tomando en cuenta la experiencia de Clamart, insiste en “la importancia de la acción [de las bibliotecas] con los niños [y] con los habitantes de los grandes conjuntos habitacionales” (cf. Martine Poulain (dir.), Histoire des bibliothèques françaises, t. 4. Les bibliothèques au XX e siècle: 1914-1990, París, Cercle de la Librairie, 2009, p. 346). [8] ZEP: zone d’éducation prioritaire (zona de educación prioritaria). Programa del gobierno francés para financiar acciones educativas en los barrios con mayores dificultades [nota del T.]. [9] Era el Bulletin d’Analyses de Livres pour Enfants, que más tarde tomaría el nombre de La Revue des Livres pour Enfants, hoy publicada por la BNF/JLP [Biblioteca Nacional de Francia/La Joie par les Livres]. [10] Anne Marinet, en Martine Poulain (dir.), op. cit. [11] Una de las más famosas y prestigiadas casas editoriales para niños y jóvenes en Francia. [nota del T.] [12] IBBY: International Board on Books for Young People, e IFLA: Intenational Federation of Library Associations. [13] Geneviève Patte y Sigrun Hannesdottir, Library Work for Children and Young Adults in the Developing Countries [el trabajo de las bibliotecas para niños y jóvenes en los países en vías de desarrollo], Nueva York, Saur, 1984. [14] Véase el capítulo “Small is beautiful. Pioneros de nuestros tiempos”. [15] La novela de Ray Bradbury, Fahrenheit 451. [16] Las primeras bibliotecas callejeras en Francia fueron creadas por ATD Quart monde [ayuda para todos los necesitados del cuarto mundo], una organización internacional no gubernamental creada en 1957 por Joseph Wresinski para luchar contra la pobreza extrema y la exclusión social y cultural. [17] Posteriormente fue continuada por Marie Laurentin y Viviana Quiñones, con el apoyo de Régine Fontaine, del Ministerio de la Cooperación. [18] Actualmente, este servicio toma en consideración la edición en el Caribe y los países árabes. Si bien el

boletín Takam Tikou siguió existiendo, fue interrumpida su sección “Red Crítica”, que daba la palabra a los bibliotecarios africanos en el terreno. [19] Tomado del artículo de G. Patte, “Las bibliotecas para niños en los países en desarrollo”, en La Revue des Livres pour Enfants, núm. 191, febrero 2000. [20] Sobre todo en América Latina y en Armenia. [21] Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe. [22] Véase más adelante el capítulo “Small is beautiful. Pioneros de nuestros tiempos”. [23] La Dirección General de Publicaciones, dependencia de Conaculta, México, desarrolla un programa llamado Salas de Lectura, cuyo objetivo es ir a poblaciones que no tienen contacto con bibliotecas públicas. De hecho, en nuestro programa con frecuencia se trata no de una sala sino del espacio delimitado por un tapete. [24] Alusión a los cuadernos de campaña militares; se trata de una bitácora. [25] Véase el capítulo 2, “El corazón inteligente”. [26] Como la Universidad Pedagógica Nacional en Zacatecas, México. [27] Véase p. 81. [28] A lo largo de todo este libro, “biblioteca para niños” se usa para designar tanto a una biblioteca destinada principalmente a los niños —como L’Heure Joyeuse o la biblioteca para niños de Clamart— como a una sección infantil dentro de una biblioteca pública, que es el caso más común. [29] La biblioteca tiene diversos apoyos financieros, procedentes de la ciudad de Clamart, del Ministerio de la Cultura y de diversos mecenas. [30] Durante el coloquio nacional desarrollado en el Instituto de Estudios Políticos en febrero de 2007, el director del Libro y de la Lectura, Benoît Yvert, habló de la primera misión de la nueva política respecto del libro, tal como la definió el Ministerio de la Cultura, la lucha contra la fractura social en materia de lectura pública. Dos bibliotecas públicas fueron llamadas expresamente por su ministerio para experimentar nuevas líneas de acción, la Biblioteca Pública de Información (BPI) del Centro Georges Pompidou y la biblioteca para niños de Clamart. [31] Desde luego se trata de servicios de lectura para niños que en su mayoría forman parte integral de las bibliotecas públicas dirigidas a todas las edades. [32] Consultar www.lapetitebibliothequeronde.com, www.petitebiblioronde.com.

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[33] El Centre National de la Littérature de Jeunesse / La Joie par les Livres [centro nacional de la literatura infantil y juvenil] es un servicio del Departamento de Literatura y Arte “especializado en la detección y la promoción de literatura de calidad”. [34] Centres de Loisirs. Centros de actividades lúdicas culturales y deportivas, por lo general dependientes de la escuela, a donde van los niños cuando no hay clases. [nota del T.] [35] Isabelle Jan, La littérature enfantine, París, Les Éditions Ouvrières, 1995. [36] Sobre Serge Boimare, véase pp. 67 y ss. [37] La biblioteca de Ballancourt, en el departamento francés del Essone, bajo la dirección de Marie Girod, experimenta desde hace muchos años nuevas clasificaciones del acervo, sobre todo en el dominio científico. Este trabajo inspiró a los creadores de la mediateca para niños de La Villete, en París. Véase también la p. 151. [38] Consultar www.lapetitebibliothequeronde.com, www.petitebiblioronde.com.

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[39] Juego de palabras entre police [policía] y la fuente tipográfica del mismo nombre. [40] El título original es Where the Wild Things Are, de Maurice Sendak.

2. El corazón inteligente [41] Expresión de Hannah Arendt. [42] Florence Quartier-Frings, René Diatkine. Vida y pensamiento psicoanalítico, Madrid, Biblioteca Nueva, 1999. [43] Idem. [44] Véase, en el cap. 1, la sección “En Clamart, la biblioteca al aire libre”, p 23 y ss. [45] Cf. René Diatkine, “Prefacio” al libro de Marie Bonnafé,Los libros, eso es bueno para los bebés, trad. de Lirio Garduño y Jean Paul Buono, México, Océano, 2008. [46] Centre de Protection Maternelle et Infantile (centro de protección maternal e infantil; son unidades médicas para madres y bebés de escasos recursos). [nota del T.]

[47] Esto continúa hoy en el hospital Sainte-Anne de París, con Marie Bonnafé, psicoanalista, y Evelio Cabrejo Parra, psicolingüista. [48] Paul Ricœur, L’Unique et le singulier, París, Alice, 1999. [49] Véase el capítulo “Small is beautiful. Pioneros de nuestros tiempos”. [50] Agencia nacional encargada de las prácticas culturales en torno a la literatura infantil y juvenil. [51] En Francia ese movimiento se llama Gens et Récits y está animado por Katia Salomon. [52] Esto se relata en un documento de presentación de Katia Salomon, creadora de la versión francesa de People and Stories. Véase también Sarah Hirschman,People and Stories / Gente y Cuentos. Who Owns Literature? Communities Find Their Voice Through Short Stories, Nueva York, Bloomington, IUniverse, 2010. [53] Paulo Freire, Pedagogía del oprimido, México, Siglo XXI, 2007. [54] Zapping es el acto de cambiar de canal constantemente con el control remoto del televisor. [nota del T.] [55] Los libros-espejo en sí no deben forzosamente rechazarse; cuando poseen la ambigüedad de una verdadera obra literaria pueden revelarse como necesarios. [56] Michèle Petit, C. Balley y R. Ladefroux,De la bibliothèque au droit de cité. Parcours de jeunes, París, BPI / Centre Georges Pompidou, 1997. [57] Serge Boimare, El niño y el miedo de aprender, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2001.Ces enfants empêchés de penser, París, Dunod, 2008. [58] Cf. Bomaire, El niño y el miedo de aprender, op. cit. [59] Véase la sección “Leer en voz alta”, en el capítulo 9, pp. 203 y ss. [60] Véase nota 15. [61] Marie Aubinais, Les bibliothèques de rue. Quand est-ce que vous ouvrez dehors?, París, Bayard / ATD Quart Monde, 2010.

3. Small is beautiful. Pioneros de nuestros tiempos [62] Sobre este tema véase mi libro Déjenlos leer. Los niños y las bibliotecas, México, Fondo de Cultura Económica, 2007. El ejemplo del bunko japonés ha sido adoptado en numerosos países del mundo. [63] Cada año, en la Feria Internacional del Libro para Niños, en Bolonia, se otorga el PremioIBBY-Asahi Reading Promotion Award [premio a la promoción a la lectura], que recompensa a las pequeñas empresas particularmente fecundas, que se llevan a cabo en zonas sensibles, tanto en países ricos como en países pobres. [64] Véase p. 34.

[65] En México, este programa encontró un total apoyo de Conaculta, el ministerio mexicano de cultura, a través de su Dirección General de Publicaciones. El proyecto en su conjunto fue igualmente apoyado por la embajada de Francia en México. [66] Daniel Barbot, Rosaura en bicicleta, ilusts. de Morella Fuenmayor, Venezuela, Ekaré, 2007. [67] Francisco Hinojosa, La peor señora del mundo, ilustr. de El Fisgón, México, Fondo de Cultura Económica, 2010. [68] Tales experiencias son escasas. En Francia, de diferentes maneras, las llevan a cabo asociaciones como ACCES, Lire à Paris o el colectivo Les Livres qui Relient. Véase el capítulo 2, “El corazón inteligente”. [69] Por desgracia, esta excelente biblioteca ha cerrado sus puertas. [70] Esta experiencia se llevó a cabo mucho antes de la constitución de la red Leamos de la Mano de Papá y Mamá. Cf. G. Patte, “Au Venezuela, un bibliothécaire aux pieds nus”, La Revue des Livres pour Enfants, núm. 95, febrero de 1984. [71] El Banco del Libro es una muy original institución privada que está al servicio de la sociedad local. Tuvo, desde sus orígenes en los años sesenta, una función piloto de promoción a la lectura mediante los métodos más variados. Primero en un plan nacional, después continental; pero, poco a poco, el Banco del Libro se dio a conocer mundialmente. Recibió el Premio Astrid Lindgren, considerado como el Nobel de los libros para niños.

4. Los pequeños son grandes lectores [72] ¿Acaso tenemos esta misma preocupación voluntariosa en cuanto a la televisión y otros medios? [73] Arnold Lobel, Historias de ratones, Pontevedra, Kalandraka, 2000. [74] Arnold Lobel, Tío elefante, Sevilla, Kalandraka, 2011. [75] Margaret Wise Brown, Buenas noches, luna, Barcelona, Corimbo, 2003. [76] Personaje del libro de Arnold Lobel, Sapo y Sepo son amigos, Madrid, Alfaguara, 2002. [77] Else Holmelund Minarik y Maurice Sendak, La visita de Osito, Madrid, Alfaguara, 2002. [78] André François, Lágrimas de cocodrilo, Vigo, Faktoria K de Libros, 2007. [79] Tove Jansson, La familia Mumin, trad. de María Luisa Borrás, Barcelona, Noguer, 2006. [80] A. A. Milne, Historias de Winny de Puh. Winny de Puh seguido de El rincón de Puh, trad. de Isabel Gortázar y Juan Ramón Azaola, Madrid, Valdemar, 2001. [81] Anthony Browne, Willy el campeón, México, Fondo de Cultura Económica, 1992. [82] Jean de Brunhoff, Historia de Babar, el elefantito, trad. De María Puncel, Madrid, Alfaguara, 1993. [83] Susan Varley, Gracias, Tejón, trad. de Juan R. Azaola, Altea, 1988. [84] Ruth Vander Zee, La historia de Erika, traducida por Pilar Martínez y Xosé M. González, Pontevedra, Kalandraka, 2005. [85] Philippe Dumas, Una granja de otra época, trad. de Margarida Trias, Barcelona, Corimbo, 2010. [86] Nadja, Perro azul, trad. de Anna Coll-Vinent, Barcelona, Corimbo, 2010. [87] Natha Caputo, Paul Belvès, Roule galette, París, Père-Castor Flammarion, 1993. [88] Robert McCloskey, Abran paso a los patitos, Nueva York, Penguin, 1997. [89] Michel Gay, El cochecito, Corimbo, Barcelona, 2003. [90] Marie Hall Ets, artista estadunidense, por desgracia desconocida, es digna de figurar “junto a Benjamin Rabier, Béatrix Potter, Jean de Brunhoff, Ludwig Bemelmans, Tomi Ungerer, Marice Sendak, esos ‘grandes’ de la breve historia del álbum ilustrado” (palabras de Arthur Hubschmid, director de la casa editorial L’École des

Loisirs, en el Coloquio Internacional de literatura para niños y jóvenes, Bruselas, 1995). [91] Véase el capítulo 2, “El corazón inteligente”.

5. Lectores hábiles en el reino de los álbumes [92] El fundador del Atelier du Père Castor, Paul Faucher, fue un precursor en este dominio; en los años cincuenta tuvo la idea de publicar, para los niños más pequeños, L’imagier du Père Castor, obra de referencia para los más jóvenes (Flammarion, 2007). [93] Katy Couprie y Antonin Louchard, Todo un mundo, Madrid, Anaya, 2003. [94] David Ellwand y Claude Langer, Beaucoup de beaux bébés, Lécole de loisirs, 1995. [95] Tana Hoban, Blanco en negro, Nueva York, Greenwillow, 1994; Negro en blanco, Nueva York, Greenwillow, 1994. [96] Peter Spier, Rain, Nueva York, Yearling, 1997. [97] John Burningham, La alacena / The Cupboard, ed. bilingüe inglés-español, México, Patria, 1984. [98] John Burningham, ¿Qué prefieres…, trad. de Esther Roehrich-Rubio, Madrid, Kókinos, 2000. [99] Judi Barrett, Los animales no se visten, ilusts. de Ron Barrett, Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 2002. [100] Pef (Pierre Elie Ferrier), La belle lisse poire du prince de Motordu, París, Gallimard, 2009. [101] “Mamá me dijo que su amiga era realmente linda”, se trata de un juego de palabras a partir del significado de chouette, “búho”, pero que en el lenguaje familiar también significa “lindo” [nota del T.]. [102] En francés repasser quiere decir “repasar”, pero también “planchar”. [nota del T.] [103] Kornei Chukovski, Ot dvukh do pyati, Moscú, Detskaya, 1981. [104] Raymond Devos fue un experto en los juegos de palabras. En éste, juega con la expresión la mer est demontée, “el mar está agitado”, en la que literalmente demonté significa “desarmado”. [105] Jeanne Ashbé, Ca va mieux!, París, L’Ecole des loisirs, 2006. [106] Remy Charlip, Fortunately, Nueva York, Aladdin Paperbacks, 1993. [107] Bruno Munari, Mai contenti, Mantova, Corriani, 2005. [108] Dr. Seuss, El gato garabato, trad. y adapt. de P. Rozarena, Madrid, Altea, 2004. [109] Thé Tjong-Khing, ¿Dónde está el pastel?, México, Castillo, 2007. [110] Mitsumasa Anno, All in a Day, Nueva Jersey, Turtleback, 1999. [111] Claude Ponti, Blas y el castillo de Ani Versario, trad. Margarida Trias, Barcelona, Corimbo, 2005. [112] Kota Taniuchi, Natsu no asa, Shiko-sha, 1984. Sobre los los álbumes del artista japonés Kota Taniuchi, ver p. 115 y ss. [113] Maurice Sendak, Donde viven los monstruos, trad. de Agustín Gervás, México, Alfaguara, 2007. [114] Marie Colmont, Marlaguette, ilusts. de Gerda Muller, París, Père Castor-Flammarion, 2006. [115] Carlson, Natalie Savage, Runaway Marie Louise, ilusts. de José Aruego y Ariane Dewey, Nueva York, Scribner, 1977. [116] Praline Gay-Para, Quel radis, dis donc!, ilusts. de Andrée Prigent, París, Didier Jeunesse, 2008. [117] Arnold Lobel, Historias de ratones, trad. de Xosé Manuel González, Pontevedra, Kalandraka, 2000. [118] Remy Charlip, Mother Mother I Feel Sick Send for the Doctor Quick Quick Quick,Berkeley, Ten Speed Press , 2010. [119] Joëlle Jolivet, Zoo lógico, trad. de Pau Joan Hernàndez, Barcelona, Diagonal, 2003.

[120] Peter Spier, El arca de Noé, Barcelona, Lumen, 1990. [121] Arnold Lobel, El mago de los colores, Corimbo, Barcelona, 2007. [122] Mitsumasa Anno, Anno’s Flea Market, Philomel, Nueva York, 1984. [123] Mitsumasa Anno, Anno’s Animals, Philomel, Nueva York, 1979. [124] Mitsumasa Anno, Topsy-Turvies, Philomel, Nueva York, 1989. [125] Véanse p. 125 y ss. [126] Véanse p. 146 y ss. [127] Iela Mari, Las estaciones, Sevilla, Kalandraka, 2007. [128] Anthony Browne, Cambios, trad. de Carmen Esteva, México, Fondo de Cultura Económica, 1993. [129] Cf. entrevista con Anthony Browne: Anthony Browne. Histoires d’une oeuvre, Kaleïdoscope. [Véase también el capítulo siete, “Transformaciones”, de Anthony Browne, Jugar el juego de las formas, trad. de María Vinós, Santiago, Fondo de Cultura Económica, 2011. Nota del E.] [130] Leo Lionni, Pequeño azul y pequeño amarillo, trad. de Pedro Ángel Almeida, Sevilla, Kalandraka, 2005. [131] William Steig, Silvestre y la piedrecita mágica, trad. de Teresa Mlawer, Nueva York, Lectorum, 1990. [132] William Steig, Caleb & Kate, Nueva York, Farrar, Straus and Giroux, 1986. [133] Margaret Wise Brown, El conejito andarín, ilust. por Clement Hurd, HarperCollins, Londres, 2010. [134] Ruth Brown, Snail Trail, Londres, Andersen, 2010. [135] Uri Shulevitz, El tesoro, trad. de María Negroni, Nueva York, Farrar, Straus and Giroux, 1992. [136] Anthony Browne, El túnel, trad. de Carmen Esteva, México, Fondo de Cultura Económica, 1993. [137] Quentin Blake, Mister Magnolia, trad. De Miguel Azaola, Madrid, Altea, 1983. [138] Claude Ponti, L’album d’Adele, París, Gallimard, 1986. [139] Helen Bradley, And Miss Carter Wore Pink. Scenes from an Edwardian Childhood, Londres, Jonathan Cape, 1971. [140] Kota Taniuchi, op. cit. [141] Marie Hall Ets, Play with me, Madison, Turtleback Books, 1998. [142] Los álbumes de Nakawaki Hatsue y de Komako Sakai están inspirados por la obra de Marie Hall Ets. [143] Rieko Nakagawa y Yuriko Yamawaki, Guri to Gura, Tokio, Fukuinkan Shoten, 2003. [144] Martin Waddell, Las lechucitas, ilusts. de Patrick Benson, trad. de Andrea B. Beremúdez, México, Alfaguara, 2010. [145] Chris van Allsburg, El Expreso Polar, trad. de Marianne Delón, Caracas, Ekaré, 2008. [146] Marie Saint-Dizier, Papa est un ogre, ilusts. de Amato Soro, París, Gallimard, 2011. [147] Le chat trop gourmand et le perroquet, inspirado en Sara Cone Bryant, ilusts. de Henri Galeron, Nathan, 1987. [148] Collodi, Carlo, Las aventuras de Pinocho, ilusts. de Roberto Innocenti, Sevilla, Kalandraka, 2005. [149] “The Gingerbread Man”, narrado por Franciszka Themerson, en My First Nursery Book, Nueva York, Abrams Books for Young Readers, 2008. [150] Roule Galette, versión de Natha Caputo, ilusts. de Pierre Belvès, París, Père Castor-Flammarion, 2008. [151] Ricitos de Oro y los tres osos, ilusts. de Gerda Muller, trad. de Anna Coll-Vinent, Barcelona, Corimbo, 2007. Los tres osos, ilusts. de Paul Galdone, trad. de Teresa Mlawer, Nueva York, Lectorum, 1996. Boucle d’or et les trois ours, versión de Jean-Louis Le Craver, ilusts. de Irène Bonacina, Paris, Didier Jeunesse, 2010.

[152] Paul Galdone, La gallinita roja, trad. de Queta Fernández, Ohio, Scholastic, 2003. [153] La asociación Les Trois Ourses, en Francia, fue fundada por tres bibliotecarios, y edita y apoya, en colaboración con las ediciones MeMo, libros artísticos para niños. [154] Remy Charlip, It Looks Like Snow, Nueva York, Greenwillow, 1957.

6. Novelas y cuentos, los clásicos y los demás [155] Véanse las primeras lecturas que Arnold Lobel y Maurice Sendak sugieren para niños muy pequeños. [156] Beatrix Potter, El cuento de los conejitos Pelusa, trad. de Mónica Rubio, Barcelona, Plaza & Janés, 1998. [157] Philippe Dumas, Laura et les bandits, L’École des Loisirs, 1978. [158] Arnold Lobel, Sapo y Sepo son amigos, Madrid, Alfaguara, 2002. [159] Marcel Jousse, La manducation de la parole, París, Gallimard, 1975. [160] La Condesa de Ségur, Las niñas modelo, trad. de Matilde Ras, ilusts. de María Luisa Villardefrancos, Madrid, Edaf, 2004. [161] Albert Camus, El primer hombre, trad. de Aurora Bernárdez, Barcelona, Tusquets, 1994. [162] Ann Cameron, El lugar más bonito del mundo, trad. de P. Rozarena, ilusts. de Thomas B. Allen, México, Alfaguara, 1997. [163] E. B. White, La telaraña de Carlota, ilusts. de Garth Williams, Nueva York, HarperCollins-Rayo, 2005. [164] En 2000, Publishers Weekly clasificó esta novela como uno de los libros para niños mejor vendidos de todos los tiempos. [165] Marcel Aymé, Los cuentos del gato encaramado, 2 tomos, trad. de Pilar Ortiz Lovillo, ilusts. de Ricardo Peláez, México, Fondo de Cultura Económica, 2003. [166] A. A. Milne, op. cit. Esta edición no tiene nada que ver con las transformaciones que llevó a cabo Walt Disney. Hay que buscar las ediciones de Valdemar, fieles a los textos de Milne y con las ilustraciones originales de Ernest H. Shepard. [167] Citado por Simon Hazan y Antoine Mercier, Les braises incandescentes, París, Lichma, 2010. [168] Michel de Certeau, La invención de lo cotidiano, 2 tomos, traducción de Alejandro Pescador, México, Universidad Iberoamericana, 2007. [169] Alberto Manguel, Pinocchio et Robinson. Pour une éthique de la lecture, trad. de Christine Le Bœuf y Charlotte Melançon, Burdeos, L’Escampette, 2005. [170] Tove Jansson, La familia Mumin, trad. de María Luisa Borrás, Barcelona, Noguer, 2006. [171] Arnold Lobel, Búho en casa, trad. de Carmen Diana Dearden y Brenda Bellorín, Venezuela, Ekaré, 2002. [172] Goscinny, René, El pequeño Nicolás, ilusts. de Jean-Jacques Sempé, trad. de Esther Benítez, Madrid, Alfaguara, 1998. [173] Película del cineasta Jacques Tati, protagonista de varias de sus películas, siempre teñidas de un humor especial. [nota del T.] [174] Colette Vivier, La Maison des petits bonheurs, Bruselas, Casterman, 2004. Este libro obtuvo en 1939 el Premio Jeunesse. [175] Geneviève Brissac, Olga, trad. de Cecilia Pieck, ilusts. de Érika Martínez, México, Fondo de Cultura Económica, 1998. [176] Marie Desplechin, Une vague d’amour sur un lac d’amitié, París, L’École des loisirs, 1995.

[177] Erich Kaestner, Emilio y los detectives, ilusts. de Walter Trier, trad. de José Fernández, Barcelona, Juventud, 2002. [178] Anne Frank, Diario, trad. de Diego Puis, Buenos Aires, Debolsillo, 2009. [179] Esther Hautzig, La estepa infinita. Mis años en Siberia, trad. de Santiago del Rey, Barcelona, Salamandra, 2008. [180] Michael Morpurgo, The Best Christmas Present in the World, illusts. de Michael Foreman, Londres, Egmont, 2004. [181] Michael Morpurgo, El reino de Kensuke, ilusts. de Michael Foreman, trad. de Carmen Aguilar, Barcelona, RBA, 2003. [182] Ver p. 112. [183] Chstistine Nöstlinger, Konrad o el niño que salió de una lata de conservas, trad. de María Jesús Ampudia, ilusts, de Frantz Wittkamp, Madrid, Alfaguara, 1999. [184] Tomi Ungerer, Ningún beso para mamá, trad. de Moka Seco Reeg, Madrid, Anaya, 2007. [185] Quentin Blake, Cockatoos, Londres, Red Fox, 1994. [186] Roald Dahl, El superzorro, trad. de Ramón Buckey, ilusts. de Quentin Blake, Madrid, Alfaguara, 2006. [187] Roald Dahl, Matilda, ilusts. de Quentin Blake, Madrid, Alfaguara, 2006. [188] Louis Sachar, The Boy Who Lost His Face, Nueva York, Dell Yearling, 1989. [189] William Steig, Dominico, trad. de Ma. Luisa Balseiro, Madrid, Espasa-Calpe, 1998. [190] William Steig fue durante mucho tiempo dibujante para el New Yorker. [191] Jean-Claude Mourlevat, La rivière à l’envers, París, Pocket, 1998. [192] Astrid Lindgren, Rasmus y el vagabundo, trad. de Marcelo Arroita-Jáuregui, Madrid, Doncel, 1961. [193] Sid Fleischman, Jingo Django. Viaje con un desconocido, trad. de Montserrat Gurguí, Barcelona, Ediciones B, 1999. [194] Leon Garfield, Smith, Nueva York, Farrar, Straus and Giroux, 2000. [195] Jack London, El amor a la vida y otros relatos, trad. de Carmen Francí, Bambú Editorial, Barcelona, 2009. [196] Jack London, Encender un fuego, trad. de Jorge González Batlle, Blume, Barcelona, 2003. [197] Mary Norton, Los incursores en el campo, ilusts. de Diana Stanley, trad. de Héctor Silva, Madrid, Altea, 1985. [198] Philippe Dumas, La Gigantita, trad. de Elena Walsh, Buenos Aires, Hyspamérica, 1986. [199] Kitty Crowther, ¿Entonces?, trad. de Rafael Ros, Barcelona, Corimbo, 2007. [200] Thimothée de Fombelle, Tobi Lolness. 1. La huida de Tobi, ilusts. de François Place, trad. de Teresa Clavel Lledó, Salamandra, 2007. [201] Richard Adams, La colina de Watership, trad. de Pilar Giralt Gorina y Encarna Quijada, Barcelona, Seix Barral, 2009. [202] J. K. Rowling es la autora de los siete libros de la serie de Harry Potter. En México, los libros están publicados por Salamandra. [nota del E.] [203] C. S. Lewis, Las crónicas de Narnia, trad. de Margarita Valdés y Gemma Gallart, ilusts. de Pauline Baynes, Nueva York, Rayo, 2005. [204] La trilogía La Materia Oscura, de Philip Pullman, está formada por los librosLuces del norte, El catalejo lacado y La daga. [205] En una conferencia presentada en el congreso internacional de IBBY, Cartagena, Colombia, 2000.

7. La alegría de conocer [206] Véase el capítulo 9, “Conocer y escoger los informativos”, en Geneviève Patte,Déjenlos leer. Los niños y las bibliotecas, trad. de Rafael Segovia, México, Fondo de CulturaEconómica, 2008. [207] Michel Defourmy, De quelques albums qui ont aidé les enfants à découvrir le monde et à réfléchir, París, L’École des Loisirs / Archimède, 2003. [208] Véase el capítulo 11, “La biblioteca en la era digital”, p. 219 y ss. [209] Es una fuente de inspiración leer el excelente estudio hecho por Marie Girod, “Le documentaire scientifique. Un tremplin pour la lecture publique”, en Francis Agostini (dir.), Science en bibliothèque, Le Cercle de la librairie, 1994. [210] Philippe Nessman, Nessmann, Philippe,Todas las respuestas a las preguntas que nunca te has hecho, ilusts. de Nathalie Choux, trad de Pedro Ángel Almeida, Vigo, Faktoria K de Libros, 2009. [211] Piero Ventura, Los mayas, ilusts. de Gian Paolo Ceserani, Madrid, Montena, 1987. [212] Tomo prestados aquí algunos pasajes de mi libro Déjenlos leer. [213] J. M. Guilcher, Mangazou, le Pygmée, ilusts. de Cana, París, Flammarion, 1983. [214] Palabras de Isabelle Jan aparecidas en La Revue des Livres pour Enfants y citadas por Michel Defourny, op. cit. [215] Paul-Émile Victor, Apoutsiak, le petit flocon de neige, París, Flammarion, 1997. [216] Véase el notable estudio de Daniel Jacobi aparecido en La Revue des Livres pour Enfants, núm. 210, abril 2003. [217] De la colección Enfants du Monde de la editorial Nathan. [218] Denys Prache, Les plus belles illusions optiques, ilusts. de Claude Lapointe, París, Circonflexe, 2003. [219] David Macaulay y Richard Walker, The Way We Work. Getting to Know the Amazing Human Body, Boston, Houghton Mifflin, 2008. [220] Iela Mari, Las estaciones, Sevilla, Kalandraka, 2007. Véase la entrevista a la autora en La Revue des Livres pour Enfants, num. 105-106, invierno de 1986. [221] Gerda Muller, Adivina quién hace qué. Un paseo invisible, trad. de Julia Vinent, Barcelona, Corimbo, 2001). [222] William Steig, Silvestre y la piedrecita mágica, trad. de Teresa Mlawer, Nueva York, Lectorum, 1990. [223] La Villette, llamada también Cité de la Technique et de l’Industrie [ciudad de la técnica y de la industria], es un conjunto tecnológico y cultural que ofrece un museo, un parque y una gran mediateca, al norte de París. [nota del T.] [224] William Steig, Doctor de Soto, trad. de María Puncel, Madrid, Altea, 1990. [225] Cf. los álbumes de Tana Hoban. [226] Toshi Yoshida, Hajimete no kari [jovenes leones] y Kanchigai [mamá rinoceronte]. No están publicados en español, pero hay ediciones disponibles en inglés y francés. [nota del E.] [227] Valérie Guidoux, Les Ours, fotografías de Steve Bloom, París, De La Martinière Jeunesse, 2010. [228] Gerda Muller, Unser Baum, Ravensburg, Maier 1991. [229] René Mettler, Le grand livre de l’arbre et de la fôret, París, Gallimard Jeunesse, 2010. [230] Claire D’Harcourt, Des larmes aux rires. Les émotions et les sentiments dans l’art, París, Seuil, 2006. [231] René Mettler, El camuflaje de los animales, trad. de Paz Barroso, Ediciones SM, Madrid, 2001. [232] Algunos juegos de video pueden ayudar también a descubrir fenómenos científicos. Véase el capítulo “La biblioteca en la era digital”.

[233] Bernadette Gervais y Francesco Pittau, Oxiseau, París, Des Grandes Personnes, 2010. [234] Gerald Stehr y Willi Glasauer, Pero, ¿dónde está Ornicar? Introducción a los misterios de la clasificación de los seres vivos, trad. de Mónica Bergna y Gabriela Peyrón, México, Tecolote, 2004. [235] Kako, Satoshi, Anata no ie, watashi no ie, Tokio, Fukuinkan Shoten, 1969. [236] Cf. el artículo del poeta Jacques Roubaud, “La parole en images de Mitsumasa Anno”,La Revue des Livres pour Enfants, núm. 157, 1994. [237] Joan Steiner, ¿Sononosón?, fotografías de Thomas Lindley, Madrid, Altea, 2000. [238] Istvan Banyai, Zoom, México, Fondo de Cultura Económica, 1995. [239] David Macaulay, Motel of the Mysteries, Nueva York, Houghton, Mifflin / Walter Lorraine Books, 1979. [240] De l’oeuf à la poule Toulouse, Milan Jeunesse, 2010. [241] Joëlle Jolivet, Zoo lógico, trad. de Pau Joan Hernàndez, Barcelona, Diagonal, 2003. [242] Lionel Hignard et al., L’Herbier du petit Chaperon Rouge, París, Petite plume de carotte, 2010. Véase también el blog sonoro de Marc Pouyet. [243] León Rogez, Copain des petites bêtes, Toulouse, Milan, 2009. [244] Kornei Chukovsky, op. cit. [245] Manushkin, Fran, ¡Sal bebé!, ilusts. de Ronald Himler, Madrid, RqueR, 2002. [246] Jane Bingham, El mundo medieval, Londres, Usborne Pub., 2003. [247] Jane Bingham et al., Usborne Internet-linked Encyclopedia of the Ancient World, Londres, Usborne Pub., 2002. [248] David Macaulay y Richard Walker, The Way We Work. Getting to Know the Amazing Human Body, Boston, Houghton Mifflin, 2008. [249] Jean-Michel Billioud, Les grands musées du monde, París, Gallimard Jeunesse, 2010. [250] Se puede proseguir la visita en el excelente sitio Art Project (en inglés). [251] Walker, Richard, Wow! Animals, Londres, Dorling Kindersley, 2009.

8. Como una segunda casa [252] Célestin Freinet, Parábolas para una pedagogía popular. Los dichos de Mateo, trad. de Elisenda Guarro, México, Distribuciones Fontamara, 2004. [253] Roger Cousinet es autor, entre otros libros, de La vida social de los niños. Ensayo de sociología infantil, trad. de Nelly E. García Alvarez, Buenos Aires, Nova, 1968. [254] Op. cit. [255] Palabras registradas por Lirio Garduño, la bibliotecaria mediadora. [256] Op. cit. [257] Salman Rushdie, citado por Olivier Pascal Mousselard, Télérama, 17 de diciembre de 2008. [258] En Francia, con las ediciones MeMo o las ediciones Les Trois Ourses. [259] David A. Carter, 600 puntos negros. Un libro con sorpresas para pequeños y mayores, Barcelona, Combel, 2007. [260] Marion Bataille, ABCD, Barcelona, Kókinos, 2008. [261] Véase las notas 229 y 247, cap. 7.

[262] Ange Zhang, Rojo país, río amarillo. Una historia de la revolución cultural China, trad. de Lorenzo Rodríguez García, Santa Marta de Tormes, Lóguez, 2009. [263] Chen, Jiang Hong, Mao y yo. El pequeño guardia rojo, trad. de Anna Coll-Vinent, Barcelona, Corimbo, 2008. [264] Geneviève Patte, Déjenlos leer, México, Fondo de Cultura Económica, 2007. [265] En español es posible encontrar los álbumes El gorrión de la lengua cortada y Sujo y el caballo blanco, ilustrados por Suekichi Akaba; varios álbumes de Mitsumasa Anno publicados por el Fondo de Cultura Económica o editorial Juventud, y otros Keizaburo Tejima, publicados también por Juventud. [nota del E.] [266] Jean-Marie Henry, Tour de terre en poésie. Anthologie multilingue de poèmes du monde, ilusts. de Mireille Vautier, Saint-Germain-du-Puy, Rue Du Monde, 1998. [267] Grosléziat, Chantal (recopil.), Canciones infantiles y nanas del baobab. El África negra en 30 canciones infantiles, en las lenguas africanas originales con traducciones al español, incluye disco compacto con todas las canciones del libro, trad. y adapt. de Miguel Ángel Mendo, ilusts. de Élodie Nouhen, dir. musical, Paul Mindy, Madrid, Kókinos, 2005. [268] J. J. Grandville, Otro mundo. Transformaciones, visiones, encarnaciones, elevaciones, (…) correrías y altos. Cosmologías, (…) humoradas y bufonadas. Metamofosis, zoomorfosis (…) apoteosis y otras gnosis, pról. y trad. de José-Benito Alique, Palma de Mallorca, José J. de Olañeta, 2001. [269] En México, gracias a Internet, los niños escritores pudieron establecer un diálogo con escritores adultos, quienes colaboraron con ellos en sus intentos literarios [270] Véase la evocación de los talleres en G. Patte, Déjenlos leer, op. cit. [271] Cf. la experiencia del taller de escritura y de ilustración llevado a cabo por Maria Farré y Teryl Euvremer, documentado en La Revue des Livres pour Enfants, núm. 109, verano de 1986. [272] Publicados en francés en la colección Kitadi (www.dapper.com.fr). [273] Marie Saint-Dizier, J’écris mon premier roman policier, París, Vuibert, 1999.

9. La palabra viva en la biblioteca [274] Jérôme Bruner, La fábrica de historias. Derecho, literatura, vida, trad. de Luciano Padilla López, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2003. [275] Con la amable autorización del editor, retomo aquí algunos pasajes del capítulo dedicado a la historia del cuento en la obra colectiva publicada bajo la dirección de Evelyne Cévin, Conte en Bibliothèque, París, Éditions du Cercle de la Librairie, 2005. [276] Marie Shedlock, El arte de contar cuentos, trad. de María Dolores Carmona Ortiz, Málaga, Editorial Sirio, 2002. [277] Sara Cone Bryant, El arte de contar cuentos, Barcelona, Biblària, 2008. [278] Grahame, Kenneth, El viento en los sauces, trad. de M. Manent, ilusts. de Ernest H. Shepard, Barcelona, Editorial Juventud, 1972. [279] Lagerlöff, Selma, El maravilloso viaje de Nils Holgersson, México, Porrúa, 2005. [280] Véase el capítulo 2, “El corazón inteligente”. [281] Jane M. Filstrup, “The Enchanted Cradle. Early Storytelling in Boston”, enThe Horn Book Magazine, diciembre de 1976. [282] El Collège de France es una de las más prestigiosas instituciones académicas de Francia. [nota del T.]. [283] Paul Hazard, Los libros, los niños y los hombres, trad. de M. Manent, ilusts. de J. Narro, Barcelona, Juventud, 1988.

[284] Janet Hill, Children are People. The Librarian in the Community, Londres, Hamish Hamilton, 1973. [285] Tove Jansson, La niña invisible, trad. de Leopoldo Rodríguez, Mexico, Alfaguara, 1991. [286] La edición francesa del libro de Tove Jansson, Contes de la vallée de Moumine, París, Le Livre de poche, 1981. [287] Op. cit. [288] Randall Jarrell, La familia animal, trad. de Concha Hombria, ilusts. de Maurice Sendak, Madrid, Alfaguara, 1993. [289] Murielle Szac, Le feuilleton d’Hermès, La mythologie grecque en cent épisodes, Ilusts. de JeanManuel Duvivier, París, Bayard, 2006. [290] Sobre Serge Boimare y su pedagogía, véase el capítulo 2, “El corazón inteligente”. [291] Kathleen Karr, The Great Turkey Walk, Waterville, Thorndike Press, 2001. [292] Op. cit. [293] Robert Newton Peck, Hoy no morirán cerdos, Buenos Aires, Emecé, 1974. [294] Richard Adams, La colina de Watership, Barcelona, Seix Barral, 2009.

10. La biblioteca y la escuela [295] Este capítulo retoma algunos elementos de G. Patte, Déjenlos leer, op. cit. [296] Jérôme Bruner, Realidad mental y mundos posibles. Los actos de la imaginación que dan sentido a la experiencia, trad. de Beatriz López, Barcelona, Gedisa Editorial, 2001. [297] Expresión tomada de Walter Benjamin, Ich packe meine Bibliothek, Fráncfort, Medienästhetische Schriften, 2002. [298] Tomi Ungerer, Otto, Barcelona, Ediciones B, en preparación. [299] Walter Wick, A Drop Of Water, Nueva York, Scholastic Trade, 1997. [300] Gerda Muller, Où vont-ils quand il pleut?, París, L’École des loisirs, 2002. [301] Wolf Erlbruch, La gran pregunta, trad. de Esther Rubio, Madrid, Kókinos, 2005. [302] Kazuo Iwamura, Ai si kao de qing wa?, Taipéi, Shang yi wen hua, 2006. [303] Como Livralire [libroaleer] en Chalon-sur-Saône, Francia, asociación animada por Véronique Lombard: www.asso.livralire.org. [304] Carlo Collodi, Las aventuras de Pinocho, magníficamente ilustrado por Roberto Innocenti. [305] Hay muchos otros libros que permiten tales viajes o iniciaciones. Aquí están algunos: para los más pequeños, La familia Mumin; para los más grandes, The Great Turkey Walk, La familia Tillerman busca hogar, algunos bellos pasajes de El maravilloso viaje de Nils Holgersson, El viento en los sauces, La colina de Watership, etcétera.

11. La biblioteca en la era digital [306] Gracias a Adrian Koss por su generosa ayuda. Me beneficié ampliamente con sus consejos y sus reflexiones, con sus experiencias adquiridas en la biblioteca de Clamart cuando, como practicante, dirigía el taller multimedia y más ampliamente, todo el sector digital. [307] Este término fue imaginado por Mark Prensky, autor y consultante estadunidense en TIC, especialista del e-learning, en el ensayo “Digital Natives, digital Inmigrants”, en On the Horizon, vol. 9, MCB University Press,

octubre de 2001. [308] Bernard Stiegler, con Alain Giffard, Pour en finir avec la mécroissance, París, Flammarion, 2009. [309] Op. cit. [310] Jean-Claude Guillebaud, Le goût de l’avenir, París, Seuil, 2003. [311] Citado en Books, núm. 7, julio-agosto de 2009. [312] Martine Poulain, en Chroniques de la BNF, núm. 52. [313] Cf. “Bibliothèques Britanniques. Le retour du livre”, Livres de France, julio-agosto de 2009. [314] Franck Queyraud, “Vers des médiathèques numériques?”, en La Revue des Livres Pour Enfants, septiembre de 2009. [315] El lugar de las computadoras en la biblioteca es importante. Si en lugar de estar agrupados en un espacio aparte, están a la mano en la sala de préstamo, cerca de los libros, no hay duda de que los lazos con éstos se establecen más naturalmente. La misma reflexión se impone para el personal: si el animador multimedia es también bibliotecario, esto facilita esos mismos lazos. [316] Wim Veen y Ben Vrakking, Homo zappiens. Growing up in a digital age, Londres, Network Continuum Education, 2006. [Homo zappiens se refiere al niño o adulto que practica el zapping; es decir, que va de un sitio a otro en internet o de un canal a otro en el televisor. [nota del T.] [317] Podemos mencionar historias-juego como la del Oncle Ernest, que podemos encontrar en CD y en Internet (www.oncle-ernest.com). [318] Véase la Revue des Livres pour Enfants, que propone igualmente críticas muy útiles de algunos CD. [319] Consultar en particular el excelente sitio Territoires 21: www.territoires21.org. [320] Consultar el irresistible sitio web para niños concebido por la Bibliothèque et Archives Nacionales de Q uébec: http://www.banq.qc.ca/portail_jeunes/livres.jsp, así como el sitio web de la pequeña biblioteca redonda: www.lapetitebibliothequeronde.com. [321] Stiegler, op. cit. [322] Thomas Chaimbault, La Revue des Livres pour Enfants, núm. 247. [323] Joël Thoraval, Protection de l’enfant et usages de l’Internet, Conférence de la Famille, 2005. [324] Thomas Chaimbault, op. cit. [325] Dominique Wolton, Informar no es comunicar. Contra la ideología tecnológica, trad. de Enric Berenguer, Barcelona, Gedisa, 2010. [326] Conversación con Bruno de La Salle, narrador oral.

12. A manera de conclusión [327] Dominique Wolton, Internet ¿Y después? Una teoría crítica de los nuevos medios de comunicación, Barcelona, Gedisa, 2000.

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